Tórrido verano global

Panorama de ensueño para frioleros. Según los expertos, 450ppm (partespormillón) de CO2 podría ser una concentración crítica de no retorno. Con las 389ppm actuales caminamos por el calentamiento global hacia un acelerado cambio climático jamás conocido.

De no remediarse, los humanos estaremos condenados a una subida media de 3°C antes de fin de siglo, con su secuela de deshielo de glaciares, sequías/desertificación, subidas del nivel marino… es decir, hambrunas y destrucción para millones de personas (pobres de países pobres en especial), un apocalipsis ambiental. Para muchos esto es algo cierto, para otros especulación científica.

Al lluvioso verano le está sucediendo un cálido otoño de pluviometría rácana –exceptuando algún aguaducho–, lo que podría ser preludio de un invierno suave. O no. Porque es percepción personal de mi entorno, lo que resulta poco significativo para analizar cambios en el clima, para lo que se requiere un análisis serio y riguroso de períodos largos. Pero a tenor de los quejumbrosos lamentos de los aficionados al esquí que a estas alturas del otoño añoran el blanco, algo sí deber estar cambiando.

 Es posible que con la omnipresente crisis económica inundándolo todo, el interés informativo se centre exclusivamente en Sarkozy-Merkel, economía y paro; así que, siguiendo el lógica “primum vivere, deinde philosophari”, quizá podamos olvidarnos de controlar algo no tan inmediato pero no menos necesario: las emisiones de gases invernadero –CO2 y metano–, con el cambio climático consecuente.

 Precisamente para esto se había convocado en Durban la XVII Conferencia Ambiental. Al parecer los resultados son un fracaso cuasitotal y entre la negativa de EEUU al acuerdo de Kioto, la marcha atrás de rusos/japoneses y canadienses junto a las dilaciones de países emergentes –China e India–, la conferencia finaliza “in albis”, generando incertidumbre en la inmensa mayoría de los países, pues tras Copenhague y Cancún ésta será la tercera cumbre que sucumba ante la prepotencia e intereses economicistas de unos pocos.

Las naciones ricas reniegan del compromiso de pagar su deuda climática, consolidando falsas soluciones como  el mercadeo del CO2, la tecnología peligrosa de su almacenamiento, la ampliación de terrenos cultivables y pastoreo con deforestación legalizada como en Brasil con el nuevo código forestal, u ofreciendo ayudas raquíticas a países vulnerables al cambio climático. Empeñados en rescatar los muebles –los bancos y el sistema financiero– puede que los países poderosos se estén olvidando de salvar la casa. ¡Uff, qué calor!

 

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