Una familia de serie B

Tengo una familia de cine. Género, por clasificar. El padre de las criaturas, desde que anunciara oficialmente en la última reunión de vecinos el cese temporal de la convivencia con su bufanda del Athletic, por motivos de sobra conocidos, está rarísimo. De hecho, se ha apuntado a un curso de patchwork para hacerse una colcha con retales, cuando él siempre había sido más de punto bobo. Que haya cambiado la cervecita y el fútbol por el café, las pastas y la aguja de coser tiene un pase, pero que haya convencido a toda su cuadrilla -tenían que verles- es de película de Almodóvar.

En el filme quizá también tendría cabida la cría. El otro día la sorprendí caracterizada con la cabeza y las patas del disfraz de pingüino. «¿Qué haces?». «Jugar a la Antártida». Hasta ahí nada que objetar. «¿Y ella quién es, una foquita?», pregunté por mi sobrina, de 5 años, que yacía en el suelo, inmóvil. «No, una niña muerta. Muerta de frío». Me quedé ídem, lo juro. Bien pensado, la cría encajaría mejor en una cinta de Alex de la Iglesia. Y el inconsciente, en una de Chuck Norris, porque desde que aprendió a andar se pasa el día dándose de cabezazos con las paredes. Para mí que eso tiene que matar más neuronas que los porros sí o sí. Vamos, que estaba convencida de que tenía en casa a unos pedazo de artistas hasta que vi en las noticias que Bárcenas se había apuntado al paro. No sé quién le escribirá el guion, pero ni la Blancanieves en blanco y negro puede competir con él en surrealismo.