Materia, producto y consumo propio

Acabo de leer, “Caida libre” lo último de Stiglitz, uno de mis economistas favoritos, donde entre otras cosas de interés destaca que, dificilmente la economía global podrá ser fuerte mientras una parte del planeta consuma menos de lo que produce cuando la otra, en cambio, siga consumiendo más de lo que produce, en clara alusión al desequilibrio Norte-Sur o si se prefiere Occidente-resto del mundo…Pero, rumiando su reflexión en la relación consumo-producción, creo que es más acertado presentar el problema de la economía global en la paradoja de que mientras unos los países anoréxicos consumen menos de lo que producen en cuanto a alimentos, materias primas, manufacturas…, otros los paises bulímicos, producen más de lo que consumen como ordenadores, televisores, automóviles…El economista, subraya el hecho de que Occidente vive por encima de sus posibilidades, cosa que es cierta, mientras otras partes del mundo no disfrutan de su propio trabajo a consecuencia de lo anterior, cosa que también suscribo. ¿Entonces? El matiz complementario que introduzco es que Occidente tiene un exceso de producción que no tiene salida comercial en su mercado natural, mientras otras partes del mundo que producen para Occidente no cuentan con el capital para poder adquirir ni el exceso de producción Occidental ni la producción propia por no poder hacer frente a los precios de un mercado que se rige por la demanda y el poder adquisitivo de los países desarrollados. Así sucede que, mientras los paises desarrollados que apostaron por la alta tecnología no hallan salida para sus productos dentro de las saturadas sociedades que los elaboran no saliéndoles rentable bajar los precios para hacerlo accesible en otros mercados porque a la postre arrastrarán los precios en el terreno propio, pujan desde fuera de sus economías de origen como el que más, por las materias primas, alimentos y manufacturas, relegadas en sus economías domésticas, elevando sus precios en el mercado internacional haciéndolos inaccesibles para quienes se ven forzados a cultivarlos y manufacturarlos para nosotros, diluyéndose la antigua diferencia entre materias primas, manufacturas y productos de alta tecnología, llegándose al extremo de que hoy, el trigo, el maíz, el arroz, y la cebada, como el petróleo están sujetos a fuerte especulación, como ha quedado demostrado tras la necesidad de fijar su precio por el msimísimo grupo de las veinte economías más fuertes del planeta.

La economía de una metrópoli imperialista aspira a consumir como propias las materias primas de otros, a poder ser producidas por otros y en otro sitio para que ni ensucien. En consecuencia, si deseamos dotarnos de una economía no imperialista – no me atrevo a decir justa – habría de consistir en procurar vivir de las materias propias, trabajadas por nosotros mismos, aquí, para consumo propio. Claro que esto se parecería mucho a la autosuficiencia que debe ser enemiga acérrima de la economía, cuando no tiene por qué, pues si como se dice, el comercio nació del excedente de producción, sólo habría que esperar a que las distintas economías intercambien lo que a cada una de ellas les sobre según sea su necesidad. Por esa razón, ya se han ocupado en la escuela en quitarnos tan enojosa idea de la cabeza, etiquetando a esta forma de organizarse como, Economía de subsistencia, para que pensemos en ella como aquella de los pueblos primitivos e insuficiente para sobrevivir.

Sé que suena muy pueril y hasta egoísta eso de consumir nosotros, las materias primas propias, producidas por nosotros mismos, aquí. Pero es que, otra cosa es o absurda o mala, pues veamos que hay de lógico o bueno – en el buen sentido de la palabra – querer vivir de lo que no nos corresponde y a expensa del trabajo de otros. Hay dos formas de crecer económicamente: La más sencilla cuando uno es más fuerte que sus vecinos, es vivir de sus materias primas disfrutando nosotros de su trabajo; La segunda opción es sacar el mayor partido a tus recursos naturales, trabajándolos tu mismo y consumiemdo tu producción preferentemente antes que importar lo de terceros por lujo, ostentación o simplemente porque sea algo mejor, pues además de salir más caro, puede a la larga empobrecerte en exceso y resultar carísimo, sin capacidad de reacción cuando quieras darte cuenta, como le empieza a suceder actualmente a Europa.

Por si no queda claro cuanto deseo transmitir, confesaré que esta reflexión en bruto se me impuso a la mente cuando con dieciseís años aterricé en Estella (Navarra) por motivo de estudios, dónde rápidamente me percaté de dos cosas: Primero, que es el pueblo más noble y bueno de cuantos conozco y segundo, que tienen un alto nivel de vida material, social, particular, colectivo y espiritual, cosa que se recoge objetivamente año tras año en su renta per cápita. Mi racionalismo materialista pronto engarzó ambas observaciones deribando la primera de la segunda, o sea, que son buena gente porque se lo pueden permitir…Pero ¿Y por qué le va tan bien a un pueblo como el navarro cuando no llegan al medio millón de personas, carecen de industria pesada, de turismo, infraestructuras, etc, etc, etc? Tampoco tardé mucho en hallar la respuesta: los navarros consumen preferentemente productos de la tierra, producidos por ellos, allí, aunque la calidad, el sabor y el color de los mismos sean aparentemente peores de cómo se lo pintan en la publicidad televisiva y sólo cuando su producción autóctona no llega a satisfacer su demanda, entonces y sólo entonces, acuden a importar de otras partes cuanto les es necesario. Es así como hemos de conducirnos económicamente para que al margen de cómo nos vaya, moralmente no tengamos nada que reprocharnos cuando por motivos ajenos a la voluntad humana, vengan años de vacas flacas y no como ahora que casi casi, las hemos llamado.

Sabotaje instintivo

La vida me ha concedido la suerte de no trabajar para nadie, dicha que he correspondido con la elección personal de no tener a nadie trabajando para mi, extremos mantenidos no sin esfuerzo, pero sobradamente compensado por la enorme felicidad que la sola libertad puede dar. Con todo, me aflige el mero hecho de pensar en cómo lo debe pasar esa pobre gente que ha de construir diariamente casas en las que ni ellos ni sus hijos podrán nunca vivir, cocinar en restaurantes de continuo platos exquisitos que nadie de su familia jamás podrá llevarse a la boca, o coser de Sol a Sol ropa de marca que en la vida podrá permitirse ver cómo le queda a sus pequeños. En ocasiones, a modo de experimento mental de esos que aparecen en física o filosofía, me pongo en su lugar y sólo acierto a distinguir sentimientos de odio, rabia y venganza pasando por mi imaginación toda clase de acciones destinadas a exteriorizarlas…

Hace tiempo que estamos sobre aviso de cómo se las gastan los empleados descontentos de las cadenas de hamburgueserías, así como del resto de las franquicias hosteleras que no tratan a su personal con el debido respeto, que pese a no compartir la pedagogía bíblica de que paguen justos por pecadores, es del todo comprensible dirijan toda su furia contra el eslabón más débil del sistema de explotación Productor-Consumidor, cosa que por el contrario aplaudimos cuando la misma técnica es empleada en una reinterpretación moderna de la no menos bíblica “Ley del Talión” con los malos clientes que tratan al trabajador como si fuera un esclavo. La cuestión es ¿Ocurre algo parecido en otras ramas de la Producción donde la relación explotador-explotado permita desplazar hacia el consumidor la tensión generada durante la producción?

¡Claro que sí! La pobre gente que trabaja ocho horas diarias no tiene tiempo para pensar, mas su espíritu animal, aunque embrutecido, todavía le indica instintivamente la abierta contradicción entre la supervivencia y la autodefensa, de modo que tira por el único camino que a la bestia humana cargada de responsabilidad para con su prole le queda, cual es, la del silencioso anónimo sabotaje durante su jornada laboral, que los antropólogos, sociólogos y psicólogos, únicamente se atreven a explicar en función de factores subyacentes enormemente obtusos, empero sin mencionar lo que estoy poniendo de relieve, para no destapar la liebre de cuanto está sucediendo, fenómeno social que algún día se etiquetará propio de la decadencia de Occidente.

A la obsolescencia premeditada y la caducidad programada del Capital, hemos de sumarle ahora, este otro factor nacido de la indignación de una clase trabajadora explotada que no atreviéndose a protestar como sería lo suyo contra la Patronal, sabotea de continuo la producción, no como antiguamente solía hacerse poniéndole trabas al proceso, sino introduciendo defectos premeditados en los bienes de consumo que una vez vendidos exclusivamente afectarán al cliente.

Es posible que los fallos de los automóviles salidos de la cadena de montaje los viernes o sobre todo, los fabricados a últimos de mes, respondan a una infantil inquietud escolar no curada ante la inminencia del fin de semana y al agotamiento natural al finalizar un ciclo, y hasta es comprensible que por idénticas razones, ocurra otro tanto en la factura de pisos y edificios, producción de bienes y manufactura de alimentos. Pero de ahí a justificarlo todo por la inercia del calendario…Casas recién compradas con humedades, zapatos que se rompen al de dos días, paraguas con goteras, electrodomésticos que no funcionan la primera vez que se enchufan, uñas en embutidos, sustancias tóxicas en refrescos, etc, ciertamente pueden deberse a descuidos de los operarios, sucesos azarosos, abaratamiento de los costes, materiales de mala calidad, personal no cualificado, a la economía sumergida subcontratada y pagada en negro…pero cada vez somos más quienes empezamos a detectar que el aumento estadístico de las incidencias supera con creces la confluencia de estos otros factores que desde siempre han estado ahí por lo que su explicación ha de hallarse en las motivaciones apuntadas, mucho más comprensibles.