La verdad hiere, la mentira mata

Lo que hizo de Aznar un presidente abominable fue la mentira. Mintió al asegurar que Irak tenía armas de destrucción masiva y nos volvió a mentir el 11M sosteniendo la autoría de ETA porque le convenía en vísperas electorales. Stefan Zweig escribió de estas personas que “mienten de la manera más peligrosa: con absoluta sinceridad”. Veinte años después del mayor acto terrorista en Europa la televisión nos ha otorgado un tributo de dignidad con formatos de tardío consuelo. ¿Por qué sorprendernos de aquella manipulación político-mediática si teníamos antecedentes en el 23F y la corrupción de Juan Carlos I?

TVE refuerza su deber público con dos productos impecables. Destaca la entrevista que Bush y señora ofrecieron en exclusiva a Lorenzo Milá, corresponsal en Washington, y que Urdaci y el director general, José Antonio Sánchez, censuraron por orden de la Moncloa. El segundo es un reportaje de excelente hechura, 11M, 20 años, con el protagonismo de tres supervivientes (Dori, Ángel y Antonio), que lo llenan todo con sus testimonios apabullantes. ¿Y por qué no la inolvidable Pilar Manjón? El resto es la crónica de la desinformación y la infamia.

Jordi Évole, en la Sexta, ha optado por el relato de ocho periodistas de tres medios (ABC, Ser y TVE) con la memoria de los cuatro días de aquel monstruoso engaño que, según Gabilondo, fue el germen de la actual polarización sociopolítica. El sinuoso Zarzalejos afirma que ahí empezó el “no nos representan”. En otro sentido, la serie de Disney+ Nos vemos en otra vida, sobre el menor que colaboró en el traslado de los explosivos desde Asturias, es una narración fallida por vacuidad. La verdad ha envejecido a los 20 años y hoy la vemos soliviantada y sin compasión. La historia siempre llega, inevitablemente, tarde y mal.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Señora de las noticias

Cuando un líder de la televisión informativa se jubila se convierte en noticia, en última noticia. Ningún rostro del espectáculo tiene mayor exposición pública que el presentador/a de telediario y por eso su despedida causa estrépito. Al reciente retiro de Pedro Piqueras de Telecinco se suma ahora el de Ana Blanco de TVE y entre ambos acumulan siete décadas de información: toda una época de la tele se va con ellos. Los tiempos cambian y los cronistas también, no siempre a mejor.

Ana Blanco era un modelo de contar noticias. Sobria, discreta, imparcial más allá de las circunstancias políticas, creíble. Su mirada mansa y alejada del aspaviento y de la retórica de la imagen la ayudaron a escapar del protagonismo, a sabiendas de que la fiabilidad de la información es incompatible con el ruido personal de sus emisores. La bilbaína nunca quiso ser estrella y, aunque tuvo la oportunidad de serlo, no puso su nombre y su tarea por encima de la responsabilidad periodística en el crítico medio audiovisual. Con mesura natural y simpatía contenida, su encanto radicaba en la seriedad y la serenidad por respeto a una sociedad que se toma en serio recibir malas noticias y hechos dramáticos, pues esa es, generalmente, la carga de un informativo.

Ana fue el contrapunto de Alfredo Urdaci, el tipo crispado y panfletario de la televisión estatal que le hizo la putada de suplantarla por Letizia Ortiz, más tarde consorte real. ¡Qué diferencia la suya con la miseria del telediario sobornado por unas siglas con el que triunfa Vicente Vallés en una España de trincheras! Y nada que ver con el activismo viejuno de Ferreras. Empezó en los 40 principales, cuya sintonía me acompañó cinco años de carrera, y ha concluido, más de 30 años después, en la señora de las noticias sin miedo.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Sus criminales preferidos

Transitar de la información al entretenimiento es un salto al vacío para quien, como Silvia Intxaurrondo, ama las certezas y rechaza lo infundado. Su insólito viraje la lleva, en directo, a la historia entendida como historieta y disfraz identitarioEl mejor de la historia, de TVE, es una vieja reconversión de 100 Greatest Britons, de la BBC y de hace más de 20 años, que incluyó entre los ilustres de Gran Bretaña al ficticio rey Arturo, elevado a categoría de leyenda. Podría España hacer lo propio proclamando entre sus 50 históricos a Mortadelo y Filemón, queridos amigos de tebeo. Para empezar, ni el 7% de la audiencia muestra interés por este subproducto chauvinista.

Sostiene Silvia que para estar entre los mejores hay que acreditar genialidad, valentía, legado, liderazgo y humanidad, perfil que burlan la corrupta y verbenera Isabel II de Borbón, Agustina de Aragón, señora cañón, y el genocida Hernán Cortés. En defensa de este salió Margallo, ex ministro del PP y adicto a la tele, con un argumento recurrente entre los intelectuales de salón: no se puede juzgar el pasado con criterios de presente. ¿De veras? Entonces nos despeñamos en la justificación de tiranías y matanzas al valorarlas según el calendario, a imitación de quienes relativizan los delitos de pederastia de los curas por el tiempo transcurrido: “Eran cosas que pasaban”, dice su discurso negacionista y su banalidad del mal.

Dos vascos hay en la lista: Dolores Ibárruri e Induráin. ¿Y por qué no Unamuno y Chillida? Es tan arbitrario y soez que hasta Franco y su heredero Juan Carlos I fueron candidatos. No hay forma de que España asuma con decencia y honradez su historia, toda ella. Vagando sin autoestima, acomplejada y carente de memoria verdadera, España se busca y no se encontrará nunca. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

¿Hemos perdido el humor?

Con la madurez aprendemos a discernir entre gustos y necesidades. ¡Pero hay que ver cómo nos complace lo objetivamente innecesario! El humor es una de nuestras necesidades y no un género más: es toda una cultura. Si los canales de televisión tuvieran conciencia del valor social y moral del humor, capaz por sí solo de compensar lo peor del ser humano -como la ira y el miedo- se esforzarían en hacer de la risa un bien público. 

La cadena que mejor ha entendido la urgencia democrática del humor es TV3, no solo porque tienen, de lejos, la industria audiovisual más avanzada y los mejores intérpretes, productores y creadores, sino porque han conectado con su sociedad en los momentos de crisis. El programa Polònia es desde 2006 un festival de sátiras y chanzas de las que no se libra nadie, ni la Virgen del Rocío. Cuando en 2017 Rajoy, con la complicidad de Sánchez y el rey Borbón, secuestró la autonomía de Catalunya, dejó fuera del saqueo a la cadena autonómica. Y desde entonces, TV3 es una heroica televisión de autodefensa frente al incesante flujo de odio que llega de España y la humillante condena a los líderes soberanistas en juicio televisado en directo como estrategia de escarnio, al igual que ahora contra la justa amnistía.

Mucho antes, Euskadi había sufrido otro 155 con el oprobioso gobierno de Patxi López y PP y la ambición de Alberto Surio y su equipo de españolizarnos mediante la intervención de ETB. No pudieron suprimir Vaya Semanita, lo mejor que había hecho ETB en cuarenta años. ¿Es que ya no somos capaces de crear un espacio de humor, diferente pero tan audaz como aquel? Se cumplen 10 años de Ocho apellidos vascos, película que nos hizo mucho bien como país en su voladura de tópicos. Fue bonito, créanme, que Euskadi pasara de dar miedo a dar risa.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Alegría en la colmena vasca

Las laboriosas abejas, que no sobreviven a temperaturas por debajo de 10 grados, acabaron sepultadas por un alud. La sociedad de la nieve se lo llevó casi todo en los Goya de Valladolid, a la que no concurrió el equitativo Salomón con el reparto de los premios a mejor película y mejor dirección, pues ambos recayeron en la triunfadora de la noche, mientras la colmena vasca, más hermosa pero menos espectacular, se hizo con tres formidables estatuillas. Y con ese sabor agridulce para 20.000 especies de abejas concluyó una fiesta soporífera que reclama a gritos su renovación como formato. La audiencia de TVE cayó a 2,3 millones, al límite del fracaso.

Hubo cosas, claro, que estuvieron bien; pero lo último fue perfecto, cuando Pedro Almodóvar, sobre el estrado, dio réplica al vicepresidente facha del gobierno de Castilla y León, quien dos días antes había calificado de “señoritos” a la gente del cine y que, según él, producen “obras cinematográficas que luego no ve nadie”. En la fiesta de la nieve brilló Sigourney Weaver, la dama versátil que va de jefa cabrona en Armas de mujer a afligida protectora de mujeres en la reciente serie Las flores perdidas de Alice Hart. Su Goya internacional fue de lo mejor de una gala feminista con su lema “Se acabó”, versión hispana del #MeToo global.

La basauritarra Sofía Otero, a quien la Academia privó de competir como mejor actriz protagonista por ser menor de 16 años (¡eso es edadismo!), compuso con sus lágrimas de felicidad la cumbre emocional en la entrega a Ane Gabarain del Goya de actriz de reparto. Y la dignidad se la llevó entera su directora, Estibaliz Urresola, al denunciar el genocidio de Gaza y tener el honor de crearnos una película sublime que justifica la razón del cine: sin el cine la realidad no existiría.

JOSÉ RAMÓN BLAZQUEZ