NO sé si ha pesado más el refranero –Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer– o la amenaza fantasma de que a los de siempre no les salgan las cuentas y nos torturen con otra campaña, pero a mí se me antoja que la cita del domingo, más que unas elecciones, ha sido un referéndum: ¿Susto o muerte? Y muchos, claro, han tirado la toalla: “Muerte, muerte, por favor, y dejemos de sufrir cuanto antes”. Solo así se explica esta especie de harakiri colectivo, en el que los recortes, la corrupción y los escándalos en vísperas de urnas se premian con bonus de escaños.
Si la convocatoria hubiera sido en agosto, a buena parte del electorado se le podría aplicar la atenuante de jarra de cerveza con limón traicionera o daiquiri cargado, pero a estas alturas del verano, sintiéndolo mucho, se nos presupone sobrios. Como no entiendo nada, no entraré en mayores disquisiciones. Para eso están los analistas polivalentes, que lo mismo pronostican una derrota por la mañana que argumentan una victoria por la tarde, ya sea política o del Athletic.
La única curiosidad que albergo es a qué se dedicarán ahora esos que hacen lecturas hasta de las manchas de sudor de las camisas de los candidatos como si fueran posos de café. A muchos encuestadores, supongo, les veremos doblando ropa en las rebajas. La próxima vez le pueden encargar el sondeo a Rappel, que acierta lo mismo, pero sale más barato.
Arantza Rodríguez arodriguez@deia.com