Sin misterios no hay paraíso

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Sin misterios no hay paraíso. Si renunciamos a los márgenes de error que nos son propios como seres humanos y nos negamos a aceptar que hemos de equivocarnos para vivir, nada tiene sentido. El fútbol quiere ser perfecto. No le basta con ser el mayor espectáculo de masas del mundo y la gran maquinaria de control sociológico de la historia, sino que ahora quiere, con ayuda de los ojos que todo lo ven y nunca fallan, convertir las decisiones del juego en certezas absolutas. Muertos los mitos, hemos de inventarnos al juez supremo, el único e indiscutible. El videoarbitraje, llamado VAR, ha comenzado a implantarse y es posible que en un par de años se decrete su obligatoriedad en las competiciones de élite. Si el futbol ha de sufrir las consecuencias de esta deshumanización, para la tele será un mazazo. 

El videoarbitraje expulsa del campo de juego la soberanía del fútbol. De momento, se limita a jugadas de gol, penaltis y tarjetas rojas; pero una vez traspasada la responsabilidad a la clarividencia tecnológica, todo quedará en manos -es un decir- de un robot. Aparte de que el ritmo del espectáculo se paralizará para consultar a la sabiduría de las cámaras, se aplazarán las emociones de los espectadores. Es un absurdo antinatura. No se puede detener la vibración de la vida por tener garantía de acierto: el precio es demasiado alto. ¿Están seguros los dirigentes del fútbol y los dueños de las cadenas de lo que van a hacer? ¿No es el videoarbitraje el caballo de Troya, con la misión de destruir por dentro el deporte y el filón de oro de la tele de pago?

“Vayan acostumbrándose a esto”, dijo el locutor del amistoso Francia-España, jugado en el estadio de Saint-Denis el pasado 28 de marzo, después de que el VAR anulase un gol a los galos y diera por válido un tanto de los españoles. Su augurio sonó como una maldición. Prefiero mil veces quedarme con la duda de si los árbitros favorecen al Madrid y Barcelona que aceptar una verdad artificial. Se trata de reconocer la eficacia de las dudas: unas nos impulsan, otras nos paralizan.

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La Línea 3 y el desarme

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Allí estaba la tele, a las 8:11 del sábado, en el instante que los verificadores internacionales recibían la geolocalización de los arsenales de ETA y la relación de armas, explosivos y demás material mortífero. Compareció la televisión vasca, ETB1 y ETB2, cumpliendo su mandato de servicio público y su responsabilidad social, y no dejó de informar y comentar sobre los hechos en directo hasta las tres de la tarde, cuando todo se había cumplido sin sobresaltos. Las cadenas españolas, incluida La Sexta, siguieron con su rutina -concursos y simplicidades- como si la cosa no fuera con ellos, mientras los canales extranjeros se ocupaban de los 59 misiles Tomahawk lanzados por Trump sobre Siria y las consecuencias del atentado yihadista en Estocolmo. La realidad se mide por lo que a cada a uno le conciernen los acontecimientos, lo que pone de manifiesto que los intereses vascos equivalen, aproximadamente, a la indiferencia de España. Nuestro mundo no es de este reino.

Fue una mañana de contenciones: aliento contenido para que nada extraño arruinara la delicada operación; y palabras contenidas, que Jonan Fernández, Secretario General para la Paz y Convivencia, había suplicado el viernes en La Noche en Jake. Casi lo estropean José Félix Azurmendi y Gorka Landaburu, enredados como dos cascarrabias en aburridas batallitas del pasado. Incomprensible el empeño de Xabier Lapitz, cada día menos moderador, en calificar de histórica la jornada, trascendente, ma non troppo. A lo más, era el penúltimo acto del final de partida de 2011.

El desarme televisado nos proporcionó un sinfín de simbolismos, destacando el inmenso Ram Manikkalingam, verificador, e Iñigo Urkullu, lehendakari, impresionante en su poder de sobriedad y transmisor de emociones contenidas. Y la patética soledad del PP. Lo histórico, con más sentimiento en la calle que el tardío adiós a las armas, aconteció horas después en Bilbao con la apertura de la línea 3 del Metro, una preciosidad que nos sobrepasa de orgullo. Todo importa, pero más el presente que la historia.

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Bilbao, pasión por el Metro

EL FOCO

Onda Vasca, 6 abril 2017

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Al borde de la Semana Santa, este sábado, 8 de abril, Bilbao pondrá en marcha la línea 3 del Metro, un acontecimiento que lejos de tener el sentido fúnebre de la pasión cristiana, adquiere tintes de entusiasmo y fiesta ciudadana. En Bilbao y en su metrópoli, que reúne a más de un millón de habitantes, se ha desatado la pasión por el Metro. Bilbao ama su Metro con auténtica pasión.

El Metro de Bilbao es uno de los símbolos de la regeneración urbana de la capital vizcaína, un proceso titánico que, en apenas 20 años, ha transformado la ciudad, pasando de industrial y gris a ciudad moderna, cosmopolita insertada en el conocimiento y la tecnología. Bilbao es ejemplo en el mundo de cambio y adaptación de su economía y modelo urbano. Símbolos de este cambio son, principalmente, el museo Guggenheim, con su increíble arquitectura; la regeneración de la ría del Nervión, un obrón monumental que los bilbaínos pagamos con sacrificio y muchísimo dinero; el Palacio de Congresos Euskalduna, recientemente declarado el mejor del mundo. Y el Metro, que ha revolucionado la movilidad de las personas. A efectos prácticos, Bilbao se siente identificado con el suburbano y agradece su puntualidad, limpieza y buen servicio.

La pasión por el Metro comenzó en Bilbao un 11 del 11 a las 11. De 1995. No sé por qué eligieron estos dígitos. Me gustaría saberlo, quizás fue pura casualidad y un guiño numérico de los rectores del transporte de entonces. Recuerdo en su construcción la canalización de su recorrido bajo el lecho del río Nervión. Aquella operación de ingeniería fue alucinante. Luego llegó la Línea 2, la de la Margen Izquierda, hasta Santurtzi. El Metro abrazaba así las dos márgenes de la ría. El Metro es el gran cohesionador de Bilbao y su metrópoli. Pero el Metro no ha dejado de crecer, hasta llegar a Extebarri. Y si ha crecido ha sido por la apuesta de Bilbao y Bizkaia por este medio de transporte. Amamos el Metro, qué le vamos a hacer.

Y este sábado, por fin, tras años de trabajos y enormes molestias de los vecinos de la zona por donde va a transcurrir, se abre la Línea 3. En pocos datos, la nueva línea tiene siete estaciones, ofrecerá conexiones ferroviarias cada 7,5 minutos entre Etxebarri y Matiko y atenderá a una población de más de 70.000 personas. La dificultad técnica de su construcción estriba en que transcurre por los barrios altos del norte de la ciudad, y un ferrocarril no puede alcanzar desniveles excesivos. Lo que implica accesos muy profundos, largas escaleras mecánicas y ascensores potentes. Nos ha costado 280 millones de euros. Las siete estaciones mantienen la tipología de diseño que configurara el arquitecto Norman Foster, una bendición para esta ciudad y a quien los bilbaínos agradecen con ternura su trabajo llamando “fosteritos” a las marquesinas exteriores del Metro.

Lo diferente de la línea 3 es que su gestión pertenece a EuskoTren, la red ferroviaria pública vasca. Los trenes no llevarán la identidad naranja de las otras dos líneas. Serán azules, un azul claro como color corporativo. A efectos prácticos, los viajeros no notarán distinto del servicio que recibían hasta ahora. Es el mismo Metro. ¿Y por qué lo gestiona EuskoTren? Se trata de una decisión técnica, porque este tramo del Metro se va a conectar con los actuales trenes que unen con el Txoriherri, hasta la fábrica del fútbol, Lezama. Además, servirá de conexión con los viajeros procedentes o con destino a Bermeo y Durango. Y, lo que es más importante, enlazará con la futura línea al aeropuerto de Loiu, tras horadar el monte Artxanda. Es una línea en proyecto y que muchos agradeceríamos, porque todas las mejores ciudades del mundo tienen enlace con su aeródromo. Tendrá que esperar porque la crisis económica sigue instalada entre nosotros, aunque menos, y hay otras dos líneas que esperan su oportunidad.

Sí, en Bilbao se ha desatado la pasión por el metro. El mismo día que se anunciaba la fecha de apertura de la Línea 3, los vecinos y vecinas de la zona sur de Bilbao, salieron a la calle para reivindicar la Línea 4. ¿Cuál es el trazado de esta soñada Línea? Su trazado previsto es que enlace la estación de Moyua, de la Línea 1, con el barrio de Recalde, enlazando en su camino con Miribilla, Zabala, Uretamendi, Betolaza, Peñascal, Irala, San Adrián, Torre-Urizar y Zabalburu, zonas en las que viven unas 75.000 personas. Con esta línea, se cerraría el anillo del suburbano. ¿Cuánto tiempo nos llevará este proyecto? No lo sabemos, pero ya calculamos que nos costará unos 370 millones de euros, bendita inversión para una pasión compartida.

Pero la pasión no termina ahí. Está la Línea 5, la que demanda y se ha prometido a Galdakao. Se trata de la conexión desde Etxebarri en dirección este hacia Galdakao y el Hospital de Usansolo. Hace falta esta línea. No ya por la pasión que despierta el Metro, sino porque el servicio al hospital es una prioridad social. Parece que hay un nuevo estudio para su trazado. Es un problema de recursos. No hay para todo ahora.

Si yo viviera en Amorebieta o en Enkarterri y zona minera, o Lemoa o Durango, o en Ermua, o Armintza o en la divina Elorrio me dejaría llevar por la misma pasión que tiene enloquecido a Bilbao y su metrópoli y comenzaría a reivindicar la llegada del Metro a mi localidad. Pediría que toda Bizkaia quedaría “metrificada”. Y ya, de paso, que enlazáramos por Eibar la conexión ferroviaria rápida de Bizkaia con Gipuzkoa. ¿Y la ansiada conexión por Metro con la Universidad en Leioa? Que nadie se quede sin Metro.

Se supone que el Metro es una alternativa a los coches y un medio de transporte ecológico y sostenible. Pero es muy caro. Somos un país de orografía irregular. Somos un país de altos y bajos, de ríos y montes, de pueblos y ciudades dispersos. Y no somos muchos, menos de tres millones. Pero sentimos que estamos haciendo algo grande y que queremos que no se detenga. ¿Próxima estación?

¡Hasta el próximo jueves!

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Pedro cogió su fusil

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El otro lado de la televisión es su utilidad social, el polo opuesto del entretenimiento. Llenar la soledad de tantas personas no es suficiente. Hay que atreverse a entrar en lo complejo y peligroso. Pedro García Aguado es un superviviente. Deportista de élite, cayó en la espiral de la autodestrucción por el alcohol y las drogas. Hasta que consiguió derrotarlos. Con su enorme fortaleza, concibió uno de los mejores programas que se hayan visto en décadas, Hermano mayor, un apabullante espacio de recuperación de adolescentes problemáticos en el ámbito familiar. Lo que nadie quería enseñar, el ex waterpolista lo mostraba en toda su crudeza, pero con expectativas de resolución. Ahora, Pedro ha regresado con Cazadores de Trolls, la noche de los martes, en La Sexta. Se mueve en la sensible zona del ciberacoso en cuya prevención y solución se ha especializado, transitando así de coach a perseguidor de los malvados de internet.

La historia de Luisa es la de tantos usuarios de las redes. Pedro presentó su relato dramatizado, de las lágrimas a la alegría de la liberación, culminado con la caza del antiguo compañero de trabajo que, por despecho, había manipulado la identidad de la mujer presentándola como ofertante de sexo gratis. No sé cuántos delitos habrían cometido este sujeto y su banda: usurpación de nombre, destrucción de imagen, acoso y violencia de género. Es de suponer que Aguado pondrá a disposición de la fiscalía las pruebas obtenidas para iniciar un proceso judicial. ¿O no son válidas si provienen de una investigación periodística? Solo faltaría. La tele, como las cámaras de seguridad que saturan los espacios públicos, puede ser un gran testigo a nuestro favor.

A Pedro se le ve feliz en su nuevo papel de Robin Hood del ciberespacio, respaldado por más de millón y medio de espectadores. Miles de personas le llaman y piden su auxilio. Alguien debe llegar donde la policía no puede protegernos. Se necesita un héroe contra los abusos silenciosos, porque lo mejor del mundo son las cosas que hacemos juntos.

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Tomando como rehenes a las personas mayores

EL FOCO

Onda Vasca, 30 marzo 2017

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Se va a cumplir un año del conflicto laboral de los trabajadores (generalmente trabajadoras) de las residencias geriátricas en Bizkaia. Como suele ocurrir en las huelgas de larga duración, la situación, lejos de arreglarse, se está pudriendo y no parece que tenga una inmediata salida. Ni qué decir tiene que todas las personas asalariadas tienen un indiscutible derecho a la huelga dentro del marco de la ley que regula esa libertad. Debo añadir que soy uno de los muchos que no entienden cuál es realmente la razón del problema que está detrás de este conflicto. Existe una enorme confusión. Y voy a tratar de explicarlo.

Antes que nada, conviene resaltar que esta no es una huelga cualquiera, porque los perjudicados son las personas mayores, usuarias o residentes en los centros donde se ha declarado este paro. Y, amigos míos, con las personas mayores, dependientes o no, con mejor o peor estado de salud, con ellas y ellos no se juega. ¡Mucho cuidado! Las personas mayores y los niños son intocables.

Así que vamos por partes. Conviene saber que este no es un conflicto entre trabajadores y administración pública. Hay quien cree, porque los sindicatos así lo han querido sesgar, que la huelga se lleva a cabo contra la Diputación de Bizkaia. Pues no. Es una huelga entre dos partes privadas, asalariados y empresas del sector que gestiona las residencias de personas mayores.

La confusión, además de la intencional, es que la Diputación Foral de Bizkaia aporta, dentro de sus presupuestos sociales, unas cantidades para el sostenimiento y mejora de las residencias, de acuerdo con unas condiciones, que incluyen la garantía de un cuidado de calidad para las personas residentes. La Diputación estaría financiando, con el dinero de todos, el equivalente de unas 5.000 de las 7.500 plazas de residentes. Pero la institución foral no es la patronal, y en consecuencia no tiene en sus manos la resolución del conflicto. Lo único que puede hacer, y creo que está haciendo, es mediar para que se concluya con un convenio digno para este sector. Un sector, humana y socialmente, estratégico, más que ninguno otro.

¿Qué piden los trabajadores? Sus reivindicaciones son fundamentalmente dos: horas de trabajo y subida salarial. Solicitan 1.592 horas de trabajo y unos incrementos salariales «potentes», según sus propias palabras. ¿Y qué significa potentes? Pues porcentajes a los que las empresas no pueden responder para garantizar la rentabilidad de sus empresas. Además, quieren revisar los ratios residente/trabajador,  así como pluses y coberturas en casos de  baja.

El sindicato ELA es quien lleva la voz cantante. Sin entrar ahora en la radicalidad con la que se mueve, en este sector y en otros, el sindicato nacionalista, creo que la estrategia de dureza es un error. La experiencia me dice que la radicalidad, salvo casos excepcionales, la acaban pagando los trabajadores, porque las empresas bien gestionadas no pueden arriesgar sus inversiones cuando se cuestiona su propia rentabilidad. Y con estas demandas sindicales las empresas del sector de residencia irían a pérdidas y a la quiebra. Sería una catástrofe social de enormes proporciones. El extremismo sindical, como en la política, conduce a la frustración y el fracaso.

Voy a recordar un caso. En la década anterior, Basauri vivió una huelga de personal de limpieza, que tenía a su cargo la limpieza de los centros públicos de enseñanza y otras dependencias públicas. La huelga se prolongó a lo largo de varios meses, más de nueve. Se produjo una alerta sanitaria por acumulación de desechos y afectó gravemente al curso escolar de cientos de niños de Basauri. El propósito sindical era convertir en funcionarios públicos a los trabajadores de la plantilla, algo imposible, porque se trata de personal contratado de empresas. Si Basauri hubiera caído en esa trampa demagógica, todos los municipios de Euskadi se hubieran visto abocados a hacer funcionarios a su personal de limpieza. Hubiera sido una catástrofe para las arcas públicas. ELA planteaba una socialización de la gestión, inviable en sistema democrático y económicamente sostenible y eficiente.  El Ayuntamiento resistió y la huelga se pudrió. Resultado: los trabajadores continuaron en sus empresas y perdieron la batalla absurda e irresponsable en la que les había embarcado ELA. Como el Capitán Araña, que “embarcaba a la gente y se quedaba en tierra”.

¿Se pretende que ocurra lo mismo con las residencias? La estrategia sindical es presionar a la Diputación de Bizkaia para que aumente su dotación para las residencias en función de reivindicaciones poco realistas en estos momentos. Las empresas del sector, lo mismo: le dicen a la Diputación que si les aportan más subvenciones para contratar más personal quizás podrían acometer lo que pide ELA. Y en estas estamos. La acción sindical consiste en presionar a la Diputación, o sea a todos nosotros, para que paguemos lo que piden, desquiciándonos con noticias falsas o exageradas de que, debido a la huelga, se están produciendo disfunciones en las residencias y las personas mayores están sucios y desatendidos. Esto es falso, aunque se ha detectado algún caso de desatención, según la inspección foral.

Me parece inaceptable que se esté jugando con la salud y el cuidado de los mayores para alcanzar objetivos sindicales. No pueden poner a los viejos como rehenes. Esto no podemos aceptarlo. Negocien las partes, alcancen el punto justo para el acuerdo, pero no trafiquen con la salud y la dignidad de las personas mayores. ¿A quién le interesa este conflicto? Ya vale. Mesura y responsabilidad, por favor. Y piensen lo que querrían si tuviera a su aita, a su ama o su aitite o amona en una residencia.

¡Hasta el próximo jueves!

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