Cada loco con su tema

Ni el debate sobre el estado de la nación, ni el vídeo del arsenal de la Señorita Pepis. Lo que le quita el sueño a mi cuñado es que le espíen por la mirilla de su smartphone. Así que se le han hinchado las innombrables -esas que han prohibido disparar ahora que ya han muerto quince inmigrantes- y ha desinstalado el WhatsApp. Aislado del resto de la familia por esa zanja digital, trata de convencernos, de puerta en puerta cual mormón, para que nos pasemos al Telegram. De momento ya ha captado a mi sobrino de 9 años. Yo le miro, embebido como está en su cruzada, y flipo. Casi tanto como cuando recibí vía e-mail una nota de prensa con motivo del Día Nacional del Pistacho. Sí, sí. El pistacho tiene día, al igual que la Nutella o la crema batida. No sé qué hacemos que no le dedicamos uno ya mismo al bacalao al pilpil. Me pregunto si algún medio, además de este, le habrá reservado al pistacho unas líneas y me reafirmo en mi teoría de que cada loco con su tema.

Otra prueba, Revilla, que se compró el Interviú para leer el reportaje de Blesa, pero se le debió interponer el culamen de Cristini, que estuvo a punto de hacerse cura a los 15 años y luego, a la vista está, decidió que mejor no. A mí, como si lee Zero o el Marca, pero en sus ratos libres. Hablando de locos, muchos se lo hicieron ayer cuando salió a relucir en las charlas el incendio de Doña Urraca. «¿Es una pajarería?», preguntó un becario. Y los compañeros no dijeron ni pío.

Mr. President de la comunidad

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Al padre de las criaturas le han nombrado presidente de esta nuestra comunidad y, a pesar de que le anuncié la noticia a lo Marilyn Monroe, contoneándome con voz sensual en medio del pasillo, no le hizo ni pizca de gracia, oigan. Lo que viene a ser un desagradecido. La próxima vez se lo suelto a bocajarro. Ayer le citaron para tomar posesión del cargo y de la cuenta de las derramas y se fue como infanta camino del juzgado. La única que está entusiasmada es la cría, que se cree que nos va a recibir Obama y nos va a regalar una bolsa de conguitos, como a Rajoy.

Yo ya les he advertido a los vecinos que el susodicho es de reflejos diferidos. De hecho, la otra madrugada se fue la luz del edificio y me costó media hora despertarle y que tomara conciencia de que era persona, así que si hay un incendio, somos carne de salsa barbacoa. Su antecesor en el cargo ya le ha dicho que no se moleste en tratar de eludir sus funciones, que aquí no hay objeción de conciencia que valga, que él lo intentó todo y que esto es como cuando te toca ser presidente de una mesa electoral o miembro de un jurado popular. Pero yo no las tengo todas conmigo porque he visto a muchos personajes conocidos ser presidentes de honor de tal o cual fundación o partido, pero a ninguno tener el honor de presidir su escalera. Acontecimiento histórico que, supongo, merecería como mínimo una reseña en el Hola. ¿Qué alegarán para escaquearse? ¿Incompatibilidad de cargos? ¿Valdrá la de caracteres con ciertos vecinos?

Rajoy, un becario todo oídos

Rajoy

Revisión de la caldera, que no de la cadera, pese a lo que pudiera parecer por el precio. Llega un tipo –perdón, un técnico inspector reparador–, se te cuela hasta la cocina, se oye un clinkclonk, un «¡Señoraaaaa!» y, aunque miras para otro lado sin darte por aludida mientras maldices la crema antiedad, te pega un toquecito en el hombro y aprovecha que te giras para cascarte una factura de ciento y pico euros. En un ejercicio de fe, similar al que haces cuando llevas el coche al taller o el ordenador a un local informático, largas la pasta dándola por bien empleada. Todo sea por no estallar por los aires, te consuelas. Porque no fallen los frenos y te empotres contra una farola, te autoconvences. Por poder seguir jugando al Candy Crush, chateando con tu hija ingeniera exiliada en Alemania o haciendo la compra por internet. Aunque esos pagos hieren en lo más profundo del monedero, al menos les encuentra uno justificación. No como otros, pongamos por caso esa porción de los impuestos que se embolsan ciertos representantes públicos de función desconocida. Mención especial merece, en este apartado, el pedacito de sueldo que todo hijo de vecino apoquina al presidente del Gobierno español por ese «gran liderazgo» que solo Obama, sin duda obnubilado por la biografía de Vasco Núñez de Balboa, es capaz de ver. Si tanto talento cree que tiene, se lo podría quedar de becario. Nosotros se lo enviamos con todos los gastos pagados, pero sin ‘v’ de vuelta.

Que se vayan a tomar por donde dice Extremoduro

Lo mismo que en un capítulo de Bob Esponja celebran el Día de los tontos –ahí lo dejo como idea para sustituir al festivo made in López-, anteayer me dispuse a conmemorar, a falta de coach que me motive, el Día de la ingenua feliz. Así que me levanté de la cama y, tras el rutinario cambio de pañal del inconsciente, le solté al padre de las criaturas: «¡Qué suerte tenemos de vivir en una democracia!». Atragantado con el café, no sé muy bien si por el susto o de la risa, me señaló una foto de Juan Carlos, el rey de las camillas, en el iPad. «Vale que alguno ha sido puesto a dedo, pero… ¡Qué bien que los políticos defiendan nuestros intereses!», insistí. Sin poder recuperar el habla, con el rostro progresando gradualmente del blanco roto mañanero al bermellón, me mostró en la tableta que el PP ya tiene cien imputados por corrupción y subiendo solo en la comunidad valenciana. «Siempre nos quedarán los sindicatos», musité, en plan Humphrey Bogart, sin intención de darme tan fácilmente por vencida. Y el despiporre, teniendo en cuenta que los tabiques son de papel de fumar, fue total. Se oían hasta las carcajadas de los vecinos del primero. El padre de las criaturas, con la tez ya en tonos verdosos azulados, suplicaba que parara para recuperar el aliento, al tiempo que me enseñaba la noticia de los maletines de UGT. ¿Saben qué les digo? Que vivan el Banco de Alimentos y similares y que el resto se vayan todos a tomar por donde dice Extremoduro. Pero sin acritud, ¿eh?

Funeral exprés

 ataud

Ahora que eso de Empleado del mes, más que a incentivo, suena a que solo se ha contratado a un tío en lo que va de junio en todo el Estado, voy a instaurar, con su permiso y dada la abundancia de candidatos, el galardón al Incontinente verbal de la semana. En esta ocasión, por unanimidad del jurado -compuesto por una vecina, con el administrador de la escalera como ilustre notario- la distinción ha recaído en José de la Cavada, el directivo de la patronal española al que los cuatro días de permiso por defunción de un familiar le parecen un exceso «porque los viajes no se hacen en diligencia», por más que algún empresario siga explotando a sus currelas como en la época de Kunta Kinte.

Dejando a un lado la frasecita, muy inoportuna ya que no está el horno crematorio para bollos, lo que debe estar maquinando este hombre, con su vis emprendedora sin igual, debe ser algo así como el funeral exprés. Esto es, un tanatorio provisto de una cinta transportadora por la que rulen los féretros igual que las maletas en los aeropuertos. Al paso del ataúd, uno activa su audioguía para escuchar un responso abreviado, derrama un par de lágrimas, si es que no ha ido llorado de casa, y punto pelota. El horno, por supuesto, será pirolítico, para no perder tiempo limpiándolo entre incineración e incineración. A la salida le dan a uno las cenizas y listo. Si el fallecido es el propio trabajador, deberá morirse en festivo. Estirar la pata antes de concluir el inventario será considerado una deslealtad y, por tanto, motivo de despido.