Canguelo

Creo que estoy obsesionada porque ayer vi pegado en una farola un anuncio de Reformas en general y visioné de la misma a Rajoy. Con un pañuelito de cuatro nudos, un lápiz mordisqueado en la oreja y la prima de riesgo asomándole por la parte trasera del pantalón. Me perseguía con un puro en la comisura de los labios y la intención de alicatarme el sueldo. Rápido y muy económico, rezaba el texto. En lo primero no le faltaba razón, porque el tío va a ñapa por semana. Pero lo segundo sonaba a recochineo.

La culpa de mis alucinaciones la tiene mi compañera, que se pasa el día metiéndome miedo. Ahora le ha dado por sacar sus ahorros del banco a poquitos para no levantar sospechas. Los almacena debajo de la cama, en tupperwares. Y no es la única que teme por su capital. El padre de mis criaturas, ante la ineficacia del hombre del saco, las asusta con que si no se portan bien, van a decretar un corralito. El de seis meses le mira y se parte de risa. Es lo bueno que tiene ser un inconsciente. Pero la de seis años corre a lavarse los dientes con cara de pánico. Debe pensar que nos van a atacar mil gallinas ponedoras, porque no me lo explico. Será que el canguelo se transmite de padres a hijos.

La situación no es para menos y se refleja hasta en los chistes: Ayer hice un trío en el trabajo. Ah, pero ¿tienes trabajo? No tiene ni pizca de gracia, pero es sintomático. Llegando a casa vi otro cartel: Se dan clases particulares. Me acordé de otro dirigente, pero a estas alturas del curso, es imposible que apruebe en junio.