Contra nuestras Fiestas

La fiesta es al calendario lo que la plaza a la ciudad: una apertura dentro del Todo al Absoluto, una brecha en la existencia, un hiato metafísico, un sagrado paréntesis espacio-temporal que introduce en el cuerpo y vida social el necesario trastrocamiento y subversión esporádica del orden establecido al objeto de servir de válvula de escape a la tensión acumulada por la hacinada convivencia de ese animal definido como social por naturaleza. Así, si en la plaza pública toda la población está llamada a encontrarse para comerciar, escuchar a la autoridad, protestar o ver el circo, la fiesta, sea religiosa o pagana, civil o corporativa, familiar o institucional, improvisada o programada, pequeña o multitudinaria, diurna o nocturna, breve o larga, al aire libre o en recintos cerrados, etc, ha de salvaguardar lo que le es primordial, su auténtica esencia, ese matiz junto al cual las características anteriores quedan reducidas a circunstanciales: ese mismo espíritu universal de concurrencia. Su universalidad no significa, empero, que todo el mundo tenga cabida en toda fiesta, indica mas bien que, en armonía con el escenario preestablecido en donde acontece, en sintonía con la comunidad a la que va dirigida, en cuyo nombre se proclama o se convoque, su efímera realidad, admita y facilite la participación a cuantos miembros integran dicha comunidad. Ciertamente en las fiestas la universalidad no elimina la desigualdad inicial que impera en cada uno de sus ámbitos al que remite, siempre hay grados a la hora de participar y vivir la fiesta; pero es propio del genuino espíritu festivo que, en lo posible, las evidentes diferencias sociales se diluyan en el transcurso de la celebración concediendo licencias y privilegios generales entre la mayoría o en su defecto menguando su ostentación entre los pudientes, garantizando en todo caso un mínimo de disfrute básico para los más desfavorecidos, de modo que, por un lapso de tiempo, todos puedan sentirse parte indistinguible de la comunidad a la que pertenecen fortaleciendo con ello los lazos de unidad en un clima donde impera además de la alegría un mayor grado de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que el de la cotidianidad.

Con la llegada del Verano, nuestros pueblos y ciudades se entregan al frenesí de la convocatoria de fiestas donde impera hacer negocio antes que ofrecer a la población un momento de esparcimiento y ocio. Son fiestas, en el mejor de los casos, dirigidas al turismo y al consumo, donde la inmensa mayoría hace las veces de figurantes para que una minoría privilegiada se sienta a gusto con su derroche, cosa que sólo puede generar frustración y odio.

Para comprender en su justa medida cuanto digo, invito a los lectores a realizar un pequeño ejercicio de imaginación: sitúense en el periodo de la fiesta grande de su localidad; elimine todo el ruido mental que distraen el pensamiento de bares, cafeterías, restaurantes, heladerías, barracas, cine, casetas de ñampa-zampa y cuantas actividades sólo son accesibles a cuantos disponen del dinero suficiente como para ir de potes con los amigos, antes de comer con la familia, tomarse un cafecito a media tarde, invitar a los niños a los autos de choque…¿Qué queda de la fiesta popular pagada con los impuestos? Yo se lo digo: dos o tres actos, pagados a precio de oro y para de contar. Pero como una imagen vale más que mil palabras, para ver en qué se han convertido nuestras fiestas patronales y locales, lo mejor es echar un vistazo a cualquier programa repleto de logotipos institucionales y publicidad, donde lo de menos son los actos que casi hay que buscarlos con lupa.

Obsérvese que mientras así actúan nuestras autoridades municipales, quienes regentan negocios como discotecas, barcos de recreo, hoteles, parques temáticos, etc, en sus respectivos ámbitos, se cuidan muy mucho de mantener el auténtico espíritu apuntado de la fiesta por medio de entradas con derecho a consumición, pulseritas de todo incluido, lotes de regalos para todos, buffet y barra libre…, cierto es, que su acceso es restringido, pero una vez admitido en su dominio, se hace todo lo posible por que su clientela no aprecie diferencias de trato entre los presentes más allá del vestido o zapatos que uno lleve de casa para la ocasión.

Pues bien, ahora que está de moda entender la gestión pública como regentar un negocio con ánimo empresarial – menuda estupidez – podríamos entender que los ciudadanos, todos los días desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, como el mejor de los clientes pagamos nuestra entrada y permanencia en la sociedad en la que vivimos mediante impuestos de todo tipo: de aparcamiento, matriculación, en la gasolina, las autopistas, el IVA del automóvil, por sólo citar los relacionados con el utilitario. Y sin embargo el trato recibido en una fiesta, casi es peor que el drama cotidiano en el que la gente está inmersa donde tras años de ahorro y sacrificio trabajando llegan a pobres, sin derecho a un momento de ilusión y alegría generalizada.

Seguramente este asunto de la fiesta será contemplado como una preocupación folklórica o antropológica cuyas implicaciones no traspasarán la esfera académica, de modo que, seguiremos convocando fiesta tras fiesta en el calendario, entre kilos de confeti y chumba chumba, porque como advirtiera Santa Teresa de Jesús, la verdad padece, aunque no parece.

Paradoja de un articulista

Habrán observado los lectores de esta noble tribuna que últimamente mis publicaciones han menguado sustancialmente respecto a lo que les tenía acostumbrados cuando hasta hace poco aparecía día sí, día también en las páginas con algún artrículo donde me faltaban líneas para expresar cuanto tenía que decir.
En cambio, ahora, rara es la semana que redacto tres tristes textos para ustedes, queridos lectores y no por falta de motivo que inspire mis instintos palabriles, sino por paradógico que parezca, por la excesiva abundancia de él. Me explico:
Es tal la descomunal cantidad de hechos escandalosos generados por la fauna y flora político-financiera del país de las corruptillas, susceptibles de ser abordados con enfadadísima ironía por una mente ociosa con demasiado tiempo libre como la mía, que por una vez, la misma, en vez de ayudarme a escribir espoleando mi zángano talento entregado a la mínima ocasión al autocomplciente regodeo de lo ya hecho en lugar de continuar en la brecha con el compromiso de todo intelectual que se sabe eterno deudor para con la sociedad en la que se halla inmerso, como digo, lejos de ello, ha ralentizado e incluso frenado por colapso y saturación mi capacidad para ofrecer elementos nuevos de expresión crítica, viéndome incapaz de escribir por escribir. Empero, no faltan las ganas.
Porque, rara es la jornada que no me levante estupefacto con una nueva tomadura de pelo a los ciudadanos y rara es la noche que no me acueste pidiendo al Dios Padre que actue de oficio con nuestros empresaurios, blanqueros y Gobernantes criminales, a falta de un Jefe del Estado que cumpla con la única función que justifica su existencia separada del Gobierno de turno, sea en una República o en una Monarquía Constitucional, cuál es, la de intervenir en favor del Pueblo cuando los representantes suyos maquinan contra los intereses generales, pues no estando dispuesta la ciudadanía atolondrada a asumir su responsabilidad antropológico-cultural del tiranicidio bajo la forma ancestral del sacrificio ritual que postulo como bien supremo de nuestra física Salavación espiritual, como que no me queda otra que implorarle a él, que para perdonar a los malvados ya hablaremos luego con su hijo Jesús, algo más blandengue para la ocasión.
Sin embargo, cuando intento ponerme a trabajar sobre un tema en concreto, como por ejemplo, la metedura de pata del lider del PP en Andalucía haciendo ascos a Ciudadanos por ser un partido nacido en cataluña, va otro y le tacha despectivamente de “Naranjito”, o tan pronto me dispongo a opinar sobre lo sucedido en el PSOE de Madrid con la destitución de Tomás Gómez, que el PP Vasco de Quiroga hace tres cuartos de lo mismo en Gipuzkoa con Ramón Gómez ugalde y en Madrid deponen a Ignacio González, quien por cierto, como Esperanza Aguirre, Montoro y el propio Rajoy, son un filón sin fondo para excitar los dedos de cualquier columnista capaz de seguir su marcha de ofrecer titulares de todos los colores pero sobre todo de provocar sonrojo.
Sinceramente les confieso ¡No doy abasto! He aquí la diferencia entre un articulista profesional proveniente del periodismo y un intruso como yo llegado del mundo de la Filosofía. El periodista tiene obligación de repetirse en sus argumentos una y otra vez si la realidad se repite. A mi, formado en las esencias formales de la lógica argumental, me resulta muy duro mentalmente decir lo mismo una y otra vez, aunque sea como servicio público a la comunidad, pues siendo como soy el mayor lector de mi obra, no aguanto ni un minuto más escribiendo de nuevo contra la corrupción política, empresarial y financiera; denunciando el deterioro de la sociedad en educación, ciencia, sanidad, infraestructuras básicas y prestaciones; alertando de la supresión de derechos civiles y laborales, etc.
Si los malnacidos espaciaran sus maldades en el tiempo, aun coincidentes para nuestra desgracia en el espacio, seguramente yo sería capaz de escribir ayer acerca del ático en la España de los Desahucios, hoy sobre la salida de Bárcenas de la cárcel mientras pobres asaltantes de bancos se pasan la vida entre rejas por un botín de ochocientos euros, mañana abordaría el jocoso asunto del “caloret” de Rita Barberá, pasado mañana comentaría algo de la presencia de ZP apoyando a Marruecos en la cuestión del Sahara…Pero los canallas sobrepasan los límites de mi digestión mental de los acontecimientos y en consecuencia, me estoy pensando dejar de pronunciarme a volapluma sobre la realidad y volver a la Metafísica donde el Ente y la Esencia de Santo Tomás, la duda cartesiana, el Imperativo categórico… me aguardan tal y como los dejé hace unos años.

España: Un país en vías de subdesarrollo

¿Recuerdan ustedes aquellos felices años en que los Telediarios dividían el mundo en países desarrollados, subdesarrollados y en vías de desarrollo? Hace tiempo que esas expresiones quedaron en desuso. Y uno se pregunta ¿Por qué?
Los ingenuos creen que, el abandono mediático de tan divulgadas etiquetas ha sido debido a que, todos los países, en mayor o menor grado, han alcanzado un nivel de desarrollo suficiente gracias al fenómeno de la Globalización y por consiguiente, sólo cabría referirse a entidades más o menos desarrolladas, cosa que por cuestión de estilo el periodismo evita para no caer en redundancias. Pero, tan risueña perspectiva choca de bruces con titulares que abren y cierran las rotativas con noticias sobre las economías emergentes agrupadas bajo el acrónimo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) que por fuerza remite a otras economías que permanecen, no ya sumergidas, sino hundidas, a las que se conoce en el ámbito europeo como GRIPE (Grecia, Irlanda, Portugal y España).
Algunos moralistas argumentan que la eliminación de estas y otras despectivas expresiones como “Tercer Mundo” obedece a un sentimiento de recato, pudor y respeto hacia las gentes de esas naciones que gracias a los avances en las telecomunicaciones, ahora tienen acceso en tiempo real vía satélite al discurso que antaño sólo era para consumo interno, buscando entonces no ofender su sensibilidad, ahora que las fronteras son más permeables. Podría haber algo de ello…sin embargo, acostumbrados como estamos a recibir informaciones internacionales bajo la batuta del Ministerio de Exteriores, con la misma diligencia con que a su dictado actúan las Oenegés, como que no parece muy convincente la explicación ofrecida, menos todavía cuando sin reparos se habla “Estados Fallidos” como el de Somalia, si de lo que se trata es de robarles la riqueza del mar.
En mi opinión, la triada antedicha de “Países desarrollados, subdesarrollados y en vías de desarrollo”, ha sido proscrita del vocabulario periodístico por la imperiosa necesidad de hacerle hueco a un nuevo perfil de sociedades caídas en proceso de involución a las que deberíamos de referirnos como “Países en vías de subdesarrollo”, entre las que podríamos contar a todas aquellas donde como la española, haya disminuido bruscamente la esperanza de vida, empeorado la red sanitaria pública, bajado el nivel educativo, deteriorado el valor nutricional de la dieta y el número de calorías por habitante y día, disminuido el consumo eléctrico, haya aumentado la pobreza infantil, el alto índice de desempleo, el creciente endeudamiento de las familias, la disminución de los sueldos y su poder adquisitivo, se haya disparado la cifra de jóvenes con formación que han tenido que emigrar al extranjero en busca de una vida mejor…por citar únicamente los aspectos que miden la riqueza de una nación en términos de economía real de sus habitantes. Porque si nos metemos con aspectos propios de macroeconomía como la disminución del PIB, el tremendo desajuste entre nuestra capacidad exportadora comparada con el consumo interno, una renta per cápita en caída libre, la falta de un tejido industrial, etc, siempre saldría al paso algún experto aduciendo que, nada de ello es indicativo de un retroceso mientras la inflación permanezca controlada y los mercados no retiren su confianza y demás estupideces que produce a raudales la pseudociencia denominada “economía” para justificar lo injustificable.
Los Países en vías de subdesarrollo se caracterizan por ir adoptando las formas propias de las Naciones subdesarrolladas, a saber: una gran brecha social donde la clase media disminuye a su mínima expresión; una casta dirigente muy corrupta que sin embargo cuenta con un gran respaldo social clientelar sea por ignorancia, sea por costumbre; una tasa muy elevada de población reclusa, sensación de incertidumbre experimentada a diario por amplios sectores de la población acerca de su futuro inmediato en asuntos relacionados con su alimentación, vestimenta, vivienda, agua potable, acceso a electricidad, salud y educación de la infancia, seguridad en las calles, convertirse en un referente internacional de turismo sexual, caldo de cultivo para la adquisición de mano de obra barata sin sindicar, gente dispuesta a vender su sangre u órganos…
Como he señalado, España es una sociedad perteneciente a este sumergente estadio. Es un País en vías de subdesarrollo. Es verdad que somos los Campeones del Mundo en fútbol, como antes lo era Brasil; cierto es que somos una potencia en Tenis, como Etiopía lo es en Atletismo; Pero antaño, también se nos enseñaba en el aula presidida por la efigie de Franco, que éramos los mayores exportadores mundiales de naranjas y que contábamos con las más grandes minas de mercurio.