El almacén de niños abre sus puertas

Durante estos días, los telediarios se ocupan de la vuelta al cole recogiendo las típicas escenas donde se contempla a las mamás llevando por primera vez a sus hijos a la escuela con sus mochilitas sobre sus azulados babis, a renacuajos reencontrándose con sus compañeros tras un largo verano con ganas de intercambiar experiencias reales e inventadas, a pequeños gigantes veteranos de Primaria ansiosos por estrenar material escolar y ejercer de mayores o a novatos recién aterrizados en el instituto de Secundaria en su particular Viaje de Gulliver donde han de reaprender a ser los bajitos del edificio, estampas todas que, no por entrañables, dejan de esconder una incómoda verdad cada curso más evidente, a saber: los centros de enseñanza, desde la escuela hasta el instituto y si se me apura la misma Universidad, han desplazado descaradamente su función educativa en beneficio de la de almacenamiento, por lo que la voz coloquial de “Guardería”, es el eufemismo que mejor retrata su labor social.
El problema no es nuevo; hace tiempo que la sociedad industrial materialista ocupada y preocupada más por la producción y el consumo que por cualquier otra cosa, con la excusa de educar a la juventud, la enclaustra en instalaciones cuasipenitenciarias donde la somete a sibilinas torturas físicas como el empupitramiento o psicológicas como el aprendizaje reiterativo de estupideces en inglés del estilo “Yo me lavo mi cara con mi mano”, toda vez la población civil se opuso mediante la lucha a la explotación laboral de la infancia, pues desde la perspectiva del gobernante, sería del todo contraproducente que, quienes están llamados a reemplazar la fuerza bruta de trabajo de sus padres, posean una educación libre y refinada.
El almacenamiento de los niños desde los cero años hasta su mayoría de edad física – la mental hoy va camino de alcanzar la treintena – digamos que ha sido la fórmula burguesa de compromiso alcanzada durante el Siglo XX entre las élites extractoras y la clase trabajadora, a fin de que unos se garanticen la paz social y otros cierto bienestar en comparación con etapas pasadas, donde nuestros pequeños debían trabajar doce horas diarias en las minas o de sol a sol en los campos, como sucede actualmente en otras latitudes para garantizarnos ropa barata o trastos de alta tecnología a precio de chupa chups, porque la esclavitud que es una forma de energía, como esta, ni se crea ni se destruye…se transforma. En cualquier caso, como quiera que con el paso del tiempo, todos parecen haberse creído eso de la Educación Universal, hoy es el día que, habiendo desaparecido para una importante masa de la población la necesidad del almacenamiento de su prole durante su jornada y calendario laboral para la que fuera ideada la Escolarización Obligatoria a fin de que la mujer libre de sus hijos pudiera trabajar más y mejor fuera de casa abaratando así el coste de la mano de obra por la famosa Ley de la Oferta y la Demanda, nadie parece dispuesto a renunciar a ella, cuando en la actualidad son millones los progenitores hombres y mujeres que, sin trabajo ni empleo, bien podrían ejercer de padres a tiempo completo, prefiriendo, en cambio, mantenerlos en el almacén, no tanto por lo que allí aprenden los pequeños, cuanto por el tiempo libre del que disponen los adultos.
Porque es un hecho incuestionable que hasta los niños que son pequeños pero no tontos, pronto intuyen que no van al colegio a aprender ni a educarse, sino a aparcarse durante unas agradecidas horas para que sus papis puedan trabajar, hacer la compra, las tareas del hogar, ir al gimnasio, ver la tele con tranquilidad, mientras sus cuidadores, les tienen vigilados en recintos cerrados donde les enseñan a portarse bien, es decir, a mantenerse, quietos, obedientes y en silencio, eliminando todo vestigio de fantasía, ilusión, imaginación o curiosidad innata hacia el saber con la que se pudieran haber acercado a la institución, fagocitando cualquier espíritu rebelde o crítico, fomentando la pasividad, la inactividad y el sometimiento por medio de continuas pruebas evaluativas que tienen por objeto junto al antedicho Curriculum Oculto, bajar su personal autoestima.
Los niños, no necesitan entrar al colegio a las 9:00 horas y salir a las 17:00 horas todos los días, ni ir todos los días a clase; si al menos aprendieran lo que se dice que allí enseñan…pero tampoco: la mayoría sale de primaria sin saber leer ni escribir, entendiendo por, leer algo más que el reconocimiento de la marca Caca Cola y escribir, estar mínimamente en disposición de expresar su pensamiento en un papel, o realizar operaciones matemáticas básicas como multiplicar de cabeza 23 x 6. Sea entonces que, de una vez por todas, llamemos a la cosa por su nombre y rebauticemos a los centros escolares como “Almacenes de niños”, así nos ahorraremos disgustos colectivos sobre el nivel de nuestra red educativa y dejaremos de fustigarnos con cuestiones metafísicas sobre “la crisis de la escuela en la sociedad del siglo XXI” que inundan los seminarios en las Facultades de Magisterio y Pedagogía.

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