El fuego nuevo

El fuego ha sido desde el principio de los tiempos el distintivo cultural principal de la especie humana, el elemento que inducía la reunión de los individuos, lo que cohesionaba familias y sociedades, el oráculo frente al cual se exponían todas las preguntas y respuestas unidas a la efímera existencia humana. Es, al fin y al cabo, la herramienta mágica con la que dominar el mundo y sus designios. De ahí que, durante tantos milenios de convivencia entre el fuego y las personas, lo hayamos tupido de connotaciones simbólicas.

Sin embargo, todo ello parece haberse derrumbado en los últimos tiempos y corremos el riesgo de perderlo para siempre. Ahí van pues estas reflexiones que pretenden luchar contra la normalización y globalización del olvido sistemático y resistir frente a la desmemoria popular.

FUEGO Y TEJA. Sin ir muy lejos, en la cultura vasca, el contar con un fuego perenne es lo que convertía cualquier edificación en un hogar —hogar, ‘lugar de fuego’—, el rasgo inequívoco que lo diferenciaba de cabañas u otros refugios temporales… La constatación de un fuego era lo que posibilitaba adquirir la vecindad en una población. De ahí que, en su extrapolación simbólica, se añada un trozo de teja y otro de carbón bajo todos los mojones, como muestra incuestionable de su legitimidad, porque todo aquel que viviese bajo teja y tuviese un fuego ya estaba facultado para poseer y para formar parte de aquella comunidad.

FOGUERACIONES. Es tal la importancia del fuego, que los primeros censos de población se elaboran en base a los fuegos domésticos, a las hogueras y no a las familias. De ahí su nombre de «fogueraciones«. Y es a esos fuegos a los que se les vinculan unas «almas», las personas que viven bajo su protección. Sin duda, aquella forma de actuar de la Administración recogía la forma de entender la existencia en aquellas épocas, diferentes a las actuales.

FUEGO ETERNO. Y, como el fuego del hogar era lo que hacía a alguien digno de ese lugar, no podía apagarse bajo ningún concepto durante el año. Algo similar a la llama eterna en templos o en monumentos memoriales. Por ello cada noche se cubrían los rescoldos con ceniza para avivarlos a base de soplidos o fuelle a la mañana siguiente. Como si del alma de un ser vivo se tratase… Suponemos que, al margen de las razones simbólicas, también habría que tener en cuenta las prácticas ya que era sumamente costoso encender un nuevo fuego, con eslabón y pedernal o, incluso frotando maderas entre sí.

FUEGO SOLIDARIO. Ante la importancia del fuego perenne, no es de extrañar que el mismo fuero de Navarra describa y recoja por escrito una obligación que, con seguridad, era común en la interrelación vecinal tradicional. Así lo recoge Yanguas (1828):

«EL FUEGO: Debe darse recíprocamente en los pueblos de Navarra, escasos de leña,los unos vecinos a otros, dejando para ello en el hogar, después de haber guisado la comida, tres tizones a lo menos. El que necesite de fuego acudirá a la casa del vecino con un tiesto de olla, y en él una poca de paja menuda; dejará el tiesto a la parte de afuera de la puerta de la casa, subirá al hogar, atizará el fuego, tomará ceniza en la palma-de la mano, y sobre la misma ceniza pondrá las ascuas que quisiere llevar al tiesto, dejando los tizones del hogar de manera que no se apaguen. El vecino que se escusare a dar fuego en esta forma pagará 60 sueldos de multa».

Sabemos que, en otras ocasiones, el fuego del hogar se transportaba a otros lugares en donde fuese necesario sobre una yesca atada a una cuerda mientras se hacía girar para que con el aire se avivase. Así eran encendidos muchos caleros, etc.

Fuego en el hogar de la casa que me vio nacer, en donde el tiempo parece no transcurrir

RENOVACIÓN DEL FUEGO. Aquel fuego que se mantenía vivo durante todo el año era conscientemente apagado para ser renovado en ciertos días del año. Uno de ellos, era el de la noche de Nochebuena, sin duda imitando el declive solsticial del sol que luego renace con fuerza para dar vida y prosperidad en la fecunda primavera. El apagar el viejo suponía, por otra parte, el poner fin a lo anterior, haciendo una especie de borrón y cuenta nueva.

El nuevo fuego o suberri se tomaba o de unas hogueras rituales que se hacían en comunidad esa noche en la plaza del pueblo o se hacía directamente en el hogar, quemando en muchas ocasiones unos grandes troncos traídos del bosque en un curioso ritual.

En algunas poblaciones ese tronco daba el fuego para todo el año y, en otras, lo más común, hasta nochevieja, en donde se repetía la operación de apagado y encendido de otro suberri o ‘fuego nuevo’. También en algunos lugares de Euskal Herria se han hecho suberris en Semana Santa, con penosos rituales de encendido a base de frotar maderas entre sí, para celebrar la resurrección de Cristo.

CREENCIAS EN TORNO AL FUEGO. Recuerdo cuando de jóvenes (1985), conviviendo algunos días con el pastor José Mª Olabarria en su chabola de Lexardi (Itzina, Gorbeia), nos llamaba la atención observar cómo escuchaba el fuego. Porque por sus chisporroteos, decía, se sabía de un modo infalible cuando iba a aparecer algún visitante: en él creía leer el futuro.

También disponemos de otras curiosas creencias, ligadas a la presencia de almas de los antepasados que se arriman al fuego del que en la otra vida fue su hogar. O la costumbre recogida por Azkue (Euskalerriaren Yakintza, 1935-1947) y que, entre otros, practicó mi padre en su caserío de Markuartu (Laudio): consistía en introducir a los gatos nuevos en un saco y darles tres vueltas sobre el fuego: a partir de aquel momento se les neutralizaba el instinto innato de la huida y quedaban ligados para siempre al hogar.

Pero quizá sea conveniente viajar hasta Galicia, recurrente último reductode oficios, creencias, etc. que fueron anteriormente comunes, para redescubrir cómo vivían nuestros antepasados su relación con el mágico elemento del fuego. Nos lo contó el historiador Manuel Murguía —esposo de Rosalía de Castro— en 1885, en base a los apuntes que tomó en los Ancares de Lugo. Recogió la superstición de considerar al fuego como si se tratase de un ser animado, al que había que alimentarlo cada mañana avivándolo a partir de los rescoldos de la noche anterior. «Dejarlo morir —nos contaba— equivale a un sacrilegio y se paga caro[pues] la desgracia perseguirá de cerca a la casa y los que la habitan [puesto que] un fuego muerto indicaba un lugar desierto». Aquel fuego que hacía las veces de ente protector del hogar renacía cada primero de enero: «Se limpia el hogar, se arroja el fuego de la noche y se enciende de nuevo. Para que sea propicio debe durar todo el año [y] en determinados días le arrojan flores. Cuando cuecen el pan le dan su porción, echan sobre él algunas cucharadas de grasa (manteca de cerdo) y así que se levanta la llama dicen que «el fuego se alegra». Nada sucio se arroja a la lumbre, pero muy en especial las cáscaras de los huevos, porque con ellas quemaron a san Lorenzo […]siendo éste el nombre con el que llaman al sol, mientras que el gallo y la gallina son símbolos de la abundancia por los huevos que producen: serán la personificación del sol». En Bergantiños (A Coruña), además, se recoge que «cuando uno saliva sobre el fuego, le increpan diciendo: «Judío, no escupas en el fuego,que salió por la boca del ángel«. [También] estaba prohibido mantener relaciones sexuales frente a él», tal y como nos cuenta el profesor emérito de la Universidad de Málaga, Demetrio-E. Brisset en su trabajo La rebeldía festiva (2009).

Poco más que contar, porque si no me recriminan que hago textos demasiado largos para la demanda de inmediatez en las comunicaciones actuales. Olla rápida porque, ahora, ni la placentera lectura puede cocinarse a fuego lento.

Tan solo quisiera comentaros antes de cerrarlo, que me emociona leer, escribir y sentir cosas así. Porque me transportan a lo más íntimo de mi ser, a nuestros orígenes. Porque me hacen sentir el aliento agónico de unas culturas populares que jadean doloridas y nos claman ayuda al percibir que nadie mira ya los fuegos de llama. Ya solo hay sitio para las hogueras de pantalla digital.

Un saludo desde el fuego de la casa que, hace ya bastantes años, nací. En él espero para celebrar la navidad. Espero que, al menos, hasta que me extinga yo, no se extinga él.

Felices fiestas y felices vosotros/as: solo es cuestión de mantener la llama encendida.

Basaratuste: el carnaval del bosque

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En nuestra cultura popular vasca existe una curiosa ceremonia de invierno sobre la que no se ha reparado a pesar de lo excepcional de la misma. Se trata del Basaratuste o Kanporamartxo, en notable retroceso y limitado hoy en día a unos pueblos de Bizkaia. En lo que a la puesta en escena se refiere, queda reducido a un almuerzo en el monte, sin referencia alguna a su historia y su razón de ser. Es decir, nos encontramos frente a una fiesta a la que traicioneramente se le hurtó el alma, la esencia y su razón de ser.

Pongámonos en escena… Las fechas tradicionales de los carnavales son libres y variadas dependiendo de la localidad, si bien lo corriente es que se celebren en los tres días previos al Miércoles de Ceniza, es decir, domingo, lunes y martes, que dan paso a la Cuaresma. Insistimos una vez más, que debemos habituarnos a mirar más allá de esas fechas y ceremonias siempre enmascaradas por el cristianismo. Y es que los carnavales son mucho más, algo salvaje, atávico, montaraz… unas fiestas que nos hacen escuchar los latidos de esa tierra que cada día besamos con nuestros pies.

La puerta a aquellos genuinos carnavales,  los auténticos, la abría en algunos lugares el jueves gordo o “de lardero” o, en otros, el Basaratuste. Era esta última una celebración que se hacía –y se hace– en el domingo previo al de carnaval. Hoy en día se conoce como «basaratiste», «basatoste», «basatuste»… y basta con citar su nombre para que la sonrisa y el brillo en los ojos afloren en los rostros de muchos de los ancianos a los que preguntamos. Porque recuerdan con nostalgia aquella tradición que, no pudiendo explicar cómo, dejaron perder para siempre. Eso sí: en contraprestación ahora no hay pueblo que no tenga su insustancial desfile y concurso de disfraces para que vanidosamente nos miremos al espejo y comprobemos lo geniales y auténticos que somos al ir a la calle disfrazados de gallinas o bucaneros.

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Pero lo nuestro es otra cosa… es el quedarnos con las nueces y dejar el ruido para otros. Porque aquí hablan nuestros antepasados: gritan y aclaman rogando que nos esforcemos por no olvidar aquellas ideas y formas de interpretar la vida suyas, aquellas con las que nos edificaron durante tantos siglos. Nada de fiestas estridentes y vocingleras… lo nuestro es el Basaratuste, cuyo precioso nombre, por cierto, se compone de «baso» y «aratuste», es decir, ‘el carnaval del bosque’. ¿Hay quien dé más?

En los pueblos en los que aún lo practican se acude a unos lugares específicos, fuera de las zonas habitadas. Unos enclaves que se repiten año tras año y que «pertenecen» a la comunidad humana de un municipio, barrio o parroquia que se identifica en torno a él.

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Allí se asan productos del cerdo, nuestro gran animal totémico, cuasidivino en los ritos invernales. Se cocinan pinchados en un palo llamado «txitxi-burruntzi» o “txitxi-burduntzi”. Son celebraciones que, a pesar de ser minoritarias, suelen gozar de buena aceptación por lo salvaje y puro de las mismas.

Pero pocos o nadie parecen percibir que se trata de la reminiscencia de una antiquísima ofrenda de alimentos que se le hacía al gran bosque, de nuevo para que despertase y cogiese fuerzas para producir todo aquello que necesitaban los humanos. Con un ritual fuego purificador, omnipresente, y valiéndonos de esas ramitas que el mismo bosque nos facilita. Con un simbólico sacrificio animal incluido: el del cerdo.

Algunos historiadores retrotraen todo este tipo de ofrendas a antiguos sacrificios humanos ofrecidos a la tierra madre y que posteriormente fueron sustituidos por muertes de animales. Existen diferentes referencias similares a nuestro Basaratuste por todo el mundo, lo que invita a pensar en un origen común prehistórico para todas ellas.

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Se dice asimismo que, ante la dureza del invierno, resultaba muy complicado alimentar a los animales para mantenerlos vivos, por lo que se iban sacrificando paulatinamente. Así, además de eliminar una obligación ganadera, se conseguía alimentar a los humanos y a las divinidades en una época en la que la naturaleza no ofrecía alimentos. Porque el invierno de nuestros antepasados era básicamente oscuridad, hambre y frío.

Y de allí, miles de años después, recogemos hoy nuestro ignorado e inadvertido Basaratuste, nuestro Kanporamartxo… Curioso también que se haya mantenido en los pueblos en donde no se perdió el euskera, constatando una vez más que creencias, costumbres y lengua fueron siempre de la mano.

En los pueblos de la comarca en donde yo vivo (Arrankudiaga, Ugao, Arrigorriga, Zaratamo, Arakaldo, Orozko…) tan extraordinaria fiesta es conocida como «kanporamartxo», nombre algo chocante y que no cuenta con interpretaciones etimológicas conocidas. Por mi parte sí me gustaría apuntar que, en sitios como Orozko, en las últimas reliquias de su euskera, se llama «martxo» al domingo de carnaval, probablemente relacionado con el nombre del mes de «marzo». De ahí que en lo personal opine que probablemente «kanporamartxo» sea ‘el domingo carnavalesco que está fuera [del carnaval puramente dicho]’. Por aportar algo…

Otras denominaciones con las que se nombra a este curioso ritual es el de sasimartxo, ‘el carnaval del jaro’ (Zamudio, Derio…) o basokoipetxu (Otxandio). En realidad este último caso sería «baso-koipetsu«, ‘la fritanga o asado del bosque’. En realidad, «koipetsu» significa ‘pringoso, grasoso’ pero, en pueblos como el mío, Laudio, se usa para denominar por antonomasia al tocino asado al «txitxi-burduntzi«.

Pero, sin duda, la denominación que más me encanta es la de basaratuste, la del «carnaval del bosque». Qué pureza, qué raigambre en lo más íntimo de nuestra cultura… pero además, nunca algo tan arcaico ha ofrecido mayor potencial para el futuro, ahora que se educa a los pequeños en la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente. ¡Qué manera más bonita para mostrar honores y gratitud al bosque que esta fiesta anual de su carnaval! Y pedirle que despierte y que un año más nos haga dichosos con su existencia… ¿o preferimos limitarnos sólo a los disfraces de vampiro y otras memeces similares?

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Kanporamartxo… Basaratuste… Recordemos para finalizar que, en el occidente vasco, el carnaval ha sido conocido como Aratuste, término a recuperar y defender como elemento patrimonial que es. Hoy, desdichadamente y al igual que nos sucede con la reducción del complejo carnaval a un simple disfraz, nos arrastra una empobrecedora globalización cultural, aun cuando esta sea vasca. Y en los reinos del Aratuste impera ahora el extraño Inauteriak, haciendo agonizar al primero.

Yo estoy ansioso ya porque llegue el día. Como recogió en su manuscrito (1567) Joan Pérez de Lazarraga, el segundo escritor en euskera, «…alegere baxe sekula triste, nik diot egun dala aratixte«, ‘alegre pero jamás triste, porque digo yo que hoy es Aratuste’. El bosque nos espera…

Programa sobre el Kanporamartxo o Basaratuste grabado con ETB2 en primavera de 2017.

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