A propósito de Maza

Hace un año no sabía absolutamente nada sobre José Manuel Maza. Luego supe muchas cosas. Hasta la penúltima, su impactante muerte de un rato para otro a 10.000 kilómetros de su casa, y la última, que aún no se ha detenido, la torrentera de bilis y almíbar que ha seguido al instante en que se conoció la noticia. Diatribas furibundas y exagerados cantares de gesta se impusieron al estupor del primer segundo, y ahí continúa cada quien desde su trinchera respectiva, entre olés alborozados y lamentos en do mayor, componiendo una especie de milhojas fúnebre en el que se alternan una capa de panegírico y otra de invectiva. Ha pasado el tiempo en que todos los difuntos eran buenos, supongo que hay tomarlo por avance.

¿Y usted, columnero, es de los que lo sienten o de los que lo celebran? Como imaginarán especialmente los que se pasan con cierta frecuencia por estas líneas, ni lo uno ni lo otro. No me sale —y no pienso esforzarme para que me salga— nada remotamente parecido a un lamento, pero por pura urbanidad, carezco igualmente del cuajo necesario para brindar por el tránsito al otro barrio del fiscal general. Como mucho, me asalta un pensamiento sobre cómo puede influir en los mil asuntos literalmente “de Estado” que tenía entre manos mientras todavía respiraba.

Y lo siguiente es una reflexión, seguramente pedestre, sobre la literalidad del tópico que sentencia que no somos nada. Tanto afán, tanto ahínco, tanto ardor, tanta vehemencia en cumplimiento de lo que uno entiende como deber, para que eso se convierta en anecdótico porque el destino o un germen cabrón hace que la diñes al otro lado del charco.

Un comentario en «A propósito de Maza»

  1. Todo lo que sucede ya desde hace un tiempo cada vez que fallece alguna persona relevante (que las redes se llenan de chistes vengativos o insanas expresiones de júbilo) me remite al recuerdo de mis padres. A algo tan sencillo como tener presente lo que me enseñaron en casa de pequeño.
    Y no es que mis padres fueran gente excepcional, ni mucho menos. Bueno; no más que muchos otros padres y madres.
    Gente normal que trataron de inculcarnos algunas cosas básicas, muy elementales, sobre la decencia, sobre no ser mala gente, sobre el respeto con la esperanza de que esos principios básicos los siguiéramos durante nuestra vida.
    Luego la vida nos lleva por derroteros distintos y nos olvidamos de muchas cosas que nos enseñaron pero hay algunas cosas muy básicas. Si, ante la muerte de una persona, por muy en descuerdo que yo estuviera con ella o por muy detestable que me pareciera, yo me pusiese a hacer comentarios de desprecio o guasa, mis padres volverían de allí donde estén, y me soltarían un buen soplamocos.

    Lo que me pregunto es si todas esta gente que vomita su mala sangre cuando muere alguien (me da lo mismo Bimba Bosé que Maza) no tuvieron unos padres que les enseñarin lo básico para ser alguien decente o si se les ha olvidado; y en cualquiera de los dos casos, qué triste.

    Por supuesto que tampoco se trata de alabar a quien en vida nos parecía lo peor…pero un silencio respetuoso con el dolor de sus familiares parece lo más sensato.

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