29 de septiembre, 176 años sin sanmiguelada

Pocos sabrán que el pórtico de la iglesia de Laudio es el único de hierro de toda Euskal Herria. Y menos que recibía el nombre de Batzalarrin, un lugar que daba sentido a su significado cada 29 de septiembre, un día como el de hoy.

29 DE SEPTIEMBRE, REPETIMOS ELECCIONES
El día de San Miguel siempre ha sido una especie de hito, de mojón, que indicaba el final del verano, la época más benigna para la supervivencia. Algo más que la celebración de un santo. El 29 de septiembre era, al fin y al cabo, el principio y fin del año agrícola. Pero en Laudio, al igual que en otros lugares, era una fecha aún más relevante porque en ella se elegían cada año los nuevos alcaldes y otros cargos adyacentes. Decimos alcaldes porque eran dos.

ANTE LA IGLESIA
Para ello se convocaba a todos los vecinos electores a un lugar llamado Batzalarrin. Su significado es el de ‘atrio, plazoleta, de las reuniones’ [batzar + larrin] y se encontraba pegante a la iglesia, en la «ante iglesia», precisamente sobre la necrópolis, el cementerio de los difuntos, como garantes éstos de que allí se harían las cosas bien.

BAILARÉ SOBRE TU TUMBA
Y es que por aquel entonces, nuestros cementerios eran el entorno civil más emblemático del pueblo, el lugar de encuentro y convivencia entre vivos y muertos. Por ello no es de extrañar que, en la exigua documentación disponible, aparezcan sobre estos espacios funerarios, actividades mercantiles, de ocio o de carácter social. Era normal instalar sobre las sepulturas puestos de venta o llevar a cabo las más importantes transacciones mercantiles, los tratos entre ganaderos, así como toda suerte de bailes, juegos de bolos, lanzamientos de barra, mimos, marionetas o cualquier otra manifestación de ocio. A pesar de las continuas quejas de la autoridad eclesiástica… Hasta se documentan prostitutas ejerciendo su denostado oficio en tan concurridos lugares.

Era tal la importancia social del lugar que con el tiempo se cubrieron, dando lugar a los pórticos. Como ahora construimos las plazas cubiertas…

TÓCAME LAS… CAMPANAS
Por ello, porque todo acto relevante se hacía allí, era el lugar preciso para elegir a los alcaldes. Las referencias de aquellas reuniones nos vienen de muy atrás. La llamada para acudir a ellas se hacía dando aviso desde los montes («oteros») y tañendo las campanas.

PIELARRI
Las juntas municipales y elección de aquellos alcaldes de Laudio se hacían en torno a un gran y solemne árbol que crecía en el camposanto anexo a la iglesia como ya hemos dicho. Es tan complejo el tema del que lo dejamos para profundizar más en otra ocasión.
Posteriormente, bajo él se dispuso una mesa de piedra de sillería para dar más entidad al lugar. Esas mesas eran conocidas en nuestro entorno como pielarri, es decir «fiel + harri, ‘la [mesa de] piedra del fiel’ en este caso en referencia al «fiel de fechos» o secretario que levantaba allí mismo un acta de todos los acuerdos que allí se tomaban. En las últimas referencias históricas sólo se habla de la mesa y no del árbol: probablemente sería talado para posibilitar alguna de las ampliaciones del templo o su porticado. Sabemos que la mesa fue quitada “con la disculpa de” instalar la fuente del pórtico.

Recreación moderna de los cascabeles de votación, con el nombre de cada cuadrilla inscrito en ellos

LOS DOS CASCABELES DEL ALCALDE
En aquel entorno tan novelesco se elegían cada 29 de septiembre los dos alcaldes que iban a regir el gobierno local, así como otros cargos. Para la elección se usaba un recipiente de cobre en el que se introducían una especie de cascabeles que guardaban las dos candidaturas de las fuerzas políticas de la época (o se era de los Ugarte, «gamboíno» o se era de los Anuntzibai «oñacino») y que, a suertes, extraía una mano inocente. Los cargos elegidos (Alcalde y Juez ordinario, dos regidores, Procurador General, Alcalde de Hermandad y dos fieles) eran posteriormente validados con el juramento [zin + egotzi: zinegotzi, ‘concejal’] hecho en aquel lugar, frente a los difuntos, el día de Todos los Santos, 1 de noviembre. Una vez más, los antepasados como garantes de la honestidad y lealtad…

 

COLORÍN COLORADO
Tras la pérdida de las primeras guerras carlistas se promulga la ley de 1841. Con ella se impone la uniformización de todos los ayuntamientos pertenecientes a la Corona y la desaparición de los lugares y fórmulas tradiciones locales, como en el caso de Batzalarrin. No con pocas protestas y desaires, dicho sea de paso. Pero la ley era la ley y, aunque a regañadientes, fue paulatinamente acatándose. Sea como fuere, la jarra con sus cascabeles, la mesa de piedra e incluso la presencia de los difuntos, algo que era el centro de la vida de Laudio hasta entonces, dejan de tener sentido y caen en el olvido. Era la modernidad que llegaba: ya no había sitio para las añoranzas. Hasta el euskera, la lengua casi única de los laudioarras hasta el momento, se ve obligada a compartir el terreno con el pujante castellano, emblema de la modernidad.

Cierto es que en unos arrebatos de nostalgia llega a utilizarse aquella mesa de Batzalarrin, con un valor más idealizado que nunca, hasta incluso en 1874. Pero era eso: un mero ritual simbólico, pequeños brotes de rebeldía, de desacato a la autoridad, nada que ver con el ordenamiento jurídico imperante. Eran los últimos estertores en una muerte anunciada.

Además, y a pesar de que siempre se haya achacado la pérdida de valor de aquellas mesas a ley de municipios de 1841, el problema viene de bastante más atrás: desde el cambio de mentalidades producido el siglo anterior.

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO
La Iglesia hacía tiempo que consideraba «indecente» la costumbre de tratar los asuntos profanos sobre los enterramientos, un lugar considerado sagrado por ella. Por otra parte, en el proceso de modernización, las autoridades municipales deciden desligar sus decisiones de toda sacralidad o religiosidad. Necesitan ahora otro lugar, simbólicamente separado del templo, y que dé cabida al gran número de funciones que las instituciones locales van adquiriendo. Por si fuera poco, en este siglo se comienza a dar la espalda al mundo de la muerte: ya nadie lo quiere tener presente y hasta se convierte en tabú hablar de ello. Los enterramientos se realizan ya en interior de las iglesias, quedando los antiguos cementerios bajo pórtico en un cierto grado de indefinición.

 

ESTO ES UN SINDIOS
Surgen entonces por toda Euskal Herria las nuevas casas consistoriales, los edificios de los ayuntamientos, al margen de lo sagrado. El caso de Laudio no deja de ser llamativo ya que debieron edificarlo atormentados por las dudas del traslado: pretenden ser modernos pero no tanto como para divorciarse del todo de la casa de Dios. Así es que, como caso singular, se construye anexo a la iglesia. Es decir, juntos pero no revueltos. En cualquier caso, a pesar de existir ya las casas consistoriales, en los actos que por su trascendencia necesitaban de una mayor carga simbólica, se sigue usando la mesa de piedra tradicional.

AGUR, BATZALARRIN
Hasta, como hemos dicho, el año de 1841, con la desaparición de las funciones en del antiguo sistema de organización local: concejos, hermandades, anteiglesias (cuyo nombre nos denotan su origen) o cuadrillas de Laudio (Olarte, Larrea, Goienuri y Larrazabal) dejan de existir, por mucho que sus referencias sigan sonando décadas después. Además, en 1876 irrumpe en Laudio la figura del Marqués de Urquijo que, con sus grandes obras civiles, transformará la fisonomía del centro del pueblo. Tanto que llegamos a perder la pista e incluso el recuerdo de aquella antigua mesa de piedra y del nombre Batzalarrin del lugar.

 

Probablemente la gran influencia del marquesado tiene mucho que ver en la desaparición de la memoria de aquella mesa (la mandó retirar con la disculpa de poner una fuente pública, curiosamente en el mismo enclave), de aquellos cascabeles e incluso del mismo nombre del lugar. Eran del entorno liberal, minoritario en un Llodio mayoritariamente carlista, y que debía hacer olvidar todas las referencias del régimen anterior, entre otras cosas, para cumplir la ley promulgada y para continuar con sus grandes negocios en la Corte.

Así, 176 años después, luchamos por recuperar aquella memoria perdida o quizá arrebatada. Nada mejor que el día 29 de septiembre para perder un minuto allí, bajo el único pórtico vasco de hierro, y dejar volar nuestra imaginación hacia aquel pueblo que fue. Allí estarán los difuntos dando una vez más cuenta de todo ello.

 

Quiero ser arcángel. 8 de mayo.

Quiero ser arcángel, sí. Y es que ya me diréis que a quién no le va eso de vivir en los cielos y gozar de placeres, exenciones fiscales… Sin ruidos, con barras libres… Sin tener que comprar la comida, ni madrugar, ni fregar… A tope y sin sentirte luego mal por los excesos.

Aunque, todo hay que decirlo, a los humanos nos lo han puesto un poco jodido. Porque ser beato o mejor santo está bien, no le vamos a quitar mérito, pero es a base de haberlas pasado canutas aquí abajo: o te has jodido de hambre o te han torturado o te han comido los leones… Y de pillar cacho, nada. Hasta los calentones están radicalmente prohibidos. Así es que ya veis qué plan más excitante. No sé hasta qué punto compensa pasarlas aquí más putas que Caín —¿no tendría que ser «más putas que Abel»?— para meter el morro en ese mundillo. Yo, personalmente, veo eso de ser santo como una cosa de pringadillos, de aficionados de poca monta.

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Pero ser arcángel es otra cosa. Ahí naces así y ya lo tienes hecho. Sin hincarla ni dar palo al agua. Un poco como los Borbones, que vives del cuento y encima te adoran y vitorean.

Para que me entendáis, es como ser el encargadillo de los ángeles: un chollazo. De hecho eso significa el “arc-” inicial de su nombre: ‘superior’. Entonces un arcángel es un ‘ángel superior’. Carpeta bajo el sobaco para aparentar que haces algo y paseítos y jamadas para cerrar tratos por ahí. Poco más: y a vivir que esta vida son cuatro eternidades.

No como los ángeles, siempre currando a tope, atentos para que nadie se salte un semáforo en rojo, para que no nos tiremos de cabeza a esa piscina que cubre poco o enamorando a bobalicones. Una labor que roza la esclavitud y que en absoluto está bien pagada. Y además no pillan porque no tienen sexo: «¡Mierda con la tara! ¡Podían habernos hecho sin las plumas!» Me los imagino maldiciendo su destino…

Así las cosas, podríamos decir que los arcángeles “viven como Dios”. Pero es que nos quedaríamos cortos: yo creo que viven hasta mejor. Porque el jefe supremo también debe de andar a tope: ya veis que ni siquiera tiene tiempo para atender las injusticias, el hambre, guerras o violaciones… Así es que, pudiendo elegir, me quedo con lo de ser arcángel. Tienen tal libertad de actuación, que incluso van de incógnito para que no les controle nadie: por eso se les cita sólo dos veces en la Biblia y de chiripa o descuido. ¡Vaya colada se metió algún evangelista!

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Son tan secretos que no hay ni una lista definitiva y varía según la religión que los trate. Pero daremos por buena la nuestra y no las otras, como con tanta cortesía hacemos siempre.

Así contaríamos con un equipo de siete, cada uno con su campo de acción, una especie de ministerio pero sin ni siquiera llevar el maletín. Por tanto, nuestros arcángeles son Miguel (Ejércitos), Gabriel (Comunicaciones), Rafael (Carreteras, Sanidad y Amores), Uriel (Patrimonio inmueble), Raguel (Justicia: como veis, el gran desconocido, el que tiene el mundo como lo tiene), Sariel, (encargado de enderezarnos a los Pecadores) y Remiel (Resucitados o puertas giratorias).

Os habréis percatado de que los que más necesitamos son los que menos se lo curran. Pero claro, como es el cielo y allí no hay tensiones, tampoco se les puede recriminar nada, para que no se estresen.

Por el contario, de entre todos ellos ¿cuál es el más activo, el más conocido, el que más vitoreamos con diferencia? ¡San Miguel! El que reparte hostias a diestro y siniestro. El de las peleas, el matoncete de los recreos.
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¿Y cuál es el que más nos ha gustado a los vascos y vascas en toda nuestra trayectoria histórica, al que hemos hasta nombrado como patrón y protector de Euskal Herria? Pues ese mismo: San Miguel, el zumbón. De los otros, ni una mísera ermita. Aquí el que no levantaba piedras o mataba algún dragón, era tenido por mingafrías, por excesivamente vago. Y no se le hacía aprecio… que es como hacer desprecio.

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¿Y a qué viene todo esto? Pues para decir que hasta a la Iglesia le sonó a excesiva esa veneración tan exaltada hacia San Miguel y sus mortales leñazos. Y  le quitó con un decretazo todo el boato y culto a su celebración del 8 de mayo, una fecha que hasta entonces era bien ensalzada y esperada. Porque como sabréis, la fiesta principal del fenómeno este, la celebramos en septiembre, el 29. Y no era cuestión de repetir en otro día. Así lo sentenció la Santa Madre Iglesia.

Pero, como decíamos, hasta no hace mucho, se celebró el 8 de mayo, para conmemorar que —dice la tradición— una vez San Miguel «el matachín» bajó de los cielos y estuvo charlando con un pastor —que por cierto estaba acojonado y pálido pensando que le iba a caer una mano de brillantina— en Italia, en el monte Gargano, en la espuela de la forma de bota que hace el país. Dicen que en el año 492. Pero no os lo puedo asegurar del todo porque no había nacido. Ni siquiera recuerdan mis padres habérselo escuchado a los abuelos.

Y ese 8 de mayo que tan cerca tenemos hoy, ha sido referencia y origen para muchas fiestas de nuestros pueblos que tan desvinculadas vemos ahora, porque por nada el mundo relacionamos el 8 de mayo con San Miguel, nuestro Done Mikel. Pero en otro tiempo era tal su relevancia que hasta se tenía por un hito en el calendario, asociado a las labores humanas con la que procurar la supervivencia a la prole de la casa.

Por eso se dice en la sabiduría popular aquello de SAN MIGEL MAIATZEKO, GURE SOROA LAIATZEKO, es decir, ‘por el San Miguel de mayo, a layar nuestro huerto’
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La ‘laia’ es, como sabréis, un apero agrícola con el que se voltea la tierra antes de sembrar. Una especie de braván o arado manual del que ya hablaremos en otra ocasión.

Consultados mis padres me comentan que sí, que la fecha en cuestión podría ser una buena referencia. Pero que en función de la bonanza atmosférica también se solía adelantar algunos días. Y que lo ideal era dejar volteados esos trozos de tierra y que se empapasen con alguna tormenta de primavera, con esas preciadas gotas cálidas… porque eran las que le daban «otra gracia a la tierra». Luego, lo que es el sembrado en sí, se hacía pasados unos días, en torno a San Isidro, el día 15, el de santo labrador.

Pero no nos referimos al sembrado de trigo, etc. cuya sementera se hacía en noviembre-diciembre sino al de la siembra primaveral del maíz, las alubias… aquellas especies americanas con las que aquí erradicamos el hambre que hasta entonces nos retorcía. Por eso, saciados, dejamos paulatinamente de adorar a aquel brutote San Miguel, porque aprendimos que en la vida hay que hablar más y hostiarse menos.

No por ello hemos de olvidar la referencia que supone el 8 de mayo. Por nada del mundo. Ni del cielo. Y a lo dicho: que no vayáis de chulos por la vida. Que por mucho que lo pretendáis, serlo de verdad son siete: los arcángeles. Por eso yo quiero ser uno de ellos. Me pido ser cubrebajas de Rafael, el de los amores, el del roce sin pecado. También por eso quiero ser arcángel. Podéis ir en paz.