So, sobre, tras

Si no fuera por los corruptos, llegaría un día en que los sobres dejarían de fabricarse. Más que nada por la falta de relevo generacional de los remitentes. Me cuenta una amiga, tras una ventanilla de la universidad, que algunos jóvenes llegan a licenciarse sin haber escrito una triste postal. Y que cuando les enseña un sobre lo miran desconcertados, como si les estuviese mostrando un pasapuré de manivela. A más de uno le ha pedido que escriba en él su dirección y le ha puesto la del correo electrónico. Para darse de cabezazos. Apuesto a que la primera carta de muchos será la de despido. Y aún llamarán al de personal para cerciorarse: «¿Seguro que es para mí? Mira que en la gala de los Goya se equivocaron…».

Ahora que ya nadie se acuerda de la pobre preposición y todos asocian sobre a dinero negro, da no sé qué ir a comprarlos. El otro día le pedí uno a la estanquera y me lo dispensó con sonrisa cómplice, como cuando de chaval vas a la farmacia a por preservativos. Con la mirada de los clientes clavada en la nuca, no me quedó otra que explicarme. «Es para escribir una carta», dije. Y ellos, descreídos: «Sí, sí, una carta. Eso dicen todos». Total, que cogí el sobre y lo escondí en el bolso rápidamente, no me fuera a ver algún vecino. Pero aún quedaba lo peor: chuparle la oreja al retrato del rey. No me parece serio. Estampan su careto en los sellos cuando todos sabemos que en su familia le sacan chispas al email. Estoy por preguntarle a Corinna si le adjunto copia a él o a su yerno.