Matías el platero. De Luiaondo a Getxo

Cuando dos décadas después irrumpieron el ferrocarril y las locomotoras de vapor, todo cambiaría para siempre. Era el progreso que irrumpía para, insaciable, engullir lo vivido hasta entonces.

Pero por aquel 1846 que nos interesa, lejos todavía de hacer acto de presencia los endiablados trenes, aún era Luiaondo el pueblo de siempre: una comunidad humana que respiraba acomodada en una interminable hilera de casas y que daba sentido a su existencia ofreciendo servicio a aquel venturoso camino que les garantizaba el sustento. Carreteros, arrieros, almacenistas y mesoneros eran el enjambre humano que allí moraba.

Porque por Luiaondo trajinaban sin descanso mercancías y gentes que le daban el palpitar diario, como para sentir la vida necesitamos las personas que fluya sangre por nuestras venas.

Así, a diferencia de otros pueblos del entorno más basados en la ganadería o la agricultura, aquí el movimiento de almas era mucho más agitado y volátil que lo habitual. Por ello, fueron numerosos los seres que, sin tener raigambre histórica en el lugar, vieron la primera y última luz en aquel valle ayalés. Y vamos a centrarnos en uno de ellos, aunque sea someramente, para comentar una curiosidad toponímica.

He esperado al 18 de diciembre para publicar este articulillo desde Luiaondo [localidad en donde resido] porque he querido que fuese así. Porque en una mañana de un día como hoy pero de 1846 fue cuando suponemos que avisaron a un vecino de Luiaondo de nombre Ángel y de apellidos Romo Aldaeta. Debía dejar sus ocupaciones y acudir raudo a casa porque su esposa Feliciana Isasi Barcina ya estaba de parto con la comadrona del lugar. Había llegado el momento esperado, el mejor regalo para la cercana Navidad. Apareció Ángel sudoroso y nervioso para ponerse al lado de su amada y esperar. Poco más que clamar compasión a los cielos podía hacer. Y la miraba temeroso por los inherentes riesgos del parto pero confiado a su vez en la saludable fertilidad de aquella muchacha que había conocido años atrás.

Por fin, a las tres de la tarde, vio la luz aquel muchachote que al día siguiente bautizarían con el nombre de Matías en la parroquia local, advocada a Santa María Magdalena.

Matías, el personaje que nos interesa, era el tercero de los cuatro hermanos que nacerían en aquel alargado pueblo: Faustina (1843), José Mª (1844), Matías (1846) y María (1848). Y, aunque era una familia perfectamente integrada en el lugar, no eran oriundos de allí. El apellido Romo, que es el que nos interesa, lo recibía Matías de su padre Ángel, vecino de Luiaondo pero natural de —como él había declarado— «Aro de Castilla», es decir, el Haro de La Rioja que hoy todos conocemos. También los abuelos paternos, Román Romo y Mª Concepción, eran originarios de aquella villa vitivinícola, unos años después declarada «ciudad» (1891).

Sea como fuere y sin despistarnos en el devenir de nuestra historia, damos un gran salto en el tiempo y en el espacio y así nos encontramos que, cuando aquel muchacho que había nacido en Luiaondo contaba ya con 47 años, era un conocido emprendedor y contaba con su propia familia: sin llegar a cumplir los 23 años de edad ya se había casado con la bilbaína Juliana Ugarte Agirre en la parroquia sietecallera de los Santos Juanes.

Y es entonces cuando construye una vivienda unifamiliar en el lugar llamado de Itzubaltzeta en Las Arenas, en una marisma que años atrás se había desecado para que dejasen de ser «arenales incultivados» como reza la documentación.

Junto a la vivienda instaló una fábrica para hacer cuberterías y objetos de servicio al culto religioso, definido como «platería y metales finos«. La publicidad con la que dio a conocer su nueva fábrica, rezaba que se «construye todo el artículo de Iglesia en plata, metal blanco y bronce. Y replatean «cubiertos» y restauran vajillas y objetos de iglesia«. Y trabajaba tanto en “dorado” como en “plateado”.

Con el paso del tiempo, aquel entorno se fue llenando de más y más edificaciones y se siguió manteniendo la referencia de «donde [la fábrica de Matías] Romo«. Y ahora ROMO es un barrio populoso y castizo de Getxo, conocido por todos. Pero pocos saben que su origen está en un apellido. De ahí que no se den por buenas las versiones “vasquizadas” de Erromo o Erromu que, aún hoy en día, se ven con cierta frecuencia.

Sobre la evolución de aquel barrio, la llegada de nuestro Matías Romo, planos, fotografías antiguas, etc. podéis leer bastante más en el excelente blog Getxosarri / Memorias de Getxo. De ahí hemos tomado el antiguo anuncio de prensa: una verdadera joya.

Respecto al topónimo en sí, también podéis leer lo que en su día –hace ya casi 10 años– publiqué en nuestra querida revista AUNIA (nº 22, pág. 50).

Y para finalizar, a continuación disponéis de imágenes de los diversos productos que ofrecía Matías Romo con su empresa, gracias a un catálogo que se vendió a través de una conocida página de coleccionismo y que no sabemos quién fue su comprador.

Pero eso es ya adentrarnos en espacios por los que hoy no me apetece caminar. Prefiero reducirlo a aquella historia que comenzó un día como hoy, 18 de diciembre de hace 171 años, aquí, en el entrañable pueblo de Luiaondo, cuando aún era un hervidero de trajineros que con carros y mulos no cesaban de subir y bajar por aquella alargada calle.

Cuando, en una jornada seguramente de nieblas como es la de hoy, dio a luz Feliciana Isasi a un bebé que decidieron llamar Matías… Matías Romo, el que dio nombre al barrio de Getxo.

CATÁLOGO DE PRODUCTOS «MATÍAS ROMO»: