Último grito en bebés

Desde el infanticidio practicado por los pueblos primitivos para librarse de la prole no deseada hundiendo al neonato en un hoyo cavado a pie de parto, hasta la proclamación del derecho al aborto por las sociedades avanzadas, hemos progresado una barbaridad. Barbaridad que no ha escatimado ingenio para poner fin a una existencia que por nacer de ti es tuya en propiedad; Pues para qué engañarnos: los padres quieren a sus hijos, porque son suyos. E incluso son suyos sin haberlos querido nunca.

Hasta antesdeayer, la familia estaba más relacionada con la economía que con los sentimientos: el matrimonio era una especie de PYME cuya prosperidad dependía del número de retoños, de ahí que, en los países pobres, abunden las familias numerosas. Pero con la sobreproducción, los afectos desligados de la dependencia posibilitaron casarse por amor y traer hijos al mundo en función de la apetencia en vez de la necesidad. Lo endeble de esta ligadura, se pone de manifiesto a las primeras de cambio en épocas de escasez: disminuyen los divorcios y aumentan los abandonos.

En toda sociedad civilizada, infanticidio y aborto suelen reservarse para atajar situaciones que poco tienen que ver precisamente con los aspectos económicos apuntados y sí con cuestiones muy ligadas a formas socioculturales que hacen preferible matar a un recién nacido antes que enfrentarse a la ignominia de parir un bastardo, convertirse en madre soltera o que de a luz una monja de clausura. Ahora bien, ambas técnicas deben ejecutarse con prontitud y discreción pues es el escándalo lo que se desea evitar. Que esto es así, lo prueba el hecho de que, raramente se disuade a abortistas e infanticidas mostrándoles el enorme potencial crematístico que les ofrece el mercado donde podrían vender al bebé a una pareja desesperada por ser padres o de albergar algo de espíritu inversionista los réditos de introducir al vástago en la industria de la publicidad o la pasarela, por no citar siempre el tráfico de órganos y la industria pedófila. Y de desistir, generalmente acaban cediendo sus hijos en adopción gratuitamente, lo que evidencia que efectivamente no los querían ni para su propio beneficio.

Mas, una vez el niño ha sido bautizado o inscrito en el registro civil, ya es más difícil eliminarlo, porque ya no pertenece únicamente a sus progenitores biológicos: ahora su alma es del Dios Padre y su persona física, futura fuente de ingresos directos e indirectos, de Papa Estado, quienes contraviniendo el interés del infante no viable en morir antes de los cinco años como sentencia la Madre Naturaleza, buscarán su supervivencia a toda costa sabedores de su alta productividad pasiva o activa.

Es entonces, cuando emerge la entrañable costumbre del abandono de bebés a la puerta de conventos retratada por “Marcelino pan y vino” o de no tan bebés en bosques de cuya práctica habla a las claras los cuentos infantiles, la cual, si está motivada por asuntos de carácter monetario cuando los padres, juzgan inviable su crianza abandonando su prole al cuidado de terceros, concretamente en España medio millar de casos anuales oficiales.
Claro que entre el infanticidio y el abandono han quedado varios paradigmas grabados en la mitología; la historia de Moisés sin ir más lejos. Esta es la senda evocadora que recorren inconscientemente quienes eligen dejar a los desgraciados en los contenedores de basura como ya es costumbre en nuestras ciudades o arrojarlos por las cañerías del desagüe como en Alicante que debe ser el último grito para deshacerse del bebé.

Todo esto y más, está sucediendo en un país donde es imposible adoptar, con los pisos de acogida llenos, cuando al primer descuido Asuntos Sociales arrebata a los padres la custodia y existen auténticas redes organizadas para el robo de bebés, rapto de menores y su encubrimiento. No se de quién será la competencia, si de la Iglesia, el Gobierno o las Oenegés, pero alguien debería hacer algo para poner orden en la situación y conjugar unos intereses con otros para que todos los implicados salgan ganando en esta época de crisis.

Las vestidas bestias

Desmond Morris presentaba al Hombre como “Mono desnudo”, versión actualizada del “bípedo implume” socrático desprestigiado por Diógenes al desplumar un pollo en mitad de la Academia de Platón, en clara metáfora de la doble desnudez física con que la Naturaleza nos trae al mundo casi lampiños, desprovistos por prematurización de cualquier medio para subsistir.
Como señala Mircea Eliade al inicio de su monumental obra “Historia de las creencias e ideas religiosas” en los albores de la Humanidad, el Hombre tuvo que aceptar que para sobrevivir había que matar. Con el hábilis sólo se trataba de incorporar a la dieta la carne que proporcionase la energía que un cerebro creciente precisaba; más adelante el erectus supo sacar partido al pellejo que envolvía la carne para su abrigo, aunque fueron los neandertales los primeros en confeccionar vestidos propiamente dichos; estos últimos ya no desperdiciaron nada del animal convirtiendo sus dientes, colmillos, cornamentas, huesos, sangre y demás, en toda suerte de útiles, adornos y amuletos. Estos tres estadios fueron posteriormente asumidos por el sapiens quien muchísimo después durante el Neolítico se percató de que cuidando a ciertos animales, estos le podrían proveer de alimento, pieles y joyas en una proporción mayor que dándoles caza hasta su extinción como le sucediera al mamut, naciendo así la ganadería.

Desde entonces, no hemos hecho otra cosa que ir apartando lentamente de nuestros ámbitos más cercanos y sobre todo de nuestra mente, las truculentas escenas de sufrimiento, agonía y muerte que están en la base de muchos miedos, tabúes, ceremonias, religiones y pesadillas nocturnas infantiles que conforman el inconsciente personal y colectivo: del reparto de despojos de la presa abandonados por predadores ingeridos in situ disputados con otros carroñeros, hasta irla a adquirir a una carnicería ya despiezada, pasando por la caza del bisonte a hachazo limpio o la matanza en casa propia de cerdos y gallinas, cuyo último paso ha consistido en presentarnos fiambres, chuletas y demás productos cárnicos en bandejitas de plástico como se hace con frutas y verduras hasta el extremo de que hoy muchos escolares de secundaría creen que filetes, chorizos y jamones, crecen en árboles y huertas… ha habido un gran desarrollo de hominización pero muy poco de humanización, porque aunque la bestia se vista de seda, bestia se queda.

Esta exquisita relación entre el Hombre y el animal, bueno sería que igualmente la trasladásemos al trato entre humanos: Es cierto que debió haber un tiempo, en el Paleolítico inferior, que la humanidad no se podía permitir el lujo de competir entre si y menos de perder miembros a causa de enfrentamientos. ¡No es verdad que siempre han habido guerras! Más que nada, porque éramos muy pocos y muy esparcidos. Seguramente fue el neandertal el primero en sentir el peligro no tanto de las fieras externas que también, cuanto de las internas que caminaban a su lado. Las primeras guerras del Neolítico, eran bastante encarnizadas dada la eclosión demográfica acontecida por la abundancia de comida gracias a la ganadería y agricultura. Con el tiempo, las distintas culturas, ya más civilizadas, fueron conformando un cuerpo de leyes que ponía coto al salvajismo aún con los enemigos en el campo de batalla de cuyo recorrido hoy contamos con la Convención de Ginebra con la que sería un placer hacer la guerra si verdaderamente fuera respetada. Gracias al comercio y sobre todo la posibilidad de aumentar la riqueza de unos pocos por medio del trabajo de muchos, la muerte del enemigo dejó de ser rentable y se instituyó la esclavitud que en su momento fue un gran progreso moral, seguramente persuadidos por lo bien que había funcionado el invento de la Ganadería. Pero había una dificultad para su domesticación de la que no habla Jared Diamond en “Armas Gérmenes y Acero”: A los miembros del ganado humano no parecía bastarles como a los animales de tiro o de corral, tener asegurado el abrigo y alimento. La bestia humana quería por encima de todo ser libre y en cautividad no parecía rendir lo suficiente.

Tan pronto aparecieron las máquinas, se comprendió que la explotación de la ganadería humana debía adoptar nuevas formas. De la noche a la mañana, se abolió formalmente una institución milenaria. Pero pronto las élites extractoras advirtieron que la gente prefería sentirse libre a serlo: aprovechando esta cualidad gregaria del ser humano y su codicia por el dinero y todo cuanto deslumbra física e intelectualmente, rápidamente se transformó al esclavo en asalariado dependiente de su trabajo para poder comer, vestir y tener cobijo. ¡Y funcionó! Al menos en Occidente.

Ahora toca globalizar el modelo alejando de nosotros esas escenas propias de los comienzos de la Revolución Industrial cuando se trabajaba de sol a sol en las minas, sin derechos laborales ni descansos semanales. A mi, como a ustedes, me desagrada saber que la ropa que me pongo por la mañana está confeccionada con sangre, sudor y lágrimas vertidas por miles bangladeses, que mi móvil funciona bien gracias a la guerra del Coltán, que todo lo que compro barato, lo es porque no se paga como se debería de pagar y que con mi consumo conspicuo estoy contribuyendo a recrear aquel cuadro truculento de agonía, sufrimiento y muerte que nuestros ancestros debieron aceptar para convertirse en humanos. Y si ellos lo consiguieron ¿Vamos a ser menos nosotros?

A diferencia del primer ancestro que era poco más que un mono desnudo, el Hombre actual es una auténtica bestia vestida y si aquel aprendió que era preciso matar a otro animal para vivir, nosotros hemos de empezar a aceptar que nuestra humanidad pasa por matar a otro ser humano, no ya para vivir, sino para vivir bien y mejor. Bueno, eso, o clonamos una especie inferior dado que los chimpancés han demostrado no servir más que para el circo y los experimentos.

Alternativa gastronómica

Germán Coppini, vocalista de “Golpes bajos”, cantaba en los Ochenta aquel curioso tema confesando su clandestina afición a coleccionar moscas, quejándose amargamente de que las grandes se comían a las pequeñas engordando por momentos hasta el extremo de reventar la caja donde se hallaban. No dudaba en calificar el suceso de escena macabra, advirtiéndonos que los insectos voraces no se conformaban con nada, llegando a temer él mismo por su vida.
Hoy sin embargo, la FAO ha insistido en que seamos nosotros, los seres humanos, quienes participemos de tan suculento banquete, en clara indirecta a los occidentales que por tabúes alimenticios que ni Marvin Harris podría justificar, despreciamos lo que según los expertos de dicho organismo debe ser todo un manjar.
Es normal que cunda la suspicacia y la gente se pregunte frente a la jaula de moscas en sus nichos de hormigón con ventanas a la jungla de asfalto ¿si tan bueno es comer insectos, si tan nutritivos son…por qué no se lo disputan los restaurantes de la guía Michelin ni los vemos aparecer con precios caros en sus cartas? Porque, como dijera el genial Spinoza en su “Tratado Teológico-Político”, aludiendo a los bienes espirituales ofrecidos por la religión, resulta cuando menos extraño escuchar hablar desde los distintos púlpitos de un supuesto “Bien Supremo” cuando lo normal es que de haberlo encontrado alguien, se lo guarde para si manteniéndolo alejado de la mirada y alcance de los demás, máxime cuando los demás, se cuentan por miles de desgraciados y quienes los anuncian a bombo y platillo se cuentan con los anillos que adornan sus manos.
Para vencer dicha resistencia a dejarse engañar como a chinos ¡nunca mejor dicho! pues es China una de las potencias engullidoras puestas como referente cultural de tan magnífica despensa que nos brinda la Madrastra Naturaleza, bastaría atender qué productos hoy son apreciados por paladares sibaritas y bolsillos pudientes entre quienes acostumbran a dar la razón a Thorstein Veble sobre el consumo conspicuo elevado a la enésima potencia.
Si observamos detenidamente el aspecto de los percebes o las cocochas, si pensamos en la procedencia de las angulas o el caviar, las ancas de rana, los caracoles…no tendríamos estómago para aceptarlos sin escrúpulos de igual modo que le sucedería al pobre comensal de hacer lo propio con los callos, los jibiones en su tinta, cualquier embutido que se le presente entre pan y pan, los champiñones que es mejor no pregunten o sin ir muy lejos, todo producto de Malc Comas o Borrikin.
Pero, como este tipo de reflexiones no convencen a nadie, vamos a intentarlo por la vía económica: Hoy por hoy, los insectos y quien dice insecto habla también de parásitos de toda especie, abundan a nuestro alrededor y en nuestras casas. Hasta ahora, nos molestaban y deseamos vernos libres de ellos porque no les sabíamos dar una utilidad. Más si hacemos caso a la FAO y vencemos nuestros remilgos, no sólo veremos diversificada nuestra dieta, que también habremos encontrado una fuente gratuita de nutrientes hasta que al gobierno se le ocurra gravar la caza e ingesta de insectos. Por si ello fuera poco aliciente, además del ahorro económico, la captura e ingesta de insectos podría convertirse en una satisfactoria actividad de ocio en familia donde los renacuajos podrían pasarse las horas muertas atrapando y comiendo hormigas, orugas o cucarachas, sin que los mayores se preocuparan de lo que se llevara a la boca, ni de tener que darles la merienda.
Supongo que en su afán de pedagogía social, pronto el Telediario mostrará a nuestros políticos reptilianos inclinando hacia atrás sus cabezas mientras dirigen a sus gaznates sabrosos gusanos y escarabajos. Mas, mientras Arguiñano no aparezca friendo en la sartén langostas bíblicas, difícil veo yo que el personal se anime. Antes parece más plausible adoptemos la otra sugerencia coincidente en el tiempo con la de la FAO, esta vez procedente del frente sirio, donde uno de los rebeldes nos ha presentado el “Canibalismo de combate” consistente en comerse al enemigo. Que en nuestro caso, sería matar dos insectos de un bocado.

Un país para los Gitanos

Con setenta años de retraso, Angela Merkel, inauguró un monumento aledaño al Parlamento Alemán para honrar la memoria del medio millón de gitanos exterminados durante la Segunda Guerra Mundial por los Nazis en los Campos de Concentración, olvidados por toda la comunidad internacional.
¡Más vale tarde que nunca! Exclamarán ustedes. Pero resulta flagrante el distinto modo de percibir y resarcir el sufrimiento cuando se confronta la atención que los medios de comunicación, los políticos, artistas, intelectuales y en general todos concedemos a las víctimas de guerras, atentados, accidentes o catástrofes naturales, según dónde acontezcan o a quienes afecten como podemos comprobar cada vez que hay un choque de trenes en África que se despacha en un pis-pas de agencia, mientras a cualquier estornudo en los EEUU se le dedican infinidad de comentarios. El agravio comparativo es mayor si cabe, cuando los grupos comparados diametralmente tratados desde la derrota del Nazismo, en verdad son dos ramas de un mismo pueblo, como ocurre con la Etnia Gitana y el Pueblo Judío.
Los judíos no tienen culpa alguna de que el viento les sea aparentemente favorable en el juego geoestratégico de las potencias vencedoras al calor de su remordimiento por el antisemitismo cómplice consentidor de la barbarie y tontos serían de no haberlo aprovechado. Nada que objetar entonces por mi parte al Estado de Israel del que me declaro partidario – como también lo soy de que se cree de una vez el Estado Palestino – ni de que Alemania, la UE y USA le concedan anualmente ingentes cantidades económicas a modo de compensación de guerra. Lo que resulta indignante, es que mientras a unos inmediatamente se les ofreció la creación de un Estado apenas transcurridos cuatro años, los otros hayan tenido que esperar siete décadas para recibir un sencillo homenaje.
El antisemitismo torpe, deseoso de buscarle una solución rápida al problema Judío, probó durante siglos distintas fórmulas para deshacerse de sus miembros, verbigracia la expulsión del territorio como en la España de los Reyes Católicos, por medio de los denominados progroms cíclicos especialmente en Rusia y los países eslavos del Este, dictando leyes draconianas contra ellos como en Italia o Francia, hasta el extremo que se llegó en Alemania donde decididamente se les quiso dar una Solución Final. Tras comprobar que los judíos resistían la persecución, la marginación, el maltrato, la expulsión, la segregación en guetos y como las ratas lejos de desaparecer, parecían adaptarse a todo, el antisemitismo inteligente decidió crearles un Campo de Concentración disfrazado de Estado llamado Israel. Pero en honor a la verdad, tan piadosa ocurrencia ya había rondado por la mente de Hitler, quien en un acto de humanitarismo miró por su bien buscándoles un sitio apropiado donde poderles enviar para perderles de vista de una vez por todas. Ese sitio era Madagascar. A fin de cuentas, a los EEUU les había funcionado el truco de la fundación de Liberia para librarse de un montón de negros…Pues bien, respecto a los gitanos, nosotros no podemos ser menos.
En estos momentos se está librando un vivo debate interdisciplinar donde concurren historiadores, antropólogos, arqueólogos, mitólogos, genetistas, lingüistas, y cuantos puedan ayudar a esclarecer el más que oscuro, oscurecido origen del Pueblo Gitano, del que se sospecha pueda constituir la Perdida Tribu de Israel, por su paralelismo histórico con el Pueblo Hebreo, su continua trashumancia, coincidencia de costumbres, y un larguísimo etcétera. De probarse que Judíos y Gitanos comparten algo más que nuestro ancestral desprecio, el asunto estaría zanjado, porque los Judíos al igual que los Gitanos dividen el mundo en dos: ellos y el resto llamado con desprecio Gentiles o Payos respectivamente, por lo que no tendrían mayor problema en su integración en Israel que si es preciso podría ensancharse un poco hacia Cisjordania y otro poco hacia el Líbano para asentarlos.
Entre tanto las pruebas en apoyo de esta tesis se van acumulando, bueno sería que la ONU y su brazo armado la OTAN mediaran para tratar de encontrarles acomodo.
El primer lugar que a todos nos viene a la cabeza es la India, porque es allí donde se pierde su rastro histórico. Es el lugar ideal porque entre el batiburrillo de pueblos, etnias, religiones y culturas seguramente pasarían desapercibidos entre Sijs, hindúes, musulmanes… El problema aparece por la sobrepoblación que ya padece el subcontinente y que las gentes del lugar están mejor armadas que los palestinos, no en vano poseen armas nucleares.
Precisamente, para evitar la falta de espacio y tener que enfrentarnos a un determinado país ya constituido como es la India – cosa que no sucedió con la inexistente Palestina – una segunda opción sería animarles a repoblar la Antártida, todo un continente para ellos solos. Lástima que haga tanto frio, porque yo creo sinceramente que los distintos países con presencia en la zona, la cederían muy gustosos a este propósito.
Un tercer lugar sería el desierto egipcio, donde los Gitanos como los judíos forjaron gran parte de su idiosincrasia. Esto hubiera sido factible antaño, durante la dominación británica, como lo fue para los judíos su protectorado en Oriente Próximo. La idea, sería presentar a las autoridades egipcias el asentamiento como provisional a la espera del dictamen de los expertos, de manera que de resultar que los gitanos son israelitas, ya estarían cerca de su tierra de destino. En este caso, la dificultad estribaría en convencer a Egipto de que dicha tierra prometida no sería el Sinaí.
Un cuarto destino podría ser Rumanía por aquello de ser conocidos como Pueblo Romaní y que allí abundan los de su raza. Pero como quiera que Rumanía se las ha apañado para ingresar en la UE, como que no soluciona nada la solución y lejos de resolver el problema Gitano, este se enquistaría en el corazón mismo de Europa.
Después de haberle dado vueltas a la cuestión aquí traída, yo sólo le encuentro una salida, cuál es, que España, que históricamente ha maltratado al Pueblo Gitano como el que más, les ceda voluntariamente al objeto de expiar la culpa colectiva, alguna de sus muchas autonomías para que a ella acudan los gitanos de todo el mundo y tras asentarse, empadronarse y recibir los papeles pertinentes, convocar un referéndum de autodeterminación con lo que quedarían fuera de la UE y ¡Sanseacabó!

El terrorífico origen de la sonrisa

Reconozco que la observación del comportamiento de los actuales primates por parte de la etología aporta una valiosísima información sobre el origen social de la sonrisa humana: nuestros antecesores en la oscuridad de la jungla con reducido campo visual comparado con el que ofrece el lejano horizonte de la sabana, cuando algo se les aproximaba, ante la incertidumbre, prudentemente se ponían a la defensiva enseñando bien los dientes. Cuando se despejaba la incógnita la situación le encontraba preparado para disuadir al rival y en caso necesario anímicamente dispuesto a la lucha. El problema venía al comprobarse que lo que se aproximaba era amigo o inofensivo. Entonces, como quiera que dichos mecanismos no estén tan resueltos para su desactivación en caso de falsa alarma como para responder en caso de necesidad como corresponde a un organismo programado para la supervivencia, sucedía que se debía corregir el gesto de modo apresurado escondiendo pronto los dientes dejando así algo parecido a una sonrisa y con el tiempo una señal comunitaria de reconocimiento amistoso.

Aquí podría radicar la sensación extraña que nos provoca ciertas risas cuando no acertamos a codificarlas en su contexto pues de inmediato las traducimos como ofensivas dado que por un lado nos remitirían a ser identificados como extraños, potencial enemigo, aunque, por otro, se nos daría a entender que nuestra debilidad es tal que no representamos un peligro real, que casi es peor por afectar a la autoestima rebajando nuestra posición en el grupo.

Sin embargo, la neurociencia ha localizado los mecanismos que concurren en el acto complejo de sonreír en el lóbulo frontal asociado con las emociones y conductas del sujeto, centro desde donde se emiten las órdenes que controlan el más de medio centenar de músculos faciales necesarios para esbozar una simple sonrisa, acto que sólo sale bien de ser ejecutado del modo más involuntario posible, dado que de buscarlo intencionadamente tras un acto volitivo de ¡quiero sonreír! la sonrisa aparece abiertamente falsa perdiendo todo su valor social adquirido durante tan largo proceso. En consecuencia, aun aceptando parcialmente el aporte de la observación etológica, a tenor de la información anterior, hemos de profundizar más en los mecanismos involuntarios que rigen tan arraigada acción.

Con este ánimo complementario evitando reduccionismos, también asumo la explicación ofrecida por el antropólogo Desmod Morris en su celebérrima obra “El mono desnudo” donde tras resaltar la enorme semejanza entre
el llanto y la risa de un niño pequeño – cuántas veces no nos hemos sorprendido pensando que un niño está llorando cuando en verdad está riendo y a la inversa – y su sintomatología casi idéntica con un repentino enrojecimiento de la cara, humedecimiento ocular, apertura de la boca, alteración respiratoria, movimiento de brazos y pies etc, viene a establecer la hipótesis de que la risa es un “llanto frustrado” lo que explicaría la frecuente oscilación entre ambas en que se mueve la primera infancia.

El llanto aparece con el nacimiento, mientras la risa no lo hace hasta el tercer o cuarto mes, momento en el que casualmente empieza a reconocer facialmente a su madre. Será entonces que el bebé reacciona ante el rostro desconocido como lo haría ante una amenaza, ¡llorando! mientras que ante el rostro materno ofrecería el gorgoteo que traducimos como risa. Ahora bien, de ponernos en el lugar del pequeño al que le acarician manos grandes, le zarandean por los aires, le persigue una masa enorme y es cogido en brazos de gigantes, podríamos dudar del verdadero sentido emocional de esa risa que desde nuestra seguridad adulta nos parece entrañable, adorable y sumamente enternecedora, cuando puede ser ni más ni menos que todo un grito desgarrador que vendría a decirnos ¡por favor! ¡No me haigas daño! ¡Estoy aterrado!

Sin embargo, este agudo autor arrastrado por la concomitancia de los fenómenos, tambien hace provenir la sonrisa de la risa, extremo que ya no comparto. Para mi, la sonrisa es una mueca producida por el espanto que sobreviene a la Conciencia cuando descubre que no está sola en la absolutez de su Existencia, ancestral experiencia de aquel ser primigenio que comprendió que además de comer, podía ser comido. En consecuencia, creo que sonrisa y llanto son las caras visible y sonora de una misma moneda que se nos entrega al llegar al mundo. Lo que sucede, es que el escándalo acústico distrae nuestra atención sobre el gesto de la boca que es de auténtico terror, gesto que con el tiempo se irá suavizando hasta conseguir esbozar una sonrisa reconocible por los adultos en cuyas manos está su supervivencia.

Las personas profundamente topas de visión – que no de entendimiento – rápidamente percibimos el mecanismo pues a diario nos sucede que ante la incertidumbre nos aparece un esbozo de proto-sonrisa que no es otra cosa que un retraimiento facial por la angustia de la inseguridad. Cierto es, que un ciego de nacimiento tiene difícil sonreír con naturalidad de no enseñársele adecuadamente a ello; pero aunque hoy la sonrisa pueda parecernos un intercambio de reconocimiento amistoso, en su origen es más que curioso que consista en enseñar los dientes, aunque como en el caso de los bebés, todavía no los tengan, detalle que me permite aventurar que la sonrisa es anterior al reír aunque su forma reconocible para el adulto evidentemente sea por necesidad posterior a la risa sucediendo que no es que abra la boca para enseñar los dientes sino que enseña los dientes al abrir la boca.

La raíz neurobiológica de la sonrisa como la del bostezo, todavía está por explicar. Sin embargo, basta observar cómo y por qué empiezan a sonreír los bebés para darnos cuenta de que su sonrisa nace del enorme terror que deben sentir ante lo desconocido y lo débiles e impotentes que se sienten ante la realidad que les circunda. Es posteriormente que asocian el sonreír al acceso de alimento, sonidos agudos, caricias, etc, que le refuerzan de por vida la sonrisa a la felicidad. De hecho, en situaciones de pánico, la risa y la sonrisa suelen aparecer inesperadamente, haciendo trizas nuestros esquemas culturales, pero no su auténtico fundamento, cuyo secreto conoce la sabiduría popular que recomienda poner “Al mal tiempo buena cara”.