En mis paseos cotidianos vengo comprobando que cada vez hay más terrazas de bares, cafeterías e incluso restaurantes y que, por lo general, ocupan lugares antes destinados al aparcamiento de vehículos.
Esta apertura al espacio público de los espacios comerciales privados sería comprensible en alguna fase anterior de la desescalada, pero las obras realmente existentes indican que esta expansión va a continuar e incluso a incrementarse.
Y si bien es comprensible que, una vez que el mando en plaza ha pasado en estos lares de la Consejería de Salud a la de Desarrollo Económico e Infraestructuras , haya que tomar iniciativas en consecuencia o, cuanto menos, ser más flexible en las autorizaciones solicitadas, la dinámica desatada puede desembocar si no se controla en una hipertrofia crónica.
Una hipertrofia de espacios de encuentro que , dadas las muestras de la limitada responsabilidad individual que nos informa a pesar de los constantes llamamientos institucionales ad hoc, puede facilitar un rebrote de la pandemia, escapándose por la ventana el beneficio obtenido por la puerta.
Sin duda esta prisa un tanto delirante en implementar la reactivación económica frente a la contención del COVID-19 , tiene un fondo político y un trasfondo electoral, ambos legítimos, pero acaso forzadamente tácticos y, desde luego con una escasa perspectiva estratégica desde el punto de vista urbanístico.
En otros tiempos se decía que «para muestra vale un botón», y la hipertrofia de terrazas ciudadanas , por más que se nutra de la necesidad de recuperar el tiempo y el dinero perdido -time is money !- puede ser un botón muy mal cosido que se puede caer en cualquier momento…