Me lo han captado

bebe balonEL gatito de peluche, la aspiradora de juguete, el camión de bomberos, el lego… Todo abandonado a su suerte desde que se convirtió al fútbol. Hará cosa de dos meses. Se inició en uno de esos partidos de patio multitudinarios y quedó enganchado. De un día para otro. Sin preparación al parto de hincha enloquecido ni anestesia general. Secuelas inmediatas: todos los pantalones rotos del tirón. Rastreator nocturno de bazares de guardia buscando parches. Amama, en calidad de abogada defensora, alegando que ahora los vaqueros se llevan rotos. El padre de la criatura haciendo que le riñe orgulloso de que por fin le pegue al balón. Secuelas de medio alcance: peleas a las mañanas porque quiere ir al cole con la equipación del Athletic, así caiga una nevada. Peleas a las noches porque quiere ponérsela encima del pijama. Rendición en días alternos por no teñir de rojiblanco la crónica de sucesos antes de la adolescencia. Tercer grado sobre los futbolistas que le salen en los cromos y que me suenan lo mismo que los jugadores de ajedrez. Peleas para que no nos dé un pelotazo en casa. Secuelas de largo alcance: ya no quiere ser bombero. Quiere ser Aduriz. Dice el padre que eso está en los genes. Que si miro bien, en la ecografía estaba haciendo una chilena. Visto su poder, los jugadores deberían aconsejar a los niños compaginar el fútbol con otros juegos, leer más y, lo que es mucho más importante, aclararles que la camiseta solo se pone cuando hay partido, leñe.