Gambino y la historia de nuestros espeleólogos

 

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La vida, la de verdad, son historias. Historias hermosas a veces e historias trágicas también. La historia de José Antonio Gambino, natural de Santurtzi, es su amor por la espeleología. ¿Quién entiende a los espeleólogos? ¿Y quién entiende a los montañeros? ¿Quién entiende a los que ponen en peligro su vida por llegar adonde nadie llega? Lo entienden quienes saben que vivir es eso, ir más allá de los límites, vivir la aventura de lo desconocido y lo inalcanzable, desentrañar la tierra y sus secretos. Pero no son unos temerarios. Saben lo que hacen y aseguran muchos sus pasos. La espeleología es la ciencia que estudia el origen y la formación de las cavernas y las cavidades subterráneas naturales, así como su flora y su fauna. Podría ser también un deporte, porque para llegar hasta las cuevas hay que reunir condiciones físicas superiores. Pero sobre todo la espeleología es una pasión que en Euskadi tiene muchos seguidores.

El pasado jueves, José Antonio Gambino, de 37 años, murió sepultado bajo tres metros cúbicos de rocas en la cueva 45 de la torca de Arañaga, próxima al barrio de San Pedro, en Galdames, Bizkaia. Los lugareños la llaman «la cueva de los cuervos», por su estrechez e inestabilidad. Gambino había acudido con otros integrantes de la Sociedad Espeleológica Burnia, grupo muy experimentado y reconocido. Tras decidir penetrar solo en la cueva a las 11:45 del jueves, José Antonio cayó a unos metros de profundidad y murió sepultado por las rocas. Muy mala suerte.

Lo que sucedió después del fatal accidente es digno de relatarse. Tras dar la voz de alarma, se desplegaron todos los medios disponibles para el rescate. Se sabía dónde había caído Gambino. Allí acudieron los equipos de la Ertzaintza, el equipo de respuesta inmediata en emergencias de la Cruz Roja, bomberos de Bizkaia, bomberos de Gipuzkoa especializados en estas tareas, SOS Deiak y espeleólogos de Euskadi, Asturias y, por supuesto, los miembros de Burnia del que Gambino formaba parte.

Los equipos de la Ertzaintza y espeleólogos expertos exploraron por tres veces la cueva para analizar la manera de rescatar el cuerpo de José Antonio. Se intentó de todas las maneras. Y hubo un enorme despliegue, con hasta 80 personas dispuestas para el rescate. Se formó la base de operaciones junto a la cueva de Arenaza, que atesora pinturas rupestres del Paleolítico. El Ayuntamiento de Galdames habilitó un local para que la familia descansara en las angustiosas horas de espera. Asimismo, se acondicionó el frontón para los efectivos desplegados. Toda una operación de solidaridad.

Durante tres días, los equipos han intentado acceder al lugar donde está depositado Gambino. Se decidió retirar los escombros, ensanchar la cavidad mediante microvoladuras, y apuntalar la estructura” a fin de preparar el terreno. No fue posible. La operación de rescate implicaba serios riesgos para las personas y así lo reconocieron los expertos. Se hacía todo lo posible. Se estimaba que podrían tardar seis horas hasta llegar donde estaba el cuerpo. Pero ha sido imposible.

Ante lo cual, la familia de Gambino decidió el domingo que su cuerpo permanezca allí para siempre y que esa cueva, una de las muchas a las que pudo llegar en vida, sea su lugar de descanso. Su hermano ha dicho que seguramente José Antonio hubiera deseado reposar allí. Y así se ha hecho. Los equipos de salvamento han vuelto a sus bases y allí ha quedado el espeleólogo. Como a los montañeros en la montaña, a los marineros en la mar, Gambino descansa para siempre en una de las cuevas que amó, lo que es muestra de la epopeya del ser humano en su lucha heroica contra los secretos de la tierra y la vida. Es un final triste, pero en medio del dolor, la historia de José Antonio Gambino, de Santurtzi, es un ejemplo de lucha y amor por la cultura, el conocimiento por la tierra y nuestro país. Es romántico. Es hermoso. Y junto a esto, el ejemplo de los equipos por recuperar su cuerpo, un despliegue impresionante cuya peor decisión es rendirse: cuando no hay nada que hacer, es mejor no hacer nada. Ochenta personas, en equipo, lo intentaron.

Conviene decir que los espeleólogos, como los montañeros y otras personas que practican actividades riesgo, no son temerarios. Muchas veces creemos que lo que les gusta es arriesgar sus vidas. Que es pura temeridad. Y nada más lejos de la realidad. Es verdad que las metas que persiguen son muy difíciles y arriesgadas. Pero aseguran muy bien los pasos que dan. Casi nunca se producen tragedias por actos de temeridad. No. Casi siempre son accidentes, hechos imprevistos en un mundo donde todo está por descubrir. La naturaleza es imprevisible. Ni la espeleología ni la montaña son cosa de locos. Sin ellos desconoceríamos muchas cosas que sabemos sobre nuestro mundo. Ellos son pioneros. Van más allá de los límites. Van con cuidado. Pero van. Y, a veces, como en el caso de Gambino, hay un accidente.

Gambino reposa en una cueva. Demasiado joven para morir. Lamentamos su muerte y admiramos su trayectoria como espeleólogo. A todos nos gustaría reposar en el lugar donde fuimos felices, en ese lugar concreto. Por eso hay tanta gente que pide arrojar sus cenizas al mar, en un lugar del monte, en un punto concreto del planeta. Descansa en paz, José Antonio. Gracias por tu trabajo y tu amor por nuestras cuevas y riqueza cultural.

 ¡Hasta el próximo jueves!

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3 comentarios en «Gambino y la historia de nuestros espeleólogos»

  1. Me adhiero a tus palabras, ay quien sirve para escribir y quien no tiene la capacidad, como yo. gracias desde l`Hospitalet de Ll. (BCN.).

  2. Hace más de un año que leí este articulo, vuelvo a leerlo y no he visto nunca otro que refleje tan fielmente y con tanta delicadeza, exactitud y fidelidad está actividad tan poco y mal divulgada. Gracias por dejar en su lugar a los exploradores, gracias por honrar a José Gambino.

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