Corruptolíticos

Ríanse, pero si compartieran techo con una francotiradora de preguntas de poco más de un metro, vivirían temblando. Porque hay cuestiones de las que sales al paso con la Wikipedia, pero otras son de máster en paternidad. «¿Para qué sirven los novios?», te dispara un día con el morro lleno de tomate, entre tenedor y tenedor de macarrones. Y, claro, el abanico de posibilidades va desde Julián Muñoz a Brad Pitt.

Para no quedarme en blanco, me estoy preparando por si un día me suelta: «¿Para qué sirven los políticos?» Como primer paso, he acudido al diccionario: Dicho de una persona: Que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. Vista la prensa, diría que algunos no lo han entendido bien, porque más que intervenir en los negocios del Estado, hacen negocio a costa del Estado. La diferencia en letras es nimia, pero suficiente para forrarse, gastarse 25.000 euros mensuales en cocaína o construirse un chalé.

Como esto siga así -cuando las barbas de Matas veas cortar, pon las tuyas a remojar- va a surgir una nueva especie: los corruptolíticos. Quizá la Real Academia de la Lengua añada este término. Pena de orden alfabético, porque quedaría precioso al lado de capullos. Puestos a indagar, hay otra acepción de político: Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto. Hombre, tampoco nos pasemos. Que una no espera un beso de tornillo de Rajoy, ni que Patxi López le traiga de su luna de miel en la India, digo misión empresarial, un detallito.

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