¿Cerrarán la televisión catalana?

 

 

Por fin, 2 de octubre, el día después. La ansiada fecha llegó y el mundo sigue. Peor, porque los enemigos de la libertad de Catalunya han sido demasiados, externos e internos. Entre ellos, el miedo, el más peligroso. A ETB, que al menos debería haber sido neutral en este conflicto entre ley y democracia, no se le ocurrió otra cosa que emitir el pasado martes 8 apellidos catalanes, película graciosilla que ridiculiza el independentismo hasta el escarnio. En ese contexto, la risa tendenciosa se vuelve mueca. Predominó el oportunismo sobre el buen criterio institucional. Nuestra televisión pública se busca a sí misma haciendo cambios sin innovar en profundidad, improvisando. A la tarde le ha quitado a Adela González su espacio Ahora para insertarla dentro del debate de El programa de Klaudio, una mera fusión, un pegote sin adherencia, porque no forma compañía con Landa en la presentación de la tertulia, como cuando hacía pareja con Iñaki López. ¿Y por qué no recuperar la idea de dos moderadores? No saben qué hacer con Adela, tan valiosa y extraviada. Incluso la enviaron el viernes a Barcelona como reportera de 7 días.

Menos mal que ha vuelto la cocina antes del Teleberri de la noche. ¿Cómo podía ser que la pionera en recetas televisadas no tuviese su programa gastronómico? A bocados renueva el modelo popular y añade al chef de ahora, Ander González, el contrapunto de la nutricionista, Gabriela Uriarte, plena de simpatía y sobrado conocimiento para informar sobre las propiedades y los riesgos de cada alimento. ¡Acierto! Igualmente es un acierto la novedad del miércoles, la versión euskaldun de El Conquistador, bajo el peliculero título de Izan Invictus, también con Julian Iantzi al frente y todo más urbano, incluso más friki que su referente de ETB2. Hacía falta.

Sí, es 2 de octubre. ¡Aleluya! Y a Rajoy, amo y señor de la violencia policial y judicial, dominador de la propaganda en todas las cadenas, hasta de la sectaria Sexta, le ha faltado dar el gran golpe cerrando TV3, la televisión catalana, el último refugio de libertad. No tuvo pelotas.

Catalunya apaleada y decidida. ¿Y Euskadi?

 

Catalunya votó el domingo -con 2.262.424 sufragios contados en un referéndum en precario y épico- y sus autoridades se sienten legitimadas para dar un paso sin precedentes en el Estado español: declarar la independencia. No sé qué es peor, si negar la posibilidad de cambio porque no existen precedentes o rechazarla para no crear precedentes. Es lo que ocurre en España, cuyo terror a la evolución es tanto como su adicción a las reformas superficiales, cuya consecuencia es su atraso democrático y social y la eterna vigencia de sus males estructurales. Para empeorarlos, añade el factor de la represión violenta -más de 900 heridos- contra un pueblo pacífico, mostrando así su feroz intransigencia y su vieja calaña franquista. Cada porrazo fue un motivo más para escapar de España.

Tengo para mí que la crisis catalana, sea cual sea su devenir, ha sido providencial y jamás podremos agradecer lo suficiente a la ciudadanía de aquel país su contribución y su esfuerzo por hacer cambiar las cosas. Era necesario. No había otra forma de persuadir al Estado. Había que cuestionar las reglas de juego que, como se ha demostrado, estaban trucadas desde 1978 y aún antes, pues la Constitución nació del fraude la Transición y el franquismo subyacente.  Años antes, Euskadi lo intentó por medio del plan del lehendakari Ibarretxe, respaldado por la mayoría del Parlamento vasco, que recibió un estrepitoso portazo en las Cortes. No son las iniciativas audaces las que crean división, sino la ausencia de soluciones y la negación del debate. Si España no se atreve a evolucionar tendrá que hacerse por la vía de la confrontación y a un precio más caro que el de un pacto. Resulta que hay una sociedad movilizada y harta de esperar al camión de la mudanza.

En este contexto de pereza al cambio, que Rajoy dejó patente en la noche del 1 de octubre, hay que inscribir la proposición del lehendakari Urkullu, realizada en su discurso del reciente pleno de política general, en orden de que la mejor salida al “laberinto político territorial” está en el “horizonte del Estado confederal”, en cuyo modelo tendrían cabida la “bilateralidad” y el “reconocimiento de la realidad nacional propia” de Euskadi y por consiguiente “la plurinacionalidad del Estado”. Los conceptos están claros y queda que la mayoría del pueblo español, a rastras con su indolencia y a expensas de sus dirigentes, con más de caciques que de líderes, tengan la talla intelectual requerida para aceptar la validez de estas ideas y se avengan a discutirlas y plasmarlas en un acuerdo.

¿Y qué?

Si España fuese inteligente y quisiera recuperar el afecto de Catalunya tras apalearla, aceptaría la flexible propuesta de cambio. No hay un modelo confederal único, de manera que algunos tipos existentes en Europa y el mundo pueden ser regresivos respecto de la actual situación. Ni tampoco hay un canon federal válido que pueda servirnos de referencia, de lo que se deriva el despiste de Pedro Sánchez y el PSOE a la hora de articular una propuesta concreta. Y cuando estamos hablando de estos asuntos, y Euskadi y Catalunya apremian hacia la innovación, toman la palabra los listos de la clase, profesores de derecho o políticos advertidos, expertos de salón, loros de tertulia, y sueltan el espantajo: “Ningún texto constitucional avala la autodeterminación”, como si lo existente negara la contingencia de lo nuevo o se ignorara que la mayoría de las constituciones tienen sus raíces manchadas de sangre y fueron elaboradas con el detritus generacional y no con la finura de la seda jurídica. Para mayor escarnio, los profetas de la verdad constitucional se jactan de su inmutabilidad señalando que solo Etiopía y el país caribeño de San Cristóbal y Nueves recogen legalmente en sus textos el principio de la independencia. Vamos, que es un producto exótico. Si a Catalunya y Euskadi le impiden una solución a la británica o la canadiense, se verán abocados a hacerlo a lo Kosovo.

No hay precedentes, proclaman con engolado dogmatismo. ¿Y qué? Tampoco existía el voto femenino, ni el matrimonio gay, ni divorcio, ni el derecho a la huelga, ni la cláusula de conciencia y ni siquiera se reconocía el derecho a la vida. Y ahí están. Lo que no existe se inventa, porque solo su imaginación ya determina que puede realizarse. Esta es la razón de la innovación y de todos los procesos de mejora ética y productiva. Lo que no existe se crea, maldita sea, a voluntad e impulso de una mayoría suficiente. Y más que un argumento para seguir estancados es una provocación para que un país se reinvente más allá de la molicie de sus gobernantes.

¿Qué impide a una Constitución recoger el derecho a la separación pactada de una parte del territorio del Estado? Nada, ni la inmanencia, a la que se apela como razón sagrada, lo prexistente, la nación previa. No hay verdad histórica que perdure sino en los mitos. La historia es una escombrera para argumentar una cosa y la contraria. No hay panaceas, ciertamente; pero sí buenas salidas para problemas cuya causa está más en el atraso de una sociedad acomodada en el pastoreo.

¡Viva los confederados!

El primer rasgo del posible Estado confederal es que cada uno de los pueblos, al tiempo que se configuran en una entidad plurinacional, hacen reserva de su soberanía, de modo que, llegado el caso, podrán recabar su independencia bajo unas reglas pactadas. La soberanía propia no cesa nunca, acaso se cede a reserva de ulterior llamada a ejercerla de pleno. La estabilidad del sistema y su operatividad estribarían en que la convivencia común no amenazaría la identidad de los pueblos y que la fórmula confederal garantiza sin tensiones el respeto a la personalidad de Euskadi, Catalunya y demás naciones.

Un segundo rasgo es que las competencias de cada parte y las del Gobierno general, así como las de Bruselas, estén perfectamente tasadas, de manera que quede en desuso el Tribunal Constitucional con su escandalosa parcialidad, uno de los mayores fiascos de la democracia española, malnacida tras la dictadura. En este contexto, a la mayoría independentista catalana le vendría bien un tiempo de debate para convencer al resto de su país y cerrar las heridas abiertas, además de articular un referéndum pactado, con marchamo internacional y preparar su economía y finanzas hacia el nuevo escenario de libertad. No es tan fácil pasar del Sí de ahora, convulso y emocional, a un Sí definitivo, bien pensado. 

Ahora bien. ¿Está España preparada para afrontar el debate y acometer una configuración que reconozca el derecho de autodeterminación? No, hoy está muy lejos de una visión democrática avanzada. Rajoy es su patético exponente. Solo hay que ver la pobre cultura política de la masa de votantes del Partido Popular y no pocos del PSOE. Cabe confiar en la teórica apertura intelectual de las bases de Podemos, que constituyen una minoría más indignada con la crisis y sus efectos económicos que un grupo social influyente desde una actitud moderna en lo público, capaz de liquidar los estragos del franquismo y el gran engaño de la Transición. Y se podría atisbar alguna expectativa renovadora en algunos sectores socialistas, pero sus miedos a la disminución electoral les inclinan hacia tibias posiciones.

Si todo lo ocurrido en Catalunya y lo que venga, si todo el sacrificio y el heroísmo catalán no han servido para mover a España de su caduco modelo constitucional, es que nada es posible y procede la solución extrema de la ruptura democrática, moral y políticamente justificada. La próxima vez que alguien nos hable de precedentes, porque no los hay o por el riesgo de crearlos, para impedir la renovación profunda del Estado, habrá que presentar la dimisión como ciudadanos de España y otorgarnos la carta de independencia. ¿Si no tienen imaginación, cómo van a albergar motivos para cambiar?

El turista accidental

EL FOCO

Onda Vasca, 29 septiembre 2017

En Euskadi suceden historias muy raras que darían para hacer películas y escribir novelas. En una de ellas, alguien intentó robar hace poco en Sestao un buque de trece mil toneladas y 160 metros de eslora, como si de una bicicleta se tratase. Hasta allí llevó dos grandes remolcadores, traídos desde Rotterdam, y aprovechando la noche rompió las amarras, dispuesto a trincarlo. Es lo más heavy y más surrealista que se ha visto por Euskadi en décadas. Gracias a los vigilantes el robo del siglo no pudo llevarse a cabo. La otra historia es más romántica y sucedió en Donostia-San Sebastián, adonde llegó de excursión un turista norteamericano, de 72 años, que había arribado en Getxo en uno de los muchos cruceros que nos visitan. El hombre se perdió por los pintxos y los encantos de la ciudad, y no regresó al barco, que zarpó sin él, comunicándose su desaparición a las autoridades. Se temía lo peor. Y según nos han contado desde la policía municipal, el hombre anduvo deambulando y durmiendo a la intemperie durante una semana. Hasta que, por fin, acudió a la comisaría local y fue repatriado en buen estado de salud. No me creo esta historia. Ni aunque el hombre estuviera disminuido de conciencia y memoria, es imposible vagar por Donostia sin llamar la atención. Es una ciudad pequeña y de vecindad muy cercana. Esta ciudad no deja a un hombre perdido durante siete largos días. Creo que hay una intrahistoria que solo este turista accidental -o accidentado- puede contarnos. Creo que ocurrieron otras cosas: cabe imaginar algún secreto, quizás un fraude, puede que sea un hecho romántico. En todo caso, es falsa la versión oficial. El final es feliz, o no: pero la historia encierra su misterio.

Seguramente, algún día, este turista accidental regrese a Euskadi, como tantos otros que nos visitan y vuelven, porque les dejamos buen sabor, y no sólo por la comida. El turismo está en el centro del debate político, pero no en la calle. Quizás la crisis, llamada “turismofobia”, tiene mucho de artificial, como rebote de los asuntos catalanes. Tiene mucho de político el caso, pero había que pararse un rato a discutir el modelo turístico vasco. No somos una primera potencia turística, al uso de otras zonas del Estado español. Pero nuestro turismo reporta a Euskadi algo así como el 7% del PIB, con 2,9 millones de turistas en 2016 y 5,89 millones de pernoctaciones, y da empleo a casi cien mil personas. Somos una potencia gastronómica y acogemos un turismo de paladar y cultura, con un magnético Guggenheim que ha llegado a los 20 millones de visitantes en su 20 cumpleaños. Un turismo de calidad. Tenemos un problema con los llamados pisos turísticos que ha habido que regular con urgencia. San Sebastián ha estado a rebosar. Bilbao, al límite. San Juan de Gaztelugatxe, escenario de “Juego de Tronos”, nuestro “Notting Hil”, a punto de establecer cupo de visitantes. ¿Quién dijo turismofobia? Nadie puede matar la gallina de los huevos de oro; pero hay que mejorar nuestra oferta, diversificarla, “glamurearla”, como en el Festival de Cine de San Sebastián, llena de estrellas.

Todos somos turistas. Y el turista es un poco elemental, un autómata sin información. Hay que educarle para que vaya más allá de los tópicos. Solo en gastronomía podemos hacer maravillas, pero no con pintxos exclusivamente. Seamos inteligentes y hagamos de nuestra riqueza y nuestra cultura algo más admirado. Un poco más de magia, más calidad que cantidad.

¡Hasta el próximo viernes!

Bendito el fruto

 

Otra vez la tele nos ofrece un producto delicatessen al alcance de una minoría, aquellos que pueden acceder a las plataformas de pago. El cuento de la criada es la serie de moda, pero que pocos han disfrutado. Es la gran triunfadora de los últimos Emmys, los Óscar de la televisión, galardonada como mejor serial dramático y otros cuatro premios, uno de ellos para Elisabeth Moss, tan creíble ahora como en Mad Men. Efectivamente, es una abrumadora obra de arte, desde su historia a la interpretación, pasando por la ambientación y la propuesta ética y social que ha sabido transmitir, al comienzo de la era glacial de Trump. Todas las mujeres deberían ver sus diez capítulos por imperativo de género, porque es una fábula imaginaria pero veraz de una sociedad que las somete y organiza en cuatro estamentos: esposas, domésticas, guardianas y criadas-madres, mientras los hombres hacen todas las tareas bajo un régimen teocrático de inspiración bíblica, con la excusa de que hay una gran infertilidad. En este escenario, la república de Gilead, emerge la figura dulce y luchadora de June, en quien se encarna la dignidad de las mujeres por ser libres e iguales que los varones.

El relato, con algo de Orwell y mucho de Huxley, nació en 1985 de la mente de Margaret Atwood y su vigencia, como todas las narraciones visionarias, es reconocible. Hay secuencias tan brutales que conmueven hasta las piedras. La Ceremonia, por ejemplo, en la que, una vez al mes, la criada, tumbada en la cama sobre el regazo de la esposa, que la sujeta por las muñecas, es violada por su comandante con el providencial destino de germinarla sin el menor atisbo de placer. O cómo las chicas han de ejecutar con sus manos a los reos. Hasta que la heroica June encabeza la rebelión negándose a lapidar a una compañera.

Hágase el favor de ver El cuento de la criada, la historia de “úteros con patas” que se saludan con el ritual de “bendito sea el fruto”. Pues sí, bendito sea este prodigio producido por Hulu y emitido en España por HBO. Reconcíliese con la tele.

Elige concejal para casarte

EL FOCO

Onda Vasca, 22 septiembre 2017

Lo que ocurre en el amor no es lo que más importa o, mejor dicho, casarse ya no es una prioridad. Es lo que dice el último informe “Retratos de Juventud”, elaborado con los distintos sociómetros vascos de 2016, con más de 7.000 entrevistas. Es un retrato muy real. Viene a decir que el matrimonio y tener hijos no son metas básicas para alcanzar el estadio de “ser felices”. De hecho, apenas un 17% cree que los hijos sean una primacía en sus vidas.

El dato más reciente, del Sociómetro de la Universidad de Deusto, es que de las 500 bodas celebradas en Bizkaia, de enero a marzo, apenas 32 fueron bajo el rito eclesiástico, apenas el 7%. En Álava las cifras, referidas al mismo período, son más acusadas: de 121 bodas solo dos fueron canónicas, menos del 2%. Dicho con ironía, habría que hablar con esas dos parejas alavesas para preguntarles sus motivos de tan rara decisión. ¿Y estos datos adónde nos llevan? A que la sociedad vasca, en apenas 30 años, ha cambiado radicalmente y que los valores relativos a la religión se han desplomado, en un proceso de secularización que seguramente es de los más acelerados del mundo. Recordemos que a finales de los noventa sólo el 25% de las bodas eran por lo civil y que en las décadas de los 60 y 70 Euskadi es la comunidad del Estado de mayor práctica religiosa.

Lo paradójico es que una mayoría social de Bizkaia se declara católica, aunque al mismo tiempo, no son practicantes, no acuden a las misas y declinan los llamados sacramentos. ¿Y por qué se declaran católicos? Quizás porque asumen cierta afinidad con algunos valores de la fe cristiana, como la solidaridad, la tradición y tal vez cierta idea de trascendencia o creencia en una vida futura. No lo sé. Pero es muy extraño. Tanto como que los bautizos y los funerales en la iglesia no decrecen, así como las primeras comuniones. Se puede entender lo de los funerales, porque aún no existe una suficiente cobertura de tanatorios o salas públicas para las despedidas de los difuntos, en tanto que las iglesias son muchas y amplias. Es algo incomprensible que la sociedad que se casa por lo civil bautice católicamente a los niños y que no falten las primeras comuniones. ¿Quizás por la influencia de los abuelos, más cercanos a la Iglesia, o por los regalos y fiestas familiares? Se supone que en una década más, la Iglesia pasará a la marginalidad e irrelevancia social.

Mi opinión es que ahora la gente es más sincera; y que, en décadas anteriores, bajo el agobio del franquismo, la religión era más aparente que real. Existía un catolicismo de campanario. Desaparecida la influencia de los valores heredados de la dictadura la gente elige lo civil, al tiempo que ayuntamientos y juzgados ofrecen una gran dignidad ceremonial. Ahora no se elige cura que te case: se elige concejal o alcalde. Es más de verdad. Es más auténtico. Eso sí, pocos de quienes se casan resisten mucho tiempo juntos; pero esa es otra historia.

¡Hasta el próximo viernes!