Zorrocotroco

Zorrocotroco, tiene varias acepciones siendo la más común aquella que hace alusión a una persona falta de luces que mantiene a ultranza su posición equivocada en cualquier disputa o debate.

La palabra Zorrocotroco, por desgracia para la ortodoxia idiomática, no tiene cabida en el sacrosanto Diccionario de la RAE donde sí podemos encontrar, en cambio, a un sospechoso “Murciégalo”. Mas, como quiera que el idioma cervantino sea de los hablantes y no de los Académicos, tenemos la suerte de contar con este Diccionario de Bellas Palabras DBP, para corregir esta magna injustica, haciéndole un huequecillo a tan formidable pentasílabo monovocálico, recibido entre nosotros como representante de esas voces marginadas por las autoridades y que por el contrario, gozan de la simpatía entre la entera comunidad lingüística, cuando su voz, sortea la censura mediática ejercida desde el poder para evitar que su encantadora presencia encandile la mente de las personas cuya conciencia puede despertar con sólo escuharla, del gris letargo en que la manipulación del leguaje lo ha sumido en una comunicación pretendidamente triste y somnolienta.

Posiblemente, en Zorrocotroco más que en ninguna otra palabra, su entrada en el DBP pueda ser puesta en cuestión por los puristas estetas, por parecer más graciosa que bella. Pero, precisamente, es por este hecho que Zorrocotroco la recibimos con todos los honores por encarnar también ese elenco de voces que al sernos graciosas al oido y a la mente, nos parecen bellas, porque la belleza no depende sólo del aspecto fonológico o gráfológico de un término, entran en consideración también su significado, su rareza, y ¿por qué no? la gracia de su singularidad, oportunidad y forma.

Claro que, si fuera sólo la gracia la que adornara a Zorocotroco, entonces poco merito suyo sería el acreditado. En consecuencia, precisamos de una justificación solvente para dar por buena su aceptación en el DBP.

El motivo principal que confiere a Zorrocotroco ser aceptado con pleno derecho en el DBP es, sin lugar a dudas, ser una voz monosilábica de cinco oes. Que esto es así, lo demuestra el hecho de que, introducidas distintas vocales en la misma secuencia consonántica, la palabra pierde muchísimo. Veamos:

Zerricatroca; Zarrucotrica; Zorracutroca…

Por supuesto, toda replicancia vocálica imprime al vocablo cierta gracia. Sin embargo, por su gran abundancia en español, ni la (a) ni la (e) pueden compararse a la (o) en dicho menester. Como se puede verificar, existen infinidad de términos comunes monovocálicos como palabra; palangana; perenne; vehemente, efervescente, etc. que para nada son bellos o hacen gracia. La (i) que tantas otras veces ayuda a embellecer el término, en cambio, con su replicación en una palabra monovocálica causa más ridiculez que gracia, como sucede por ejemplo con Piripi, o Pitimini. Sólo la (u) parece imprimir más gracia en esta labor que la (o) por eso, acaso la marca comercial de camisetas y publicidad la eligiera para denominarse mundialmente Kukusumusu y no Kokosomoso.

Este aspecto de la (u) sólo acontece cuando su replicancia es monovocálica como en cucú o tutú o le acompaña una e final que enfatiza la gracia como en el nombre Cucufate. De esta guisa, la replicancia vocálica trastoca por completo la sensación de angustia, miedo e incertidumbre que imprime la vocal (u) como sucede en futuro, tunel, baul o ataud.

Pero ser una palabra monovocálica de oes, no es suficiente para entrar en el DBP. Ahí tenemos voces como soso, poco, coco, bobo…que pese a imprimir ternura como nana, mamá, etc, dada su brevedad no alcanzan a eclosionar con su sonoridad en la mente del hablante, ni siquiera en trisílabos como goloso, rocoso o sonoro.

Zorrocotroco, cuenta entonces con las tres características fundamentales para hacerse muy grata en el discurso, a saber: es monovocálica; la vocal es rara como la (o); y es un pentasílabo que permite el regocijo de la conciencia en su transcurrir.

Al margen de su significado, Zorrocotroco, está a tiempo de convertirse en un término cariñoso con el que sorprender a un niño que tiene un berrinche o con el que calmar a un colega testarudo en la conversación sin que se lo tome del todo mal.

-No me seas Zorrocotro

En la medida en que seamos capaces de emplear con mayor gracia y sentido del humor nuestro idoma, la realidad del mundo será más bella y acogedora.

Hocico. DBP

La palabra Hocico goza de varios elementos susceptibles de ser tomados en consideración para entrar a formar parte del Diccionario de Bellas Palabras, empezando por apreciar esa terminación en –ico que casi ya no se reconoce como sufijo en cualquiera de sus acepciones, cosa habitual por otra parte sucedida con muchas raíces a las que acompaña.

La terminación en –ico y su femenino, las más de las veces, da sentido de (relacionado con) por ejemplo “Heróico” (tiene que ver con el héroe) o imprimiendo significado de diminutivo como en “Borrico”. En Hocico acontece que su aspecto diminutivo busca recordar al hablante la forma menguante angular del morro del animal que va de más a menos, como ocurre con la voz “pico” que evidentemente hace la misma función de agudizar el concepto tanto en su acepción animal como de herramienta. Si a esta ligadura entre la forma de la parte animal referida con la construcción del concepto, le sumamos que la palabra Hocico al ser pronunciada requiere que el hablante por un instante imite con su boca la forma hocicoidal de su noción semántica, la eclosión neuronal que ello produce en la mente dispara las endorfinas necesarias para reconocer en el término, el mérito de despertar simpatía desde la más tierna infancia. Ya sólo por esto, Hocico merece una entrada en el DBP.

Por otra parte, Hocico cuenta con una hache cuya facultad espiritual como ya hemos precisado en otras entradas del DBP consiste en anclar los términos dándoles mayor sujeción por esa doble pata de la H. Pues bien, en el caso de Hocico, la hache sujeta al -ocico que cae, como cae el hocico del animal.

Pero entre la terminación –ico y la formidable H que lo inicia, hay una (ci) con sonido (zi) que arrastra imperceptiblemente la psique del hablante como lo hace el hocico del animal entre la tierra y la hojarasca cuando olisqueando rebusca algo que llevarse a la boca como una bellota o una trufa.

Por si todo lo anterior fuera poco, sucede que la palabra Hocico, es muy agradecida en estas lides porque permite que sus derivados, lejos de menguarle simpatía, gracia y belleza, se la acrecientan. Observemos el siguiente caso:

Un niño está buscando chocolate en la despensa y la madre le puede decir:
a) ¿Qué estas buscando?
b) ¿ Qué andas hociconeando?

Pese a la fealdad que todo gerundio introduce en el lexema por su forma nd, es imposible no reconocer la belleza del término que lo hace muy preferible en la expresión. Así sea su infinitivo Hocinonear, sea su sustantivo Hociconeador, el contexto donde aparece gana mucho en belleza y significado con su presencia.

Colibrí

Como les sucede a las palabras esdrújulas, las agudas se benefician de la abundancia de términos llanos que hay en castellano. Así, su agudeza colabora en destacar a las palabras, aunque no tanto como vimos con la esdrujulidad.

En cualquier caso, de cuantas palabras agudas hay, he destacado “Colibrí” por ser quizá representante de esta singular belleza que confiere la agudeza del acento reforzada en su caso por la tilde y su terminación en (i) porque de todas las voces agudas, ninguna como las terminadas en (i) aprovechan tanto esta cualidad. Es muy difícil hallar una voz aguda acabada en (i) que no sea bella de por si, como sucede con alelí, israelí, rubí, o en nombres como Noemí.

Y es que, la (i), si de por si, hace sonreír al final de la palabra, cuando la misma es aguda, redunda en dicha característica de modo incisivo, no pudiendo escapar a la mente su anclaje libre, a diferencia de lo que ocurre en términos como “latín” que frena la palabra sin dejar volar al término más allá de sus fronteras, cosa que no sucede en colibrí cuya (i) contagia su alegría a las letras de la palabra que le sigue y aún a toda la frase; obsérvese la diferencia entre:

El anciano vio entrar por la ventana un colibrí en su sombría habitación.
El anciano vio entrar por la ventana una lechuza en su sombría habitación.

Pero si las palabras agudas acabadas en (i) son bellas, ¿por qué destaca Colibrí? La verdad, es que sobresale por muy poco. Estuvo ahí ahí con alelí, pero se llevó el gato al agua por lo siguiente: contaba a su favor con la maravillosa secuencia vocálica a-e-i y esas dos eles que juguetean en su apertura y cierre; en su contra jugaba la falta de apoyo a la vocal inicial, cosa que Colibrí tiene solucionado por una (c) con sonido (K) muy agradecido en su caso.

Colibrí cuenta además con dos ies finales y una traba (br) que embellece por su brusco contraste con la delicadeza de las ies entre la que se halla.

Así, poseer un anclaje (K) una liquidez aportada por la (L) junto a la traba (br) provoca una indescriptible fusión fonética en su articulación que en cambio, no reconocemos en calibre, culebra y algo más distorsionado en calambre que en modo alguno son bellas por no encontrarse el resto de elementos citados.

Esdrújula

Ciertamente hay voces esdrújulas más bellas que la misma palabra “Esdrújula”; pero, siendo bella en si misma la palabra esdrújula, sería todo un desprecio no presentarla en el Diccionario de bellas Palabras como la mejor representante de la belleza esdrújula.

Así, tenemos que la palabra “Esdrújula” es bella primero por ser esdrújula: Dado que en castellano prevalecen las voces llanas sean nombres o sustantivos, la esdrujilidad es una cualidad que embellece los términos por su rareza, acentuando más si cabe esa otra cualidad de la polisílaba de la que ya hemos hablado algo en HIPOPÓTAMO. La acentuación en una sílaba en mitad de la palabra, confiere a esta cierta acidez gustativa, un toque metálico acústico, un especial brillo cognitivo que deleita en su conjunto la mente del hablante imposibilitando que pase desapercibida. Difícilmente, una esdrújula puede catalogarse de vulgarismo, asunto que tiene más que ver con su acento que con su número de letras como lo demuestra que los conglomerados como lavavajillas o limpiaparabrisas pese a su descomunal tamaño sean a su pesar palabras llanas. Esta característica otorga a las palabras esdrújulas cierta aureola de respetabilidad y elegancia. Tanto es así, que algunos hablantes persuadidos de este matiz desean embellecer ciertos términos esdrujilizándolos como ya comenté en mi artículo “Diccionario esdrújulo de ZP” donde evidencié como hasta Rodríguez Zapatero, todo un Presidente del gobierno de España y leonés, era dado a convertir en esdrújulas palabras que de ningún modo lo eran como por ejemplo “Solidaridad” en cuyo énfasis sobresdrujil pronunciaba como “Sólidaridad”.

Pero como sucede con las onomatopeyas y los pictogramas, un segundo motivo para encontrar bella la palabra “Esdrújula” lo hallamos en que su significante ilustra su significado, asunto evidentemente insuficiente pues igualmente llana lo evidencia y no sucede que sea bella la palabra “Llana”.

Por eso hemos de atender otros elementos de tan curiosa palabra. Así nos percatamos que la presencia de dos ues intermedias, a diferencia de Futuro o cucurucho, sin aparecer en sílabas replicantes como ocurre con cucú o tutú, le infiere cierta singularidad que diluye por su comicidad consecutiva el ancestral miedo inconsciente que conduce a la conciencia la vocal (u) cuya relación con la incertidumbre y el peligro la hace aparecer en ataúd, susto, muerte, oscuro o sencillamente tú.

También hemos de prestar atención a la traba (dr) Como cualquier traba (dr, tr, br, pr, cr, gr, bl, cl, pl, gl, tl…) introduce en el término aspectos lúdicos para la pronunciación, escucha y lectura, cuyo dificultad sorteada es muy agradable a la conciencia que con retardo se regodea en su paso con éxito. Dentro de estas trabas, las fuertes que empiezan con t,p,c, tiene más problemas para agradar que las iniciadas con d,b,g, de igual modo que las acabadas con (r) son menos afortunadas que las terminadas con (l). Si a esto le sumamos la adhesión de la s por delante el conjunto (sdr) provoca mayor gustirrinín en su pronunciación.

Ser una palabra polisílaba, esdrújula y con dos ues intermedias, permite a una voz como ella que empieza por vocal y termina con vocal, entrar en el DBP. Así se entiende también que pueda caber como bella una palabra acabada en algo tan chabacano como –la, porque no es en –la que termina, sino en –ula, asunto que merece una mayor atención investigadora pues salta a la vista que dentro de la escasez de esdrújulas, hay un alto porcentaje de las mismas terminadas en tan extraña terminación, así tenemos esdrúj-ula, carát-ula, libélula, brúj-ula, rót-ula, físt-ula, sonámb-ula, etc.

Regaliz

La palabra Regaliz, se cuela en el Diccionario de Bellas Palabras, por ser modelo de otras muchas, siendo su caso, uno de los pocos en que el referente se ve enriquecido sustancialmente, aromáticamente y gustativamente, de su esencia referida, aunque por si misma posea dones que la hacen merecedora de ocupar su lugar en estas nobles páginas, honor en el que le hacen compañía a modo de guarnición voces como matiz o barniz.

Entre las cualidades que hacen bello su significante sea grafológico o fonético, hemos primero de enunciar la z final. No es cuestión de redundar aquí el refuerzo del argumento sobre esta grafía ya expuesto para la voz Zascandil, sólo que allí tratamos de la z gráfica y de su presencia al inicio de palabra, tocando ahora hablar de la z en su fonología y su aparición al final del vocablo.

La z al final de la palabra, tanto por su trazo, cuanto por su sonoridad, deja abierta la palabra en la mente de quien la escucha, la lee o la pronuncia. Esta apertura dispara la conciencia del hablante hacia un evocador horizonte que le anima a regodearse en la palabra dicha antes de continuar con la siguiente. Así, si la z inicial introducía al hablante en un laberinto y el elemento acuoso, la z final lo vaporiza en la efervescencia del soplo ligero del aire que se deja llevar.

Esta cualidad de la z de estirar las palabras se ha traducido en una mayor presencia que la que le corresponde en la categoría de los monosílabos escritos como, paz, pez, hoz, luz, coz, faz, tez, voz, haz, vez…a los que debemos sumar los fonéticos terminados en d como lid, red, sed, vid.

Precisamente por esta atractiva característica del sonido z, las palabras terminadas gráficamente en d gustan de pronunciarse en z sin disimulo alguno como ocurre con Madrid, laúd, abad…o cualquier imperativo verbigracia id, tomad, tened, etc, asunto nada casual, pues el sonido z perpetua en la conciencia la orden que se desea transmitir en la acción verbal.

Este uso inconsciente de la z en castellano puede apreciarse de manera más diáfana en eternidad, infinidad, humanidad, conceptos que multiplican su amplitud al terminar fonéticamente en z.

Como hemos visto, son muchas las voces terminadas en z sea oral o por escrito, resultándome harto difícil hallar una que suene mal, a lo más algo sosa como pez cosa que se le puede disculpar afectada por ser un monosílabo. ¿Por qué entonces encumbrar al DBP el término Regaliz?

Para despejar esta duda hemos de reparar en la vocal anterior a la z. Como hemos subrayado en más de una ocasión en otras entradas del diccionario, la i introduce la sonrisa en la conciencia del hablante al margen de lo que diga la palabra. En este caso, las voces acabadas en -iz se imponen en simpatía al oído a todas las demás finalizadas en z con otra vocal. Así, ocurre con nariz, raíz, codorniz, perdiz…

Regaliz es entonces adalid de todas las bellas palabras terminadas oralmente en z o –iz que por distintos motivos no tienen el empaque suficiente para entrar en el DBP, si bien hay algunas que deben ser cuando menos citadas expresamente aquí por derecho propio como matiz o barniz.