El Árbol Malato

No sabemos a ciencia cierta desde cuándo era considerado el Árbol Malato de Luiaondo como el más celebre, simbólico y renombrado hito fronterizo de Bizkaia.

La explicación más recurrida y que más retrocede en el tiempo es la de la legendaria batalla de Padura, en la cual se cuenta cómo, tras haber vencido los vizcaínos al ejército compuesto por asturianos y leoneses, persiguieron a éstos en su fuga hasta el árbol Malato de Luiaondo, árbol que, desde aquel mismo instante, pasaría a ser la muga más reconocida de Bizkaia.

Pero dejemos a un lado los detalles de una batalla sobre la que tendremos ocasión de volver más tarde.

La historiografía legendaria, más basada en sucesos maravillosos que históricos o verdaderos, hace concurrir en un momento concreto varios elementos: la batalla de Padura, el origen del Señorío de Bizkaia, la aceptación del cargo por parte del primer Señor de Bizkaia, Jaun Zuria, y cómo no, la aparición del Árbol Malato a modo de un indiscutible símbolo de limitación territorial. Desde entonces y hasta nuestros días, no hay duda de que dicho elemento se ha convertido en el icono que más proyección ha dado a Luiaondo, resistiendo como ningún otro todos los envites del tiempo.

Aparte de la cita en la batalla de Padura, la otra gran referencia que la historia hace del árbol en cuestión, es la que se constata en el Fuero de Bizkaia.

El Fuero parece tener su origen en una serie de sistemas de ordenamiento y convivencia y que, similar a lo que sucedía en otros lugares, se basaba en unas costumbres asumidas por la comunidad y que venían aplicándose desde tiempos atrás.

Dichas normas no fueron recopiladas por escrito hasta 1342, en una especie de esbozo que luego daría lugar, tras las ampliaciones y desarrollos correspondientes, al llamado Fuero Viejo de Bizkaia, redactado en 1452. Es ahí donde se cita, en su ley quinta, la obligatoriedad de defender con las armas el territorio que tenían todos los vizcaínos, obligación que finalizaba en el Árbol Malato. A partir de ahí, irían a guerrear con un pago por su servicio, como simples asalariados, pero no sin compensación económica, tal y como debían hacer dentro del territorio vizcaíno. Es la misma disposición del Fuero la que más explícitamente detalla tales aspectos:

«Otrosí dixieron que los caualleros e escuderos e fijosdalgo, así de las uillas como de la Tierra Llana de el dicho Condado de Vizcaia, siempre vsaron e acostumbraron de yr cada e quando el Sennor de Vizcaya los llamase, sin sueldo alguno, por cosas que a su seruicio los llamase, fasta el árbol Malato que es en Lujaondo; e si el Sennor con su sennoría les mandase yr allende de el dicho logar de el árbol Malato, que el Sennor deue el sueldo de dos meses si ouieren de yr aquende los puertos, e para allende los puertos de tres meses. E si dando el dicho sueldo en el dicho lugar que los caualleros, escuderos y fijosdalgo de el dicho Condado acostumbraron e acostumbran de yr con el Sennor a su seruiçio, a do quier que los man/dase. E si el dicho Sennor no les diese el dicho sueldo, en aquel lo/gar de el dicho robre Malato, dende adelante nunca vsaron ni acostumbraron yr con el Sennor sin reçiuir el dicho sueldo. E que los dichos caualleros e escuderos, fijosdalgo así vsaron e acostumbraron, e siempre así les fue goardado por los Sennores de Vizcaya»

Al citar «los puertos», se refiere al comienzo de la Meseta, a los territorios sobre Orduña y más allá.

Monumento del Árbol Malato en torno a 1910

Esta disposición del Fuero –por otra parte, gracias a la cual sabemos que el árbol era un roble– ha hecho correr ríos de tinta aunque, en la mayoría de los casos, acompañando a una carga de idealismo tal que prácticamente ha desfigurado la realidad. Ésta, como siempre sucede, es menos fabulosa que lo que las apariencias nos muestran.

¿POR QUÉ EL ÁRBOL MALATO? En realidad, sucede que en torno al 1200 se producen en Europa una serie de cambios sociales, económicos y estructurales. Éstos se reflejan en muchos aspectos de la vida y, entre ellos, en la codificación que de los desperdigados derechos feudales existentes se hace, como decimos, en toda Europa. No impermeable a dichas corrientes, también esa tendencia general afecta a nuestro ordenamiento legal. De ahí la redacción del Fuero Viejo.

Al igual que sucede con el Fuero, también la existencia del famoso icono de Luiaondo responde a unas razones más pragmáticas que las que nos han llegado durante siglos a través de las fantasiosas explicaciones.

La interpretación más coherente para aclarar la existencia del Árbol Malato es que durante la Edad Media, por simple subordinación, los aristócratas y nobles acompañaban a los reyes o señores de rango superior en las diferentes aventuras militares que aquellos planteasen, aceptando la misión con la más absoluta obediencia y sin llegar jamás a ponerla en tela de juicio.

Pero con el paso de los siglos, la nobleza va paulatinamente alcanzando cotas más altas de poder y, cada vez asume con más incomodidad el tener que obedecer a los caprichos del Señor, que a partir de las últimas décadas del siglo XIV será el rey de Castilla. Un mandatario que en infinidad de ocasiones les aboca, gratuitamente, a auténticos desastres económicos y humanos. Son éstos unos peajes que la pujante nueva nobleza no está dispuesta ya a asumir. Es más, es tal el poderío que ha alcanzado que llega a desafiar el orden establecido y a negarse a un vasallaje incondicional.

Ante la nueva relación de fuerzas, son pactadas las obligaciones militares con los reyes, señores, etc., así como las condiciones de las mismas.

De hecho, lo que anteriormente hemos visto en el Fuero, no es sino un contrato por servicios militares, una especie de convenio colectivo, con todos los aspectos económicos claramente especificados.

Es éste y no otro el origen del Árbol Malato: una limitación en lo geográfico, una referencia nítida para acotar hasta dónde correspondía el servicio por subordinación y a partir de qué punto comenzaban aquellos encaprichamientos del Señor y cuyas funestas consecuencias no se estaba dispuesto a asumir. No al menos gratuitamente.

EL MONUMENTO. Refiere Iturriza al hablar del Árbol Malato que «…después que por su antigüedad se secó, se colocó en sus raíces una cruz de piedra, costeada por el Señorío, el año 1730, para perpetuar su memoria«. Pero, insistentemente, una vez más, la realidad se nos muestra laberíntica.

Por ello, si pretendiéramos ubicar en el tiempo la existencia del famoso hito, nos percataríamos de que en el momento de la redacción del Fuero Viejo de Bizkaia, en el año 1452, se certifica claramente la presencia física del árbol. Podemos además suponer que, por el simbolismo que se le otorga, sería para aquel entonces un ejemplar de cierta envergadura y edad.

Siglo y medio después, más concretamente en 1603, sabemos que llevaba un largo período desaparecido ya que se expresa la preocupación de que su recuerdo pudiera perderse.

Sabemos este último dato por el acuerdo tomado en las Juntas Generales del Señorío celebradas en mayo de dicho año. El acta dice así:

«Otrossi, atento que el árbol malato que dispone el Fuero de este Señorío, por el trascurso del tiempo se havía perdido y es necesario se buelva en poner en el propio lugar donde antes solía estar y lo dispone el dicho Fuero, se acordó y mandó quel dicho señor Hortuño de Alçaybar y Francisco de Urquiça bayan al valle y Tierra de Ayala y aga poner el dicho arbol con una cruz de piedra con su letrero en que se declara que es el dicho arbol, y cerca dello agan si fuere necessario las diligencias necessarias, que para ello les dio poder en forma»

«Otrossí, atento que el árbol malato…» documento de 1603, primera constatación de la desaparición del árbol y de la preocupación de las Juntas por erigir un monumento que perpetuase su memoria

Pero todo parece sugerir que dicha resolución no se llevó a cabo ya que, en un nuevo acuerdo de 14 de junio de 1609, seis años después, se insiste en la necesidad de perpetuar la memoria del glorioso árbol:

«Así mismo propuso el dicho síndico que si estubiere hecho algún decreto en razón del árbol malato, se guarde y cunpla; y si no hubiere, que al alcalde que es o fuere de la çiudad de Hurduña, se le comete para que plante un árbol en el puesto donde antes solía estar, para que se sepa donde hes el dicho lugar del dicho árbol malato, para en conservaçion de las franquezas y libertades deste dicho Señorío, y que se bea el decreto que se hizo sobre ello en tiempo del licenciado Villabeta y Montoya, corregidor, y el dicho alcalde cunpla como en él se contiene, y aga el dicho alcalde poner en dicho sitio una cruz de piedra con su letrero que diga: «aquy es el sitio del arbol malato«.

Desconocemos si este segundo acuerdo fue ejecutado y se arruinó posteriormente o, lo más probable, que nunca se cumpliese. Decimos esto a tenor de lo recogido en el nuevo acuerdo de las Juntas Generales celebradas en Bilbao en 4 de noviembre de 1723 y que insiste, una vez más, en la necesidad de eternizar el recuerdo del «Arbol Malato que es en el lugar de Luyaondo«. Dice así:

«…en decreto de Regimiento General de diez y siette de Junio año de mill seiscientos y nuebe para que no perdiese la memoria de la sittuacion que ttubo y se conservase la zittada franqueza y exención, se acordó que se plantase otro Arbol en el sitio antiguo y se pusiese una Cruz de Piedra con letrero que dijese: Aqui es el sitio del Arbol Malato. Lo cual parece no haverse executado por omision de la persona a quien se comendo, por tanto Decrettaron y Mandaron sus Señorias queel Señor Sindico General, Don Juan Joseph de Aranguren y Sobrado haga cumplir y que se cumpla el referido Decreto fixando la Cruz de Piedra con la referida inscripcion y lettrero y plantando el arbol en el propio sittio antiguo baliendose para ello de los medios y personas que fuesen designadas«.

Aún así, hasta el año 1730 no se puso por fin la piedra. Casi tres siglos después de su instalación, recordamos aquella fecha al leer la inscripción  que observamos en el pétreo monumento:

«Éste es el sitio donde estaba el memorable Árbol de Malato, de que hablan las historias y la Ley quinta del Título primero del Fuero del Muy Noble y Leal Señorío de Vizcaya. Año 1730

De sobre si se cumplió la parte del acuerdo que ordenaba también plantar un árbol, no sabemos nada pero es probable que no se llevase a cabo.

Encabezamiento del acuerdo de 1723, instando a poner el monumento

El monumento que hoy disfrutamos consiste en una base de piedra cuadrada en la que, en dos de sus caras y a renglón corrido, se encuentra grabado el texto más arriba citado. El material parece ser roca caliza de la zona de Ayala, blanda y quebradiza, por lo que su estado de conservación no es del todo óptimo.

Sobre dicha base se levanta la cruz de piedra, elaborada en mejor roca –probablemente extraída de las canteras de Bitorika (Laudio), antaño famosas por la extraordinaria calidad de sus materiales– y en apariencia bastante más moderna.

No sabemos nada al respecto pero la tradición oral recogida en Luiaondo nos habla de que la parte superior se cayó y rompió en algún vendaval y que por ello fue reparada posteriormente, eso sí, con mejor material.

Igualmente se comenta que dicho monumento estuvo en otra ubicación, justamente en el lado opuesto de la carretera rayante ya que el primitivo camino real pasaba, al parecer, entre las actuales carretera interior y circunvalación del pueblo. Parece coincidir con la descripción que del monumento dio el Padre (Gabriel) Henao (1611-1704) y que lo ubica «cerca de Luyando hacia Amurrio, pasando un arroyo y humilladero dedicado a Santo Domingo de Silos» , cita que no hemos localizado pero que da Micaela Portilla en su Catálogo Monumental-VI (1988).

Pero no todo han sido glorias para el famoso monumento. Prácticamente hasta hace dos décadas, se encontraba en un total abandono, invadido por las zarzas y absolutamente descuidado. Por fortuna para todos, alguien debió conmoverse al ver el lamentable estado y se acometieron unas mejoras del entorno que han contribuido a dignificar del lugar. Para ello se acondicionaron los alrededores y se colocó una nueva placa con el siguiente texto explicativo: «Árbol Malato, hoy cruz, ayer libertad recuperada. Aquí el vasco abandona el arma» y su versión en euskera: «Malato Zuhaitza, gaur egun gurutzea, antzinean zuhaitza, askatasun berreskuratua. Hemen euskaldunak arma uzten du«.

También se plantó un retoño del solemne roble de Gernika aunque, cosas incomprensibles de la vida, fue atacado y destruido –al parecer por motivos políticos– en una noche de irracionalidad. Hoy otro árbol cualquiera, sin pedigree para que la intransigencia no se ensañe de nuevo contra él, da sombra y decoro a la cruz conmemorativa.

Imagen (cedida por Kuki Gregorio Seoane) del homenaje de 19 de enero de 2019. Se observa cómo la parte inferior de la cruz, en donde se encuentran las inscripciones, es de otro material diferente a la cruz superior. El árbol posterior sustituyó de urgencia a un retoño del árbol de Gernika que, en los años más convulsos (década de los 80), fue destruido en un acto vandálico con motivaciones políticas antivascas.

EL NOMBRE. El nombre de dicho árbol, malato, ha dado juego para las más variopintas explicaciones. Las más conocidas son las dos que propuso el insigne Antonio de Trueba (1819-1889). Para la primera de ellas la hace derivar de malastu, que él traduce como «lozano». Su segunda hipótesis nos lleva a unos términos diametralmente opuestos al primero: sería a través de mallatu (‘mailatu’), «macerado», «golpeado». Esta ha sido la etimología que más se ha divulgado, probablemente motivada por aquel gesto de clavar las armas en el árbol que las leyendas nos han acercado.

Por nuestra parte preferimos pensar en el término «malato», como «leproso». Recordemos que de la misma raíz surgen los italianos malato «enfermo» o, por ejemplo, malade «enfermedad» en francés.

A favor de dicha hipótesis tendríamos la otra denominación con la que Lope García Salazar designa el célebre árbol en el siglo XV: «árbol gafo«. Con el término «gafo» se denominaban a aquellas personas que por enfermedad degenerativa, solían tener encorvados, en permanente contracción, los dedos de la mano. Era una de las consecuencias más palpables de la lepra. El mismo García Salazar usa el término “malato” para referirse a un enfermo de lepra: «E después fue malato este Constantino. E bautizolo San silvestre e salió del agua del bautismo sano de aquella gafedad…»

Podría, así, sin más, hacer referencia a la disposición o forma del árbol y sus ramas, aunque esta vía daría perfecta cabida a cualquier otro planteamiento.

También nos encaja a la perfección la referencia que se da en la obra conocida como Crónica de Ibargüen-Cachopín que fue compuesta en diversas fases a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI. En ella, al hablar del personaje Íñigo Cadena se dice que «Cadena o Caden, que quiere dezir este bascuençe vuelto en romançe ‘Iñigo Malato’, por mejor dezir, ‘Flaco y Enfermo’ cuyo sobrenonbre le hera muy apropiado por ser entre todos los otros sus hermanos el más ruin y que menos valía dellos».

También parece concordar con la entrada del término malato recogida por Azkue en su Diccionario (1905-1906): ‘achacoso’.

A pesar de que todo parece indicarnos que ésa debe ser la vía etimológica a seguir, no hemos de perder de vista, sin embargo, que a lo largo de la geografía vasca existen varios topónimos como Malatua, Malatuoste, Malatuaga o Malatu y que nos obligarían a buscar en otros espacios idiomáticos.

Monumento a principio de los años 80, en notable grado de abandono

NOSTALGIAS. Tras la derrota sufrida en las Guerras Carlistas y con la consecuente abolición de los Fueros en 1876, una oleada de pesimismo y nostalgia se instala en el País Vasco. Las referencias a la pérdida de algo que se tenía como pilar estructural de la sociedad vasca y que es arrebatado bruscamente, por la fuerza, son continuas. Ello hace que los Fueros, las libertades vascas y, cómo no, incluso nuestro Árbol Malato, queden idealizados como nunca antes lo habían estado.

Irrumpen así una serie de escritores, pintores, etc. que intentan acercarnos por medio de sus obras a la perfección que, al parecer, se había dado hasta la ley de la abolición foral.

Sin duda la literatura neo-medievalista de Antonio Trueba, Juan Araquistain o Vicente Arana, creó un caldo de cultivo perfecto para inspirar infinidad de obras pictóricas con alusión mítica a los viejos fueros, Jaun Zuria, etc. Este tipo de obras son especialmente abundantes en la década posterior a 1880.

Uno de ellos será el cuadro titulado El árbol malato y que su autor, Mamerto Seguí Arechabala (1862-1908) realizó en 1882 en Roma. El óleo le reportó, además, el segundo premio de la Exposición Provincial del mismo año y que habían organizado conjuntamente la Diputación de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao.

Cuadro El Árbol Malato (1882) pintado por Mamerto Seguí en Roma. Muestra la exaltación romántica del mito, con Jaun Zuria mostrando el Árbol Malato a los soldados vascos supervivientes en la batalla de Padura (Arrigorriaga)

En él se representa en grandes dimensiones –la imagen supera los dos metros de altura– a Jaun Zuria en el Árbol Malato, tras la batalla de Padura, adoctrinando a sus aguerridos soldados sobre cuál es el punto que deben guardar para siempre en sus memorias. Por ello en el cuadro, por querer exclusivamente realzar el mito, el paisaje parece no tener importancia alguna. Por el contrario, toda nuestra atención es acaparada por la inevitable nos impone la figura de Jaun Zuria, ligeramente elevado sobre las gruesas raíces del recio roble, el árbol sagrado de los vascos.

Sobra decir que las armas y vestimentas representadas están lejos de cualquier rigor historicista pero no tiene demasiada importancia ya que el autor busca tan sólo recrear un paisaje de gran carga política, henchido de tanta mitología que hiciese superar la depresión anímica provocada, como hemos dicho, por la pérdida de los Fueros y mantener viva la esperanza de poder recuperarlos algún día.

Lo que está fuera de duda es la fuerza del conjunto, de la composición, con una intensidad expresiva tal que llega a sobrecoger. Hoy es una de las piezas más seductoras del Museo de Euskal Herria, ubicado en el Palacio Allendesalazar de Gernika y en donde puede disfrutarse en toda su plenitud.

También como muestra de idealización ante el legendario origen del Árbol Malato, existen unos versos de corte épico medieval y que dicen

«Odoldurik heldu ginian / mallatu arbola onetara / eta urren datozenak bere / alan ikusiko gaitubela» // «Cubiertos de sangre llegamos a este Árbol Malato, y los que osen a volver nos verán del mismo modo«, en clara alusión a la batalla de Padura.

No hemos conseguido dar ni con el autor ni con la fecha exacta de dicha poesía si bien lo documentamos por primera vez en En defensa de los fueros de Vizcaya (1837) de Jose Zarrabeitia, en una época en que empiezan a ser cuestionados y atacados los fueros vascos. Por ello, bien podría ser su autor.

«Odolduric heldu guinian
Mallatu arbola onetara,
Eta urren datozanac bere
Alan icusico gaitube.

Asimismo, repite estos versos, algo variados, Mañé i Flaquer en su obra El Oasis (1880): «La lengua euskara que aun se habla en Luyando reclama para sí el nombre del árbol Malato, bien sea este nombre corrupción del verbo vascongado malástu, que indica lozanía ó bien lo sea del adjetivo mallátu que equivale a macerado, magullado ó señalado á golpe.
En confirmacion de esta última hipótesis, parece venir un antiquísimo cantar euskaro que dice: 

Odolduric éldu guinian
mallátu arbóla onetará
eta urrén daoezanac beré
alan icúsico gaitubebá»

Juan Gorostiaga también la recoge, en la obra Épica y lírica vizcaína antigua  publicada en 1952. En ella dice que, en las alegaciones que el Padre Henao (1611-1704) hizo para tratar de resolver si el árbol del escudo de Bizkaia era el roble de Gernika o el de Luiaondo, y nombre además de las crónicas de Lope García Salazar, una «copla vulgar en Vizcaya y no de muy buen romance» y que refiere así:

Llegamos ensangrentados /  en el árbol donde veis / porque nos pinten con armas / los venideros después

A pesar de la discordancia, no cabe duda de que estamos hablando de la misma poesía.

Homenaje que las Juntas Generales de Bizkaia ofrecieron al ärbol Malato el 23 de octubre de 2016

LA BATALLA DE PADURA (ARRIGORRIAGA). Existe una leyenda en Bizkaia que ha sido transmitida a través de los siglos y que sin duda es la más conocida de entre todas las que han surgido en su territorio.

Según la misma, en las últimas décadas del siglo IX y en una fecha sin mayor precisión, hubo una gran batalla en Arrigorriaga y que fue de vital importancia para el nacimiento de Señorío de Bizkaia.

Al parecer, habiéndose dado ciertas desavenencias y disturbios entre don Zenón –heredero de las tierras de Bizkaia– y el rey de Asturias Alfonso el Magno, retuvo éste cautivo al primero en Oviedo. Tras varios años de padecimientos, exhausto, falleció don Zenón.

Humillados y dolidos los vizcaínos por la pérdida de su caudillo, se sublevaron contra el rey Alfonso. Éste, para poner orden en aquella incómoda situación, envió sus ejércitos a Bizkaia, capitaneados nada menos que por su hijo, el príncipe Ordoño.

Al campo de batalla salieron los vizcaínos, guiados por un personaje llamado Jaun Zuria y que a la sazón se convertiría en el primer Señor de Bizkaia algo que, como veremos más adelante, choca con la documentación conocida.

Vencieron los vizcaínos y persiguieron a los asturianos y leoneses hasta el Árbol Malato de Luiaondo, dejándoseles huir a partir de dicho lugar.

Al parecer, fue tan cruenta la batalla, tanta la sangre derramada, que las piedras del lugar quedaron totalmente rojas. De ahí que al lugar se le llamase a partir de entonces Arrigorriaga, de harri («piedra») y gorri («roja(s)»), denominación hoy que se corresponde con el conocido municipio vizcaíno.

Dice también la tradición que los muchos vizcaínos fallecidos fueron enterrados, a modo de honor, en el mismo campo de batalla. También falleció el príncipe enemigo Ordoño, al que se le reservó, por decencia, un enterramiento digno de su categoría. Así fue creado un gran sepulcro de piedra, con una hermosa cruz de piedra tallada en su tapa, y que aún puede verse en la entrada de la iglesia parroquial de Sta. Mª Magdalena de Arrigorriaga. Los expertos en este tipo de elementos no dudan al datarlo en el siglo XV algo que, como veremos, pone en duda el origen mitológico atribuido.

A pesar de ello, la creencia de que dicho elemento ha pertenecido al hijo del rey Alfonso, parece constatarse ya desde épocas notablemente antiguas. Así, en la partida bautismal de una criatura abandonada en la puerta de la iglesia y fechada a 20 de abril de 1621 se dice que «…se halló una criatura junto a la puerta principal en el cementerio de la iglesia de La Magdalena de Arrigorriaga, sobre la piedra del sepulcro del príncipe de León que está sita junto a la dicha puerta…».

Al parecer el sepulcro fue expoliado durante las invasiones napoleónicas de principios del XIX. Lo recoge perfectamente el catalán Mañé y Flaquer en su libro El Oasis (1880):

«…El cadáver permaneció intacto hasta que los franceses invadieron Vizcaya. Al saber los invasores que aquel era el sepulcro de un príncipe, tentados sin duda por la codicia, creyeron hallar alhajas de oro y plata, levantaron la tapa, arrojaron al suelo las cenizas y se llevaron una enorme espada que se conservaba dentro. Cerca de este sepulcro existe un disco de piedra, evidentemente muy antiguo, que fue traído de otro punto del mismo valle«.

Hace referencia a una estela funeraria medieval que aún puede verse junto al sepulcro y que procede de la cercana necrópolis de Finaga. Por su tipología debió ser realizada en el siglo IX o X, es decir, fechas que en esta ocasión sí son más cercanas a la mítica confrontación bélica.

Retomando de nuevo la leyenda de la batalla de Padura, al parecer, en los momentos más cruentos del enfrentamiento, vio Jaun Zuria –el dirigente de los vizcaínos– cómo atravesaron el campo dos lobos con sendos corderos en sus fauces. Por eso, y por inmortalizar el momento más eminentemente histórico del Señorío, se incorporaron como iconos al escudo de Bizkaia. En realidad, los lobos de Bizkaia proceden del apellido de los Haro, Lope (‘lobo’).

También existen vagas referencias a un par de cuadros de óleo que existieron en el salón de sesiones de la casa consistorial de Arrigorriaga y que debieron hacer referencia a la batalla del lugar. Uno de ellos, según nos refieren las noticias que de ello nos han llegado, se encontraba muy deteriorado. En el otro había «una curiosa inscripción» alusiva a los hechos de Jaun Zuria. Pero no sabemos nada más; nadie recuerda ya referencia alguna de aquellos cuadros. El historiador local Juan José Agirre nos sugiere que debieron perderse en el incendio que arruinó la casa consistorial hace más de medio siglo.

ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD. La noticia de la batalla de Padura nos llega por dos vías. La primera es del conde Barcelos, escrita en el siglo XIV. La misma leyenda pero con algún aditamento más la publica posteriormente Lope García Salazar en el siglo XV. Es ésta la segunda constatación de la leyenda y a su vez la más conocida y sobre la que se han creado otras muchas versiones posteriores, eso sí, cada vez con mayor aporte de elementos fantasiosos.

Por su belleza e interés reproducimos a continuación la cita de las Bienandanzas y fortunas, obra escrita en el período 1471-1475 por Lope García Salazar. Para facilitar su comprensión se han realizado ciertas adecuaciones lingüísticas, especialmente ortográficas. Dice así:

«Siendo este don Zuria hombre esforzado e valiente con su madre allí cavo Mondaca, en edad de XXII años entró un fijo del Rey de León con poderosa gente en Vizcaya, quemando e robando e matando en ella porque se quitaran del señorío de León. E llegó hasta Baquio. E juntados todos los vizcaínos en las cinco merindades, tañendo las cinco bocinas en las cinco merindades según su costumbre en Gernjca. E habiendo acuerdo de ir pelear con él para lo matar o morir todos allí. E enviáronle decir que querían poner este hecho en el juicio de Dios e de la batalla aplazada a donde él quisiese.

E por él les fue respondido que él no aplazaría batalla, sino con Rey o con hombre de sangre real y que les quería hacer su guerra como mejor pudiese. E sobre esto acordaron de tomar por mayor e capitán de esta batalla a aquel don Zuria que era nieto del rey de Escocia. E fueron a él sobre ello e halláronlo bien presto para ello. E enviando sus mensajeros, aplazaron batalla para en Padura, cerca de donde es Vilvao. E llamaron a don Sancho Astegis, señor de Durango, que los viniese a ayudar a defender su tierra. E vino de voluntad e juntose con todos ellos en uno. E habiendo fuerte batalla e mucho porfiada e después de muchos muertos de ambas partes, fueron vencidos los leoneses e muerto aquel hijo del Rey e muchos de los suyos. E murió aquel Sancho Astegis señor de Durango e otros muchos vizcaínos.

E siguieron el alcance matando en ellos, que no dejaban ninguno a vida, hasta el árbol de Luyaondo. E porque se tornaron de allí pesándoles, llamaron el árbol gafo. E los leoneses que escapar pudieron, salieron por la peña de Gorobel que es sobre Ayala. E como encima de la sierra dijeron ‘a salvo somos’, e por eso la llaman Salvada. E porque en Padura fue derramada tanta sangre, llamaron Arrigorriaga, que dice en vascuence peña viciada de sangre, como la llaman ahora«.

En realidad no existe constancia documental alguna de aquella batalla de Padura por lo que, a pesar de que sí que sabemos que se dieron una serie de rebeliones y levantamientos contra los afanes expansionistas de aquellos nuevos reinos occidentales de Asturias y León, no podemos, por cautela, ubicar la épica batalla fuera del terreno de las leyendas fabulosas.

Tampoco tiene lugar en la documentación histórica el referido Jaun Zuria porque, como sabemos, el primer Señor de Bizkaia constatado es Eneko López.

A ello debemos añadir que, según los estudios realizados parece ser que la leyenda de la batalla de Padura se crea en torno al siglo XIV, casi quinientos años después de los hechos descritos y que, por la cronología de los personajes referidos, debieron suceder en las últimas décadas del IX.

Quienes conocen con más profundidad la época medieval, opinan que la leyenda no es sino una invención para explicar la situación política de la Baja Edad Media, marcada por la necesidad de fijar por escrito las relaciones entre el Señor de Bizkaia y el Señorío y los derechos, obligaciones, impuestos o rentas que a cada uno correspondía. Es decir, surge para dar credibilidad y estabilidad a una situación que, siendo novedosa, pretende presentarse como netamente tradicional y perteneciente a la personalidad misma del Señorío. Es, por así decirlo, una voluntad de explicarse a sí mismos su propia identidad.

Como una bola de nieve, la leyenda va cargándose de más y más elementos según pasa el tiempo y así se convierte en el mejor oráculo para poder explicar, basándose en una tradición como decimos inexistente, cualquier aspecto referido al Señorío.

Esto se produce fundamentalmente a partir de la abolición foral, cuando la leyenda había dejado ya de ser un instrumento útil para explicar la situación del momento, y pasa a convertirse en un mecanismo de autodefensa frente a las agresiones del centralismo borbónico.

Inmersos ya como estamos en el siglo XXI, tan sólo nos queda luchar para que esa cruz que encontraremos cada vez que pasemos por Luiaondo, un pueblecillo ayalés entre Laudio y Amurrio, vuelva a convertirse en elemento mítico, no ya para justificar ningún aspecto histórico, sino para gozarlo, ahora que lo conocemos un poco más, con toda la intensidad que se merece.

OHARRA: gaurko egunean, omenaldi xume bat egin dio Luiaondo herriak bere sinbolorik  esanguratsuenari. Eskerrik asko bertaratu zareten guztiei.

La fiesta de los animales

Inmerso en mis ingenuas ensoñaciones, hace unos años acudí al santuario de Urkiola para intentar rememorar allí alguna de nuestras costumbres populares vascas, pensando que así aportaba mi granito de arena contra su desaparición. Pronto me encontré con la cruda realidad y con la certeza de que nada es lo que era y que aquel mundo tradicional de coexistencia con el medio, tan lleno de símbolos y rituales en otras épocas, no era ya más que la simple quimera de un txotxolo. Era el 17 de enero, San Antonio Abad, el patrón de los animales.

El acto estaba rebosante de urbanitas que mostraban sus emperifolladas mascotas como si fuesen los únicos seres vivos sobre la faz de la tierra, quedando desligado todo ello del contexto rural que otro tiempo dio sentido a la fiesta. Yo mismo —otro urbanita, aunque más nostálgico en lo estético— estaba allí para bendecir nada menos que unos cencerros, costumbre practicada antiguamente en aquel templo de montaña pero que ya nadie lleva a cabo. De hecho, por lo novedoso e inusual, la ocurrencia causó gran admiración y me costó explicar a televisiones, fotógrafos y radios que yo no era un buen pastor sino un mal impostor . Una vez más, nada era lo que aparentaba ser.

Mis cencerros, en plena pugna por la bendición de Urkiola, frente a mascotas y periodistas.

Pero antiguamente sí que acudían para ello ganaderos de toda Bizkaia, con cestas llenas de sus mejores arranak, los cantarines cencerros, que actuarían a partir de aquella bendición como un talismán contra rayos, enfermedades, despeñamientos, etc. del rebaño. Con idéntico fin, encargaban los pastores alguna ocasional misa en Urkiola. Eso sí, previo pago, porque a los sacerdotes les sonaba tanto o mejor que los cencerros aquel dinero contante y «sonante».

Sabemos asimismo que en esa fecha, el 17 de enero, no se hacía trabajar a mulas, burros y otros animales de carga. Era su día de fiesta. Y se respetaba rigurosamente, no fuese a caer una maldición por quebrantarla. Idéntico trato privilegiado recibían bueyes y vacas que, para colmo de regocijos, pastaban libres por las campas en vez de estar encerrados en la cuadra.

También nos consta que el 17 de enero se daba en los caseríos una comida especial a los animales domésticos, a modo de banquete festivo. En algunos casos el ágape —un trozo de pan generalmente— se compartía entre animales y humanos generando así un vínculo afectivo especial entre ellos. Por cierto, en la bendición de Urkiola se hace entrega de un panecillo bendecido a cada uno de los asistentes.

La bendición de panecillos se lleva a cabo en el interior del santuario de Urkiola y, en el exterior, la de los animales y… cencerros

También ese día se echaba en la entrada de la cuadra la ceniza mágica en que se había convertido el tronco de Navidad. Y se hacía pasar sobre ella al ganado para que quedase impregnado de la bondad y prosperidad que aquel bendito residuo emanaba.

Tampoco faltaba en los caseríos la clásica estampa protectora de San Antón clavada en alguna columna de la cuadra, para así proteger aquel entorno de cualquier desdicha que pudiese afectar a los animales.

En algunos lugares se encendían —y se encienden— unas hogueras rituales en la víspera de esa festividad y queremos suponer que, una vez más, son la representación del sol en la Tierra. Por medio de la llamada magia simpática —actos rituales con la esperanza de que el destino los imitase— se incitaría al astro rey a que calentase como lo hacía esa gran fogata. Tampoco es casual que en torno a esta fecha se celebren mascaradas carnavalescas con las que purificar el ciclo natural que ya arranca.

Y es que, ese pequeño avance de las horas de luz, ya era suficiente para incitar la actividad animal. Los gatos entraban en celo y qué decir del comienzo de la puesta compulsiva de las gallinas, inmortalizada con el dicho popular «Por San Antón, huevos al montón» que tanto repiten nuestros baserritarras. Por no hablar de nuestros txoritxus, los pájaros que a partir de estas fechas, enloquecidos de amor, van a convertir en primorosa algarabía cada uno de los amaneceres.

Sabemos además que, por la misma razón, se acariciaban y sobaban con gran mimo la tripa y ubres de las cerdas madre, las makeras, mientras se les hablaba con gran cariño, sin duda para que continuasen trayendo prosperidad a aquellos necesitados hogares. Y, hablando de cerdos, es sabido que era costumbre entre los baserritarras de Arratia el comprar algún lechón a la vuelta del santuario de Urkiola, en ese día tan especial. Y lo llevaban ilusionados a casa para engordarlo y sacrificarlo a finales del año: comprado en un día así, nada podía ir mal.

Conocemos también por otras referencias que era costumbre acudir a la misa de ese día acompañados del ganado principal de la casa. Esperaban los asombrados animales fuera del templo, pacientes, hasta finalizar la liturgia, momento en que el sacerdote lanzaba la bendición protectora sobre todos ellos.

Éste es el origen de esa nueva costumbre en la que, hoy por hoy, tan sólo acuden ñoños y txotxolas a bendecir a sus acicaladas mascotas. Los más trastornados, pueden incluso llevar cencerros. Es el fin… pero al menos dentro de un ciclo vital que renace una vez más.

[euskaraz nahi baduzu: https://blogs.deia.eus/arca-de-no-se/2018/01/17/txoriak-zain-ditugunean/]

Gabonetako eguzki-izpi bedeinkatzailea

Urtero hartzen dut harriduraz urtero gure etxean errepikatzen den jazoera miresgarria. Leihoetatik erabat aldenduta dagoen egongelako bazter urrun batean, altzari bat dugu. Eta haren gainean, aldare bat bailitzan, gabonen inguruko hainbat apaingarri ezarri ohi dugu, arbasoek gurtutako basoa sinbolikoki gurea bezalako pisu batera eramateko. Etxe modernoek aspaldi galdutako arima, berpizteko edo, egun berezi hauetan.

Nola ez, hantxe dago gure Olentzero, denbora-bertsio ezberdinetan gauzatua. Batetik, panpina bat dugu ikazkin hordi, jatun eta ganorabako modernoa irudikatzeko eta, bestetik, hari babesa emanda, enbor zati bat, Olentzero ere irudikatzeko sinboloa, baina mendeetan atzerago eramaten gaituena.

Eta zein da gertakizun berezia? Ba, Gabon [Natibete] egunean, egunsentiko lehenbiziko eguzki-izpia horraino sartzen zaigula. Arrastaka, narras, isil-gordeka datorkigu puntualki… baina lortu egiten du itxuraz ezinezkoa dirudiena. Eta haren ondoko alboak ilun badaude ere, gure aldaretxo pagano eta atabikoa, bikainki eta zehazki argitzen du indar gailen eta berezi batez, inoiz ikusten ez dugun argitasun horietakoaz. Horra iristeko, argi-hari horrek tartean aurkitutako zirrikitu ugari guztiak saihesten eta gainditzen ditu, bere lekutxo gurena epeltasunez musukatu arte. Egiatan, ez da erraza, ezinezkoa esango nuke nik, benetan urrun duelako, gelaren amaieran.

Olentzero-panpinak aterpe hartuta olentzero-enborraren aldamenean. Bestalde, Eguberriko aurreneko izpiak biak urtean behin bedeinkatzen dituen une zehatza.

Urtean, dozena erdi bat egunean baino ez da gertatzen, hain juxtu neguko solstizioari atxikitakoetan. Eta, soilik dago ikusgai eguna lainotuta ez dagoen urteetan. Gaurko egunean, esate baterako. Orduan, ulertuko duzuenez, magia kosmikoa dirudi. Horregatik, etxean, mirari bat bailitzan egiten diogu harrera, hala merezi duelakoan. Azken finean, batek daki, egunotako oparirik baliotsuena izan daiteke, gure herri-kondairetako “idinarru bat urregorriz betea” tankerako altxorrak, barregarri utziko lituzkeena.

Etxean apaingarri dugun haritzezko egur zatia, gure ohitura zaharrak sinbolizatzeko. Puntualki, gaur ere argitu du gabonetako lehenbiziko izpiak.

Nik ez diot inori esan nahi, zorotzat har ez nazaten, baina jakin badakit hori dela, esker onez, egun berriak –Eguberri egunean gaudelako– gure existentzia bedeinkatzeko bere modu berezia. Guk, etxean, oraindik horretan sinesten dugulako.

 

Otsein gosetuak

Ugazaba zital eta ankerrenak ere errespetatzen zien Gabonetan etxera itzultzeko baimena.

Otseinak ziren, duela gutxira arte figura arruntak, egun eskandaluzkoak izango liratekeenak. Zehatzago azalduta, otseinak baliabide urriko familietan jaiotako umeak ziren, gehienetan eskasiagatik behar bezala elikatu ezin zitezkeenak eta, beharrak bultzatuta, mantenu soilaren edo ogerleko batzuen trukean dirudunen etxeetara zerbitzatzera zihoazenak.

Otsein izena Euskal Herriaren mendebaldekoa zen, bizkaierakoa. Eta geroago kridu edo krida [‘criado’ / ‘criada’] entzun baditugu ere, behinola berba orokortua izan zen. Ogi eta sein hitzen batuketa krudeletik datorkigu eta agerian uzten digu norainoko miseria duen bere barnean: ogiaren truke lan egiten zuten ume txikiak. Bai, seinak «umeak» zirelako.

Arrotz zuten etxe batean urte osoan beharrean zeuden sabela betetzearen trukean. Dirudunekiko morrontza, gurasoek eskaini ez ziezaieketen biziraupena bermatzeko. Eta denboran ez da hain kontu urruna…

Gaztelaniaz ere, paniaguado antzeko hitza dugu, morroi zihoana pan y aguaz ateratzeko bizibidea.

OTSEIN. Bikain asmatu zuen izena Bergarako lantegi hark 1941. urtean jaio zenean, baldintzarik gabeko zerbitzariak ekoiztea zutelako helburu, etxetresnak ez zirelako lan-zamaz kexatzen, ez zutelako opor beharrik. Benetako otseinak ziren.

Otsein ikuzkailua iragartzeko publizitatea. Lava sola leloa adierazgarria da ulertzeko zer zen otsein bat

Obra gorena, enpresa sortu eta hamar urtera (1955) kaleratu zuten: etxeetarako lehenengo ikuzgailu automatikoa Estatu osoan, sekulako iraultza ekarri zuena eta geroko Balay, Newpool, Fagor… markei bidea ireki ziena.

Otsein markako ikuzkailua

Orain Amerikako Hoover empresa-taldearekin bat eginda dago gure marka komertziala. Eta ezer ez da lehen zena. Etxetresnak ere ez dira gaur asmatzen inoren otsein izateko, ia senitartekoak direlako. Baina bai ditugu gordeak agertu ziren garaietako oroitzapen kolektiboak, begirunez gainera. Gabonetan etxera irribarretsu eta “eguberri on” esaka itzultzen ziren ume lander haiek bezala… egun bereziak ziren, goserik gabekoak: agian gaztain erreak ere egongo ziren sutondoko mahai oparoan. Hori bai, Done Eztebe protomartiaren egunean, abenduak 26, berriz lanean egotearen balditzarekin. Egun pare familiaren goxotasunean eta hurrengo urtera arte: morroi ala esklabu ziren gure otsein isil et isilduak?

Olentzero es un madero

El personaje de Olentzero que tan incuestionable nos parece hoy, poco o nada tiene de tradicional entre nosotros y sí mucho de una necesidad ideológica de un momento concreto, siendo luego bien espoleado por el comercio, siempre ansioso de mover las cajas registradoras. Y no está mal del todo y de hecho me encanta para celebrarlo. Pero no soporto que ello conlleve una matarrasa de todo lo anterior, de lo propio y genuino. Tanto que lleguemos a olvidar quiénes somos y de dónde venimos. Así es que vamos a revolver un poco, como un modo de lucha revolucionaria y antisistema contra el olvido generalizado.

Olentzero en Bilbo, todo un espectáculo. Pero espectáculo dicho en todos los sentidos: pobres criaturas, pobre país…

EL SOL Y EL FUEGO. Nuestra celebración navideña se debe —como a estas alturas todos sabemos— no a la rememoración del nacimiento de Jesucristo sino a unos antiquísimos ritos previos consistentes en la adoración al sol, costumbres que el cristianismo enmascarará posteriormente con esa efeméride natalicia inventada ad hoc para adueñarse de ellos.

En estas fechas tan entrañables celebramos el inicio del invierno en nuestros calendarios actuales o, quizá mejor, tal como se percibe en los países del norte de Europa, el día central del invierno, ya que es ahora cuando menos fuerza tiene el sol y comienza a resurgir.

También sabemos que aquellos ancestrales ritos de adoración al sol se materializan entre nosotros por medio del fuego, una especie de delegación simbólica de aquel astro en la Tierra. Un fuego que en las fechas señaladas del ciclo solar adquiere siempre un carácter mágico, purificador, benefactor y protector para sus súbditos los humanos. Es el sol el que da y quita la vida a esa naturaleza de la que nos sustentamos.

La especulación sobre la posible antigüedad de esa veneración al fuego solar es algo que estremece. Pero prueba de ello es que, de un modo u otro, se lleva a cabo en prácticamente todas las culturas del mundo. Es decir, es algo en apariencia inherente a nuestra existencia como seres humanos.

EL TRONCO PRODIGIOSO. Con los nombres de eguberri, gabon, gabonzuzi, gabon-subil, gabon-mukur, olentzero-enbor, onontzoro-mokor, subilaro-egur, suklaro-egur, sukubela, porrondoko... recogió J. M. Barandiaran en toda la geografía vasca la costumbre de traer desde el bosque hasta el hogar un gran tronco cuyo destino era el ser «sacrificado» en el fuego, quizá ofrendado al sol para atraer su protección y prosperidad en el futuro más cercano. Debía de arder durante esa noche solsticial —Nochebuena— y así poder convertirse en algo mágico, dotado de poderes sobrenaturales.

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año». Imagen de leñadores vascos

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año...» contaba el sacerdote de Ataun en unas densas notas que, por su interés, reproducimos completas al final de este post.

De la gente entrevistada en Laudio —mi pueblo de nacimiento—, nadie lo recuerda hoy [con posterioridad conseguí un precioso testimonio: El tronco navideño de Goirizabal]. Aunque sí las vagas referencias de algunas personas mayores de los cercanos Luiaondo (Aiara), Okondo o Saratxo (Amurrio). Su ceniza bendecía los campos  y ayudaba a mantener la buena salud del ganado.

OLENTZERO. Curiosamente ese madero mágico de Nochebuena recibe el nombre de Olentzero en algunos rincones de nuestra geografía, en referencia a la bondad de los augurios de esa noche, al instante estrictamente navideño, nada que ver con el personaje que hoy conocemos. Sí tenemos referencias, claro está, de un complejo personaje mitológico que simboliza estas fechas solsticiales o al menos actualmente comparte su nombre. En cualquier caso, nada tiene que ver con un carbonero, el mito moderno actual. Por no extendernos, dejamos para otra ocasión la profundización en la metamorfosis histórica de ese personaje.

Concuerda con el hecho de que no se hable de ningún carbonero ni personaje ni nada similar en la primera referencia de esa palabra, como es sabido, a manos de Lope Martínez de Isasti (Lezo, 1565-1626). Su explicación no deja lugar a dudas: «A la noche de Navidad [llamamos] onenzaro, ‘la sazón [la época] de los buenos’». Tampoco en las siguientes citas documentadas, limitadas a describir con ese término el período de tiempo de esas fechas mágicas. Lo aclara a las mil maravillas un dicho popular mucho más tardío recogido por R. Mª Azkue (Euskalerriaren Yakintza) de un Almanaque bilbaíno de 1897: «Onezaroz leihoan, Pazkoetan sua» [‘Por Navidades en la ventana, en Pascua junto al fuego’]. Es decir, que ha de hacer invierno cuando toca porque, si se altera el orden natural, nos golpeará su crudeza en primavera, cuando más perjudicial es para las cosechas. Algo similar al «Cuando marzo mayea, mayo marcea» con el que mi madre sentencia el firmamento cada vez que mira por la ventana. Una y otra vez. Año tras año. Con la pasión de quien cree estar desvelando algo hasta entonces desconocido.

Nunca encontramos en los registros mínimamente clásicos de nuestra lengua carbonero alguno bajo en nombre de Olentzero. Sospecho por ello que lo inventaríamos a fines del XIX o, quizá incluso, a principios del XX.

En cualquier caso, no es difícil de hacer una extrapolación para sugerir que podrían identificarse perfectamente la extracción de un llamativo tronco del bosque y la labor de los carboneros en las más apartadas montañas, la idealización moderna del concepto de Olentzero.

Olentzero con Mari Domingi en Mungialde, bien cargados de regalos para los peques

TIÓ DE NADAL, TIZON DE NABIDAT. La misma concepción de ese tronco navideño que conlleva la prosperidad y la bondad lo tenemos en el Tió de Nadal, –también llamado tronc(a), soca, xoca, cachafuòc o soc de Nadal…– de las culturas circumpirenaicas de Cataluña, Andorra, Occitania y Aragón, un tronco al que se cuida y “alimenta” en casa hasta que en Nochebuena se le hace “defecar” todos los alimentos, regalos, etc. poniendo un fin simbólico al hambre y las penurias.

Tió Nadal, el tronco mágico navideño pirenaico, que cuenta con especial relevancia en Cataluña

Una referencia con un mayor valor etnográfico si cabe podemos observarla en una plegaria ritual recogida en Escalona (Huesca) y en donde, en el momento de prenderle fuego, el más viejo o dueño de la casa solicita al madero navideño todo tipo de favores con los que, prácticamente, se hace una definición de lo que se considera felicidad:

«Tizon de Nabidat tu yes o tronco d’a casa por ixo yo bendizco con bin esta troncada en nombre de Dios y o nino que baxa ta la tierra ta que ta ista casa traigas a felizidat más plena. O primer trallo ta tu, porque tu tot lo nabegas. O segundo por nusatros que nos des salut a espuertas. O terzero ta que niebe y se críen as cosechas. O cuarto ta que as arreses no se disgrazien ni mueran. Y o quinto ta que a Paz nos espante toda guerra».

Fiesta rural de los Tonis en Taradell (Barcelona), con un claro carácter de ritual de invierno. Transporte del gran tronco en las tres tombs (paseo compuesto de tres vueltas por el pueblo). Año de 2016.
Felicitación navideña con alegoría al transporte del Yule Log, el tronco de Navidad. 1870 aprox.

YULE LOG EUROPEO. Nuestras ancestrales costumbres han sido compartidas por los países del norte de Europa, con el nombre de Yule log –hoy reducido en muchas ocasiones a una tarta con forma de madero–, el Christklotz… unos grandes troncos, símbolos por excelencia de la Navidad, y que se acarreaban hasta el hogar para que éste quedase bendecido con su simple presencia. Es exactamente lo mismo que tan arraigado aparece en nuestras costumbres locales vascas.

Antiquísima cultura europea común basada en una religión de adoración del bosque… Una vez más, otro camino diferente nos conduce hasta la misma piedra angular.

ÁRBOL DE NAVIDAD. Curiosamente, en estos días que ahora nos toca vivir, muchos de nuestros hogares, calles y plazas se encuentran decoradas con el árbol de Navidad. Es una costumbre moderna entre nosotros pero que a su vez, con su importación, cerramos el círculo del culto al árbol que nuestros antepasados practicaron: recogemos de fuera lo que perdimos aquí.

En efecto, la moda del árbol adornado en nuestros hogares la importamos en su día de Francia y ésta, a su vez, a mediados del XIX, de los países germánicos. En su lugar de origen –Alemania y Escandinavia– con él se adoraba al dios Frey, el responsable del sol, la prosperidad y la lluvia: mitología en su estado más esencial.

De ahí que se adorne con regalos, comida, felicidad… colgando de sus ramas como reclamo y preludio de esa prosperidad que con él auguramos. Hablamos sin duda de lo mismo, de aquel árbol que con gran esfuerzo arrastraban desde el bosque hasta nuestros hogares para que portase la abundancia, fecundidad y felicidad a la comunidad que allí vivía. Idéntico fin y origen que esa expresión de «próspero año nuevo» que una y otra vez repetimos casi sin ser conscientes de ella.

Cortando el árbol de Navidad en el bosque. Franz Krüger. 1857

Estremece asimismo pensar cómo también nuestros antepasados eligieron un solemne árbol en torno al cual hacer las juntas vecinales para determinar los designios del pueblo, el embrión de los actuales ayuntamientos. El árbol, siempre el árbol… el idolatrado bosque, reminiscencias de aquellos pueblos a los que los romanos llamaron bárbaros. 

Ahora hemos de conformarnos con un personaje de diseño idealizado para las fiestas solsticiales y que por su complejidad ya trataremos en otra ocasión. Nada que ver ni siquiera con aquel último gentil, el único que no se inmoló al ver nacer a Jesucristo y que —cuenta la leyenda— descendió al valle a dar la noticia de que empezaba una nueva era.

Un afinado Olentzero el actual, recién casado con una esposa impuesta por conveniencia, último grito en modernidad. Una modernidad que de nuevo queda desfasada porque, dicen, Olentzero  y Mari Domingi refuerzan el modelo heterosexual como única opción de emparejamiento, condenando al ostracismo a las demás opciones amorosas o familiares. En fin…

Tampoco hoy en día puede citarse que le gusta beber vino con fruición. Ni puede mostrar su pipa porque incitaría a fumar a los más pequeños. Un personaje, para más deshonra y ofensa, al que hemos añadido un saco repleto de regalos a la espalda que nunca hasta entonces había llevado. Unas dádivas que los niños reciben tras haber escrito una carta con sus infantiles deseos y que puntualmente recoge un emisario de nuestro orondo Olentzero. Y si se le puede poner un zapato para que identifique a cada uno de la familia, perfecto. Eso sí, como es carbonero, entrega carbón a quien se ha portado mal. ¿Nos suena de algún otro lugar, verdad?

En resumen, lo único cierto de esta historia es que hemos creado un San Nicolás o Santa Claus “a la vasca”, diseñado a medida hace unas pocas décadas: ya tenemos el Euskal Papa Noël, el sustituto perfecto para los Reyes Magos. Cuando no lo hacemos posar junto a una mula y un buey…

LOS REGALOS. Por cierto, personaje éste de Santa Claus que comenzó a hacer regalos de juguetes, etc. a los más pequeños en torno a 1820, auspiciado por el comercio. O la réplica comercial de aquél, nuestros Reyes Magos cuyos «regalos de siempre» comenzaron en 1850… Dicho de otro modo: ayer. Y de ahí nuestra también «ancestral tradición» de los regalos de Olentzero que nunca hasta estas últimas décadas lo había hecho.

Imagen de hoy mismo, con el fuego que convierte en hogar la casa que me vio nacer

LA INFELICIDAD DEL OLVIDO. Y no es que esté en contra de la actualización, readecuación de nuestras costumbres, porque en el fondo siempre han sido cambiantes en el tiempo y porque, bienvenidos sean los cambios si ellos ayudan a su perduración. Pero a su vez, mientras alentamos esos nuevos mitos y leyendas, dejamos escapar sin siquiera ningún guiño de añoranza aquello que durante siglos fue nuestra esencia, el alma de nuestra cultura. Ni una sola referencia en ninguna publicación ni una breve explicación sobre nuestro tronco navideño en la más remota escuela infantil. Nada de nada.

No parece posible que sea cierto lo que estoy contando ¿verdad? Con lo celosos que somos los vascos para nuestras tradiciones…

Así es que os deseo mucha felicidad a todos/as y un “próspero” año nuevo. Comprad lotería para ver si os toca, que yo me quedo conforme pegado al tronco de árbol que arderá, más mágico y atávico que nunca, en el fuego de Nochebuena. Porque bien es sabido que es el fuego el que da nombre al hogar. Eso ya es suerte de por sí, un auténtico premio. Eguberri on.

CONTINUACIÓN (2ª parte): Olentzero: de madero a carbonero

Viejo tronco junto a la Ventilla de Okondogoiena (Okondo) paulatinamente fundiéndose con la tierra de la que surgió

ANEXO: TEXTO DE J. M. BARANDIARAN SOBRE EL TRONCO DE NAVIDAD (1956)

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año. En Esquiroz y en Elcano ponen al fuego tres troncos: el primero para Dios, el segundo para Nuestra Señora, el tercero para la familia. En Eraso y en Araquil ponen, además, un madero para cada uno de los miembros de la familia y otro para el pordiosero. En Olaeta encienden en el hogar un tronco de haya durante la última noche del año y queman a su lado todo lo que queda del tronco del año anterior. Por haber estado al fuego durante la Nochebuena o en el último día del año, Gabonzuzi tiene virtud especial. Con su fuego preparan la cena de Nochebuena en Oyarzun.

En Abadiano y en Anzuola hacen lo mismo; además, después de la cena, la familia se agrupa en su derredor para calentarse. En Elduayen procuran hacerle arder a gran fuego, a fin de evitar, según se lo dicen a los niños, que descienda de la chimenea el personaje Olentzaro, armado con una hoz, a quitar la vida a cuantos viven en la casa.

En Esquiroz colocan el tronco o Gabonzuzi consagrado a Dios en el umbral de la puerta principal de la casa el primer día del año, o el día de San Antón, y hacen pasar por encima a todos los animales domésticos. Creen que así los animales no morirán por accidente durante el año. La misma costumbre existía también en Oyarzun y en Araquil. En Salvatierra creen que Gabonzuzi tiene la virtud de alejar las tempestades y lo ponen al fuego cada vez que se acerca una tormenta.

En las casas donde hay toro semental practican lo siguiente: colocan al fuego en el hogar dos palos durante la cena de Nochebuena; ambos se queman algo por un extremo; hienden luego el más largo de los dos por el extremo quemado y colocan el segundo atravesado en la hendedura del primero de modo que ambos formen una cruz; ésta es llevada al establo donde se halla el toro y clavada o colgada de un muro o poste. Con esto creen que el toro no tendrá durante el año el mal conocido con el nombre maminpartidu.

En Aezcoa recogen el carbón y la ceniza producidos por la combustión de Gabonzuzi. Cuando una vaca tiene endurecida la ubre, ponen al fuego tales residuos y aplican su sahumerio a la ubre enferma. En Amorebieta dicen que el nochebueno o Gabonzuzi evita que la comadreja perjudique a quienes viven en la casa o a sus animales. No dejan que se apague el fuego del hogar durante la Nochebuena para evitar que alguno de la familia muera durante el año.

En Bedia conservan el tronco o sus carbones, pues piensan que asi continúa bendecida la casa. La ceniza producida al quemarse ese tronco en el hogar es conservada hasta el día de San Esteban en Ibárruri. Ese día la llevan a las piezas de cultivo y es esparcida en forma de cruz en la tierra. Así piensan que los animales dañinos morirán.

Según creencia de Liguinaga el nochebueno influye en que sean hembras los corderos que nazcan en el rebaño. Cuando muere una persona le ponen al lado Gabonzuzi en Eraso. En Olaeta ese tronco, que allí arde en la última noche del año, es retirado después de la cena y colocado en el establo a fin de preservar de enfermedades a los animales allí recogidos».

Lampas, 13 urteko prostituta

Eguerdian ikusi nuenetik banekien garai batez lur jota utziko ninduela. Eta hala izan zen: arratsalde osoan neska harengan egon nintzen pentsatzen eta, esan diezazueket, loak hartu aurretik azken pentsamendua eta itzarri berriko lehena hari eskaini dizkiodala. Goibel utzi ninduen, bai.

Dena eguerdian hasi zen, Euskaltzaindiko Azkue biblioteka paregabean egon eta gero, Bilboko Arkeologi Museora hurbildu nintzenean. Badakizue Unamuno plazan, Mallonako eskaileretatik igotzen hasia.

ERAKUSKETA. Han eta otsailaren 3a arte, ikusgai jarri dute Erromanizazio garaiko “Mulieres” Emakumeak Augusta Emeritan izeneko erakusketa zoragarria, primerako materialekin. Duela bi mila urteko andre haien bizitzaren ikuspegi domestiko, soziala, funerarioa, estetikoa eta abar erakusten ditu bikainki. Euskal Herriko pieza batzuk dauden arren, ikusgarrienak dira Merida hiritik ekarri dituztenak.

Eta ikusitakoen artean, bazen plaka bat luxuzko marmolean zizelkatua, ume eder baten irudiarekin. Nagusiago izatearen itxurak zituen umea, bizitza arinegi erre ziotelako dirudienagatik. Jarrera sentsual-erotikoan dago, aldare batean eserita, lurtarren eta zerutiarren mundu bateraezinak mihise fin batez banatuak. Hilobi-ingurune batean agertu omen zen plaka hori, esan bezala, Meridan.

Baina piezaren edertasuna alde batera utzita, zer pentsatu eman zidan, haren ederrak gure frustrazioa dakarrelako aldi berean, islatzen duen historia gordinegia delako: Lampas (‘argitsuena’) izeneko neskatxa bati eskaini zitzaion oroitarria eta, herioak hartu zuenean, 13 urteko prostituta zen.

II. mendeko irudia. Goiko inskripzioan, grekeraz, LAMPAS. 13 URTE. Bere hilobia zenaren zati bat. Bertan neska bat dago, biluzik, edertasun betean, orrazketa dotoreaz eta, bularren azpian, txirikorda bat jartzen ari dela, agian, bularraren forma liraintzeko: fascia pectoralis bat da, garaiko bularretako sentsuala.

 

ZAKILAK LEPOKOAN. Museoko erakusketan ikusgai daude, bestetik, emakume dotoreenek idunekoetan eskegitzen zituzten urrezko “bitxi bitxiak”: zakil eta barrabilak, piezatxo txiki batzuetan, soineko-eskoteetan luzitzeko, begirada bekaiztiak sumintzeko.

Egiatan, faloak nonahi margotzen eta erakusten ziren: etxeetan, harresien kanpoaldean… Baina ez bertako emakumeak oso sexuzaleak zirelako, aseezinak gaur pentsa genezakeen bezala: emankortasun edo ugalkortasunaren ikurrak dira zakil horiek, oparotasuna eta ondasuna erakartzeko. Baina, halere, bai: sexuaz lokabe praktikatzen zuten eromataren garai hartan.

Zakil bat alu batzuetan sartzeko prest, etxe bateko mosaiko batean. Ugalkortasuna lortzeko irudia da eta ez sexurako deia

 

PROSTITUZIOA. Baina guztiek ez zuten etxean bilatzen zutena aurkitzen. Eta bai kalean. Maiz. Horregatik gure neskatoak praktikatzen zuen prostituzioa ez zegoen hain gaizki ikusita bezeroa –gizonezkoa– izanda, behintzat noiz edo noiz egiten bazen edo maila sozial behereko –eta ez “bereko”– batekin praktikatzen bazen. Baina sarritan plazer erraz horretara joz gero, behin ohitura bihurtuta, berehala gaitzesten zuen komunitateak, horra arte txalotzen zuen berak. Duela bi mila urteko bizigiro hartan txarrago zegoelako baloratuta jendaurreko irudi txarra, etxetik kanpo eta txortan ibiltzea baino.

Ospe txarra, txarrena, prostitutarentzat zen. Orain bezala, nonahi zeuden baina, aldiberean, ikusezinak ziren sistemarako. Orain bezala, atzerritarrak ziren sarritan. horren adibide, gure neskatoa: hortaz harria grekeraz idatzita egotea.

Putetxeak lupanar deitzen ziren, ‘otseme-tegia’. Otsemeak, lupa-k, ‘las lobas’, prostitutak… zirelako gazte haiek, nahiz eta beraiek ziren eraildako ehiza-piezak. Lupanareak iragartzen ziren etxeen kanpoaldean eta baliteke gure harri-xafla hori, barruan zegoen zerbitzuaren iragarkia izatea.

Baina egiatan ez dakigu zein izan zen Lampas gure neskatxaren kasua. Agian, bere negoziorako etxerik ez bazuen, kalean egingo zuen lan, arkuperen batean, horiek baitziren dohakabe haientzat lantokirik onenak, epelak bezain ezkutatuak. Hortaz forn hitza (`bobeda’) –“horno”-k (‘labea’) duen bera– gerora gaztelaniazko “fornicar” aditza eman duena, jatorrian, ‘ezkontidetik kanpoko sexu harremanak izatea’, ‘adulterioa’.

LAMPAS UMEA. Estremoz (Portugal) aldeko marmolaz egindako oroitarri hori, eder baino ederragoa da, iradokitzailea, fina, sentsibilitatez betea, artistikoa, gorena… arkeologian pieza ezaguna bere tipologia eta kalitateagatik. eta, aldi berean, aparta bezain garestia. Garestiegia…

Horregatik pentsatu nahi dut bere bezero dirudun batek agindu eta ordainduko zuela. Agian aingerutxo hari egindako zatarkeriekin damututa, kontzientziarik bazuen, errukitua hilotza umetu hura nola zurbiltzen ari zitzaion ikustean. Ala, beste barik, jainko eta jainkosen mendekuaren beldur. Otso zahar lizun madarikatua… maltzurkeriaz urratu zuela, behin eta berriz, gazte errugabe haren haragi berri, bizi, garden eta leuna. Txanpon batzuen trukean, txaponik kobratu baldin bazuen…

Antzeko adineko alaba baten aita izan behar da Museon bizi izandako samindura hura ulertzeko. Nik, Lampas… nik ez zaitut inoiz ahaztuko

Siti tibi terra levis (‘Arin izan dakizula lurra’)

 

 

 

Kanpaia min dagoenean

Bizien eta hildakoen arteko mugaketa zorrotza kontzepzio modernoa da gure artean, duela gutxira arte, ez zirelako mundu bi horiek zerbait estankoa, erabat irekiak eta elkarrekiko iragazkorrak baizik.

Gai horretaz jardun behar nuen joan den zapatuan, Orozkoko Olarte auzuneko eliza zoragarriaren elizpean, halaxe egitea enkargatu zidatelako betako museoan. Gau ilunean eta argizari baten laguntza bakarraz… Baina ez zen asmoa erabat bete, ilargia ere harro azaldu zitzaigulako bertan geunden guztioi, inoiz baino distiratsuago, akaso zakar zebilen hego haizeari protagonismoa kendu nahian. Baina argizariko argiak, duin bete zuen bere eginbeharra, uneoro sugarra kulunka ibili bazen ere. Ezin zitekeen giro aproposagorik asma, heriotzari buruz eta euskaldunok haren inguruan eraiki genuen unibertso sinbolikoari buruz aritzeko.

Han botatako kontu guztien artetik, bat bereziki dut gogoko, gure etxean gertutik bizi izan dugulako: herioak bizidunak bere mundu ilunera eraman aurretik, helarazten dizkigun zantzuak, helduko denaren abisu modukoak.

Horretarako, soberan nekiena beste behin entzutera hurbildu nintzen gurasoen etxera, denborak iraganik eta etorkizunik gabekoa dirudien sutondo hartara. Barikua zen, diru-gose ustelak «ostiral beltza» izendatutakoa. Eta hantxe zeuden gurasoak, elkarri begira, tarteka sua hauspotzen, denbora eta bizia bera igarotzen uzten. Haritik tiraka, gogoz hasi ziren bilatzen nuena kontatzen.

Txakurraren gaueko ulua, heriotzaren iragarlea da

 

TXAKURREN ULUA. Txakurren bat uluka ari bazen gauean, berehala hilko zen auzuneko pertsona bat. Amak berretsi zidan esanez seinale hori hutsezinezkoa zela: hala jazoko zen, nahitaez. Antza, txakurrek usaimena sano garatua dute eta herioaren presentzia usnatzeko gauza dira. Badakigu, bestetik, herioa gauez dabilela, iluna delako bere mundua. Etxe-abereak ere artega zeuden ukuiluan, berehalako ezbeharraren seinale ziren une berezi horietan.

Txepetxa, etxe inguruetan dabilen zoritxarreko txoria da, herioa erakartzen duelako

 

TXEPETXA. Zoritxarrekoa zen ere txepetxa txoria —gure inguruan epetxa deitua: chochín gaztelaniaz eta troglodytes troglodytes izendapen zientifikoan— eta, ikusiz gero, ahalik eta azkarren tragatu behar zen. Edota bere habia suntsitu. Ha etxe inguruan ibilita, norbait hilko baitzen.

HONTZ ZURIA. Eta zer esan hontz zuriaz, bere aiene beldurgarriak entzuten zirenean etxeko leihoan… gizakion argiak dituztelako gogoko eta bentanetara hurbiltzen direlako ahal duten guztietan, beste aldekoak diruditen garrasiak botatzera.

OILARRA. Bestalde, ezagun dute ez zela auzokoontzat zantzu lasaigarria oilarrak «ordu txarrean» kukurruka entzutea, hau da, ilundu berritan edo, behintzat, ez espero zitekeen egunsentian.

Badirudi nire gurasoek dakizkiten heriotzaren zantzuen zerrenda animalietara mugatzen dela. Eta seguru asko aurretik izan ziren beste batzuk ahaztuak dituzte betiko. Horien artetik aipatzekoak dira hitzaldia eman nuen Orozkoko Olarte auzunean Jose Miguel Barandiaranek berak jaso zituena 1923. urtean, garai hartarako oso zaharra zen Pedro Mª Sautua auzokoaren ahotik.

Aurretik aipatu ditudan nire etxeko sinesmenez gain, hauek jaso zituen Ataungo apaizak, elizako kanpai-hotsei lotuak.

KANPAI-HOTSA MEZAN. Haietako bat da mezako kontsagrazioaren unean kanpaiek jotzen baldin badute: «…es señal de muerte próxima si el alzar de la hostia o del cáliz coincide con el toque de la hora del reloj de la misma iglesia«.

KANPAI MINA. Bestalde, eta niri gehien gustatzen zaidana, herioaren bisitaren zantzua zen kanpai-hotsa normala baino gehiago luzatzen zenean, oihartzun moduko batez. Horri, kanpaia min egotea esaten zaio bertan. Min, triste, goibel, etsituta, penaturik… omen du soinua, antzematen delako bere seme-alabetako bat iluntasuna nagusi den bizilekura bidali behar izanagatik.

«Cuando, después del toque de las campanas, se oye resonancia prolongada (kanpaia min dagonian=cuando la campana está dolorida), es señal de que alguno de la vecindad morirá pronto». Kanpaia min dagoenean… zein esapide eder, zein humanoa, zein goxo… Sano ederra, beste barik.

Olarte (Orozko) auzuneko eliza. Bertan jaso zuen ohitura hau J. M. Barandiaranek 1923. urtean. Atzean, Itzina (Gorbeia), Mari jainkosaren bizilekua. Argazkia: Indalezio Ojanguren, 1952

 

Gaur astelehena da. Eta lehengo zapatuko hego-haizea, euri eta hotz bihurtu zaigu gaur. Beti delako horrela. Hego haizeak, ezinbestez dakarrelako euria atzetik. Bata bestearen hutsezinezko antzua delako. Gorago aipatutako heriotzari buruzko gure uste tradizional horiek bezalaxe…

Letra hauek argitaratu eta gurasoenera joango naiz berriz, argia lehenbiziz ikusi nuen etxera. Eta esango diet zein esker onekoak diren kontatzen dizkidaten bizipen horiek guztiak. Eta zenbat maite eta behar ditudan. Trukean neu arduratuko naiz, basorantz uxatuz, etxe inguruan epetxik ibili ez dadin. Nirekin batera luzaroan nahi ditudalako ama eta aita, aita eta ama.

Eta kanpaiak… ez min ez alai: gure etxean ez dira entzuten. Guztion onerako…