Santa Ines, bart egin dot amets

Hasta hace un siglo todavía era habitual escuchar conversaciones en el euskera local de Laudio. Es entonces, cuando el sacerdote, etnógrafo y lingüista R. Mª Azkue recogió una expresión con la que se calmaba a la gente, especialmente a los niños, tras haber sufrido una pesadilla.

Decía así: Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s: ona bada, berorren partez; txarra bada, bat bere ez. (‘Señora Santa Inés, anoche he tenido un sueño: si es bueno, gracias a su merced, si es malo, nada de nada’).

Era la fórmula popular que usaban nuestros laudioarras para depurar aquel cuerpo incomodado mientras dormía, el remedio para calmar a los asustados paisanos que habían pasado el mal trago de una pesadilla. En otras poblaciones frases casi idénticas se repetían tres veces al acostarse, a modo de protección contra los malos sueños.

Azkue da esta jaculatoria más arriba citada como propia de Laudio pero no deja de ser una de las muchas variantes que, añadiendo unas palabras o fragmentos del texto protector, circulaban por toda Euskal Herria. Daños colaterales de la transmisión oral…

LAS PESADILLAS. Los sueños y especialmente los malos, las pesadillas, eran interpretadas por aquel entonces como una intromisión de entes malignos en nuestras conciencias, una especie de ocupación corpórea, siempre aprovechando la falta de atención al dormir y el ambiente nocturno, el hábitat por excelencia de los entes diabólicos y malhechores.

SANTA INÉS. Se da por hecho que el recurso específico a Santa Inés, se debe sin más a lo adecuado de su nombre para rimar con amets ‘sueño’, ya que en otras tantas versiones frases similares se recitaban en alusión a San Andrés. O incluso a la Virgen de Codés en la zona navarra. Pero es Santa Inés la que se impone sobre todas las demás en ese uso popular contra las pesadillas.

Asimismo, lo cierto es que la figura de Santa Inés fue muy venerada en el País Vasco de otras épocas.

INÉS RUIZ DE OTALORA. Lo que es menos conocido es que esa santa es un personaje histórico real, propio de Euskal Herria: se trata de Inés Ruiz de Otalora, una piadosa arrasatearra, de clase social alta, fallecida en Valladolid en 1607 con unos 40 años de edad como han demostrado los estudios realizados por Aranzadi bajo la dirección del conocido antropólogo forense Pako Etxeberria.

Inés Ruiz de Otalora era viuda de Rodrigo de Ocáriz, también mondragonés y grefier —una especie de secretario— de la Casa Real de Felipe II en Valladolid.

Los hijos que habían tenido Inés y Rodrigo fallecieron siendo niños, por lo que no tuvieron herederos.

Sabemos además que el cuerpo de Inés recibió sepultura en el convento de San Francisco de Valladolid pero, sabiendo que su última voluntad había sido la de descansar eternamente en su villa natal de Mondragón, se exhumó el cadáver para proceder a su complejo traslado hasta la villa guipuzcoana. Desde entonces, allí reposa junto a su esposo, en la capilla que la adinerada familia construyó en el interior de la iglesia parroquial de San Juan. La conocen allí como Amandre Santa Ines.

Pero ¿de dónde su santidad? Fue al desenterrarla para el transporte, cuando observaron que su cuerpo se mantenía incorrupto, momificado, algo que se interpretó como milagroso. Pronto el rumor se extendió como la pólvora y su leyenda de santidad fue creciendo, más cuanto más alejados en el espacio y el tiempo.

Imagen del cuerpo momificado de Inés Ruiz de Otalora, Santa Inés, foto del Diario Vasco de 09 11 2018, con motivo de unas visitas guiadas. El cuerpo, no visitable, se encuentra en una capilla familiar situada en el lado de la epístola de la parroquia de San Juan de Arrasate (Gipuzkoa)

CUERPO INCORRUPTO. En la mentalidad de aquella época, un cuerpo incorrupto se interpretaba como un designio celestial que, por la razón que fuese, había decidido que aquel cuerpo debía permanecer y eternizarse en la Tierra a pesar de estar su alma en el Cielo de los justos. Porque aquel resto humano había sido elegido para repartir bondad entre los humanos, para hacer de interlocutor entre la tierra y el cielo, para ser el transmisor directo del mensaje del dios cristiano.

Son las reliquias de los santos, aquellos elementos especialmente codiciados a partir de la Edad Media porque hacían «portátil» la intercesión milagrosa de Dios allí donde lo necesitásemos. Y, no lo olvidemos, porque generaban grandes riquezas a las iglesias que las custodiaban.

En el caso de Inés, suponemos que el haberse tratado de un personaje distinguido, acaudalado y especialmente bien relaccionado con la Iglesia —también en lo económico—, habría tenido mucho que ver con la leyenda de su supuesta santidad.

CORONAVIRUS. En cualquier caso, y aunque no crea en esas historias he de reconocer que, en estos días, me gustaría vivir en el Laudio de un siglo atrás para poder interpelar a Santa Inés y que nos sacase ella de esta dura pesadilla que nos ha tocado vivir. Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s…

NOTAS: son casi ilimitadas las variantes de la frase para tratar las pesadillas de un modo sobrenatural a través de nuestra geografía. Probablemente la mejor recopilación sea la de «Sueños y pesadillas en el devocionario popular vasco» del sacerdote José Mª Satrústegi y publicada en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº 47 (1969). También es bastante completa la recopilación de Resurrección María Azkue en Euskalerriaren Yakintza, tomo I, en el apartado dedicado al mundo de los sueños, capítulo sexto de la obra.

El despertar del oso vasco

Cualquiera de nuestros agricultores y ganaderos nos dará fe de que es a partir de estos primeros días de febrero cuando por fin empiezan a reverdecer la hierba, los bosques y el campo en general. Es el lapso anual en el que el paulatino aumento de las horas de luz tiene ya la suficiente fuerza como para sacar del letargo a la naturaleza yacente, para insuflarle de nuevo esa vida que hará que otro ciclo arranque, que todo se mueva para seguir en el mismo lugar. Es, por otra parte, el punto intermedio entre el solsticio de invierno y el equinoccio, es decir, cuando había que hacer el último y más humano esfuerzo.

Maravillados con la grandiosidad e importancia que aquellos indicadores, nuestros antepasados lo celebraron cíclicamente, al igual que si se tratase de una auténtica resurrección. Y, no queriendo perderse el acontecimiento y sabiéndose beneficiarios del renacer anual, asistían con su ayuda a la madre naturaleza, como si de un gigante parto se tratase. Al igual que un joven vigoroso debe ayudar siempre a su anciana madre, así lo hacían los humanos con aquel universo que desde el inicio de los tiempos les acogía, alimentaba y daba vida.

Pero, una vez más, dejamos de soñar en algún lugar del camino. Y ya no convivimos como antes con la naturaleza. Ya no es un familiar con el que ansiemos reencontrarnos para conversar un rato. Ya no: somos modernos. Y modernas. Ahora sólo hablamos nosotros, en un irreverente soliloquio, sin escuchar a nuestro entorno salvaje. Porque, nos guste o no, ya no somos lo que éramos.

Resto de aquellas embriagadoras celebraciones prehistóricas tan sólo nos quedan unas fiestas religiosas, bastante fatuas hoy en día: la Candelaria, San Blas y la víspera de santa Águeda, 2, 3 y 4 de febrero respectivamente. Y, una vez más, se encuentran difuminadas y desfiguradas por la gran barredora de creencias que ha sido el cristianismo. Pero vayamos por partes, a ver qué podemos entresacar de lo que hasta nosotros ha llegado.

En el día de hoy, 2 de febrero, empiezan unas jornadas prodigiosas con las que, como hemos adelantado, se activaba el interruptor de la vida. No había más que observar e interpretar las señales de la naturaleza. Por eso, en toda Europa, existe la creencia de que el día de hoy era cuando despertaban los osos tras pasar el invierno invernando en su cubil y salir al exterior, a afrontar de nuevo la vida. El oso… tan recordado, sin que hoy lo sepamos relacionar, en los personajes de nuestros carnavales rurales.

El recuerdo de aquella creencia —y seguro que también realidad— lo recoge Oihenarte entre sus sabios Refranes y Sentencias de 1596, cuando los osos aún eran habituales en nuestros bosques: «Otsailean urteiten daroa arzak lezerean«, con su equivalente en castellano del mismo autor ‘En hebrero (sic) salir suele el oso de la cueva’.

Tampoco es casualidad que, al otro lado del océano, en Norteamérica, se celebre hoy el conocidísimo Día de la Marmota, similar a la creencia europea del oso, ya que sale de su estado de hibernación. Según la tradición popular de aquellas comunidades rurales, si la marmota abandona la madriguera, el invierno está a punto de acabar. Si por el contrario se mete de nuevo, significa que el invierno durará seis semanas más.

Aunque lejana en la distancia, no está aquella traición muy distante de lo que se ha practicado en nuestra Euskal Herria. Ello quiere decir que, aquí o allí, tienen todas esas costumbres un sustrato cultural común, lo que nos retrotrae a las más antiguas edades del ser humano.

Y es que, efectivamente, también el día de hoy (Candelaria en español y Kandelero, Gandelero, Kandelario… en euskera) lo hemos usado los vascos para adivinar cómo nos iban a tratar los designios meteorológicos: «Kandelero bero, negua heldu da gero, kandelero hotz negua joan da motz«, «Kandelarioz elurra, joan da neguaren bildurra«, «Kandelarioz eguzki, negua dago aurretik«, «Ganderailu hotz, negua iraganik botz; ganderailu bero, negua gero» o «Ganderailuz bero, negua Bazkoz gero«… Como cuando duda la marmota, como cuando despierta el oso…

Tan sólo un día más tarde, el 3 de febrero (San Blas) es la referencia adivinatoria para la vecina cultura castellana: «Por San Blas la cigüeña verás; y si no la vieres, año de nieves«. Insistimos de nuevo en que todo ello forma parte de lo mismo, de lo más esencial del nuestra cultura, de la infinidad de signos naturales que nos envía el universo natural para indicarnos que algo nuevo ha echado a andar.

Pero volvamos a la antigüedad, que la historia es más bonita de lo que creemos…

2 de febrero… conocida como «La Candelaria» o «Fiesta de las Luces» era una celebración antiquísima, pagana, que no fue aceptada en la liturgia del occidente europeo hasta bien entrado el siglo VII. ¿Y anteriormente?

En realidad la celebración de nuestra Candelaria suplantó a otras celebraciones paganas anteriores y que se conocían con el nombre de Lupercalias. Se celebraban en todo el ámbito del Imperio Romano y eran ya por aquel entonces costumbres populares arcaicas.

Al margen de otros detalles, hay uno que nos interesa en especial y sobre el que no se ha reparado. Entre los rituales practicados en aquellos festejos, jóvenes cubiertos con pieles de animales danzaban rítmicamente mientras que, con las manos o palos, golpeaban la tierra y la vegetación, para que despertasen. Se creía que así, estimulándola, se garantizaba la fertilidad y fecundidad de la tierra y, en consecuencia, llegarían tiempos de bondad para los humanos y animales.

El ritual se practicaba sin la presencia del sol, siempre de noche, a la luz de antorchas y velas. De aquella remota costumbre nos viene la de bendecir el día de hoy, el de la Candelaria o Día de Candelas, las velas que de por sí adquieren poderes mágicos. Nada lejano pues, sin más, lo han practicado mis padres… Se encendían aquellas velas bendecidas el día de hoy cuando era necesario espantar una tormenta, cuando ésta amenazaba con destrozar la cosecha; también servía para ayudar a sanar a las personas o animales enfermos o para, volviendo a las ofrendas a tierra, echar algunas gotas de su cera en los huertos y así procurar una cosecha abundante y saludable, preservada de desgracias. Magia en estado puro…

Pero volvamos a aquellos rituales precristianos que hemos dejado a medias… ¿No os es demasiado semejante lo del ritual de las pieles a la espalda, para convertirnos por momentos en animales, con nuestras vestimentas de carnavales? Sin duda hablamos de lo mismo.

Para finalizar, también os quisiera invitar desde estas líneas a que el sábado cantéis o gocéis de los coros de Santa Águeda. Yo sí lo haré, como desde que era un niño lo he hecho. Si cantáis, probablemente sin ser conscientes de ello, estaréis reviviendo dos mil años después aquella costumbre de golpear la tierra para que despierte. Para estimular a la madre naturaleza, un año más, de nuevo de noche, otra vez a la luz de una vela. Ya no tan jóvenes como marca la costumbre pero seguiremos saboreando en toda su intensidad lo que estos días han significado para nuestros antepasados. Porque el que no vea en ellos más que unas celebraciones cristianas, con todos los respetos, es que no se ha enterado de qué va la fiesta…