DBP: Incógnito

Esta palabra procedente del término latino “incognitus” conformado por el prefijo in- (no; sin) el verbo gnoscere (conocer) más el sufijo -ito (receptor de la acción) significa (no conocido o sin conocer). Pero su empleo no es aséptico, es decir, no es un no conocer de desconocido o ignorado, sino con intención de remarcar perfil de oculto, escondido, camuflado, disfrazado, disimulado…envolviendo su aparición en un halo de misterio, enigma o secreto con la necesidad inefable de pronunciarlo en su susurrabilidad y aunque casi sea inapreciable también le otorga los matices activo y sorpresa, características todas que pasamos a desmenuzar en sus partes más simples.

Cuando introducimos la palabra “incógnito” en un discurso no lo hacemos ajenos a lo apuntado, pues es una voz muy hermosa que deleita tanto a quien la pronuncia como a quien la escucha. Sin duda alguna su belleza emana a borbotones de la exquisita combinación acústica de esa “g” con sonido (j) provocando una falla al chocar con la n de la sílaba siguiente.
En principio, el fonema (j) dada su rozadura gutural fuerte no debería contribuir a la belleza de una palabra aunque, de cuando en cuando, depare agradables registros como “Jazmín”. Pero esto cambia cuando con su sonoridad jaspeada introduce una tonalidad de falla pues parte en dos la palabra en que aparece como en “segmento”, suscitando en el hablante el suficiente detenimiento en su contemplación pero permitiendo un deslizamiento conceptual que fonemas fuertes como la (p) o la (k) no posibilitan en “abrupto” o en “estricto” y es precisamente esta cualidad de desplazamiento transacional de sílaba hacia la n nasal que le da a la voz la cobertura fonética apropiada para conectar los valores de misterio e inefabilidad citados, pues, el tránsito del aire de la garganta a la nariz reproduce la musicalidad oqueante apreciada en los rezos, oraciones, mantras, y demás procedimientos vinculados a las prácticas misticoreligiosas como se comprueba sin dificultad en “Om”. Posiblemente, en origen, la inserción de gn en la conformación del lexema de la familia lingüística que ha dado lugar estuviera emparentada con alguna técnica chamánica de concentración para contactar con los dioses y obtener sus conocimientos mediante la meditación.
Sabemos que en griego la voz “gnosis” identifica al conocimiento y como el verbo latino su etimología procede de la raíz indoeuropea gno- (conocer). Como vemos, el asunto estuvo presente desde su remoto inicio y esta hermandad de la g con la n debió ser algo pretendido y cuya distinguida presencia ha sido preservada pese al paso de los milenios en una corriente de pensamiento como el “Gnosticismo” cuyo conocimiento no se basa en el proselitismo sino en la iniciación de quienes deseaban acceder a su secreta doctrina.
Para adelantarme a la objeción de que la conjunción gn en lenguas romances como portugués, francés, italiano, etc suena (ñ) he de decir dos cosas: primero, respecto a la hipótesis esbozada de que la gn debía reproducir un sonido propio de la técnica chamánica de acceso a conocimientos nada afecta porque sea cual fuere su sonido la hipótesis apunta a ello sea gn, ñ o cualquier otro fonema designado hace más de seis mil años. Y segundo, respecto a que gn es ñ en otros idiomas, ello no afecta a la belleza de la palabra en español donde no suena “incóñito” sino “incó(j)nito” que es de la que nos ocupamos en el DBP. Solventada esta posible objeción podemos continuar.

Por otra parte, el comentado deslizamiento transferido por el fonema (j) favorece ese aspecto de movimiento contenido conceptualmente en la voz “incógnito”. ¡Efectivamente! Incógnito supone que lo que está de incógnito ejerza una acción, para entendernos, un tesoro por muy escondido que se encuentre nunca estará de incógnito. Para que alguien o algo sea presentado de incógnito es imprescindible que sea activo de algún modo, por ejemplo, un espía está de incógnito, pero un soldado que se esconde no está de incógnito. El fonema (j) transmite ese desplazamiento, pero lo hace de modo muy distinto a la resbalabilidad de una biscosa s o r ramplante, porque lo que está de incógnito debe ir despacio, cualidad imposible para la s o la r suscitadoras de velocidad; en cambio, el movimiento evocado por la (j) es un movimiento lento como procede al sigilo requerido por lo incógnito. En este sentido, es asombrosa la coincidencia con un término como “inadvertido” donde la d con sonido (z) hace lo propio junto al fonema (b) en un caso similar y por ello bello también.
Este movimiento del fonema (j), empero, no es suficiente para eclipsar la falla de gn que como toda buena falla interrumpe la palabra. Es en su lapso que se dan cita mentalmente los distintos elementos aquí tratados y que en la pronunciación de “incógnito” pasan de puntillas al consciente pero no al inconsciente generando ese gustirrinín sentido por el hablante al emplearla. Es en ese fugaz instante en que todo el conjunto semántico evocador del término se repliega sobre si mismo para irrumpir de súbito en la conciencia en forma de placer psicolingüístico que reparamos en la primera parte de la falla, la g sustentadora de todo el mérito de su gracia y esplendor.

El motivo por el cual la g se convierte en el elemento principal sobre el que se cimenta la belleza de esta palabra es doble: de una parte, tenemos que mientras la n por ser principio de sílaba debe repartirse entre la función de ser parte de una falla y ser a su ver indispensable para la sílaba, en su caso -ni-, la g aunque perteneciente a una sílaba al ser consonante final de la misma queda colgada en su pronuncia, es decir, aislada y es en su soledad que destaca manteniendo su identidad separada. Justamente es esta soledad, este aislamiento, esta particularidad en que ponemos el foco, pues no hay multitud incógnita, porque lo incógnito es siempre algo pequeño en número cuando no la mera unidad.
La g aislada remite a la mente todo lo dicho sobre esta letra y sonido al tratar del “Gazapo” conexión entre “Incógnito “ y “Gazapo” que no se antoja casual porque el gazapo es gazapo en cuanto pasa inadvertido en un primer momento al lector. Y este detalle es de suma importancia porque se da la feliz circunstancia de que el término “Incógnito” en su empleo connota cierto descubrimiento y sorpresa de su realidad oculta. Y así como el gazapo únicamente es gazapo cuando se localiza en un texto habiendo pasado desapercibido hasta entonces a diferencia de una vulgar errata o falta ortográfica, la condición de incógnito necesita, per se, paradójicamente, ser conocido para ser identificado como incógnito, asunto nada baladí como puso de manifiesto Kant al tratar la cuestión de la “cosa en si” o noumeno desconocido e incognoscible frente al fenómeno conocido y cognoscible.
Pues bien, es gracias a la g que la palabra reproduce en su confección neurolingüística esta sutileza del siguiente modo: lo incógnito precisa ser conocido como tal para cumplir su condición. Si algo o alguien es incógnito y nadie lo sabe, no es incógnito ni está de incógnito. Solo su descubrimiento por terceros, su revelación a terceros o su propio conocimiento como tal le permite a lo incógnito ser incógnito. En el grado máximo de su intimidad conceptual, de su aislamiento psíquico y de su inefabilidad social, la parte activa del concepto incógnito a la que más arriba hemos aludido, hace que en origen lo incógnito no lo sea para una conciencia al tanto de su realidad incógnita.
En nuestro verbo “conocer” ha desaparecido la g y para quienes ignoran su etimología la g no solo no está es que ni se la espera. Para la mayoría de los hablantes no es que no haya g, que falte la g, que esté oculta…simplemente no hay g como en hijo no hay f, entiéndanme la gracia. Nadie piensa en ello, nadie se queja, nadie echa de menos a la g, no hay manifestaciones exigiendo a la RAE ¡Que nos devuelvan la g! Lo mismo sucede con sus derivados, conocido, desconocido, conocimiento, etc. Pero, cuando nos viene a la boca y al oído esa deliciosa palabra “incógnito” de inmediato caemos en la cuenta de su existencia agazapada, inadvertida y perenne porque la g siempre estuvo ahí escondida, callada, agachada, cabizbaja. Esa misteriosa g aparece ex nihilo para que nos percatemos del detalle de lo incógnito, eso que estaba en la neblina del anonimato, de cuya presencia no teníamos noticia pero que se nos revela imperceptiblemente en la propia palabra incógnito, porque lo que está de incógnito debe ser prudente, delicado, sigiloso, detallista, tranquilo, matizado…nada estruendoso ni ostentoso.
La g detiene la palabra por su falla con la n y repliega el significado en su laberíntica grafía donde el gato de la sabiduría de Schrödinger se relame regocijado en la curiosidad de su extrañeza, sorpresa y deleite al descubrir por si mismo la realidad mágica de su condición semántica, intuida desde su inicio estando y no estando a la vez.
Esta singularidad semántico-neuronal se ve acentuada – nunca mejor dicho – por el golpe de voz en la sílaba -cóg- premiada con tilde, de modo que se percibe un hundimiento del vocablo en el tejido espaciotemporal de su pronuncia antes de implosionar en su repliegue cual supernova en el firmamento de nuestro vocabulario. Es con su acentuación, que la g se encoge para soportar sobre sus hombros cual Atlas todo el universo de su connotación aquí expuesta, peso de proporciones cósmicas que nada debe envidiar al castigo del Tártaro si no fuera porque esa misma g hundida renace como el ave Fénix para hacer patente su incógnita condición.
Finalmente es una suerte que a la g le acompañe en la sílaba -co- un anticipo simbólico de lo apuntado pues el hermetismo de la o el círculo cerrado de su vertiente esotérica contrasta con la apertura de la c y es que su conjunción gráfica reproduce la g si se disponen del modo apropiado o arriba y c invertida debajo reproduciendo el laberinto de la g, pues un laberinto no es otra cosa que algo cerrado y abierto a la vez como incógnito es conocido y desconocido.
A fin de que el lector del DBP pueda reproducir en su laboratorio mental la verdad científica de todo esto, invito a comparar la palabra “incógnito” con la posibilidad lingüística, hoy por hoy, fallida de “incónito”. Habría que preguntarse por qué en un idioma donde la g ha desaparecido de “conocer” y “conocimiento”, se mantiene en “incógnito” y la respuesta no puede ser otra que el inconsciente del hablante siente el inconfesable placer aquí descrito y explicado.
La belleza de incógnito se evidencia al compararla con otros términos como desconocido, anónimo e incluso por otras razones que tienen que ver con su terminación con ignoto. Sin embargo, destellos de lo argumentado pueden observarse en palabras como “inadvertido” o “desapercibido” aunque no lo suficiente para protagonizar una entrada del DBP.

DBP: Brizna

Brizna, parece palabra prima-hermana de Cripta: de una parte su llaneza, bisilabilidad y vulgar terminación en la primera vocal, a priori, no la facultan para su ingreso en el DBP; de otra, su alta consonanticidad constituida por una traba (br) seguida de una falla (zn) la hacen en este sentido atractiva. Sin embargo, en su caso, a diferencia de Cripta, el motivo que la hace merecedora de ingresar en tan distinguida Institución lingüística, no obedece únicamente a estos dos rasgos que embellecen el término, sino a la presencia de un marcador como es iz.

En el caso de Brizna, la traba (br) introduce en el lexema el quiebro semántico requerido para entender su singularidad sea hierba, cabello o cualquier metáfora que emplee su vocablo, pues no hay brizna sin separación del conjunto al que remite su ser. Que esta presencia de la traba no es caprichosa lo demuestra el hecho de que en distintos sinónimos de brizna aparece igualmente la traba como por ejemplo en Hebra o Fibra, si bien, estas otras voces están muy lejos de poder ingresar en el DBP, por razones obvias.

Brizna, contiene además una falla (zn) cuya suavidad introduce delicadeza en el abismo que se abre entre una sílaba y la siguiente, de ahí, que su presencia siempre esté relacionada con palabras tiernas y entrañables como osezno.

La conjunción en la misma palabra de una traba evocadora del brusco quiebro necesario para percibir una brizna con una falla que detiene el tiempo para alimentar su significado de delicadeza, genera en la psique una tensión dialéctica entre el Tanathos y el Eros que damos en llamar Efecto Frankenstein, por la imagen del monstruo con la niña y la margarita, que sólo se resuelve favorablemente por la presencia de la vocal mediadora i en unión a la z.

Sobre las bondades de la tercera vocal y aún de la consonante z, ya hemos tratado en términos como Colibrí o regaliz. Sea entonces, que en esta ocasión, centraremos nuestra atención en un marcador como –iz-.

Denomino Marcador a todo conjunto que sin ser lexema, sufijo, prefijo, interfijo o cualquier otro motivo de significado, aparece reiteradamente en distintas voces detectándose que las mismas guardan relación respecto a una cualidad. El marcador iz, que aquí observamos en Brizna, también aparece en rizo, pellizco, matiz, pizca o sin ir más lejos llovizna que reproduce hasta la falla. Si atendemos bien a sus significados, estas voces aluden a cosas pequeñas, frágiles, al detalle o delicadas. Es verdad que puede aducirse que un tapiz es grande, pero en su caso la presencia de –iz responde al cuidado y sutileza con que se confeccionaban los tapices desde la antigüedad, a mano con hilos muy finos. En cualquier caso, la i que tiene la propiedad de introducir la pequeñez en este caso además suma su capacidad de incidir sobre el significado y en el caso de Brizna se decanta por la z que le sigue en lugar de por la r que le precede, liberando la tensión ante dicha por el deslizamiento que imprime toda z en mitad de palabra.
Por lo demás, sucede que Brizna comparte todas sus letras con otra palabra bella como es Barniz, la cual responde a los mismos criterios de selección por su traba y terminación que alude a la naturaleza propia del elemento designado, cual es, una materia sutil que se aplica con finura sobre otra a la que embellece.

Cripta

Dada su llaneza de pronuncia y vulgar terminación en la primera sílaba, nadie en principio pensaría en esta voz como candidata a incorporarse al DBP y sin embargo, una cualidad la designa en castellano como palabra de singular belleza, a saber: su consonanticidad, o alto contenido consonántico que la infiere distinción por su complejidad; en esta consonanticidad aparece una traba “cr” y lo que denomino “Falla” que acontece cuando dos consonantes colindantes aparecen separadas en sílabas distintas, imprimiendo su coincidencia un Abismo fonético por el que discurren a velocidad neuronal encriptadas evocaciones coincidentes e incidentes en el inconsciente del hablante en su manejo. En este caso de la Falla “pt”.
Como quiera que en entradas anteriores del DBP nos hayamos explayado suficientemente sobre las distintas Trabas, es hora, antes de proseguir, de establecer científicamente algo sobre las Fallas consonánticas:
Lo primero, es distinguir en qué casos estamos ante una Falla y cuando simplemente ante un pliegue. Son muchas las voces que en su composición contienen consonantes colindantes pertenecientes a sílabas distintas. Estas son fallás únicamente cuando su presencia en la palabra hace aparecer un Abismo entre las sílabas; cuando no lo hacen les decimos pliegues. Para comprender la diferencia pondré varios ejemplos de cada caso:
Hablamos de Pliegue en palabras como arco, arte, disco, salto, alma…donde no se aprecia nada distinto a lo que es la natural separación que nos permite hablar de sílabas y como se puede observar, no imprimen belleza a los términos.
Hablamos de Fallas, en palabras como Inyección, ábside, acto, ignorante, dintel…en las que se aprecia cierto vacio entre las sílabas, una oquedad mayor que la indispensable para hablar de sílabas. De este fenómeno el hablante es consciente y pone cuidado en su correcta pronunciación.
Si la traba posee la capacidad, primero, de detener el tiempo por contracción para ipso facto soltarlo al objeto de provocar satisfacción en el hablante que la pronuncoia o escucha, la Falla consonántica, igualmente detiene el tiempo, mas, esta vez, permitiendo la contemplación de un instante fugaz en que la nada lo inunda todo forzando a un esfuerzo por engarzar una sílaba con otra, cosa que al lograrlo, descarga emociones sinápticas positivas que refuerza su recuerdo.
Este recuerdo provocado por la consciencia del hablante educado en su correcta pronuncia, convierte automáticamente a la palabra con falla en candidata al DBP, pues es rara la voz que conteniendo una falla no sea susceptible de ser apreciada en su belleza. Evidentemente, la mayoría no pasan el objetivo control de calidad con el que aquí nos pronunciamos sobre el particular, debido a que sus defectos lastrasn su candidatura, pero es dificil hallar palabras con falla que sean feas o insulsas, así al DBP podrán incorporarse Ábside o Dintel.
En la “Cripta” encontramos agazapada la traba cr cuya función es recoger su significado a nivel profundo, como sucede en crisálida, crustáceo, cráneo…para acto seguido, como traba que es, expulsarlo con placer freudiano, tarea que se ve reforzada por la falla pt que catapulta todo contenido semántico del término como sucede con aptitud u óptimo. Es gracias a esta observación que comprendemos mejor el sentido griego de “Kryptos” como algo oculto, más en el sentido de escondido que de desconocido y en consecuencia, susceptible de ser descubierto que no es baladí la deferencia en el empleo de “críptico” respecto a “cifrado”, en cuanto a nivel de seguridad.
Es así que, en “Cripta”, la ocultación de su traba cr se tensiona con la falla de su pt, provocando en el acto comunicativo que el hablante la prefiera a cualquier otra, que como bodega, sótano o la misma gruta que deriva de ella, compitan en oscuridad, profundidad y ocultación.

Regocijo

La belleza de la voz “Regocijo” descansa a partes iguales en los tres tramos en que puede segmentarse la palabra, a saber: Prefijo Re-; lexema –Goc-; y sufijo –ijo; si bien, es en la vocal (o) en su posición intermedia donde reside buena parte del éxito de la palabra dada su redondez que imprime la gracia que optimiza todo el conjunto. Analicemos entonces primero el sufijo, luego el prefijo, acto seguido el lexema para finalizar con este toque de conjunto donde la j desempeña un papel destacado.

El sufijo –ijo, a priori peyorativo, por ser de carácter diminutivo aporta al lexema cierta entrañable simpatía y recogimiento del espíritu en su estrechez haciendo paradójicamente al término mentalmente acogedor. Así sucede con voces como “Acertijo” “Amasijo” “Entresijo” o “Escondrijo” que por ser tetrasílabas amplifican dicha característica, la cual, encoje conforme la palabra pierda sílabas, así términos como “Botijo” o “Prefijo” suenan vulgares y no digamos cuando la palabra se queda en bisílaba que al caso parecen sosas del todo insustanciales como ocurre con “Hijo” “Mijo” o “Fijo”. Y aquí permítaseme dejar el tema de la Jota para el final dada su capital importancia.

En cuanto al comienzo de la palabra Re- que la distingue de las anteriores haciéndola prevalecer en este noble DBP, por ejemplo, sobre “Acertijo”  hemos de atender a su subdivisión en la consonante R y la vocal (e).

La palabra “Regocijo” la tomamos como modelo de las Bellas palabras que tienen su inicio con el prefijo “Re-“ por cuanto este es onomatopéyico al recordar con la vibración de la lengua el mensaje de repetición, reiteración de la acción a la que acompaña. Pues bien, al acompañar a la R la vocal (e) que a diferencia de la (a) no puede quedar descansada abajo ni necesita de estirarse como en la i ni provoca el cerramiento de la boca como en la o y u…su posición en cierta incertidumbre se mantiene en un entre-acto que refuerza la impresión de retorno a un mismo punto tensional.

En lo que respecta al lexema –goc- debe padecer igualmente su partición para su análisis riguroso, no sin antes atender a su significado que está detrás de goce y gozar.

La letra g en su forma espiral trae a la mente el giro, que todo retorno comporta con re- y en su sonido (gue) hace patinar el fonema en la garganta provocando microgozos guturales que por repetirse se aprecian mejor en voces como “Gargola” o “Gárgara”.

Y volvemos al tema de la vocal (o) mediadora entre el inicio y final de la palabra. Esta vocal, por su circularidad, evoca en la psique todo el mensaje simbólico que a esta figura se antoja en cuanto a cierre, infinitud, completud, perfección…sea entonces, que en su redondez abunda la espiral de la G en su gozo.

En lo concerniente a la consonante “C” como quiera que su sonido funcione aquí como (z) su pronuncia en la palabra aporta cuanto dijimos del sonido zeta en “Regaliz” y más todavía lo dicho para “Jazmín” donde su arrastramiento prolongaría el gozo en el que da vueltas la sílaba –go- que la precede.

Tomado todo lo anterior en consideración, por ser fruto del rigor científico y la observación objetiva para la que no cabe discusión, llega el momento anunciado de decir algo sobre la consonante Jota cuya presencia lija, jaspea y jalona toda palabra pero sobre todo fija cuanto en ella percibe la psique por cuanto actúa como ancla semántica no tanto denotativa cuanto connotativa.

Así, en la bella palabra “Regocijo” encontramos que el hablante se deleita en una acción vibrante recurrente de su lengua, entreviendo el diminutivo juguetón y sonriente imprimado por la terminación –ijo, donde su significado de gozar, cunde dando vueltas en si mismo con el –go- reforzado por el sonido (z) repetición física de la vibración lingual y mental en algo placentero que cuando parece va a salir disparada por la fuerza centrífuga dada la energía impulsora del prefijo –re, sucede que la presencia de la “j” recupera in extremis su impulso lanzándolo de nuevo al giro de su regodeo provocando en las neuronas el mismo efecto que la ley de Newton en el cosmos.

La diferencia con la voz, también bella pero menos, de “Revoltijo” es debida a que la presencia de la “v” la hace despegar en su significado antes de tiempo, aunque en su caso se haga explícita mención a la vuelta.

Y ciertamente, “Deleite” no tiene nada que envidiar a “Regocijo” en cuanto a belleza, pero se trata de una belleza distinta, algo más íntima e intelectual que la de Regocijo donde se antoja exteriorizada sin el menor rubor y por ende, más alegre. Este matiz puede observarse en los siguientes ejemplos:

  1. Anaís, sentía regocijo con sólo ver la mesa puesta.
  2. Anaís, sentía deleite con sólo ver la mesa puesta.

Es muy probable que de estar su madre cerca, la advirtiera de no tocar nada antes en el caso a que en el b.

 

 

 

 

 

 

 

Chicle

En la entrada “Azabache” comentamos que el fonema (ch) imprime vulgaridad y degradación a los términos en que se introduce, presentando numerosos casos como chabacano, chamizo, chabola, etc o en su defecto cierta gracia como sucede en “Parlanchín”, dicharachero, cháchara…si bien, anunciamos ciertas excepciones como la voz “Chicle” de la que ahora nos ocupamos, excepcionalidad que se debe en buena medida a la traba (cl) de su terminación, asunto este de la traba que ya ha aparecido en más de una ocasión y que aprovecharemos su actual protagonismo para profundizar en el tema.

 

Denomino “Traba” al entrelazamiento de dos fonemas correspondientes a dos grafemas en una misma sílaba, de modo que, en “Segmento” no hay traba y sí en “Tradición”. Las consonantes susceptibles de ser trabadas son: b,c,d,f,g,p y t de las cuales la (t) es la que aporta mayor fuerza o brusquedad en la pronuncia y (g) la de menor dificultad. Las consonantes facultadas para trabar son: r y l correspondiendo a la primera la fuerza y a la segunda debilidad. De este modo se entiende que la traba más enérgica será entonces la combinación (tr) como en tractor y la más suave (gl) como en glamur.

 

En un primer momento, podríamos apuntar a su exótica procedencia etimológica del Maya que un bisílabo con fonema (ch) haya sorteado su dificultad para acceder al DBP. Y ciertamente, algo de ello podría observarse en el inconsciente colectivo de ser el maya una lengua vencedora como lo es el inglés donde hasta la palabra “Schit” suena genial. Pero, como quiera que de las lenguas precolombinas al español hayan llegado numerosas voces como chocolate o aguacate que pueden ser igualmente exóticas y aún sabrosas pero de ningún modo bellas, habremos de buscar en la misma palabra otra cualidad que la haga merecedora del privilegio que goza entre la comunidad hablante que todavía no la encuentra sustituto adecuado, si quiera, con nombre de marca comercial como les ha sucedido a otros productos como yogures, pañuelos o cigarros, asunto este que habla por si solo del cariño que se le tiene a su sonoridad.

 

Y efectivamente, es en su fonética, que detectamos el secreto de su éxito, porque “Chicle” puede ser tomada por onomatopeya al reproducir la pastosidad salivar al morder goma de mascar, es decir, chicle. Sin embargo, que chicle sea una onomatopeya no explica suficientemente su belleza, porque que sea onomatopeya puede añadir atractivo a la voz, pero si el sonido que reproduce no es bello, poco favor la haría con reproducirlo como sucede en “pedorreta”.

 

Sea entonces, que la pronuncia de Chicle por si sola deleita a la conciencia del hablante, probablemente al hacer coincidir el fonema (ch) con una traba suave que son las forjadas con la (L). Este extremo lo podemos corroborar en el topónimo Chiclana y en la palabra chancla, no habiendo mayor placer en el mundo entonces que masticar chicle en chanclas por Chiclana.

 

Porque al placer de la pastosidad de la “ch” se suma la suavidad licuosa que siempre introduce la “L” en toda traba, de ahí que las palabras terminadas en –ble suenen bien incluso “desapacible”. Por lo demás, el lector ha de tener presente que el fonema (L) es probablemente el más bello de cuantos estamos familiarizados y me atrevería a afirmar que estaría entre los tres primeros en belleza a nivel intercultural sólo por detrás de un sonido muy familiar a la propia “L” pero de mayor contundencia plástica empleado por los bosquimanos denominado clickeo o chasquido parecido a la conjunción (nl). Pero me reservo tratar el caso de la “L” para entrada más oportuna donde su sonido, libre de trabas pueda apreciarse con mayor nitidez. Aunque todo cuanto aquí se dice sea igual de riguroso y objetivo.