No caigan en la trampa

No sé para qué les aviso porque seguro que a estas alturas más de uno ya ha caído en la trampa. La cosa habrá empezado de forma aparentemente inofensiva, tal que así: «Cari, encárgate tú del viaje para Semana Santa». Y no es por amargarles la fiesta, pero tienen todos los boletos para que termine con un: «Menuda mierda de vacaciones, para esto nos habíamos quedado en casa». La mayoría de sus parejas, todo hay que decirlo, se quejarán de puro vicio. Por el gustillo que da criticar cuando uno no ha pegado ni golpe. Que si en el bufé del hotel no tienen barritas de muesli ni chistorras, que si los masais podían haber escondido sus smartphones para posar en la foto

Pero también habrá quien protestará con razón. Pensar que a su marido le encantaría dormir en la habitación de Mickey Mouse en Disneyland París es bastante osado. No solo porque odia los ratones, sino porque ya ha cumplido 65 años. Tampoco contratar un paquete multiaventura cuando su novia está embarazada de ocho meses parece, a priori, muy acertado. A no ser que quiera que dé a luz en plan naturista, bajo el agua, mientras descienden por unos rápidos. Decantarse por la casita de los aitites en Burgos tampoco parece buena idea, teniendo en cuenta que irán sus cuñados con las gemelas diabólicas, el adolescente mosqueado por defecto y el San Bernardo. En mi casa, para evitar sobresaltos, firmamos antes de viajar un pacto de no agresión. Y luego ya vuelan los platos.