Por la desaparición de RTVE

La fulminante eliminación de la televisión pública griega a manos de su propio Gobierno ha sido duramente criticada como no podía ser de otra manera por todas sus hermanas las cadenas públicas europeas que cual miembros de las distintas Casas Reales, han acudido en su auxilio mediático al unísono denostando a los promotores de semejante medida como en su día aquellas conformaran la Santa Alianza para frenar las revoluciones y restaurar el Absolutismo con el que hasta entonces habían reinado, cuanto estas han hecho y deshecho a su antojo a cargo de los distintos presupuestos estatales, autonómicos, diputacioniles, municipales y hasta vecinales que a estas alturas es lo único que justifica se las pueda adscribir a lo público.
Todos conocemos al dedillo la retahíla de argumentaciones esgrimidas en favor de la existencia de un medio de comunicación público que garantice la información veraz, plural, democrática, con programas de calidad dirigidos a elevar el nivel cultural de la población, la educación de la ciudadanía en valores integradores de respeto, solidaridad y civilidad, además de ofrecer espacios de ocio y entretenimiento acordes con lo anterior…Pero basta un Telediario para ver dónde queda la veracidad informativa, contar los minutos y frangía horaria dedicadas al cotilleo en comparación con los destinados a Historia, Religión, Ciencia o filosofía para averiguar qué ha sido de la calidad, o atender a las sinopsis de las películas para entender en qué ha quedado todo lo demás. Ante tan abierta contradicción material entre el curso por el que discurre el ingente caudal de recursos monetarios y el grandilocuente discurso político que lo justifica, hábilmente los directamente implicados en la impostura, es decir, los colaboracionistas que viven de ello y sus amos los gobernantes, últimamente se cuidan muy mucho de recordarnos lo dicho prefiriendo aludir a elementos más etéreos como la salvaguarda de la pluralidad, la libre opinión, el bien común, el interés general, los valores constitucionales y democráticos de los que no puede prescindir una sociedad.
Y es verdad que una sociedad democrática no puede prescindir de todas esas cosas enumeradas, pero de ahí a afirmar que las mismas han de cobrar forma institucional bajo la figura de un medio de comunicación, es poco menos que una tomadura de pelo, pues de operarse de igual modo en otros ámbitos, lo suyo sería que el Estado tuviera un Ente político permanente que compitiera en las elecciones con los demás partidos políticos para garantizar la democracia, un equipo de futbol que disputase con los clubes la Liga para garantizar la deportividad y el juego limpio y así con todo.
Aun cuando los razonamientos presentados en favor de la existencia de un medio de comunicación estatal fueran satisfechos en la realidad, todavía sería cuestionable desde un punto de vista lógico si en una sociedad verdaderamente democrática su presencia no sería una aberración, por cuanto su existencia más que garantizar la pluralidad civil, antes la fagocitaría al competir con ella desde el poder absoluto que otorga la libre disposición del caudal presupuestario, sujeto a intereses gubernamentales antes que ciudadanos.
En cualquier caso, si somos pragmático hablando de lo que es, en vez de éticos debatiendo sobre lo que debiera ser, lo que conviene en estos momentos haya o no crisis, es la supresión inmediata de RTVE y sus distintos Miniyos esparcidos por todo el territorio peninsular e insular, por cuanto como el resto de medios de comunicación representa un tentáculo de control social más que añadir al servicio de los interés de las clases dirigentes que el pretendido contrapeso civil a los mismos, cuya única diferencia parece estribar en que mientras uno se dedica a la propaganda gubernamental los otros se ceban con la publicidad comercial siendo las dos caras de la misma moneda y por consiguiente, nada perdemos los ciudadanos contribuyentes con su supresión, salvo un gran lastre presupuestario.

La Publicidad manda

La denominada “Prensa libre”, lo será ciertamente en el sentido de estar libre de información, libre de verdad, libre de interés público, libre de autenticidad, libre de investigación, libre de crítica, libre de pensamiento alternativo, libre de pluralidad y aunque suene paradójico, libre de independencia.
Por el contrario, parece muy sobrada de autocensura disfrazada de prudencia, rebosante de respeto a la autoridad, hasta los topes de burdas mentiras, evidentes manipulaciones y toda suerte de técnicas subliminales de persuasión, atiborrada de noticias insustanciales donde lo que más abunda es la propaganda del régimen y su cara más amable en forma de publicidad a través de cuyo cauce se contrata todos los soportes audiovisuales para mantener desinformadas y contraprogramadas las mentes de los ciudadanos que hace tiempo han perdido la capacidad instintiva de repeler el peligro y hasta la apetencia por cuanto sería de su conveniencia mantenerse al tanto.
En el periodismo contemporáneo, ya no manda contar la verdad, no ya la Verdad con mayúsculas quimera filosófica de corte socrático, siquiera la verdad de cada cual, que convierte a quien la profiere en persona sincera aun en el relativismo más abyecto; tampoco manda narrar los hechos del modo más objetivo que a un sujeto le sea posible, tal cual un reportero los contempla, siempre peinados y trilladas por las Agencias internacionales de Información que cuidan su administración en función de intereses bien distintos y lejanos de la ciudadanía que para nada necesita preocuparse por lo que sucede en Boston más de lo que lo hiciera por la familia de veinte miembros masacrada por bombas de la OTAN en Afganistán hace cosa de un mes cuando asistía a una boda; menos mandan los hechos cuya eclipsada transmisión se evita en directo filtrada por los satélites que lo ven todo pero no cuentan nada salvo la consigna que hay que enviar para que las masas actúen en tal o cual dirección pues sabido es en sociología que es más fácil predecir el comportamiento de una población entera que el de uno sólo de sus individuos; Por consiguiente, ya no manda la actualidad, ni la realidad, ni la libertad de opinión, conciencia o prensa, ni la información. Todo eso quedó muy atrás en la nostalgia de series como “Lou. Grant”. ¿Quién manda entonces en nuestros diarios, radios y televisiones? ¿Quién decide que al deporte se le dé más espacio que al Tiempo, y al tiempo más tiempo que a cualquier asunto temporal?
Se podría sospechar que, en los medios de comunicación, dado que son de presunta utilidad pública, mandarían los políticos o sus organizaciones los Partidos; hubo un tiempo en que fue así, pero al final lo que interesa a la clase parasitaria es obtener el máximo beneficio sin ningún esfuerzo; y es evidente que mantener a diario un (ICP) Instrumento de Coacción y Propaganda como lo son los actuales Grupos de Prensa, comporta un trabajo que, a fin de cuentas, puede subcontratarse por medio de subvenciones, o eso creían…Porque, una vez sueltos los perros, estos ladran y muerden a cualquiera, salvo al que les de mejor de comer.
Al final, la banca por medio de sus tapaderas empresariales se ha hecho con el control de la jauría periodística a través de la contratación de la publicidad que es la que ahora manda en todos y cada uno de los medios de comunicación, con la misma mano férrea que lo hace con los partidos a los que sufraga con créditos blandos y condonaciones constantes de deuda para tenerlos a su servicio indistintamente de sus siglas, si bien, la obediencia de unos y otros va en función de las cantidades percibidas o contratadas según respondan al mundo de los parásitos o de los correveidiles trasformados en chivatos y pregoneros.

Para averiguar el grado de pluralidad al que podemos aspirar en los contenidos de un medio de comunicación, bastará con tomar nota de la cantidad y diferencias – si las hubiere – de los espacios dedicados a la publicidad y de las marcas que los ocupan. Con sólo este ejercicio de observación, ustedes comprenderán la balsa de aceite en que están todos pringados.

Los límites de la libertad de información

El vicesecretario general del PP, Carlos Floriano, a fin de justificar la querella contra el Diario El País, ha afirmado que «la libertad de información ha de tener límites». La cuestión, como diría el “Filósofo del Límite” recientemente fallecido Eugenio Trias, es determinar dónde se halla éste y cuál es su naturaleza; si se trata de un horizonte de sentido dinámico que avanza con la praxis del proyecto social expansivo, un contorno conceptual definido estático incorruptible por el paso del tiempo, un sfumato davinciano autónomo de la conciencia gozne religante permitiendo transitar de la coherencia a la hipocresía sin sobresaltos, una frontera legal heterónoma infranqueable por los enemigos de la patria…seguramente, la última es la especie añorada por cuantos conocimos el sublime arte de la censura proyectado en el NO-DO. Y sin embargo, creo que el problema no radica en que no haya censura, sino en que hay demasiadas.
Porque, con Franco, había una censura que determinaba claramente dónde estaba la Verdad y la Falsedad; cual era el Bien y cual el Mal; la Virtud y el Vicio; lo Bello y lo Feo; No había motivo de confusión ni para Rojos ni para Amarillos. Pero con la Democracia, lejos de desaparecer la censura, esta se ha multiplicado, trayendo el caos. Me explico:
Ahora cada medio de comunicación tiene su propia censura, por lo que, aun coincidiendo en sus amos publicitarios, tienen la pretensión de determinar su propio Canon de Verdad, Bien, Virtud, Belleza…en la medida que aquellos se lo permitan. En consecuencia, la recompensa espiritual que ofreciera antaño el establecimiento de una censura abierta y declarada, cuál es, la de presentar con claridad a la mente del ciudadano los valores a preservar por todo individuo y sociedad, queda diluida en el confusionismo campante de la relativización posmoderna del juicio que en el mejor de los casos irá de un sitio para otro como el “Asno de oro” de Apuleyo sin entender que le acontece, o peor aún, morirá en su indecisión como le sucediera al también asno de Buridán.
Para contribuir en la reinstauración de una censura popular de los medios de comunicación, con objeto de establecer los límites de la libertad de información, paso a dar a conocer los puntos básicos que esta habría de incorporar para hacer frente al libertinaje actual:
Sobre los presuntos supuestos casos falsos de corrupción política empresarial:
Primero, quedará terminantemente prohibido hacer el más mínimo comentario sobre cualquier falta, delito o crimen cometido por miembros del Partido Gubernamental o de sus socios y amigos empresarios, si el asunto no ha sido denunciado ante la Justicia con anterioridad para amparar el derecho al honor.
Segundo, quedará terminantemente prohibido filtrar cualquier información sobre cualquier proceso judicial para evitar intoxicar la labor de los Tribunales.
Tercero, quedará taxativamente prohibido hacer la más mínima valoración sobre las sentencias. Una vez los jueces se hayan pronunciado, no cabe ningún otro pronunciamiento.
Sobre las ruedas de prensa convocadas o improvisadas, las entrevistas o cualquier otra violencia ejercida contra los representantes de la democracia:
Primero, en toda rueda de prensa queda eliminado el interrogatorio formal o informal.
Segundo, en toda entrevista, el entrevistado tendrá derecho a conocer las preguntas que se le van a plantear de antemano, a responder en diferido, a poder estar presente durante el montaje para quitar esto y corregir aquello y por supuesto, a reservarse el derecho constitucional a no responder, sin que dicha actitud sea posteriormente conocida por los espectadores.
Espero que esta aportación, sea de alguna ayuda en el totum revolutum que se ha convertido la información en nuestros días. Mientras los medios se dediquen a entretener al pueblo con deportes y música, mientras les metan miedo con retransmisión de catástrofes y desgracias, en resumen, mientras les presenten las noticias como sucedáneo de la información, no es necesario coartar la libertad de expresión. Pero si los medios de información creen que su cometido en vez de formar opinión en las masas, es informar la opinión del ciudadano, entonces, no queda otro remedio que poner orden y establecer estos límites.