Urge rescatar al ser humano

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«QUÉ señora más fea. No habla”. Lo dijo el crío mirando fijamente a los ojos a la duquesa de Alba. Afortunadamente, en la tele; no en su funeral. Con la libertad que le dan sus 3 años, desprovistos de diplomacia. Con la campechanía de quien escruta lo mismo a un miembro de la alta nobleza que a un marsupial en un documental de La 2. Tiempo habrá de enseñarle a administrar su sinceridad, sobre todo si el objeto de su análisis es persona y está de cuerpo presente, pero no me digan que de vez en cuando no añoran poder llamar al muerto por su nombre, bellísima persona si es que lo ha sido y pedazo de capullo si se lo ha ganado a pulso. De estos últimos ejemplares hemos tenido más de uno en las noticias, aunque los tertulianos suelen mantener el tipo y el “presunto” incluso con energúmenos como el que asesinó brutalmente a sus hijas y se suicidó.

Hay muertes que más que pena suscitan alivio, aunque esté mal decirlo, y otras que resultan indiferentes o van acompañadas de un “se lo ha buscao”. Cuando uno se cita para partirse la cara y se la parten no parece haber mucho más que decir. A otros, sin embargo, los conducen al matadero, y quien dice matadero dice atraco, sin chaleco antibalas que valga. “Salva a las abejas”, clama Greenpeace en una campaña. Pero más que salvar abejas o liberar a Willy, urge rescatar al ser humano de los de su propia especie.

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