El secreto de la victoria Occidental o de la explotación infantil

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Si como dicen “al hambre no hay pan duro”, la miseria no hace ascos al trabajo infantil. Este es el motivo por el que entre los pobres, la tasa de natalidad se dispara en relación directamente proporcional a su necesidad, a saber: no como dicen algunos meapilas, porque desconozcan los métodos anticonceptivos, que como recuerda Marvin Harris, el infanticidio está de sobra bien atestiguado en toda cultura por la antropología y los yacimientos arqueológicos, verbigracia, intramuros de los conventos medievales, sin ir más lejos, sino porque, entre las familias más humildes, traer un hijo al mundo suele salir rentable, pues desde los cinco años en que ya puede cuidar de sus hermanitos más pequeños, traer agua del pozo, recoger leña, vigilar el ganado, etc, hasta su mayoría de edad, si es que se le permite marchar – posible base motivadora del matrimonio – su esfuerzo remane de lleno en la casa paterna. Seguramente de esta realidad provenga el terrible dolor que actualmente sienten los progenitores por la prematura muerte de un vástago.
Por el contrario, la inercia biológica que empuja a procrear, suele moderarse en épocas de abundancia, precisamente al salir más a cuenta no incorporar nuevos sujetos al grupo de reparto, contraviniendo los postulados del buenismo filosófico que nos toma por ángeles en vez de por hombres. Esta es la causa, por la cual en las sociedades desarrolladas donde está garantizada una esperanza de vida avanzada, la natalidad baja considerablemente y hay más conflictos intergeneracionales, dado que los padres no encuentran mejor razón para explicarse por qué por un momento de placer se han arruinado literalmente el resto de sus días, que el de que deben quererlos más que a su propia vida, cuando lo cierto no es que los traen al mundo porque los quieren, sino que los quieren una vez que ya han venido al mundo y en consecuencia la frustración aumenta según pasan los años y el muy mamón, permanece en casa.
Entre quienes contamos con electricidad, agua potable y la nevera a rebosar, se nos llena la boca al hablar de explotación infantil en países tercermundistas y la gozamos sumándonos al boicot a empresas que como Victoria´s Secret se aprovechan del trabajo de niños, sin pararnos a pensar en que aquí, hasta fechas muy recientes, cuando no había qué comer ni qué vestir, nuestros padres y abuelos se vieron en la tesitura de tener que ir a trabajar dejando de ir a la escuela ¡ Y menos mal que pudieron hacerlo! Porque, con lo de la explotación infantil en los países empobrecidos, viene a suceder algo parecido a lo que ocurre con la protección de la Naturaleza: que Occidente sustentó su desarrollo económico esquilmando sus escasos recursos naturales, pero Brasil, India o Zambia, han de preservar intactos esos mismos recursos que ahora se contemplan como patrimonio de la humanidad, con el permiso de Repsol, Endesa y la Coca Cola.
No pongo en cuestión, que detrás de la inquietud de la buena gente, posicionada a favor de la conservación del Amazonas para que los caipiras brasileiros no deforesten su superficie y en contra del trabajo de los pequeños en las minas de coltán en Congo, no estén los más sublimes pensamientos de los que es capaz la entera Humanidad o el elogiable propósito de enmienda que como especie se ha propuesto el civilizado hombre blanco cristiano para corregir en tierras extrañas los desmanes anteriormente cometidos por su propia gente. Pero igualmente, no albergo duda alguna, que todo ello brilla por su ausencia entre los ejecutivos de las Multinacionales y sus capataces, los hombres de Estado, quienes subrepticiamente se valen de su sensibilidad para evitar en lo posible la emergencia de la miseria de aquellos pueblos a los que se critica por hacer uso legítimo de sus bienes naturales y recursos humanos, como nosotros hemos hecho en el pasado, sin darles opción digna para cubrir sus necesidades básicas, que son la auténtica base motora que sustenta toda la problemática denunciada hasta decir basta por el brazo espiritual de la OTAN, para entendernos, las Oenegés.
Así como no es robar para comer, ni asesinar cuando se mata en defensa propia, que los niños trabajen cuando la necesidad aprieta y no queda otro remedio, no se le puede llamar explotación, al menos de parte de la familia o de la comunidad en que esta esté inscrita y lo consienta. Otra cosa es, cuando ya no hay tanta necesidad…Entonces ¡Sí! Entonces sí podemos hablar de explotación, como es el caso de Victoria´s Secret y tantas otras empresas del Primer mundo que para mantener la competencia desleal con los talleres tercermundistas que emplean mano de obra esclava por necesidad colectiva, no duda en hacer lo propio cuando nuestro nivel de vida, sin embargo, no lo autoriza moralmente, máxime, cuando al utilizar las empresas Occidentales mano de obra esclava, no sólo extiende su práctica, que para colmo la hace ineficaz para los pueblos que han apostado por esa vía de sacrificio para sobrevivir, maliciosa estrategia en la que se esconde todavía el secreto de nuestra victoria comercial que empujará a estas sociedades y sus gentes, a hacernos directamente la guerra por no dejarles más alternativa.
Por si fuera poco, parece que así como una chica blanca en bikini es digna del desplegable de Play Boy mientras cualquier negra desnuda puede dar bien en la portada del National Geographic, un niño africano recogiendo algodón es sujeto de explotación, empero los huerfanitos de San Ildefonso ensayando día y noche durante meses, trabajando una mañana entera ante las cámaras, sometidos al estrés de no poderse equivocar y todo para el lucro del Estado democrático Español…eso ya es Tradición.
Lo aireado mediáticamente de Victoria´s Secret, sospecho que en estas fechas navideñas le saldrá más a cuenta lo ahorrado en publicidad que el daño que pueda hacerle el boicot de tres idealistas entre los que no me encuentro – no me veo rehusando la invitación de una señorita vestida sólo con su lencería – y es aquí, en nuestra doble moral y no en la hipótesis maravillosamente exculpatoria de Jared Diamond trazada en “Gérmenes, armas y acero” donde reside el auténtico secreto de la victoria occidental sobre el resto de los pueblos del planeta.

Pantaloncitos cortos

La cíclica controversia sobre la conveniencia del uniforme escolar que aparece con cada inicio de curso, esta vez asoma a la opinión pública de la mano del colegio femenino perteneciente al Opus Dei “Les Alzines de Girona” cuando el pasado Martes obligó a una treintena de sus alumnas adolescentes a marcharse de clase y volver con una indumentaria más acorde para con la normativa aprobada el pasado Junio por el Claustro y el Consejo Escolar, en la que se estipulaba que las alumnas habrían de vestir una indumentaria correcta, aunque no institucionalizada, como una falda, pantalones largos o cortos a la altura de la rodilla y una camiseta de manga corta pero no de tirantes…directiva que ya suponía una concesión para las estudiantes de bachillerato respecto al resto del alumnado de cursos anteriores que han de continuar llevando el uniforme oficial del Colegio.
Algunos padres, se mostraron molestos con la actitud drástica del centro, aduciendo que hubiera sido menos violento para todos haberles avisado esta primera vez, en lugar de humillarlas delante de sus compañeras y ante ellas mismas y sus familias con volver a casa a cambiarse o pedir ropa prestada a sus amigas e incluso irse a comprar algo con lo que poder salir del paso. Pero, la portavoz del colegio, Alba Serra, concretó que las alumnas se presentaron con una indumentaria «exagerada» responsabilizando de ello a los padres. «que están al corriente de la normativa desde hace meses. Además las ven salir de casa vestidas con tacones altos, camisetas muy abiertas… ¿Pero adónde van: a la escuela o a la discoteca?». Además, en su opinión, “esta situación que genera dinámicas discriminatorias y rivalidades entre las chicas y las distrae del aprendizaje, se tiene que acabar».
Yo, hace tiempo que me he posicionado a favor del uniforme escolar por múltiples y variadas razones, desde las económico-familiares, pasando por las social-igualitarias, hasta las más inconfesables apreciadas durante mis vacaciones en el Paraíso Marxista de Cuba, donde a falta de la habilidad de saber calibrar la edad de las féminas, de gran ayuda era atender el color de la vestimenta que llevaban…En cualquier caso, hoy por hoy, comprendo y comparto la decisión de este centro, porque si su portavoz comenta que las chicas se distraen, ni les cuento lo difícil que se me hizo impartir clase de Filosofía durante el verano en un aula repleta de hormonas mixtas para que los chicos centraran su atención en el Imperativo Kantiano cuando salía a la pizarra, cuál fenómeno, los pantaloncitos cortos de un inalcanzable Noúmeno hembra, eso por no reconocerles abiertamente, que los profesores, no somos de piedra.
Igualmente, me muestro de acuerdo con la afortunada apreciación sobre la responsabilidad paterna en este asunto de la vestimenta de las jóvenes; De hecho, hace unos años, publiqué una hipótesis que explicaba este constatado creciente fenómeno entre las adolescentes de ir vestidas a todas partes como si estuvieran de “after hour” de Lunes a Domingo, luciendo modelitos de continuo, con camisetas ajustadas echando los bracitos atrás para marcar pezones y llevando las cuatro estaciones del año pantaloncitos cortos como si su culito estuviera en almíbar, a saber, la hipótesis SPRP o Solidaria Permisividad de la Reciprocidad Paterna, consistente en que como quiera que a ningún padre le apetezca ver salir a su hija para que esta sea el objeto de deseo de sus vecinos y amigos, sólo una cosa ayuda a comprender que aún con esas, le permita salir así vestida de casa y hasta le pague tan atrevidos trapitos, y es la esperanza de que el resto de los padres hagan otro tanto y de este modo, él pueda disfrutar en las hijas de sus amigos y vecinos, lo que los tabúes sociales le impiden gozar de lo que tiene más cercano y estaría mal que no se avergonzara íntimamente: Así, su solidaria permisividad, descansa en la reciprocidad paterna, que se camufla en lo imposibles que se ponen los adolescentes, tanto cuanto los profesores ocultamos nuestra propia turbación en la distracción del alumnado.
Con todo, también he de advertir, que en un futuro próximo, según se hagan más presentes los efectos del cambio climático, estos escándalos y la opinión a la que me he adherido, quedarán fuera de juego intelectual y axiológico, pues la circunstancia, modificará nuestro comportamiento colectivo y por ende, nuestra moral se verá trastocada, tomando por bueno y juicioso lo que hoy se nos hace intolerable como cuando alguien como el rapero Porta se atreve a sacarlo a la luz con toda su crudeza en una melodía cuyo rapio empieza con un enérgico “Las niñas de hoy en día, ya no comen chuches…” De hecho, en los países tropicales, están tan acostumbrados a ir con todo al aire, que lo que distrae y da que hablar, es precisamente lo contrario. Y ahora que pienso en ello…en este Colegio femenino, espero que nuestro Señor Jesucristo, esté debidamente crucificado con túnica y toga, para evitar que sus alumnas desvíen sus oraciones en sus abdominales o ¡peor aún! Dirijan sus inocentes y curiosas miradas hacia ese minúsculo trapito blanco que cubre sus partes pudientes, porque aún predicando en el desierto, hay que dar ejemplo.