Me encanta Donostia

 


CLARO, ¡a quién no!, me dirán. Porque su inigualable atractivo me empuja a visitar con frecuencia la perla del Cantábrico. Pero esta atracción generalizada e irresistible bien podría resultar fatal, preludio y epifanía de la propia muerte por fuego amigo. Siguiendo la misma vereda del éxito de gentes que Ámsterdam, Venecia, Mallorca o Barcelona, nuestra encantadora Donostia, especialmente su Casco Viejo, puede estar tocada del ala por la gentrificación y la sobreexplotación turística. No creo que pintarrajear muros con el “tourists go home” sea buena solución, pero sus seis mil vecinos residentes merecen ser escuchados, porque se ven desbordados por un crecimiento descontrolado de la actividad hotelera/hostelera, ahogados en el ruido de calles repletas a toda hora, por una oferta de pisos turísticos carísima y frecuentemente ilegal. Al enfocar el desarrollo del barrio casi exclusivamente al turismo, la parte vieja/Alde zaharra de Donostia puede terminar siendo un parque temático donde los vecinos tradicionales se sientan ahogados por la turbamulta, sin poder hacer frente a los precios disparados, sin saber si se mantendrá su cohesión social, su identidad cultural e histórica, ni si a la larga no sufrirá su calidad de vida hasta el punto de tener que abandonar el barrio para dejar hueco al turismo rampante. Porque por ahora su exceso explosivo solo produce pingües beneficios a unos pocos y malestar a muchos, a una gran mayoría.

La central nuclear de Garoña echa el cerrojo. A regañadientes y entre pucheritos lastimeros el Gobierno Rajoy ha dado carta de naturaleza legal a lo que algunos temían y otros muchos deseábamos. Dejando aparte lo indiscutible, que hoy por hoy los residuos radioactivos son intratables, dirán los unos que cierran por razones de falta de valentía y apoyo político para mantenerla; otros que por falta de acuerdo económico entre los propietarios, mientras los contentos aducirán el equilibrio medioambiental, el riesgo y la contaminación. Lo cierto es que cierra porque es más peligrosa por vieja que por nuclear, porque realmente era vieja y obsoleta, y porque ponerla en marcha tras cinco años de un nisínino era misión financiera de costo casi imposible y dudosos beneficios energéticos. Y todo porque cuando sí producía beneficios nadie se acordaba de adecuar su tecnología, pretendiendo que siguiera funcionando sine die con la de los sesenta. Los beneficios se los quedaban unos pocos, los perjuicios/riesgos todos nosotros. Conclusión, cierre por obsolescencia.

Si las instituciones donostiarra/gipuzkoana/vascas no enfrentan el problema del turismo masivo/masificado en la Bella Easo controlando su actividad e invirtiendo sus beneficios en mejoras para la población donostiarra, pudiera ser que el parque temático donostiarra muriera de éxito al modo de la Garoña explotada por grupos extractivos que no han invertido un duro en actualizar su tecnología.

Porque me/nos gustaría seguir disfrutando de la Donostia real más allá de la foto turística y porque nos encanta el refulgir de su propio ser, confiemos en que sus dirigentes recuerden que si es difícil encajar el fracaso, el verdadero reto es saber administrar el éxito.