Comer viendo el Telediario

Pertenezco a una generación que como la de Agustín de Hipona tiene la suerte de ver el final de una época y el surgimiento de otra nueva, por lo que me crié en un mundo sin móviles, sin Internet, sin televisión las veinticuatro horas del día y por supuesto acostumbrado a comer entre la una y las dos de la tarde, cuando todavía estaba la carta de ajuste sin empezar el Telediario. Cierto es, que en su ausencia, la radio hacía cuanto podía por mantenernos al tanto de las desgracias nacionales e internacionales, más entre la conversación de los comensales y el ruido interno provocado por la masticación, como que su efecto se diluía entre los pucheros, problema que en cambio sortean sin dificultad las truculentas imágenes que a diario durante las comidas y las cenas, los chefs que cocinan las noticias para evitarnos en lo posible los tropiezos de la información, tienen el gusto de servirnos captando la morbosa atención de nuestra mirada con las que apenas puede competir la colorista gastronomía de nuestros suculentos platos al paladar que no a la vista perdida en las penurias ajenas que se nos administran a modo en como los cocodrilos ingieren piedras de río para pasar la siesta, porque que otra cosa que un descomunal ejercicio de la voluntad resulta de comer viendo el Telediario sin perder el apetito.

En cualquier caso, hoy es el día, en el que me he adaptado de tal manera a engullir entre bocado y bocado tal cantidad de desastres naturales, victimas en carretera, asesinatos a plena luz del día y acciones de guerra, que su presencia a la mesa ha adquirido el rango culinario del pan, imprescindible para untar bien el plato y ayudar al estómago a hacer su función. Porque, no me negarán que hay que tener estómago para zamparse un buen chuletón con patatas fritas mientras en pleno agosto los realizadores de los informativos nos arrojan sobre el mantel, estampas del hambre en Somalia fuera de temporada, porque que yo sepa, solo la lotería de Navidad inicia su campaña por estas fechas. Empero, faltaría a la verdad si no les reconociese que no tengo muy claro si atiendo a la presentadora del Telediario para escuchar las noticias o escucho las noticias para contemplar a la presentadora, porque estarán conmigo en que, de llegar el Apocalipsis, es gratificante que te lo anuncien estas preciosidades que están para ¡toma pan y moja!

Hoy hemos perdido la saludable costumbre de bendecir los alimentos dando gracias a Dios por comer todos los días, estando las neveras mejor surtidas que las antiguas despensas reales. Pero créanme si les digo, que no es para menos. También antes nuestras madres y abuelas nos lo recordaban ora si antes de servirnos ¡ no te pongas más de lo que vayas a comer! Ora de nuevo al intentar levantarnos de la mesa dejando algún resto ¡ Cómete todo lo del plato! ¡Piensa en los pobres que no tienen que llevarse a la boca! Pero precisamente, ahí puede radicar el vicio que hemos adquirido de comer frente al Telediario; es posible que echemos de menos a alguien que nos recuerde en todo momento, lo mal que están en el resto del mundo para que la basura que actualmente ponen bajo nuestras narices pre-cocinada, enlatada, hormonada, congelada, edulcorada, radiada por el microondas, etc, nos sepa más sabrosa. Estratagema que parece funcionar, pues he observado con que voracidad devoramos mientras vemos el Telediario, cosa que puede deberse a la ansiedad que nos generan los datos que aparecen en pantalla, fenómeno parecido al que ocurre en el cine con las palomitas durante una escena de terror. Tanto es así, que cuando sin querer los noticieros se hacen eco de alguna noticia agradable, como que se me revuelven las tripas y se me produce un corte de digestión.

Sea como fuere, el asunto es que, buscando ahorrar tiempo empleando el breve rato que tenemos para comer en ponerme al tanto de los temas que ni me van ni me vienen, cualquiera que me viera, me percibiría como un monstruo, alguien carente de moral y sentimientos, incapaz de dejar de comer lomo adobado con alegría mientras nos enseñan como quedaron los cuerpos de los jóvenes atrapados en el amasijo del Ford Fiesta, ya lo dice el aforismo ¡El muerto al hoyo y el vivo al bollo! o sin soltar la cuchara rebosante de alubias de Tolosa cuando en la pantalla amiga enfocan de cerca de un niño esquelético chupando del escuálido pecho de su madre – por descontado, ambos negros – Pero me da igual. Me remito a lo que hace más de una década dejé por escrito en mi discurso Neoliberal “Las repentinas ocurrencias de un excelente comedor de pizza” a saber, que “por mucho que lo pienso, no hallo mejor modo de combatir el hambre en el mundo, que comiendo”. Reflexión que me vino a la cabeza, precisamente viendo el Telediario.