¿Un diario del día de la marmota?

El crío y yo aún no hemos llegado a estos extremos, pero todo se andará…

Viernes, 27 de marzo, decimocuarto día después del cristo. Descubro en un mail traspapelado que el crío tenía que escribir un diario en inglés desde el comienzo del encierro. Oh, my God! Pero si esto es un maldito día de la marmota elevado a su máxima potencia. Para lo que tiene que contar, pienso, valdrá con un semanario. Y quien dice semanario, dice quincenario. Si me apuras, bastará con un parte mensual. Y si no me apuras, va a ser que también. En esas estaba, pensando en si alentaba el espíritu crítico del crío e infringíamos el mail, cuando cayó otro en mi bandeja. «En Semana Santa no habrá deberes». Oh, my God! Estoy sufriendo una alucinación. Como aquel día que creí ver un gel hidroalcohólico en la estantería de una farmacia. O eso o me tengo que graduar las gafas. Me froto los ojos. Que no habrá deberes. ¡Ja! A mí no me la cuelan. Esto es un bulo, igual que ese de que quienes compartimos katxi de jóvenes con medio Casco Viejo somos inmunes. Whatsappeo a una madre. Pues, oye, que es verdad. El txupinazo de Aste Nagusia se queda corto comparado con el fiestón que montamos el crío y yo en la cocina. Y sobrios. No nos tiramos harina y huevos porque tenía merluza para albardar, pero les juro que ni tocándome el euromillón daría esos saltos de alegría con doble tirabuzón.

Arantza Rodríguez

Confinada con un jarrón feo

Un vecino de Wuhan, camino del garbigune tras finalizar el aislamiento.

Jueves, 26 de marzo, decimotercer día después del cristo. A estas alturas del confinamiento he inventariado varios desconchones detrás de los radiadores, una grieta en el techo, un grafiti a lápiz sin catalogar junto a un zócalo y un jarrón con forma de ‘o’ que no sirve para meter flores, debí comprar de joven bajo los efectos de alguna sustancia y ahora me parece espantoso. Tanto que cuando reparo en él me da un ataque de risa sin precedentes en la historia de este encierro. Me tiro doblada al suelo, mientras pienso en cómo ha podido resisitir el tío casi dos décadas camuflado como un pez manta en una balda de la sala. Viene el crío corriendo. Entre carcajada y carcajada, solo acierto a señalar hacia el presunto adorno. «Ama, para ya, que me das miedo». Pienso en deshacerme de él. Del jarrón, no del crío. Pero me ha hecho pasar un rato tan bueno que le doy una segunda oportunidad. Ahora, si un día lo uso como arma arrojadiza, será por causa de fuerza mayor.
A la noche leo que la ministra de Educación confía en que los alumnos puedan volver al menos 15 días a clase y me da otro ataque de risa, esta vez nerviosa. ¿Que nos los tenemos que quedar hasta cuándo? Ah, no, yo para ir, tocar y volver, ya no lo mando al colegio. Madrugar para nada es tontería. Logro recuperar la compostura. Por suerte el crío no me ha pillado esta vez partiéndome, porque voy camino de convertirme en Jack Nicholson en El resplandor. Me da por teclear ‘síntoma risa’ en Google. Desde beneficioso a letal, todo lo que se puedan imaginar. Joé, si lo sé, me pongo una serie.

Arantza Rodríguez

Emulando a El Vaquilla

«Tú eres El Vaquilla, alegre bandolero», cantaban Los Chichos.

Miércoles, 25 de marzo, duodécimo día después del cristo. Lo confieso. Soy una fuera de la ley. En plan El Vaquilla, pero con las greñas más largas. He bajado al súper a comprar unos kiwis y, además de llenar dos bolsas de productos de primerísima necesidad, como donuts, patatas fritas, cacahuetes, galletas de chocolate, aceitunas y todo lo que he pillado con aceite de palma y grasas trans, he comprado un lápiz. Sí, ¿qué pasa?, un lápiz. Staedtler Noris HB2, para más señas. ¡A mí las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado! ¡Que me detengan! Espero un rato con las manos en alto, pero allí no aparece ni un munipa. Deben de estar todos muy ocupados multando a los gilipuertas que en la infancia se perdieron el episodio Dentro y fuera de Epi y Blas. ¡Que lo tenéis en YouTube! «Tú eres El Vaquilla, alegre bandolero», cantaban Los Chichos. Qué tiempos aquellos. Ahora los delincuentes son unos tristes que se recorren Bilbao de punta a punta para comprar una barra de pan.

PD: El lápiz ha sido todo un éxito. El crío ha batido su récord en cautividad: ocho multiplicaciones antes de que anochezca. Mañana me pongo un pasamontañas y bajo a por una goma Milan.

El reto viral de mudar la cama

A la cama hamburguesa, al tener conservantes, no hay que cambiarle el tranchette más que cuando saca el Athletic la gabarra.

Martes, 24 de marzo, undécimo día después del cristo. Siguiendo con mi tratamiento de choque para fomentar la colaboración familiar, me dirijo a la innombrable en su jerga y le propongo «el reto viral» de cambiar las sábanas. Me mira en plan: «Ah, ¿pero se lavan?». «En realidad son pirolíticas, pero los años bisiestos suelo cambiarlas». Me quedo observando porque esto promete. Pone la bajera, encima el protector del colchón, luego la sábana. Error. Pone el protector del colchón, pero con la felpa hacia abajo. Mecachis, casi, casi. Error. Pone el protector bien -a falta de la final de la Copa, tiro una bengala-, luego la sábana y encima la bajera. Me callo como una perra para echarme unas risas viendo cómo intenta meterse ahí esta noche. Nunca imaginé que se pudieran hacer más combinaciones con tres telas que con los números de la Bonoloto. Por cierto, a estos chavales ¿qué narices les enseñan en el instituto? A mediodía le digo que lave su vaso y me pregunta que si con la parte amarilla o verde del estropajo. Me duele tanto la tripa de reírme que suspendo el tratamiento de choque, que si no mañana voy a tener agujetas.

PD: La innombrable quiere aclarar, y yo lo suscribo ante el crío, que levanta acta notarial, que todas estas cosas que escribo me las invento yo, que estoy para encerrar. Ay, que no, que ya estoy encerrada.

Arantza Rodríguez

Carraspea. ¡Que le corten la cabeza!

Por no andar desenvolviéndolo y envolviéndolo de nuevo, el padre de las criaturas se fue de esta guisa a trabajar. Aislado estaba, que de eso se trata.

Lunes, 23 de marzo, décimo día después del cristo. El padre de las criaturas carraspea. ¡Que le corten la cabeza! Espero un rato, pero como no viene nadie a hacerlo, sigo los consejos de una influencer, que para evitar cualquier posible contagio recomienda fumigarlo con KH-7 y zumo de jengibre. Como medida complementaria, lo envuelvo con film transparente y cinta aislante, porque de eso se trata, de aislarlo ¿no? Entre los tres lo metemos, en plan Tutankamón, en el armario escobero. Nuestro piso patera apenas mide 60 metros y si le dejamos un cuarto para él solo, el resto viviríamos hacinados. Enseguida me doy cuenta de lo incómodo que resulta apartarlo para sacar la fregona, así que lo trasladamos al balcón y le abrimos dos agujerillos con un cúter a la altura de las manos para que pueda aplaudir a los que están en primera línea de pandemia, muchos con lo puesto. A la noche, por humanidad, le dejamos pernoctar sobre una esterilla de yoga en la cocina. Mientras leemos un cuento en la cama, el crío me estornuda en toda la cara. Que rule, que rule. Y eso que lo tengo amaestrado para que lo haga en el antebrazo. Le pongo, para que no se repita, la careta del disfraz de Darth Vader, que ya la quisieran para sí algunos sanitarios. Con ella casi no se le entiende nada. Me planteo dejársela puesta lo que dure el confinamiento. La cosa no va a mayores. Me da que el estornudo ha sido por los estratos de polvo que se están formando sobre los muebles. ¿Qué quieren? Me he pasado media tarde saliéndome de grupos de WhatsApp y la otra media, clasificando los mails de los profesores como SPAM, pero esto off the record, ¿eh?