Miércoles 21 de febrero de 2018
Estuve ayer en Barcelona. Invitado por su ayuntamiento que ha organizado una exposición sobre el trigésimo aniversario del atentado de Hipercor que costó la vida a 21 personas e hirió gravemente a 45. No quieren se olvide este hecho terrible y dramático y han organizado un recuerdo donde hay mucha y buena información, amén de jornadas que recuerden aquel atentado a las nuevas generaciones. Pasa el tiempo y todo se olvida. De hecho la IA ni ha condenado aquella masacre y de ahí esta exposición en el barrio donde ocurrió.
Del aeropuerto al hotel me tocó un taxista que había sido camarero y tras contarme sus andanzas en este gremio y de cómo servía los domingos en casa de Gaspar y que “comían canalones y pollo como todo el mundo” mirándome por el retrovisor me reconoció y habló de las bondades de los vascos para terminar diciéndome que no estaba de acuerdo con que Puigdemont viva en una casona en Bruselas pudiendo hacerlo en un piso de doscientos metros. No se cuestionaba su situación sino su aparente ostentación. Era de Granada y el hombre estaba preocupando tras casi cincuenta años en Barcelona en relación con la división de la sociedad.
Esa tarde, cuando tuve que ir del hotel a la Fábrica donde se celebraba el acto, nada más entrar en el taxi me di cuenta de lo que me venía. Llevaba una bandera española en el retrovisor y lo primero que me dijo que era español y catalán, ya que había nacido en Catalunya él y sus padres y sabía perfectamente catalán pero los “separatas” le había inoculado veneno a una sociedad que está dividida y duda podrá remontar el trauma. Le pregunté si era tan terrible la lucha idiomática y la dureza de la inmersión y me dijo que no, pero sí el odio a lo español, ”mire usted-me dijo primariamente-prefieren los separatas que su hija se case con un negro que con un español” y su nivel de argumentación giraba alrededor de esta idea de odio a lo español. Y sin embargo su hija está en la selección catalana de yudo y el feliz de que esté allí. Un poco contradictorio el hombre, pero me dio el tono de los taxis en una sociedad con miles de ellos. No sé si la muestra es representativa.
Este miércoles por la mañana he ido a dar una vuelta por el puerto. En una esquina, una señora de cierta edad, me aborda y dice. ”¿Es usted el vasco, no?”. ”Bueno, uno de ellos”. Pues le abordo porque creo que solamente los vascos nos entienden, porque el odio de los españoles a Catalunya es terrible. No nos quieren y eso que somos solidarios y queremos que España viva bien, pero somos catalanes y queremos lo mejor para nuestra tierra”. Me ha alabado a los vascos, y no entendía que se les tratara tan mal. Era una señora que argumentaba muy dolida.
En el hotel un periodista de En Común Podem me decía que la situación era peligrosa para el idioma ya que un acuerdo del 90% en su tiempo iba a sufrir un grave retroceso si no se formaba govern cuanto antes.
No he tenido ocasión de hablar con mucha gente, pues he estado tan solo un día, pero cuento estos flashes espontáneos y de como he visto muchas banderas catalanas y españolas en ventanas y en una de ellas una española, rodeada por diez catalanas. Me imagino como serán las reuniones de la comunidad de propietarios en ese edificio.
En fin, ya sé que es un flash, pero eso lo que acabo de vivir en una ciudad tan pujante y entrañable como Barcelona.