Antes muerto que lesionado

SI algún día se le escapa un misilazo al norcoreano y apunta hacia nosotros, que no cunda el pánico. Con tanta carrera solidaria y popular, la población está perfectamente entrenada para evacuarse a sí misma en tiempo récord. El padre de las criaturas, sin ir más lejos, completó la Santurce-Bilbao y conservó el aliento suficiente para llamar al 112 y solicitar una reanimación cardiopulmonar y una extrema unción. Si fue capaz de eso, en caso de explosión nuclear, podría salir por patas y no parar hasta escapar de la onda expansiva poniendo a salvo sus dos tesoros. No me refiero a las criaturas, que corren que se las pelan por sí solas, sobre todo, a la hora de la ducha, sino al smartphone y el cargador.

Lo peor desde que le dio la fiebre del running son las secuelas, que niega para que no le caiga la del pulpo. “¿La rodilla resentida yo? Qué va”, dice y, a la que me doy la vuelta, se coloca la manta eléctrica o unos hielos. Ayer entré en la cocina y puso la misma cara que quien es sorprendido con un amante oculto en el armario escobero. En vez de eso, tenía sobre la pierna una bolsa de guisantes congelados, que había posado ahí, decía, por si hacía una menestra. Antes muerto que reconocer una lesión. Los quejidos, que son imaginaciones mías. La rodillera, que es preventiva. El ungüento, para hidratar. Dice un estudio que los vascos corren para estar en forma, pero yo le veo a este cojeando por el pasillo y qué quieren que les diga.

arodriguez@deia.com

Un frío de tres pares

DESENGÁÑESE: si a estas alturas de agosto su compañero aún no se ha incorporado para darle el relevo, es porque ha visto las previsiones del tiempo y se ha encadenado, en plan tributo a la baronesa Thyssen, a una palmera en Benidorm. No será la primera deserción ni la última, porque el paisaje estará muy verde y el pantano muy lleno, pero este nublao permanente espanta al más pintado. También puede ser que su colega no haya vuelto al curro porque lavó la colada al regresar de las vacaciones y aún no ha logrado que se le sequen los calzoncillos. Sea como fuere, este veranotoño induce a la estampida colectiva y ya nos cuidarán el botxo los turistas, que se empapan de sirimiri con el mismo entusiasmo con que nos empapamos nosotros de sudor en el sur. Y cuando digo nosotros, excluyo al padre de las criaturas, que se cayó de pequeño en un balde de jariguay y se le debió fundir el termostato. De hecho, hizo la misma maleta para ir a Burgos en diciembre que a Castellón en julio. Yo le llamo El isotérmico, por no llamarle otra cosa, y jamás le pregunto por la temperatura. Para él, la máxima es “un calor de la hos…” y la mínima, “un frío de cojo…”. Debe tener el sensor en sus partes, lo mismo que yo lo tengo en los pies. Cuando hay una ola polar, el frío pasa a ser “de tres pares de cojo…”. Un par tengo claro de dónde cuelga, pero por los otros dos no he querido ni preguntar, no vaya a quedarme helada.

¿Quién vigilará a los grillos?

ANTES se acababa el colegio y punto pelota. No más madrugones. Fuera libros. Vade retro, extraescolar. Colgabas el uniforme y te convertías en un ser ocioso. Con todo el verano en blanco por delante para rellenar pegando patadas al balón o tirando piedras al río. Sin más obligación que la de ir a la tiendita del pueblo a por una barra de pan. Los días sin móviles eran infinitos. Te tirabas horas montando guardia delante de un agujerito para ver si asomaba un grillo. Y si no salía por sus propias patas, le invitabas a hacerlo a nado. Realizabas estudios de campo de las hormigas, sus usos, costumbres y texturas, porque quien más quien menos paladeaba alguna, infiltrada en el bocadillo. Pedaleabas en bici como si no hubiera un mañana. Con unas buenas dinamos, habrías iluminado la ciudad de Nueva York. Pasabas tardes enteras hacinado bajo la única sombra de la plaza, sin estirar las piernas no se te fueran a chamuscar los pelillos al sol. Corrías como alma que lleva el diablo para sentarte antes que nadie en el banco metálico y sufrir, también antes que nadie, quemaduras de primer grado. Te hacías peelings en las rodillas contra aquel empedrado… Ahora acabas el colegio y te apuntan a un campus urbano. Y a unas colonias. Y a un campamento deportivo y a un curso de inglés. Luego, al miniclub del hotel, actividades acuáticas, excursiones programadas, visitas guiadas… Y así, díganme, ¿quién carajo tendrá tiempo de vigilar a los grillos?

arodriguez@deia.com

Chikilicuatre for president

camaronMÁS de uno se despertó ayer con el silbido del WhatsApp: “Trump lehendakari (seguido del emoticono de El grito de Munch por cuadruplicado)”. Y pensó: “Ya está la cuadrilla vacilando”. Pero fue toparse en la cocina con el primer ser racional -si es que alguien lo es antes de inyectarse el primer café- y confirmarlo: “Ha ganado Trump”. “¡No jodas!”. Pues sí. Ese tipo con aires de Benny Hill que dijo que cuando eres famoso, las mujeres te dejan “agarrarlas por el coño”, que “la tortura funciona” o que los refugiados sirios deberían haberse quedado defendiendo su país. Ese que presumió de no pagar impuestos, que vetaría a los musulmanes y levantaría un muro en la frontera con México. Vale que su primer discurso ha sido conciliador, como el de un padre de familia en una peli de serie B el Día de Acción de Gracias, pero una también tiene prejuicios y desconfía por defecto de machistas y xenófobos. Habrá que asumir que Trump es el presidente de Estados Unidos igual que aceptamos pulpo como animal de compañía. A la mayoría, a veces, el sufragio la confunde. Recuerden si no que Belén Esteban ganó un concurso de baile y Chikilicuatre representó a España en Eurovisión. No sé si a Trump le han votado por inconscientes o por cachondos, pero los ultras europeos aplauden con las orejas y eso da que pensar. Si por un casual fuera una cámara oculta, que lo digan ya, que sufrirlo ocho años, maldita la gracia.

La delgada línea tonta

Tenía la tez negra, aspecto aseado y una mochila a la espalda. Se acercó para preguntarle si podía invitarle a un bocadillo. Ella iba al trabajo a la carrera, pero cómo negarse. Camino de un bar, el chico recapacitó: “Mejor un paquete de arroz en un súper, que me dura más”. Un insípido cereal frente a un contundente bocata de carne. Sorprendida por su capacidad de renuncia y previsión, accedió, instándole a acelerar el paso. “Déjalo. Si tienes prisa, ya me como un bocadillo, porque suele haber muchas colas”. Por un momento, ella olvidó quién hacía el favor a quién. Pensó que otro habría tratado de aprovechar para llenar el carrito. Se dirigieron a un ultramarinos. “Yo tenía dinero, pero ya se me ha acabado. He hecho una entrevista para teleoperador. Me han dicho que me llamarán”, contaba esperanzado. “¿No recibes ayuda?”, se interesó ella. “No, la chica me empadronó ayer”. No se sintió con derecho a preguntar qué chica, ni dónde vivía, ni cómo había llegado hasta allí, ni si pensaba quedarse. Al fin y al cabo, solo le había pedido comida, no una pensión vitalicia. En la tienda aceptó el arroz y un brik de leche. “¿No necesitas más? ¿Unos macarrones?”. “No, me hace más falta una bombona para el camping gas que me han dejado”. Más cerca de lo que pensamos hay quien cocina bajo techo como en un campamento de refugiados. “Buena suerte”, se despidió ella, convencida de que si hay una delgada línea entre ser bueno y tonto, merece la pena correr el riesgo de traspasarla.