Escupiendo al Cupo

Si las sesiones parlamentarias no estuvieran condicionadas por la tele serían menos teatrales. Es tan agobiante esa presencia que los diputados, ellas y ellos, se tapan la boca con la mano para evitar ser interpretados por el lenguaje labiofacial de los sordomudos cuando hablan en sus escaños. Y ya pueden tener cuidado con no quedarse dormidos un instante o meterse el dedo en la nariz si no quieren ser objeto de escarnio. Los realizadores tienen la culpa y también los fotógrafos por dramatizar el debate mediante tomas simultáneas de quien interviene desde la tribuna y del ministro o político interpelado, lo que obliga a éste a lanzar su réplica instantánea con muecas y ademanes corporales. Saben que la cámara les apunta y no hacer nada es debilidad o asentimiento. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, ha llevado al extremo esta obsesión televisiva, quizás porque se curtió en un certamen de oratoria y en su primer cartel de campaña salió en pelotas. Es el perfecto dirigente histriónico y un esclavo de su perfil mediático. Un peligro para la autenticidad, por no saber de él cuándo es actor y cuándo verdadero.

Durante el pleno de aprobación de las leyes del Cupo y el Concierto el pasado jueves, Rivera exhibió todo su repertorio de expresiones gestuales desde el asiento, sabiéndose observado por la tele. Lo tenía preparado y así mostró -a cámara, no a sus críticos- una portada de periódico, un ejemplar de la Constitución y un recorte de prensa. A ver si iba a perder la oportunidad de vanagloriarse, tan lindo, tan español, como caudillo de la uniformidad fiscal. Su tonta ocurrencia de calificar de cuponazo el Cupo es la representación de su raquitismo intelectual y desvergüenza.

Es necesario que alguien enseñe aquí y allí, sin aritmética ni retórica, qué son el Concierto y el Cupo. Nadie lo explica mejor que Pedro Luis Uriarte, exconsejero del Gobierno Vasco. ETB debería crear un espacio fijo y en horario principal para él y su proyecto pedagógico. Algunas preguntas importantes tienen respuestas muy urgentes.

 

7 comentarios en «Escupiendo al Cupo»

  1. Muy acertado su artículo sobre este personaje llamado Rivera.
    Creo que confunde la realidad con la ficción. Y todo el tiempo está escenificando un papel. Que con el cual no tendría derecho a ningún Oscar. Es patética su actuación.
    Reitero mis felicitaciones en su artículo de opinión.

  2. Lo de «Cuponazo» no es ninguna ocurrencia de Ribera.

    Recuerdo que fue una viñeta del panfleto madridense QuéPaís hace unos 20 años, cuando se renovó el Cupo de entonces.

    El viñetista creo que se llama «Peridis». Salía en ella unos muñegotes -entre ellos uno tocado con boina (que es como representa a los vascos ese tipo)- y aparecía la expresión esa, «‘Cuponazo», jugando con una campaña novedosa entonces de la ONCE.

    Lo lamentable es que este nuevo Primo de Rivera, sabiendo que no es nuevo ni es suyo, dice «lo que ya se llama en España el Cuponazo…, porque bla bla bla…».

    En todo caso desde luego que es un Cuponazo (para España) y un mal negocio para Vascongadas, como lo prueba el hehco de wue lo defienden el PP y el PSOE.

  3. Una muestra más de la «nueva política», plena de superficialidad y de gestos teatrales dirigidos a la masa. Desgraciadamente les reporta buenos réditos, al menos a corto plazo, a quienes la ponen en práctica.

    Sería muy oportuno aprovechar este actual protagonismo estelar del Concierto (y por ende, del Cupo) para concederle el valor que se merece como un instrumento valiosísimo de autogobierno, tanto para los que lo ven como un punto de llegada, como para quienes aprecian su potencialidad de cara a alcanzar otros escenarios en los que las relaciones con el Estado Español se vieran esencialmente alteradas.

    Unos y otros deberíamos hacer el esfuerzo de conocer el Concierto con mayor profundidad y para ello, coincidiendo totalmente con el Sr.Blázquez, es imprescindible la referencia a Pedro Luis Uriarte, protagonista y artífice del Concierto Económico tal y como hoy lo conocemos. Sus obras, accesibles y didácticas deberían ser de obligado estudio, no ya en las universidades, sino también para cualquier ciudadano, tanto vasco como español (incluso para quienes se consideren ambas cosas), con una mínima sensibilidad e interés por el conocimiento de una figura como el Concierto Económico, que nos afecta a diario y sobre la que casi todos hablamos sin demasiada propiedad, cuando no empleando argumentos espurios, como hace el Sr. Rivera.

  4. Sentirse satisfecho por la existencia del cupo desde la parte vasca, la pagana, como si fuese una ventaja, un patrimonio de facto, es una alienación que demuestra una resignación preventiva ante la Historia, cuando lo que esta dice es lo contrario, que es fruto de un castigo, y por lo tanto una penitencia.

    Disfrutar de una penitencia es como mantener el nombre de una avenida dedicado a Juan Carlos Borbón y Borbón, como sucede en Gasteiz.

    Si con un alcalde que se dice «nacionalista vasco» y al que aupó y aúpa un partido como el de Miren Larrion que se dice independentista vasco, republicano y antifranquista, entonces se entiende por qué Pablo Casado o el Ejército español no tienen por qué preocuparse por la otrora rebelde Vasconia.

  5. Hace pocos lustros hubiera sido inconcebible que n Bilbao y a los millonarios del Real Madrid cf les esperara gente al
    Llegar a su hotel.

    40 annos de construcción nacional. Español.

    Y encima 111 millones a cargo de los pagadores de impuestos de estadio de lujo para hacer de comparsa de esos ídolos llegados de la Metrópoli.

    Cuánta indignidad.

    1. Totalmente de acuerdo con los tres comentarios. El cupo es lo que tenemos que pagar los vascos por tener un mínimo autogobierno. Es un negocio para ellos y, encima, nos lo venden como un privilegio. Pero manda quien manda y, como muy bien dices, apoyado en algunos sitios por los otrora radicales a los que algunos se empeñan en seguir llamando «batasunis» en una televisión que se dice pública desde un programa gestado desde las casas del pueblo.

      1. El «autogobierno», estimada A M M, no tiene nada que ver con pagar a los profesores, a las enfermeras y al constabulario local o con tener una emisora de televisión o regalmentar sobre las marinas o gestionar las catastróficas señales informativas de sobre direcciones en las autopistas.

        El autogobierno, de aquí y de cualquier país, es tener unas leyes fundamentales que emanen del pueblo de aquí y unos jueces que las interpreten y apliquen en interés del pueblo de aquí.

        Si en el País Vasco -Vasconia más Vascongadas- los jueces, el poder judicial teorizado para el estado contemporáneo en el siglo XVIII, siguen siendo un brazo del poder único tal como en el Antiguo Régimen, que además tiene su sede fuera del País, en la metrópoli (pues el poder judicial por definicin no está federalizado, «autonomizado»), entonces ese famoso autogobierno no existe.

        Un ejemplo lo vemos en Pamplona, donde el juez natural, que en realidad responde ante un gobierno judicial metropolitano y de jurisdicción territorial única a su vez nombrado por el poder político metropolitano, va a lógicamente a absolver, el mes que viene, a los autores de una violación en serie, un crimen gravísimo que dejará a los pies de los caballos a todas las mujeres (50% de nuestra población) residentes en Pamplona y por extensión en el País Vasco por tratarse de reos especiales, servidores armados del poder político central del que emana la potestad de ese juez para aplicar la ley que ese poder central establece, que han caído a esa condición por azar y acción de una administración «de autogobierno» en manos de aborígenes con tendencias rebeldes al poder metropolitano.

        No menciono el espectáculo descarado del «poder judicial» en comunión con la acción gubernamental en el caso de los acontecimientos de Cataluña, claro, porque eso lo reconoce cualquiera.

        El hablar de autogobierno en los términos en que lo haces -no eres el único, A M M, pues sin ir más lejos el propio EAJ-PNV, partido político local hegemónico, insiste en su existencia- es ser un niño políticamente hablando.

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