Helena, cada día más buena

= SANTA (H)ELENA, MI AMOR INCONFESABLE =
He de reconocer que dentro de esta carencia de fe que profeso y practico hasta en los domingos y fiestas de guardar, me encantan la hagiografía (historia de las vidas de los santos) y leyendas del cristianismo. Y entre ellas, me tiene arrebatado la curiosa vida de Santa Helena (o Elena), personaje del que me declaro perdidamente enamorado. Cada 18 de agosto, es su fiesta y no podemos dejarla pasar. Os recuerdo que entre otras más, es la patrona nada menos que de… los y las ARQUEÓLOGAS (por lo que también la rememoramos el 3 de mayo), de los y las DIVORCIADAS y de los (sin «las») MATRIMONIOS DIFÍCILES, (estos celebrados en lo más íntimo cada día). Me parto con esta última faceta. Pero es que se las trae. Vamos a ello.

= SANTA HELENA: LA CHICA DIEZ =
Lo que hoy celebramos como «Santa Helena» y punto, es en realidad un personaje histórico nacido (año 250 aproximadamente) en Anatolia (zona asiática de Turquía) y cuyo nombre era más complejo: Flavia Julia Helena. Toma ésa porque al parecer su nombre de pila era lo único feo que tenía.

A pesar de ser de una familia muy humilde, hija de un sirviente, su belleza era tan llamativa («Helena, cada día más buena» dicen que se comentaba) que se le hizo irresistible a un personaje que fue césar primero y augusto después y cuyo nombre también se las trae: Constancio Cloro. No se entiende por qué con ese apellido no es patrón de los cuidadores de piscinas. Pero sigamos, porque lo de Constancio sí que lo llevaba a rajatabla y llevó tanto el cántaro (¿de cloro?) a la fuente que al final consiguió beneficiarse a la bella Flavia Julia Helena, cada día más buena, permitidme la insistencia porque es un apunte tan obsesivo como pertinente, y oportuno.

Y el señor Cloro, que de tonto tenía poco, la tuvo de concubina (período de pruebas para el aquí te pillo aquí te mato) primero y de esposa después.

= DE AMADA A CORNEADA =
Pero la desdichada Helena pasó de ser «cada día más buena» a ser la «cada día más tonta», a la que se la pegaba continuamente el «cochino, marrano, cerdo romano» de su marido. Porque en eso de la constancia sexual sí que hacía buen honor a su nombre el fenómeno aquel. Y se divorció de la despechada muchacha (año 292) para casarse con otra mujeraza que también apuntaba buenas formas: Flavia Maximina Teodora, todo un braguetazo para la época ya que no era una pringada como Helena, sino nada menos que la hija del césar Maximiano. Bueno… hija no… hijastra. Otros líos de faldas. Es que ahí no descansaba nadie al parecer.

= PATRONA DE LOS DIVORCIADOS Y MATRIMONIOS DIFÍCILES: PREMIO DE CONSOLACIÓN =
Y por cornuda y por haber sufrido los caprichos de su marido, es nuestra Helena (o Elena, que aparte del marido en algún momento también perdió «h» inicial de su nombre) es LA PATRONA DE LOS DIVORCIADOS y de los MATRIMONIOS DIFÍCILES. Más le hubiese valido darle a aquel cochino una patada en salvas sean las partes. Pero como era tan recatada y buenina… Bueno: mejor no meterme en cosas íntimas de la pareja que luego salgo trasquilado.

= DE ULTRAJADA A EMPEATRIZ =
Pero hete tú que de aquel marido tan practicante de la infidelidad, había tenido un hijo de nombre Constantino, hijo de Constancio el del cloro. Constantino y Constancio: la cuestión era la insistencia por lo que se ve. Con el tiempo llegó a ser, como primogénito legítimo que era, emperador nada menos, pues ya estamos inmersos en la época del Imperio Romano. Tela marinera.

Un chaval majetón y noble, que nunca abandonó a su madre. Sí señor…. Así es que Helena, la que ahora ya por edad dudamos que cada día estuviese más buena, alcanzó una destacada presencia en la corte imperial siendo emperatriz, de quienes también es patrona (de todas las emperatrices del mundo); es decir que más «estar buena» demostró ahora “ser más buena» (política, estratega, consejera…). De chica rubia de bote tonta, nada de nada.

Con el poder adquirido, resabiada por su historia personal y por ello entregada ciegamente al cristianismo, puso en marcha abrumadoras aventuras como las de rescatar la cruz en la que se había ejecutado a Cristo o la de buscar los restos de los reyes magos (y majos). Sin escatimar en gastos, que ya había hecho bastante el tonto en la vida.

= LA VIEJA ARQUEÓLOGA o LA ARQUEÓLOGA VIEJA =
Cuando la emperatriz Helena —que entonces tenía casi ochenta años— llegó a Jerusalén, hizo someter a interrogatorio a los judíos más sabios del país para que confesaran cuanto supieran del lugar en el que Cristo había sido crucificado. Después de conseguir esta información, la llevaron hasta el Monte de la Calavera (Monte del Calvario, el Gólgota), donde el emperador Adriano 200 años antes había mandado erigir un templo dedicado a la diosa Venus. Templo a Venus, la diosa romana relacionada principalmente con el amor, la belleza y la fertilidad. Madre mía qué morbazo y qué rabieta la de Helena que, aún casi octogenaria, estaba resentida con aquello de las «tías esculturales» que le hicieron tortuoso el matrimonio con el capullo de su marido.

= EUREKA =
Pues nada. Dicho y hecho. Santa Elena ordenó derribar aquel templo y excavar a pico y pala en el lugar. Y como el que la sigue la consigue, según la leyenda encontró allí tres inequívocas cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones que le flanqueaban. Como era imposible saber cuál era la de Jesús, la leyenda cuenta que Helena hizo traer un hombre muerto cualquiera, el cual, al entrar en contacto con la cruz de Jesucristo, la Vera Cruz («la verdadera»), resucitó. Tecnología punta.
Y desde entonces se rinde fervoroso culto a diversos trozos de madera que se tienen por auténticas reliquias de la cruz originaria, algo que evidentemente no compartimos.

En cualquier caso, no digáis que no es una historia preciosa. De esas que, como Helena, te arrebatan el corazón desde el primer minuto. Dios, ¡qué cruz (nunca mejor dicho) ser así de enamoradizo!

= PATRONA DE LOS ARQUEOLOGOS =
Como es además la primera constatación de la organización de una actividad arqueológica con fines históricos, además de ser Helena una chica estupenda, se la considera la PATRONA DE LOS ARQUEÓLOGOS/AS. Y como eso de la arqueología lo he vivido en ciertos momentos de mi vida de cerca, me entusiasma la idea y os cuento esta retahíla para que no caiga en el descuido o el olvido. Una vez más, la leyenda es más bonita que la realidad y así, como si de un cuento se tratase, deberíamos transmitirla.

Sin más: que viva la actividad arqueológica por lo que nos aporta en el esclarecimiento de nuestro pasado, que ningún matrimonio sufra y que se divorcie quien con ello sea más feliz.
Yo, mientras y a pesar de mis creencias (no-creencias), le juro devoción, amor y pasión a Helena, la esposa de Cloro, el cerdo, marrano cochino romano. Una chica irresistible hasta su muerte, dicen que en Roma allá por el año 329. Pero vete a saber…