EL FOCO
Onda Vasca, 17 noviembre 2016
Quizás por el trasfondo cristiano de que todo mal siempre tiene su castigo, nuestra cultura, a través de los libros, el arte y el cine, nos han hecho creer que no existe el crimen perfecto, esas acciones que se perpetran premeditada y concienzudamente y que nunca llegan a ser descubiertas, juzgadas y penalizadas por la ley. Digámoslo con rotundidad: el crimen perfecto existe, ya lo creo que sí. ¿Y cómo lo sabemos? En los miles y miles de casos que quedan sin resolver en los archivos de la policía, y que podemos cuantificar, y los otros que ni siquiera llegan a ser denunciados, que no se entienden como delitos, y que no podemos cuantificar. Esa es la medida de nuestros crímenes perfectos.
Este es, por ahora, el último. Una jueza de Gernika, la del Juzgado de Instrucción nº 4, ha dictado un auto por el que se decreta el sobreseimiento provisional y el archivo del procedimiento penal incoado del caso de la intoxicación por cicuta de dos hermanos mellizos en Lekeitio, ambos menores de edad, uno de los cuales falleció el 1 de julio del pasado año. De esta muerte por envenenamiento se acusó al padre de los chicos, que fue detenido y posteriormente puesto en libertad. También fueron investigados la madre y un amigo de la familia, quienes, finalmente, no han sido imputados. Caso cerrado.
No vamos a dudar de que tanto la Justicia, como la Ertzaintza, encargada de la investigación, han actuado con responsabilidad. No ha habido manera de probar que estamos ante un caso de homicidio o asesinato premeditados, ni tampoco de las causas por las que un padre decide envenenar a sus hijos. Porque aquí, no lo olvidemos, hay un chico muerto. Y no sabemos por qué murió. Yo no puedo asegurar que el padre, solo o con la colaboración de otras personas, fuera el responsable de esta muerte. Pero, aún a riesgo de equivocarme de parte a parte, pongo sobre la mesa mi conciencia de que estamos ante el crimen perfecto. El muerto al hoyo y el culpable al bollo.
Cuando la verdad queda sin respuesta, la imaginación ocupa su territorio. Y el sobreseimiento del caso dispara todo tipo de especulaciones. ¿Quién mató al chico? ¿Qué ocurría en esa familia? ¿Qué hacía la cicuta en esa casa, cuyos rastros se encontraron en el exprimidor de la casa? El hecho objetivo es que el menor fallecido murió envenenado por cicuta y su hermano salvó de milagro su vida tras el envenenamiento. Demasiadas preguntas sin respuesta. Podría escribir una novela con esta historia, pero sería eso, un relato de ficción y nos quedaríamos sin saber la verdad de lo ocurrido en Lekeitio en 2015.
A esto se añade la participación o no de la madre de los chicos y el amigo de la familia que acudió a la llamada de la madre cuando ésta le llamó al producirse la crisis del envenenamiento. Los dos fueron investigados y de sus llamadas telefónicas, archivos de ordenador y otras pesquisas nada ha ofrecido prueba alguna de delito. Estamos a oscuras. No sé cómo se vivirá en Lekeitio este asunto, ni qué dicen o callan los vecinos y vecinas. Y cuál será la relación de esa familia con el resto del pueblo. A mí no me gustan los rumores y las sombras de sospecha que acaban en relatos inverosímiles y perjudiciales para todos. Pero la sensación de crimen perfecto es absoluta.
Y me llama la atención, como un rasgo muy marcado, el silencio del padre y principal sospechoso del caso, detenido y puesto en libertad. ¿Por qué calla? ¿Debe hablar? Si yo fuera del todo inocente lo haría, intentaría dejar bien patente mi absoluta limpieza, pues ya sería bastante con haber perdido un hijo como para soportar, además, la sospecha de que lo maté. Este silencio y la oscuridad que rodea el caso, típico de un relato de Stephen King, me desagradan tanto como la sensación de que podemos estar ante un caso de crimen perfecto. La comunicación y la palabra se hicieron para defenderse. Y si no lo hacen, me mueve a la duda. No es lo que haría un padre y una familia inocentes.
También me deja perplejo que los medios locales, la prensa, la radio y la televisión, apenas hayan informado sobre este caso. Sí, recuerdo haber tratado el asunto en los debates de ETB. Y se informó de lo fácil que resulta el cultivo de la cicuta, el veneno con el que asesinaron a Sócrates. Y nada más. La oscuridad ha sido dominante en la información sobre los envenenamientos de Lekeitio. No lo entiendo. ¿Dónde está el periodismo de investigación? ¿Es que no hay caso?
Y ahí hay que dejarlo. Tengo la certeza intelectual pero sin pruebas materiales, de que estamos ante un crimen perfecto. Y material suficiente para iniciar una novela. Y un guión de película. Un chico envenenado, otro que salvó la vida, un padre sospechoso, cicuta en el exprimidor, una madre que calla, un amigo de ésta que acude en su ayuda, policías que fracasan, una jueza que da el carpetazo…
Buf, qué relato. Pero qué crimen sin castigo.
***
Como me piden opinión sobre el anuncio de la Lotería de Navidad de este año, la doy. Es una anuncio sensacional. Reconozco que en la primera visualización me emocionó. ¡Vamos, que se me calló una lagrimita, de esas de butaca de cine! El anuncio sigue la pauta de los dos últimos, cuyo mensaje principal es la generosidad vinculada a la participación de la suerte, el corazón de la lotería de Navidad. Y si hace dos años era el tasquero quien regalaba un décimo premiado con el Gordo al amigo que, por razones económicas, no había podido comprar su billete; y el pasado año, Justino, el buen, cordial y divertido vigilante nocturno de la fábrica de maniquíes, recibía de sus amigos un décimo premiado que había olvidado reservar, también este año la maestra jubilada regala a su hijo un décimo que creía premiado aun cuando el sorteo no se había celebrado. Esta es la clave: la continuidad solidaria.
Sin embargo, este año el anuncio, primorosamente producido y rodado en un pueblo maravilloso cerca de Villaviciosa, en Asturias, introduce un guiño sobre los enfermos de Alzheimer, que puede ser discutible. La maestra jubilada padece este mal. Y se equivoca pensado que le ha tocado el gran premio. Y todo el pueblo, que la quiere, conspira para no robarle esa ilusión. Nadie se atreve a desmentirla. Y cuando lo va a hacer su hijo, ella le regala el décimo al creer que no había comprado lotería. Es un final sorprendente.
Yo creo, de verdad, que la intención del anuncio es añadir un mensaje de solidaridad con los enfermos de Alzheimer y otro tipo de demencias. Creo que lo hace con cariño y sensibilidad. ¿Que es sensiblero? Bueno, eso es cuestión de percepciones. Yo he visto su lado positivo. Y este mensaje añadido es digno de alabanza. Como tantos otros que aporta el anuncio: «a una madre hay que hacerle caso siempre», la solidaridad de todo un pueblo, la buena voluntad… Porque el anuncio tiene en cuenta, al fondo, que hay muchas personas que lo pasan mal en medio de los fastos de la Navidad, por falta de medios o por falta de salud.
En suma, un anuncio extraordinario.
Hasta el próximo jueves