¿Quién perdería más?

El peor problema de los estados —Portugal, Italia, Grecia, España— a los que los chulitos de la clase nombran con el despectivo acrónimo PIGS, o sea, cerdos, es que tienen un pufo de escándalo, seguramente imposible de pagar a estas alturas. Pero si nos ponemos a malas, que es lo que empieza a tocar, esa es también su mayor ventaja. ¿A quién se debe ese pastizal inconmensurable, inabarcable, casi literalmente incuantificable de tantos ceros a la derecha como lleva? Ahí le hemos dado. Según la versión al uso, a los bancos alemanes y a media docena de jarcas de tiburones internacionales, denominados eufemísticamente inversores. Pues esos son los que deberían estar nerviosos y reflexionando seriamente lo que les conviene. Alguien debería explicarles que ese capitalismo salvaje sobre el que tanto les excita cabalgar es como los leones de Ángel Cristo: un latigazo mal dado y se le meriendan una pierna al domador. En otras palabras, unas veces se gana y otras se pierde. Las quejas, al maestro armero o a la tumba de Milton Friedman, que fue el que convirtió el hijoputismo en teoría económica.

Que sí, que estaría de cine que los países y los paisanos se condujeran con diligencia, rectitud y probidad para cumplir sus compromisos y sus deudas. Eso valdría si esta jungla no fuera desde su mismo nacimiento una timba de tahúres —del Misisipi o del Elba— cuya única regla es que no hay reglas. Le pueden echar todo el cuajo que quieran, que no va a colar que son benéficas oenegés. Si pusieron carretadas de billetes en lugares que olían a pozo negro, fue porque las soñaban de vuelta multiplicadas por ene. No esperaban que los cortos mentales a los que iban a desplumar sin despeinarse eran más vivos que ellos y acabarían pegándoles el mayor timo de la estampita de todos los tiempos. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Romper la baraja, es decir, el euro? Que lo hagan. Está por ver quién perdería más.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *