Chicle

En la entrada “Azabache” comentamos que el fonema (ch) imprime vulgaridad y degradación a los términos en que se introduce, presentando numerosos casos como chabacano, chamizo, chabola, etc o en su defecto cierta gracia como sucede en “Parlanchín”, dicharachero, cháchara…si bien, anunciamos ciertas excepciones como la voz “Chicle” de la que ahora nos ocupamos, excepcionalidad que se debe en buena medida a la traba (cl) de su terminación, asunto este de la traba que ya ha aparecido en más de una ocasión y que aprovecharemos su actual protagonismo para profundizar en el tema.

 

Denomino “Traba” al entrelazamiento de dos fonemas correspondientes a dos grafemas en una misma sílaba, de modo que, en “Segmento” no hay traba y sí en “Tradición”. Las consonantes susceptibles de ser trabadas son: b,c,d,f,g,p y t de las cuales la (t) es la que aporta mayor fuerza o brusquedad en la pronuncia y (g) la de menor dificultad. Las consonantes facultadas para trabar son: r y l correspondiendo a la primera la fuerza y a la segunda debilidad. De este modo se entiende que la traba más enérgica será entonces la combinación (tr) como en tractor y la más suave (gl) como en glamur.

 

En un primer momento, podríamos apuntar a su exótica procedencia etimológica del Maya que un bisílabo con fonema (ch) haya sorteado su dificultad para acceder al DBP. Y ciertamente, algo de ello podría observarse en el inconsciente colectivo de ser el maya una lengua vencedora como lo es el inglés donde hasta la palabra “Schit” suena genial. Pero, como quiera que de las lenguas precolombinas al español hayan llegado numerosas voces como chocolate o aguacate que pueden ser igualmente exóticas y aún sabrosas pero de ningún modo bellas, habremos de buscar en la misma palabra otra cualidad que la haga merecedora del privilegio que goza entre la comunidad hablante que todavía no la encuentra sustituto adecuado, si quiera, con nombre de marca comercial como les ha sucedido a otros productos como yogures, pañuelos o cigarros, asunto este que habla por si solo del cariño que se le tiene a su sonoridad.

 

Y efectivamente, es en su fonética, que detectamos el secreto de su éxito, porque “Chicle” puede ser tomada por onomatopeya al reproducir la pastosidad salivar al morder goma de mascar, es decir, chicle. Sin embargo, que chicle sea una onomatopeya no explica suficientemente su belleza, porque que sea onomatopeya puede añadir atractivo a la voz, pero si el sonido que reproduce no es bello, poco favor la haría con reproducirlo como sucede en “pedorreta”.

 

Sea entonces, que la pronuncia de Chicle por si sola deleita a la conciencia del hablante, probablemente al hacer coincidir el fonema (ch) con una traba suave que son las forjadas con la (L). Este extremo lo podemos corroborar en el topónimo Chiclana y en la palabra chancla, no habiendo mayor placer en el mundo entonces que masticar chicle en chanclas por Chiclana.

 

Porque al placer de la pastosidad de la “ch” se suma la suavidad licuosa que siempre introduce la “L” en toda traba, de ahí que las palabras terminadas en –ble suenen bien incluso “desapacible”. Por lo demás, el lector ha de tener presente que el fonema (L) es probablemente el más bello de cuantos estamos familiarizados y me atrevería a afirmar que estaría entre los tres primeros en belleza a nivel intercultural sólo por detrás de un sonido muy familiar a la propia “L” pero de mayor contundencia plástica empleado por los bosquimanos denominado clickeo o chasquido parecido a la conjunción (nl). Pero me reservo tratar el caso de la “L” para entrada más oportuna donde su sonido, libre de trabas pueda apreciarse con mayor nitidez. Aunque todo cuanto aquí se dice sea igual de riguroso y objetivo.

 

 

 

 

 

 

 

De cómo el Evento engulló al tema

La primera ocasión que tuve noticia de tan extraño fenómeno lingüístico fue de la magistral mano de Alex Grijelmo cuya obra entera recomiendo a cuantos guste disfrutar de los entresijos del castellano, quien hace al menos una década ya advertía sobre la voracidad del “evento” cuyo calco del uso inglés mal empleado por la comunidad castellanoparlante, amenaza cual especie invasora, con extinguir todo el vocabulario autóctono incluidas voces como “tema” la cual ya había fagocitado por su cuenta al “asunto”, la “cuestión”, el “problema” y la “cosa” que a su vez se había encargado de merendarse a toda palabra susceptible de caer bajo su indeterminación, extremo al que no escaparían ni los demostrativos “esto”, “eso” o “aquello” socorridos remedios hogareños de las madres para referirse a casi cualquier particular, que por aquí empezaría tan demencial secuencia lexicofágica.

Mal que bien, hasta hace nada, había cierto acomodo en dicho podio de términos glotones que depauperaban el lenguaje coloquial, por cuanto era propio de los pobres expresarse con pobredad. Sin embargo, con la crisis económica galopante que no parece tener fin pues al final del túnel nos aguarda la tormenta, disminuyendo como ha disminuido la clase media, una voz como Evento está causando estragos en la expresión oral y escrita, alcanzando cotas preocupantes.

Durante mucho tiempo, refugiada mi mente como está en los sótanos de la República de las Letras, es decir, en los clásicos grecolatinos, aún siendo como soy un faltógrafo impenitente, la advertencia certera de tan genial autor se me antojó toda una exageración propia del erudito especialista celoso custodio de su terruño. Más el otro día, atendiendo un debate de la Sexta, pude escuchar de labios de un habitual de la cadena a quien aprecio lo suficiente como para no citarle, que el evento de Siria era muy preocupante. Entonces desperté de mi letargo. ¡Evento como sinónimo de guerra! A dónde habíamos llegado…

En estos años, casi sin darnos cuenta, el “evento” ha multiplicado su presencia entre nosotros, hasta el punto de que hoy todo son eventos: vemos a la gente haciendo cola para asistir a un evento teatral en vez de una representación; las madres acuden al colegio a contemplar un evento deportivo antes que una competición; salimos de etiqueta a un evento musical que podría ser hasta un concierto; los ciudadanos ya no participan de las elecciones democráticas, sino de un evento político; en Navidad se prodigan los eventos familiares antaño dichas reuniones, los eventos empresariales en sustitución de comidas y cuando alguien se muere vamos a despedirle a un evento funerario cuando tocaba un sepelio. Manifestaciones laborales, actuaciones policiales, mítines políticos, acontecimientos climáticos, exposiciones de pintura, fiestas populares, pasarelas de moda, concursos infantiles, ceremonias religiosas, cumpleaños, Jura de bandera, recepción de Autoridades, presentación de libros, noticias del telediario, entrada en la cárcel de Pantoja…todos son eventos.

Y bien está que una sociedad empobrecida se exprese con un lenguaje empobrecido para que el vestuario acumulado en el ropero no despiste al interlocutor deseoso de saber el estatus social al que en la actualidad pertenece la persona con la que se mantiene conversación. Pero “evento” no sólo está afectando a esos trece millones de españoles que están sumidos en la pobreza con o sin trabajo; que también ha alcanzado de lleno a la flor y nata de las élites extractoras, particular del que me he percatado al revisar las intervenciones de los representantes de la Patronal y de la Banca cuyos actos, también son eventos.

Paradójicamente, el “evento” no parece eventual entendido el adjetivo como algo que no es seguro, fijo o regular, en nuestra lengua, antes sospechamos que ha venido para quedarse por mucho tiempo hasta que la mismísima RAE, anuncie a bombo y platillo la salida al mercado de su nuevo Evento, entendiendo esta vez por evento su famoso Diccionario, cuyo contenido, ciertamente cada poco es más y más eventual.