Fantasmas en la tele

Iker BErtin

 

Ante casi dos millones y medio de espectadores, el gasteiztarra Iker Jiménez le dijo a Bertín Osborne en Mi casa es la tuya que a Félix Rodríguez de la Fuente le mataron, que no fue un accidente de avioneta en Alaska, sino un sabotaje asesino contra el naturalista y un miembro de su equipo. Ocurrió en 1980 y fue una inmensa desgracia para la televisión y el mundo entero, que perdió al más grande divulgador de la naturaleza, un héroe para los niños de varias generaciones. El cantante y presentador no salía de su asombro ante tan terrible revelación que venía a alimentar antiguas versiones sobre las difusas circunstancias del percance. Iker es coherente con el fondo enigmático de su programa Cuarto milenio, once años en cartel, el único que se atreve a tratar temas paranormales, de ovnis, zombis, presencias fantasmales y todo lo que queda por debajo de la línea de lo racional. Le encanta cultivar la imaginación popular.

Iker es un superviviente que come de los secretos olvidados y los rastros de los viejos mitos, mal avenidos con la ciencia. Y como aún quedan miles de seguidores de lo oculto, crédulos e ingenuos, es por lo que Jiménez ejerce en las noches de los domingos en Cuatro como eficaz vendedor de misterios. De hecho, prepara un episodio sobre la muerte del gran amigo del lobo, apoyado en la teoría del falso siniestro o “que parezca un accidente”. Iker no dice que bastaba con apartar a Félix de sus documentales para aniquilarle.

Jiménez perdería su mercado sin el caldo de cultivo de la paranoia social. Mucha gente acepta la certeza de las más increíbles conspiraciones. Y, sin embargo, margina asuntos tan reales y velados como el espionaje masivo que ha denunciado Julian Assange, el héroe de WikiLeaks. O de la verdad incómoda de Edward Snowden. Nos enteramos de que los sistemas de espionaje de la CIA convierten nuestros smartTV en ventanas de videovigilancia. Ya lo sabe. No se le ocurra pecar delante de su televisor, algo difícil con la pantalla frente a la cama. Apague la luz, a las chicas les gusta en penumbra.

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Esa Patria no es la mía

Parria copia

DEIA me publicó el pasado 28 de febrero, un artículo bajo el título “Oigo, “Patria”, tu manipulación”.http://www.deia.com/2017/02/28/opinion/tribuna-abierta/oigo-patria-tu-manipulacion Mi escrito era crítico con el fenómeno literario -a mi juicio, inflado, artificial e ideológico- que se ha montado alrededor de la novela “Patria”, del escritor donostiarra Fernando Aramburu. Por supuesto, no era una crítica erudita sobre el valor literario de la novela, porque ese no es mi quehacer. Lo de menos, decía, era mi opinión sobre el libro, que a mí me parece reduccionista, mediocre e indigno de tantos elogios que viene recibiendo y con tan poco bagaje como para ser un bestseller. La veo como una novela vulgar que a los poderes del Estado les ha parecido conveniente introducir en la batalla del relato, un fetiche que les ocupa y les preocupa. Se diría que le han utilizado con ese propósito descabellado.

Mi escrito me ha valido respuestas a favor y en contra, que me han llegado a través de mi blog y de Deia.com, además de las que he tenido noticia por otros medios y en la calle. Lo normal. También he recibido otras opiniones solidarias de personalidades importantes del mundo literario, que es mejor ocultar por su propio bien y prudencia. La industria editorial se cebaría en los opositores.

El caso es que El Correo Español publica hoy, 13 de marzo, un artículo de opinión, http://www.elcorreo.com/bizkaia/culturas/libros/201703/13/patria-dedo-llaga-20170312201809.html firmado por Jesús Prieto Mendaza, antropólogo de profesión y habitual colaborador del periódico, el mismo que fue fiel apoyo de la dictadura franquista hasta que llegó el momento de chaquetear. En su artículo Mendaza se refiere al mío, sin mencionarme expresamente, al que califica de “piropos expresados a través de la pluma de un conocido articulista”. Acto seguido recoge frases sueltas de mi escrito sin orden ni concierto, desenfocando el sentido de mi mensaje.

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La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque a lo que era una opinión mía, individual y no representativa más que de quien la firma, otorga una manifestación colectiva del nacionalismo vasco “moderado”, es decir del PNV. Dice Prieto sobre el desacuerdo con el libro de Aramburu: “Se me hace mucho más difícil comprender esa especie de veto no explícito, pero en la práctica poderosamente eficaz, del nacionalismo jeltzale”. Más adelante, añade: “¿A qué obedece esta posición negacionista del nacionalismo moderado a reconocer la contribución sanadora de la obra de Aramburu?”. Omito otras consideraciones que el autor aporta para denostar, por mi causa, al nacionalismo vasco, del que dice le resulta “muy difícil condenar a los miembros del mismo grupo corporativo, la misma tribu”. ¡Ay, vuelta a los tópicos que ya creíamos olvidados y que tanto castigaron a esta sociedad durante años! Prieto regresa con ira al pasado porque algunos no aceptamos “la contribución sanadora” de la superficial historia escrita por Aramburu.

Vamos por partes. Es cansino tener que recordar a Prieto Mendaza y a otros de su misma paranoia intelectual que el contenido y enfoque de los artículos de opinión publicados en un periódico, cualquier periódico, no implican menoscabo ni identificación con la línea editorial del medio en el que se imprimen. Son opiniones individuales e intransferibles. ¿Es tan difícil entender un concepto tan simple? En DEIA, donde vengo escribiendo desde hace más de 30 años firman artículos personas con ideologías y opiniones muy diversas. Pueden leerse escritos, entre otras personalidades, del profesor Ramón Zallo, del conocido dirigente socialista Josu Montalbán y de mi buen amigo y archisocialista José Luis Uriz, nacido en la misma finca de la calle Ferraz que alberga la sede central del PSOE. No por eso, por publicar sus criterios sobre la realidad pública vasca a los colaboradores fijos o esporádicos de DEIA se les ubica en Sabin Etxea, ni abrazan con entusiasmo el legado de Sabino Arana. Sus opiniones son exclusivamente suyas, sin más proyección.

Siguiendo ese mismo principio, las opiniones de alguien identificado con el PNV, como es mi caso, no implica que sean las mismas de la formación jeltzale. El PNV habla a través de sus ponencias, estatutos, congresos, sus dirigentes, órganos colegiados y por sus portavoces autorizados. Yo escribo con mi nombre y apellidos, no lo hago en nombre del PNV. Mis opiniones son exclusivamente mías. ¿Es necesario recordar algo tan elemental? ¿Cuándo se acabarán en Euskadi los prejuicios sobre la disidencia frente a las posiciones ideológicas contrarias a las propias?

De lo dicho por Mendaza en su escrito me ha llegado al alma lo de “la contribución sanadora de la obra de Aramburu”. ¡Santo Dios, contribución sanadora! Pero, ¿qué dice usted? “Patria” es solo una novela y nada más que una novela. Que sea de mejor o peor calidad literaria es un debate que no viene al caso. Una novela que algunos quieren situar como parte del dichoso relato o memoria histórica de Euskadi, la de los últimos cincuenta años. “Patria” no es la biblia, ni palabra sagrada que tenga que sanar a los equivocados de la nación española, ni a los disidentes que no aceptamos, por falsa, la simpleza de que la sociedad vasca es culpable de silencio, equidistancia o complicidad con la violencia de ETA. “Patria” un relato pobre y particular a partir de personajes caricaturescos y situaciones deformadas. Solo nos faltaban los curanderos y hechiceros. ¿Para sanarnos de qué?

Lo plasmé en mi artículo y lo repito ahora. Hace mal Fernando Aramburu en aspirar a ser el Günter Grass vasco. Quizás él se deja. O ha encontrado un yacimiento editorial para su carrera. La cuestión es que el relato tiene que ser una historia coral, de todos y entre todos. Cada ciudadano vasco tiene su propia consideración de lo que ocurrió. Sabe lo que hicieron unos y otros: el Estado con sus crímenes y bajezas, y ETA con su salvaje terrorismo. Aramburu parece más un producto de una campaña de mercadotecnia de su empresa editorial que un novelista libre de ataduras. La campaña es muy inteligente, pero falsa.

Lo que puede querer Mendaza, y no sé si Aramburu, es que la ciudadanía vasca acepte el relato oficial o el olvido de la izquierda abertzale. Y no va a ser ni lo uno ni lo otro. Va a ser lo que queramos hacer entre todos. Yo no creo en la capacidad del simbolismo para crear una memoria honrosa. Esa manía de los monumentos, días de la memoria, instituciones de historia, placas callejeras y ramos de flores se acerca más al género del teatro que a la dignidad social. Demasiado simbolismo. Muchos valles de los caídos. Exceso culpabilidad institucional. Engolamiento. Ya lo he dicho en otros escritos: sería mejor contratar a una compañía de teatro que escenificasen un drama. Es patético ver lo forzado de los gestos compungidos de las autoridades, lo teatral de los eventos programados. Y no, no es eso. Tiene que ser más natural, más auténtico. Y no lo está siendo. Esto de la memoria empieza a ser una industria para algunos.

Mire usted, señor Prieto. La gente quiere olvidar, sin dejar un rastro de silencio. La gente no es culpable. Lo son los partidos políticos, cuyos dirigentes, durante muchos años, salían por la puerta trasera de la iglesia en los funerales de las víctimas. Los que callaban. Los que no hicieron lo que había que hacer para resolver el problema de la violencia. Hubo un Estado que montó con dinero público y en nombre de los ciudadanos españoles una organización terrorista. Es un hecho de tal gravedad que en España tenían que morirse de vergüenza, al mismo tiempo que en sus cunetas yacen los represaliados de la dictadura. Allí siguen penosamente.

La gente no necesita ninguna “contribución sanadora” de nadie. Es lo suficientemente madura e inteligente, es tan éticamente superior como para saber lo que tiene que hacerse. Y lo que no; por ejemplo, dejar de decir lo que tiene que sentir y lo que debe pensar. Ya vale, ya vale de una maldita vez. Ese dirigismo, esa tutela de la prensa y la política institucional me repugna, porque concibe la sociedad de forma totalitaria. No, la paz no se enseña. La historia es mayormente una patraña, siempre lo fue, contada por los ganadores o los pagados por poderes culpables cuyas manos están ensangrentadas. La paz y la verdad están en el corazón libre y limpio de la gente.

Déjele en paz a este país, señor Prieto Mendaza. Es un pueblo feliz, con grandes dificultades. No hay nada más importante que el presente y el futuro. La vida de cada día que tenemos por delante. El pasado son tumbas y tristeza. Déjenos recordar en paz y a nuestro modo, sin tutelas. El pasado no existe: el pasado existió. 

 JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

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España prefiere el cachondeo al humor

 

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Después del sexto sentido, la intuición, está el humor, el séptimo, un enfoque desbaratador de la realidad que garantiza la supervivencia de los seres humanos al permitirnos escapar de las limitaciones y las reglas racionales. No conozco a nadie, ni al más fúnebre, que no presuma de tener sentido del humor. Está muy generalizada la apelación a la risa de uno mismo para liberarse de la gravedad existencial. Pero no. Cuando la carcajada te toca las entretelas, entonces no. Ahí quiero ver a los jactanciosos del humor, cuando el chiste te alcanza de lleno. En España, andan escandalizados por la emisión del programa Euskalduna naiz eta zu?, del 8 de febrero, en ETB1. El espacio hizo una parodia divertida de las percepciones que se tienen en Euskadi de lo español. Se dijo de todo en clave de broma: facha, paleto, choni, progre, culturalmente atrasado, opresión… Lo tópico, lo que procede cuando es menester hacer chistes burlescos sobre los vecinos y el Estado que alberga nuestros menoscabos. Nada serio.

En las redes sociales está el personal rojigualdo muy cabreado con la televisión vasca. Afirman que les han ridiculizado. Y piden haya disculpas, fiscales y sanciones. ¿Y en qué creen que consiste el humor, sino la caricatura de todo, hasta lo más sagrado? Por hacer algo, el PSE ha pedido la retirada del programa de la web digital por «presentar una imagen insultante hacia el resto de España”. Es decir, censura, ley mordaza. ¿Quién fija los límites de lo risible? ¿Nos asimilamos a los talibanes atacando a humoristas y creadores? ¿Avinagramos el entorno, extirpamos la transgresión?

ETB hizo el mayor tributo al humor político con Vaya Semanita, lo que jamás agradeceremos lo suficiente. Pasamos de dar miedo a dar risa. La película 8 apellidos vascos y su secuela 8 apellidos catalanes fueron motivo para el cachondeo de lo vasco y catalán en España. Se partieron el culo a nuestra costa. También con Allí abajo, en Antena 3. Todo muy saludable. No es mala idea que se haga ahora 8 apellidos españoles. Sonrían, por favor. 

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El deseo te da una oportunidad

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Hollywood cumplió el domingo pasado la ceremonia comercial y de imagen más eficaz del mundo. Lo mucho que cuesta no es nada comparado con su beneficio económico e icónico. La industria y los sueños del cine se alimentan de los Oscar, aún con todas sus falsedades y desvaríos. ¿Qué es verdad del todo? ¿Quién no calla y oculta sus complejos? El engaño es la envoltura. Las campañas son una útil tentativa de parecer mejores queriendo serlo. La publicidad es un puro desiderátum. Y quizás por eso, para acreditar una posición social más activa de lo que es perceptible, EITB se ha lanzado a abanderar la sensibilidad pública contra el acoso escolar, esa crueldad de fondo que habita en tantos niños y adolescentes. Su eslogan es muy desacertado: Guerra al bullying comete el error de añadir belicosidad a una realidad agresiva. ¿Por qué Adela González y Klaudio Landa tenían que mancharse la cara con pinturas de guerra? ¿Y qué pinta Ion Aramendi, signo de la deriva insustancial de ETB, participando en esta operación que va en serio? ¿Qué necesidad hay de declararse así de excesivos, cuando lo que se requiere es madurez?

No dudo que la radiotelevisión vasca hace lo que puede y lo seguirá haciendo esta semana. También Mediaset tiene su proyecto antibullying, con Jesús Vázquez como emisor de un mensaje que él, como antigua víctima de acoso, hace más creíble. “Se buscan valientes” es un lema positivo y en su rap llaman a chicos y chicas a que “expresen lo que sienten”, porque “la fuerza del valiente está en el corazón”. Pues sí, está ahí y no en la incoherencia de Telecinco con sus espacios que estimulan el machismo y la vileza personal.

Se puede hacer mucho bien desde las pantallas. El cineasta Paco Arango lo demuestra con su película, cien por cien benéfica, Lo que de verdad importa, una pequeña maravilla cuya recaudación irá a parar a los niños enfermos de cáncer de la red de campamentos SeriousFun Children, organización fundada por Paul Newman. Todo lo mejor es posible. Porque el deseo nos da una oportunidad.

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Un autobús llamado indeseable

EL FOCO

Onda Vasca, 2 marzo 2017

Autobús

Para un día de estos estaba previsto que llegase a Euskadi el autobús de los líos, ese autocar pintado de naranja, soporte publicitario de una campaña de la organización ultracatólica Hazteoir, que defiende unas posiciones contrarias a los derechos de las personas transexuales. Al día de hoy, el autobús de los líos ha quedado varado por orden de un juez de Madrid, que estima que los mensajes de ese grupo son un menosprecio. Hasta nuestro ilustre obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, ha terciado en twitter a favor de esa organización, sin entrar en detalles. Esta es de esas cosas que provocan que tengas que adoptar una postura, a favor o en contra, sin indiferencias.

No es mi intención poner el foco en el fondo del debate sobre la transexualidad, ni voy a entrar en los argumentos de la ultraderecha que ve en esta campaña una acción de la llamada ideología de género. Creo que este es un debate social bastante superado en el que la mayoría, haciendo uso de su natural tolerancia, acepta como realidad innegable los indiscutibles derechos de esas personas a las que la naturaleza les dotó de unos órganos genitales no coherentes con su identidad sexual. Nadie trató este asunto con más delicadeza y profundidad que la película “La chica danesa”, con un Oscar de interpretación en 2016, que trata del primer caso de transgénero, una historia real de principios del siglo XX, en la que el pintor Einar Wegener se transformó en Lili Elbe, siendo así reconocida en los registros tiempo después. Le costó la vida, por las limitaciones quirúrgicas de la época, pero fue una batalla ganada para una causa justa. Cien años después, quedan trogloditas intransigentes entre nosotros.

En lo que quisiera entrar es en la naturaleza de la campaña y sus claves sociales. Hay quien asegura que la organización Hazteoir ha conseguido sus objetivos, al alcanzar una notoriedad pública enorme con tan solo fletar y pintar unos mensajes en sus laterales. Para obtener por medios convencionales la notoriedad lograda en apenas una semana tendría que haber gastado varios millones de euros. Es cierto. Hazteoir ha alcanzado una repercusión espectacular. Analicemos esta cuestión al detalle. Una campaña implica dos grandes objetivos: ser escuchados y ser aceptados o al menos comprendidos. Hazteoir ha tenido éxito total en lo primero, pero ha fracasado estrepitosamente en lo segundo.

¿De qué le sirve a una organización, empresa o producto ser escuchados, pero no ser aceptados o comprendidos? No hay que confundir lo primero con lo segundo. Es verdad que hay organizaciones extremistas o poco serias que se conforman con el ruido y no les importa el resultado. Que hablen de mí, aunque sea mal, dicen algunos cínicos. Si lo que se buscaba estruendo, sin más, la campaña del autobús naranja es un acierto. Pero oculta que lo ha perdido todo en la batalla de la estética y la ética, en la guerra de la belleza y la verdad. Hazteoir no tiene hoy más adeptos que los que tenía antes de la campaña. Puede que los partidarios con los que ya contaba sean aún más favorables, pero difícilmente tiene más gente a su favor, aun cuando hagan valer el victimismo de que se les han prohibido la circulación del autobús. Vaya por delante, que soy partidario de no prohibir, y que prefiero ver a los indecentes pasear sus mensajes. Prefiero verlos haciéndolo el ridículo que escondidos en sus madrigueras o pululando por las redes con sus proyectos salvajes y mensajes virulentos.

Es en el mensaje y en su estética en lo que los autobuseros la han pifiado. De hecho, su mensaje es manipulador. La campaña favorable a los derechos de los transexuales, impulsada por la organización Chrysallis, decía: “Hay niñas con pene y niños con vulva”. Mientras, el mensaje de Hazteoir decía. “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva”. La diferencia es clarísima. Chrysallis afirma una realidad al señalar que “hay”, es decir algunos niños y niñas con esa particularidad infrecuente: pero los ultracatólicos no hacen distinciones ni señalan lo extraordinario y se limitan bruscamente a hacer una afirmación de manual, tosca, incompleta. Manipulan, en definitiva. Ese es su fracaso. Es el dogmatismo y la manipulación del mensaje. La ciencia reconoce el hecho diferencial de esas personas. ¿Tanto cuesta aceptar lo que la realidad pone delante de nuestros ojos?

El otro fracaso de Hazteoir es la belleza, la solvencia estética. Su campaña es agresiva, extremista, dura, intolerante. De rechazo. No hay en la historia de la comunicación humana ni un solo menaje agresivo u ofensivo que haya triunfado. ¿Quizás si Donald Trump? Habría que situarlo en su contexto, y en todo caso, eso solo ocurre en situación históricas críticas. Algo de eso ocurre en algunos países: USA, Reino Unido… Ocurrió en Alemania el pasado siglo, allá por los años 30, y sabemos cómo acabó. Los mensajes y razones triunfantes son positivos, compasivos. Para ganar la batalla de la razón hay que ser espléndidos, limpios, netos, auténticos. Hazteoir, con su agresividad, se ha autoliquidado para la gente con compasión y con sentido de la razón, la que incluye a todos y nos excluye a nadie por razón física o ideológica. Nadie gana en comunicación social con cara amargada. Se gana por el corazón y con una sonrisa. Los fachas han perdido porque agreden. La causa de la transexualidad ha ganado porque agradan. Gran diferencia de forma y fondo.

Supongo que la campaña continuará y tal vez algún juzgado autorice la circulación ambulante de este autobús de miedo e intolerancia. Un autobús llamado indeseable, diríamos parodiando el memorable relato y su película. En todo caso, por muchos kilómetros que recorra, no se moverá ni un milímetro. Seguirá anclado en sus viejas ideas y no conectará con nadie más que con aquellas mentes cerriles que quieren para los demás sus viejas miserias. No hay más que un ganador: la verdad y la belleza de quienes tienen unos derechos que la gran mayoría de la sociedad les reconoce. El ruido no es más que ruido; pero la verdad suena más fuerte sin estridencias. El autobús de la intolerancia ha pinchado y los demás miramos su avería con una sonrisa.

¡Hasta el próximo jueves!

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