Ejecutivos / Ejecutados

Durante la carrera de Teología, mientras alcanzaba a comprender la diferencia oficial que había entre curas y monjes, acerté a distinguirles en función de si usaban o no automóvil. Más difícil se me antoja en cambio, averiguar a simple vista de entre tanto oficinista o trabajadores de cuello blanco, quienes de entre ellos lucen traje y cuales soportan el trajín, porque de igual manera que estar sujeto a una nómina no le da derecho a uno a adscribirse a la clase trabajadora, tampoco el lucir corbata le permite ser considerado un ejecutivo. Y a propósito de ejecutivos, siempre me ha intrigado conocer el origen de esta denominación.

Seguramente, la acepción de “ejecutivo” fue la concreción lógica derivada que se le aplicó a toda persona miembro de una “ejecutiva” entendida la misma como Junta Directiva de una Corporación, Sociedad o Gobierno. Su etimología latina remite a los infinitivos de “consumar o cumplir” si bien, para la RAE “Ejecutar” tiene varias otras acepciones entre las que destacan emprender una obra, ajusticiar y dar muerte a un condenado, reclamar y cobrar una deuda por vía judicial, y por último, interpretar con arte y estilo una pieza musical. Sin embargo, a estos se les conoce mejor por “Directivos” y en consecuencia, no debe ser este el motivo auténtico de su designación como “ejecutivos”
Como quiera que en nuestra sociedad todos disimulemos de continuo escurriendo el bulto desde que nacemos hasta que morimos para evitarnos tener que trabajar con las manos, se me antoja harto complejo que digamos ejecutivos a aquellos a los que difícilmente vemos currar en algo que no sean desayunos y comidas de trabajo, a caso en su defensa podría aludirse portar el maletín, porque a quienes emprenden obras, pero las obras de verdad, no las caritativas, les decimos obreros o en el mejor de los casos operarios, aunque también es cierto, que a los que operan de verdad, les llamamos cirujanos.
En cualquier caso, como que no les pega ser miembros de una orquesta y en consecuencia sólo me queda pensar en ellos como ejecutivos verdugos y gente que manda ejecutar, sentido que ya se aproxima más a lo que tienen por costumbre hacer, pues es función de un ejecutivo reducir plantilla, abaratar la mano de obra, perseguir la acción sindical, flexibilizar la jornada, abrir expedientes de regulación de empleo, negociar los convenios a la baja, estudiar la ingeniería financiera que les permita defraudar a hacienda, proclamar la suspensión de pagos, declarar insolvente a la empresa y hasta llevarla a la quiebra si hiciera falta, con tal de cobrar una nómina desorbitada todos los meses, mientras dure.

Tomando conciencia entonces de que el “ejecutivo” es el que ejecuta, su correlativo es un “ejecutado” o “ejecutable” que aunque en ocasiones puede ser otro ejecutivo – generalmente a manos de un “alto ejecutivo” – lo normal es que sea un trabajador sobre el que pesa la condena de trabajar para otros, pagar impuestos, comprar más caro lo que el mismo produce y encima sufrir las consecuencias de su ejecución.
En esta coyuntura socioeconómica, soy incapaz de entender porqué con tanto ejecutivo y tanto ejecutado como hay, todavía los ciudadanos honrados seamos reacios a la aplicación de Pena de Muerte por motivos económicos y corrupción política como hacen en Corea del Norte, castigo que sólo podrían sufrir aquellos que más se lucran con esta brutal e indigna división sociolaboral que nos han impuesto los sucesivos ejecutivos democráticos, las sucesivas ejecutivas políticas y los ejecutivos de los bancos.

En defensa del antidisturbios

Con ocasión de lo sucedido a mi amigo Esteban durante la pasada Huelga General en Euskadi, aprovecho para salir en defensa de una profesión que, si bien no es un trabajo agradable ni la meta que un joven se plantea para cuando sea mayor, merece en cambio, ser percibida con toda nuestra comprensión e indulgencia. Y si esto se dice del oficio, cuánta mayor sensibilidad no habremos de poner a la hora de juzgar con el debido respeto a ese buen hijo, padre de familia, amigo de sus amigos, entrenador del equipo del colegio, animador de las fiestas del barrio… que por avatares de la vida, no le ha quedado otro remedio que convertirse en un profesional antidisturbios.

Y es que, como quiera que en todo tiempo y lugar haya gente que se queje, es necesaria su existencia en el reparto de funciones que toda sociedad asigna adecuadamente, según el grado de estupidez, necedad, habilidad o necesidad del que cada cual participe. Así, siempre se encuentra a un tonto que trabaja, que se encarga de producir alimentos y bienes de consumo que otros comprarán; Son los campesinos, obreros, peones, mecánicos… más conocidos como trabajadores. Luego es preciso dar con la persona de confianza que transporte, almacene y distribuya de aquí para allá la mercancía, sin robar nada para que todo llegue a quien lo puede comprar; hablamos de transportistas, comerciales, representantes, tenderos… que se ocupan celosamente de que los clientes que pueden comprar, tengan siempre a mano lo que el tonto que trabaja a producido. Pero tal cúmulo de riqueza, no puede ser fiado por entero a la honradez del intermediario, es entonces cuando se localiza inteligencias que vigilen la propiedad elaborada por el tonto que trabaja, y que otro tonto transporto, almacenó y distribuyó, hasta que la disfruta quien la puede comprar; Aquí tenemos al Ejercito, la Policía, las empresas de seguridad, la Secreta y los que no conocemos. Pero claro, los tres tontos anteriores no han de parar ni por un momento en su tarea, para que el que puede pagar, no deje de disfrutar lo que el primero produce, el segundo distribuye, y el tercero vigila. Como no hay esclavo ni tonto perfecto, se ha de encontrar alguien que vele por su salud para mantenerlos activos hasta que se jubilen y mueran; así aparece la casta médica. Con todo, los cuatro tontos, productor, distribuidor, vigilante, y médico, tienen en común que precisan formación, función que se le reserva a la casta docente, que les enseña a realizar bien y obedientemente lo que deban hacer para que quien compre no tenga motivo de queja. La armonía social basada en “el roce hace el cariño”, genera entre los cinco tontos anteriores algunas fricciones que merecen la pena mantener para que no lleguen acuerdos entre las partes, pero que se deben atajar cuando las mismas pueden poner en riesgo la comodidad del que compra y paga. Así aparece la casta jurídica de abogados, jueces, fiscales, y procuradores. Pero como resulta que nada hay más peligroso para quién disfruta de la producción como verse rodeado de gente eficiente, bien preparada, que sabe lo que hace… es primordial que crean en lo que hacen, menester del que se ocupa la Iglesia convenciendo a todos desde el tonto que trabaja pasando por el distribuidor, el vigilante, el médico, el profesor, y hasta el jurista de que su labor es buena, provechosa, y querida por Dios. Pero en las sociedades avanzadas, el gran consumidor se ha percatado que para mantener en esta Fe a la ciudadanía, se precisa también la manipulación y la desinformación, asunto del que se ocupará la casta mediática con los periodistas al frente. Pues bien, a veces ocurre que, de modo cíclico, más por cuestiones emotivas que racionales, a todos los tontos anteriores les da por dejar de trabajar, transportar, distribuir, vigilar, curar, enseñar, juzgar, sermonear, manipular, y para matar el tiempo no se les ocurre otra cosa que ponerse en huelga, realizar protestas y manifestaciones, poniendo en riesgo la confianza que en el sistema deposita el gran consumidor de nuestro tiempo, el inversionista y accionista de la Gran Banca que es la que tiene comprado y pagado todo el sistema explicado. Es entonces y solo entonces, cuando el gran consumidor hace uso de los más espabilados, que porra en mano disuelven a los anteriores para restablecer la paz, la seguridad, la libertad y armonía social que garantiza la buena marcha de la producción, y a quienes conocemos como antidisturbios.

Desagradecidos, entonces nos mostramos, para cuantos sacrifican su espíritu e imagen por defendernos de nosotros mismos, de nuestra incapacidad para el autocontrol, de nuestras ansias de protagonismo exhibicionista, en definitiva…de nuestra fatal atracción de ponerlo todo en riesgo por pequeñeces que en nada modificaran nuestras vidas.

Entropía social

En física la segunda ley de la Termodinámica, dice, grosso modo, lo mismo que la ley de Murphy: Todo va a peor. Por poner un ejemplo gráfico que todos podamos entender, aunque los estudios de mecánica cuántica y las teorías del caos, hagan posible sobre el papel, procesos reversibles como un coche que va de Bilbao a Santander y pueda hacer el recorrido inverso, de Santander a Bilbao, lo que ocurre, es que la dirección de la flecha del tiempo no permita que ciertos procesos vayan hacia atrás, de éste modo estamos habituados a ver caer vasos al suelo que se hacen añicos, y todavía a día de hoy, si quiera un mago, nos haya mostrado sin demasiados ambages, que los añicos del suelo se rejunten, formen de nuevo el vaso y éste suba a la superficie de la mesa como a su inicio. Para que no olviden lo esencial de este famoso Principio físico, puede decirse que, “Entró pía, y salió puta”.

Pues bien, hoy todo apunta a que estamos abocados a eclosionar en la entropía social. Todo parece deteriorarse: los procesos de producción, cada vez son menos fiables y dan más chances a la molicie del técnico, la desgana del supervisor, la despreocupación del productor, originando lo que se conoce como vicio implícito de la mercancía, en el mejor de los casos, pues a veces, también se procura introducir el defecto para predecir su vida útil y caducidad. En cualquier caso, todo para mantener la cadena consumista. Ello repercute sólo en la calidad del producto cuando éste es meramente fútil o decorativo; pero cuando el mismo remite a la alimentación puede suponer un problema de salud, y hoy que están de moda los envasados, los enlatados, los precocinados, los aditivos, los conservantes, edulcorantes y lo que sea menester para disfrazar sabores, olores y apariencias cuando lo que debía preocupar serían los nutrientes y calidad de vida, muy seguramente esté en la raíz de la mayor parte de enfermedades que en estos momentos acucian a Occidente. El deterioro de la producción suele ir parejo también al deterioro de los derechos laborales y la vida social de los trabajadores en al empresa. Huelga decir que ello contribuye a que éstos pongan menor cuidado en lo que hacen, cosa que les lleva por un lado a los accidentes, y por otro, a no esmerarse en las manufacturas de los productos, cosa que no preocupa al empresario por cuanto será ese mismo trabajador el que a la postre, lo habrá de consumir, pero que sí debería preocupar al gobernante dado que una población insatisfecha en su puesto de trabajo, consumiendo productos de baja calidad, indudablemente repercutirá en la estructura en todos los órdenes.

Estos otros órdenes en donde se va apreciando una entropía social, indudablemente empieza en las capas docentes, donde si bien nunca se había estudiado para aprender, ahora tampoco se estudia para trabajar, dado que nadie acabará trabajando para lo que ha estudiado, y con un alumnado que no esté interesado en aprender por falta de motivación intelectual y vital, sucede que el profesorado tampoco se empleará muy a fondo en semejante labor estéril. Algo parecido a lo que sucede en el estamento médico, que observa cómo el Ministerio de Salud no hace nada por infundir en la población el cuidado del propio cuerpo, antes les anima a lo contrario, a que tengan confianza en la propia institución médica, en la empresa farmacológica y en los avances técnicos de modo que la ciudadanía negligente donde las haya, vive despreocupada en la creencia de que todo tiene remedio con la Seguridad Social y la Farmacia de Guardia. Mucho peor es lo que sucede en el caso de la Justicia, pues los abogados, jueces y fiscales ávidos de beneficios, imitan a los políticos en crear conflictos y dilatarlos para su propia supervivencia desde el mismo momento en el que para mediar entre partes enfrentadas, lo primero es que éstas se enfrenten, para así pasar minutas, derramas, provisiones de fondos, etc. En cuanto a arquitectos, constructoras, inmobiliarias y cuantos viven de la apropiación privada de la tierra, qué vamos a decir que no se sepa. Lo mismo que podría decirse de la industria automovilística, que está únicamente para surtir de clientes a la industria petrolera, y juntas, dar cobertura a las inmensas infraestructuras de kilómetros de carreteras y autopistas que atraviesan las entrañas de nuestros espacios naturales junto a trenes de alta velocidad, superpuertos, macroaeropuertos y demás familia del transporte.

La entropía social, llega a todos los rincones de la sociedad, acaece en el arte donde ya no sabemos distinguir lo que es una genuina Vanguardia de una tomadura de pelo, lo que vale de lo que no vale, la novedad de la patochada; acontece en el deporte donde los tramposos reciben medallas y aplausos donde las empresas patrocinadoras obligan a doparse a los deportistas, donde prima el espectáculo sobre la superación personal, y donde el deportista en la meta de su carrera, se contempla más como una máquina de hacer dinero que de la que versara De la Mettrie. Acontece en la oferta televisiva cuyos programas aburridos y tediosos, increíblemente, mantienen los índices de audiencia con el único fin de ablandar los cerebros para suministrarles publicidad; acontece en la policía y los cuerpos de seguridad a los que priva más perseguir la pequeña delincuencia que los grandes delitos por cuanto éstos les corrompen con jugosos sobornos; acontece en la limpieza de nuestras calles, cuyos relucientes edificios y asfaltadas aceras, esconden la inmundicia de una población desconsiderada para con el medio ambiente, cuya realidad tiene cobijo en las cloacas subterráneas, contaminados acuíferos, gigantescos vertederos y en los cementerios nucleares de minas y fondos marinos. Acontece, por supuesto, en la política donde los partidos están más preocupados en luchas intestinas por sillones y poltronas, no precisamente ideológicas, y los gobernantes, han cedido sus funciones a las grandes empresas y a la gran banca y se limitan, únicamente a gestionar los escasos bienes que les queda y a repartir prebendas en forma de subvenciones a sus acólitos. Acontece, acontece, y no deja de acontecer una paulatina y gradual degradación ético-moral de las personas, de las instituciones y de la sociedad en su conjunto, que de momento, gracias a la electricidad y a la propaganda, puede camuflarse a la conciencia colectiva, pero no al subconsciente, también colectivo, del que no se habla, pero existe, y que se ve en todos éstos deterioros cada vez más clamorosos y que están a punto de eclosionar entre nosotros, como una supernova, negruzca y oscura.

Por un desfile civil

http://www.youtube.com/watch?v=zrOzTLSVja8

Por el respeto que me merecen quienes tienen al ejército en la misma estima en la que yo tengo a la Iglesia Católica, como que, a modo de tregua navideña, he creído oportuno no pronunciarme respecto a lo que me parece el desfile al que estamos acostumbrados el Día de la Hispanidad. Pero pasada la fecha, creo conveniente reflexionar en alto, para que en próximas ediciones busquemos una fórmula más acorde con los mimbres cívicos, con los cuales, se supone, confeccionamos pacientemente nuestra convivencia.

No es malo que una comunidad dada, dedique un día a la exaltación de su pasado común, exhibiendo al mundo entero lo mejor de su realidad presente, en sincera ofrenda a la conciencia colectiva que ya Rousseau conminara a cuidar para abundar en los aciertos y evitar los desafueros de los que no está libre la historia de cada pueblo. Lo que me preocupa, es que una tierra que cuenta en su haber con centenares de proezas y de personas del ámbito laboral, científico, cultural o deportivo, de los que sentirse orgullosa y a los que honrar tanto del pasado como de rabiosa actualidad, decida que, el mejor modo de reivindicarse como comunidad, sea recreando anacrónicamente el modo decimonónico de hacer desfilar al ejército, como hacen otras naciones que a falta de mayor logro, muestran sus arsenales, como los matones de barrio sacan sus navajas en medio de una fiesta para mondar manzanas.
Cuando a comienzos de los Noventa se nos decía aquello de que teníamos que prepararnos para competir con Corea, nunca sospeché que se tratara de medirnos en desfiles militares con los realizados por Kim Jong Il. Porque ¿ Qué quieren que les diga? Es lo que me viene a la cabeza, cada vez que veo marchar al unísono como autómatas a los soldados del ejército español por el asfalto de Madrid.
Cuánto mejor no sería, reconvertir el desfile militar realizado a paso marcial junto a tanques, misiles, metralleta en mano, en un despliegue civil en el que participarían, por supuesto, representantes del ejército y del CNI si lo desean, pero también del ámbito universitario, deportivo, laboral, jurídico, sanitario, eclesial, agrario, docente, comercial, científico, asociativo, artístico, musical…Porque, si el día de la Hispanidad desea perdurar como acto que aglutine al conjunto de la sociedad, deberá afrontar esta necesaria adaptación para evitar deslizarse en un camuflado 20-N, refugio de esa España chusca tan genialmente retratada por Galdós que expele un tufo a refrito caciquil golpista de ñoños señoritingos salvapatrias convalecientes crónicos de melancolía neofranquista, añorantes de golpes de Estado y pronunciamientos castrenses, que no arruinaron más España, porque los Borbones ya se ocupaban de ello con mayor eficacia, que precisamente es lo que lamentablemente está sucediendo año tras año, cuando únicamente se retrotrae a la conquista de otros pueblos, mientras Gibraltar sigue en las garras de la pérfida Albión, y no a su evangelización, la transmisión de la cultura, la cooperación de sus gentes, el mestizaje, o la hermandad que en América han hallado nuestros emigrados siempre que se ha precisado huir aquí precisamente de la guerra, el hambre y la miseria, provocados por esta institución y la otra que la jefaturiza.