De contertulio a tertuliano

Las palabras no son neutras ni arbitrarias; siempre comportan un matiz ajeno al erudito diccionario académico que permite distinguirlas coloquialmente allí donde son consideradas sinónimas, cualidad donde el vulgo, muestra natural destreza, como prueba el apabullante empleo de “tertuliano” cuando de aludir a los intervinientes de un debate mediático programado en un plató se trata, mientras se reserva “contertulio” si de lo que se ocupa es de quienes de modo improvisado entablan una discusión entre amigos en un bar. Es el tributo a pagar ante la plebe, yendo el apelativo más allá de los presuntos orígenes etimológicos que apuntan al apodo “Tertuliano” del apologista cristiano que en principio podrían explicar la fuente de “Tertulia” mas no así, el notorio distingo antedicho, pues a pocos oídos escapa lo elogiable que suena a uno le reconozcan como “Contertulio” y lo mal que sienta se le presente ante cualquier auditorio como “Tertuliano”.

Hasta este trimestre, mis experiencias televisivas habían sido como las apariciones del Monstruo del Lago Ness: sorpresivas, espaciadas en el tiempo, algo escandalosas… Mi opinión, siempre se ha traslucido en un continuum articulado permitiendo al lector situar mis palabras en su debido contexto, es decir, en un autor que se confiesa Católica en lo religioso, Liberal en lo social, Marxista en lo económico, Anarco en lo político…por lo que a nadie cogía desprevenido que tan pronto defendiera posiciones que para el pensamiento rectilíneo son consideradas de derechas, verbigracia, el asunto del Aborto, como al rato propusiera un argumento para reforzar posturas de izquierdas, por ejemplo “la redistribución de la riqueza”, ganándome desde hace mucho, el derecho para campar a mi aire como lo haría un burro que rebuzna a su gusto.

Pero hete aquí, que recientemente he sido invitado a participar de modo sistemático al programa “Sin ir más lejos” de Etb2, donde he descubierto en carne propia, a qué puede deberse que los telespectadores hayan preferido denominar “Tertulianos” y no “Contertulios” a cuantos discuten asiduamente ante las cámaras.

Dejando a un lado otras plausibles explicaciones que señalan al “Quítate tú para que me ponga yo” del entrenador que todos llevamos dentro; la posible confusión de los formatos entre los programas dedicados a dirimir cuestiones de actualidad política o de cotilleo; o al hecho más concreto de que los implicados sirvan para abordar un roto y un descosido…lo cierto es que, en esto de opinar públicamente se percibe con mayor claridad el fenómeno de que “mientras los amigos vienen y van, los enemigos se amontonan”.

Ante cualquier afirmación, la audiencia se divide rápidamente en cuatro segmentos: En primer lugar, aparecen los que entendiéndote correctamente no están de acuerdo contigo. Si no les has convencido por la tele donde no pueden rebatirte, no te molestes en hacerlo en persona. El desagrado que provoca esta diferencia los aleja de ti mostrándose reacios a concederte la razón en cualquier punto de la conversación. Luego tenemos a cuantos te han entendido mal y por ello se muestran en desacuerdo contigo. A estos, además de sucederles como los precedentes, no conviene enfrentarles a su equívoco porque tomándote por parte contraria, antes entenderán que te estás desdiciendo de tus palabras con lo que les afianzarás más en su error. Una tercera especie muy abundante la representa quienes entendiéndote mal, dicen, para tu estupor, estar de acuerdo contigo. Por mucho que repugne a la razón, a estos no conviene sacarles de su error, pues de hacerlo, se sentirán primero contrariados, después despreciados e inmediatamente engañados por tu discurso, cosa que no te perdonarán en debates sucesivos. Y por último, encontraríamos a un selecto grupúsculo que habiéndote entendido, asiente compartir tu postura. Pues bien, estos también se pueden volver en tu contra a nada que te muestres tibio, dubitativo, introduzcas matices o simplemente les comuniques que has variado algo de opinión.

Así es, como programa a programa, los intervinientes van ganándose a pulso que se los llame “tertulianos” en vez de “contertulios”.