Mr. President de la comunidad

GOOGLE

Al padre de las criaturas le han nombrado presidente de esta nuestra comunidad y, a pesar de que le anuncié la noticia a lo Marilyn Monroe, contoneándome con voz sensual en medio del pasillo, no le hizo ni pizca de gracia, oigan. Lo que viene a ser un desagradecido. La próxima vez se lo suelto a bocajarro. Ayer le citaron para tomar posesión del cargo y de la cuenta de las derramas y se fue como infanta camino del juzgado. La única que está entusiasmada es la cría, que se cree que nos va a recibir Obama y nos va a regalar una bolsa de conguitos, como a Rajoy.

Yo ya les he advertido a los vecinos que el susodicho es de reflejos diferidos. De hecho, la otra madrugada se fue la luz del edificio y me costó media hora despertarle y que tomara conciencia de que era persona, así que si hay un incendio, somos carne de salsa barbacoa. Su antecesor en el cargo ya le ha dicho que no se moleste en tratar de eludir sus funciones, que aquí no hay objeción de conciencia que valga, que él lo intentó todo y que esto es como cuando te toca ser presidente de una mesa electoral o miembro de un jurado popular. Pero yo no las tengo todas conmigo porque he visto a muchos personajes conocidos ser presidentes de honor de tal o cual fundación o partido, pero a ninguno tener el honor de presidir su escalera. Acontecimiento histórico que, supongo, merecería como mínimo una reseña en el Hola. ¿Qué alegarán para escaquearse? ¿Incompatibilidad de cargos? ¿Valdrá la de caracteres con ciertos vecinos?

Rajoy, un becario todo oídos

Rajoy

Revisión de la caldera, que no de la cadera, pese a lo que pudiera parecer por el precio. Llega un tipo –perdón, un técnico inspector reparador–, se te cuela hasta la cocina, se oye un clinkclonk, un «¡Señoraaaaa!» y, aunque miras para otro lado sin darte por aludida mientras maldices la crema antiedad, te pega un toquecito en el hombro y aprovecha que te giras para cascarte una factura de ciento y pico euros. En un ejercicio de fe, similar al que haces cuando llevas el coche al taller o el ordenador a un local informático, largas la pasta dándola por bien empleada. Todo sea por no estallar por los aires, te consuelas. Porque no fallen los frenos y te empotres contra una farola, te autoconvences. Por poder seguir jugando al Candy Crush, chateando con tu hija ingeniera exiliada en Alemania o haciendo la compra por internet. Aunque esos pagos hieren en lo más profundo del monedero, al menos les encuentra uno justificación. No como otros, pongamos por caso esa porción de los impuestos que se embolsan ciertos representantes públicos de función desconocida. Mención especial merece, en este apartado, el pedacito de sueldo que todo hijo de vecino apoquina al presidente del Gobierno español por ese «gran liderazgo» que solo Obama, sin duda obnubilado por la biografía de Vasco Núñez de Balboa, es capaz de ver. Si tanto talento cree que tiene, se lo podría quedar de becario. Nosotros se lo enviamos con todos los gastos pagados, pero sin ‘v’ de vuelta.