Del buen robar

Con las Tarjetas opacas, que han puesto la guinda a la corrupción, se han disparado los reproches contra la clase política-financiera, con más vísceras que racionalidad. A fin de poner un poco de orden en el debate, presento estas líneas.

Mis investigaciones Teológicas acerca del fundamento ético, arrojaron como resultado que la expresión clave para interpretar correctamente los Diez Mandamientos de Moisés, no era precisamente “Mandamiento”, sino “En vano”, expresión elíptica que debía sobreentenderse tras toda formulación como ¡No mentirás! ¡No matarás! ¡No desearás la mujer del prójimo! cosa que parece más juiciosa que prohibirlo todo, en todo momento, para todos y en cualquier circunstancia, aberración que la cotidianidad se ha ocupado de corregir.

Así, entiendo, que ¡No robarás en vano! únicamente enfatiza la negatividad ética de la acción remitida a casos donde el ladrón roba, no ya sin necesidad, sino en vano, es decir: sin provecho alguno para él, o los suyos, incluido el placer de robar. Porque, no hay peor robo que el absurdo, verbigracia un tinte a manos de un calvo, seguido del muy despreciable robo gamberro como, por ejemplo, quitarle una cachava a un anciano para arrojarla al mar. Por consiguiente, una vez no se roba en vano, la valoración del robar deberá depender de otras variables ajenas al Derecho Divino y más cercanas a los auténticos DDHH amparados por el Derecho Natural que incidan en nuestra particular escala de valores donde entraría la cantidad de lo robado o la relación entre el sujeto agente-ladrón y el sujeto paciente-víctima.

La cantidad de lo robado puede darnos una pista fiable sobre si dicho robo es bueno o malo moralmente: si un individuo roba para sí, sólo para sí y exclusivamente para si, digamos 1000 euros al mes, para mi, su acción dentro del marco socioeconómico en el que nos movemos, no hace mal alguno. La cantidad se correspondería con lo que le permitiría llevar una vida digna. Evidentemente, si dicha cantidad fuera a repartir con su cónyuge, hijos, padres y vecinos, por descontado, lejos de parecerme mal, o bien, lo declararía un milagro.
A partir de esta cantidad, habríamos de tener en cuenta también la condición económica del sujeto, teniendo entonces más crédito moral para robar quienes pertenecen a las élites financieras que aquellos que por tener que trabajar cuentan con pocos recursos. En otras palabras, que en mi opinión, tienen derecho moral a robar más, quienes más tienen, siempre y cuando, su tren de vida se corresponda, porque una cosa que coincido en penalizar desde la ética, es la avaricia. Así, si para un ciudadano medio, robar 1000 euros al mes es cosa adecuada, lo suyo para un ejecutivo de gran empresa o un alto representante del Estado la cifra no puede bajar de 10.000 euros al día o al mes, dependiendo de su rango y posición. De robar menos, estaría incumpliendo el Mandamiento pues cifras como 1000 euros no resolverían nada en su caso. Ahora bien…si un miembro de la clase trabajadora o parada, aprovechara un descuido del sistema y se le presentara fortuitamente la ocasión de robar, no sé, pongamos 50 millones de euros y los robase, su comportamiento sería tan reprochable moralmente como la del financiero que se hubiera contentado con robar sólo 1000 euros, aquel por defecto y este el trabajador o parado, por exceso, porque con la clase de vida que lleva ¿cuándo podría él solito gastarse 50 millones de euros? ¡Ni despilfarrándolos! Necesitaría vivir lo menos diez vidas. Y eso ¡sí! que es en vano. Este necesario relativismo ético en donde se relaciona la cantidad robada con la condición económica del ladrón no siempre es tenida en cuenta, motivo por el cual, nos parecen peores personas quienes más roban, cuando a lo mejor es al revés.

Con todo, como la acción de robar nació después de la propiedad, de suyo es que nadie realice la acción de robar en abstracto. Siempre se roba a alguien. Y es entonces que, además de lo ponderado, hemos de considerar la relación entre el ladrón y la víctima. El Derecho natural ampara toda clase de robo como lo prueba el placer que experimentamos, pero no por igual. Aparentemente, la Naturaleza fomenta el robo del más fuerte sobre el más débil, del más hábil sobre el más torpe, del más veloz sobre el más lento…basta observar como palomas y gorriones comen las migas de pan que les echamos en el parque. Pero la Naturaleza humana parece condenar esta tendencia y en nuestro caso el robo al inferior, viene a ser, pan para hoy y hambre para mañana, pues como sentenció Aristóteles, somos sociales por naturaleza, cosa que a mi entender sólo es posible porque pasamos ocho horas al día durmiendo y resulta mejor para el individuo y el grupo reprimir sus instintos antes de dejarse arrastrar por la inmediatez del placer de robar.

Aceptado este extremo, robar a quien tiene menos que tú, sólo es aceptable si pertenece a un grupo distinto al tuyo como sucede en guerras y conquistas con los expoliadores o las élites extractoras de toda sociedad, aunque sin llegar a ser malo, tampoco es bueno si el botín no es muy grande y compensa dicho desequilibrio cuantitativo. Así, el peor de los robos posibles realizados con causa, es el que se comete contra tu propia gente e iguales en condición económica, es entre estos que aparecen los “rateros” quienes roban a parientes o vecinos tan pobres como ellos y todo para no salir de pobres porque de servirles para hacerse ricos, estaría justificado. Finalmente tenemos el buen robo, aquel que se perpetra contra individuos o comunidades cuya condición económica es superior y por ende mayor es la dificultad para el cometido del ladrón que ha de esforzarse para poderlo ejecutar. Y aquí entraría otro factor de carácter práctico, cual es, la pericia y molestias que se toma el sujeto para realizar lo mejor posible su acción, de la que hablaremos otro día.

Hominización y Humanización

Como he dejado constancia en mi recientemente publicada “Historia Oculta de la Masonería. Volumen I: Carne Piedra y Fuego” en sentido estricto, el proceso de hominización apunta a la serie de características adaptativas adquiridas por los homínidos hasta separarnos de los primates, como por ejemplo, la bipedestación; pero en un sentido amplio, cabe entenderlo también, como el conjunto de técnicas con las que transformamos el mundo a fin de adaptarlo a nuestras necesidades, verbigracia, el dominio del fuego.

Un debate intrincado entre la Clase Ociosa, gira en torno a la cuestión de, si el proceso de Hominización, ha ido a la par que el proceso de humanización, entendido este último desde el plano Ético-moral, o por el contrario, mientras el primero no ha hecho otra cosa que evolucionar hacia estadios cada vez más resolutivos, el segundo, parece haberse quedado estancado, cuando menos, desde comienzos del Holoceno.

La discusión está viciada de entrada, si las posturas enfrentadas parten de la base de que el Hombre responde a factores externos que lo hacen emanar de un Principio original o tender hacia una determinada meta, siendo ambos angelicales o al menos una de ellas en el mejor de los casos. Porque, olvidado que hemos sido animales, somos animales y seguiremos siendo animales, cualquier cosa que no satisfaga tan ilusoria autocomplacencia sea esta remitida a un pasado perfecto como el Paraíso, sea proyectada hacia el futuro esperanzador donde hallaremos un mundo mejor, está condenada al vituperio general, pues entre escuchar un entretenido Mito o prestar atención a la tórrida Historia, lo primero siempre es más grato al entendimiento.

El Ser Humano, ya debería darse con un canto en los dientes por el mero hecho de mantenerse en su animalidad primigenia. En nuestros más tempranos inicios, ya éramos familiares, sociales y solidarios; desde cuando las hembras parián sus crías de una en una, desde que los testículos de los machos redujeron su tamaño por irse ligando a unas determinadas hembras, desde que aumentara el tamaño del cráneo y se estrechara la cadera que hizo necesaria la prenaturización del feto y la asistencia en el parto, etc. El problema del Ser Humano no estriba entonces en ser plenamente un animal, sino en comportarse como una bestia.

Porque somos animales cuando procuramos alimento, somos animales cuando mantenemos relaciones sexuales, cuando buscamos cobijo…Mas, somos auténticas bestias, al comer delante de terceros que se mueren de hambre sin ofrecerles si quiera lo que nos sobra, somos bestias cuando forzamos a otros para que mantengan relaciones sexuales, somos bestias cuando teniendo suficiente espacio en nuestras viviendas, podemos conciliar el sueño sin pensar en los conciudadanos que pasan las noches heladas a la intemperie por falta de recursos o sencillamente haber sido personas honradas y trabajadoras toda su vida.

Pero el comportamiento bestial de alguno de nosotros, aún de la mayoría de los miembros de la especie, no debería ocultar el hecho de que, junto al desarrollo de las técnicas líticas, la invención de la rueda, la canalización del agua, la construcción de edificios, el trazado de calzadas, la irrupción de la electricidad o el dominio de la energía atómica, han acontecido realidades no materiales como las artes, las religiones, las ciencias, los Estados o el derecho entre otros cientos, que mal que bien, igual que al cuerpo natural hemos vestido con pieles, lino y telas, al homínido le hemos dotado de humanidad.

Así, cuando el otro día que hacia un día de perros, advertí como dentro de un cajero automático, compartían tan reducido espacio vital dos Prescindibles, armados de un cartón de vino y una barra de pan acurrucados en un lateral con un respetable hombre trajeado que sacaba dinero de la terminal acompañado de una señorita con vaqueros ceñidos, no pude menos que enorgullecerme de pertenecer a una especie como la nuestra donde individuos tan dispares, en tan distinta situación, eran capaces de convivir en paz y armonía, dedicándose cada cual a lo suyo, pasando por alto sus diferencias. Si esto no es evolucionar en humanidad, que venga Dios y lo vea. ¡ Somos más humanos que nunca!

Primera aproximación al Aborto

https://www.youtube.com/watch?v=PZ2lThqzq-o

Llevo más de treinta años reflexionando sobre asuntos terriblemente emparentados como son la Pena de Muerte, la Eutanasia, el Suicidio, la Tortura, el Terrorismo, el Tiranicidio, la Eugenesia o el Aborto, siendo este último, el que más quebraderos de cabeza ha comportado, pues mientras en los demás, mal que bien, he alcanzado cierta serenidad de espíritu al conseguir fijar la opinión en un arco asumible de oscilación meditativa, no así con tan embarazosa cuestión, donde desde el inicio me ha sido imposible avanzar ni un miserable paso en ninguna dirección, quedándome como estaba cuando por primera vez en el instituto se requiriera una respuesta de mi parte durante la clase de ética. Dicha circunstancia, resulta todavía más extraña, si tomamos en consideración que en el resto de materias he modificado sustancialmente mi resolución de salida, que en casi todas partía del acostumbrado buenismo pseudocristiano que malada las mentes de los jóvenes y de la entera sociedad, salvo las de las élites extractoras que son educadas en principios muy distintos de justicia, fortaleza, prudencia y templanza de las que hablaremos en otro momento.

Desde entonces, he cursado una carrera de Filosofía, otra de Teología, he realizado infinidad de lecturas sobre genética, bioética, jurisprudencia, he acudido a seminarios donde se trataba a fondo este problema desde distintas perspectivas sociológicas, médicas, antropológicas, etc, y sin embargo, aquella temprana, inexperta, pueril posición inicial no ha variado un ápice en todo este tiempo. O sea: que con catorce años, sin conocimientos técnicos acerca de cuándo se forma el sistema nervioso central, sin tener noticia de que el Derecho Romano del que procede el nuestro, no concedía la categoría de persona al recién nacido hasta pasadas veinticuatro horas del alumbramiento, que la propia Iglesia Católica no bautiza el feto en cuanto la madre comunica su estado de buenaesperanza y demás, ya tenia claro ¡que no lo tenía claro!, siendo entonces como ahora mi impresión que el Aborto ¡Jamás! puede ser un Derecho, menos una obligación, mas tampoco algo a perseguir penalmente, por no ser algo a priori deseable.

Por este motivo, hasta la fecha, no he publicado un solo artículo sobre los distintos Abortos de Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy o Gallardón. Si ahora me atrevo a ello, es con espíritu de servicio a la comunidad, por si con mis reflexiones en voz alta, pudiera contribuir de modo constructivo al debate de actualidad en torno a esta realidad social, siendo la presente mi primera aportación de grado muy humilde, al declarar abiertamente mi incapacidad para exponerles con nitidez el conjunto de lo que pienso, por pensar cosas contrarias y todavía no serme posible determinar con coherencia un punto de equilibrio convincente para la razón práctica. Hoy me conformo con explicar mi posición de salida:
El Aborto, no puede ser “un derecho”, por cuanto este debe ser positivo explícita e implícitamente en el sentido de que establezca la garantía de una acción deseable o apetecida en principio lógico. De ahí que se haya promulgado el derecho a la vida o a una vivienda digna, cuando todavía no tenemos noticias del derecho a la muerte o a vivir debajo de un puente. Cierto es, que puede establecerse leyes reguladoras tanto del suicidio, como la eutanasia e incluso la Pena de muerte, y es bueno que así sea para evitar la arbitrariedad de su aplicación, pero ninguna de estas normativas, regulaciones, decretos o leyes, pueden ser elevados a la categoría de un derecho. La confusión aparece cuando todo el conjunto de leyes, normas y regulaciones son incorporadas a la ciencia que se ocupa de todo ello cuál es, “El Derecho”. Por supuesto, soy partidario de regular el fenómeno social del Aborto, que aunque ustedes no lo sepan, fue todo un avance moral respecto al infanticidio en su momento, por cuanto, al margen de nuestras convicciones morales particulares, la sociedad debe una respuesta práctica a las situaciones particulares que acontecen en su seno.

Ahora bien, a la vez que me muestro contrario a hablar del Aborto como “un derecho”, considero que el mismo no debe ser perseguido por las leyes, salvo cuando es forzado u obligado a manos de terceros, por cuanto siempre he sido de la firme opinión, de que ninguna mujer, en su sano juicio, aborta por gusto, placer, afición o ideología, sino por muy variados motivos negativos que le empujan a ello tras no pocos sufrimientos mentales en una toma de decisión cuya responsabilidad no puede transferir y que habrá de acompañarla el resto de sus días, cosa no siempre fácil de sobrellevar porque pueda ser cierto que la vida es corta, pero la existencia puede ser eterna.