Nos quedamos, ¿no?

Que si galgos, que si podencos. Unilateralidad, bilateralidad. Cara o cruz. Piedra, papel, tijera. Pues tú más. ¡Ja, mira quién habla! ¿A que…? ¿A que qué? Y como tanto les gusta citar a los columneros cavernarios —vayan acostumbrándose, por si acaso—, en la grande polvareda, perdimos a don Beltrán. El sentimiento independentista en mínimos históricos. Según el último Sociómetro, y tras un escalofriante bajón de 11 puntos en dos años, no llega ni al 20 por ciento de los censados en los tres territorios de la demarcación autonómica. Calculen a ojímetro los del trozo foral y, si les alcanza el ánimo, los de Iparralde, y tendrán una composición de lugar de lo verde que está el asunto. Si esos que llamamos unionistas no fueran tan obtusos, convocarían mañana mismo la consulta para ganarla por goleada. Aún habremos de dar gracias a su cerrilidad, que es lo único que mantiene viva la llama en los más recalcitrantes.

¿La culpa? Elijan entre Gabinte Caligari o Def Con Dos. El chachachá o Yoko Ono. Siempre está el de enfrente para cargarle el muerto. Pues nada, sigamos en Bizancio, erre que erre, con broncos debates apoyados, según toque el día, en la historia, el derecho internacional comparado o lo que le salga a cada sigla de la sobaquera. Si va de esgrima dialéctica o de quedar bien ante la parroquia, perfecto. Por lo demás, tanto dará que la fórmula para cortar amarras sea por las bravas o hablándolo civilizadamente con el dueño de la llave, cuando a la hora de la verdad, los números simplemente no alcanzan ni para echar a andar. Mucho menos, claro, si los que están dispuestos se dan la espalda.

«Lo demás, merde» (2)

Resumen de lo publicado: una antigua presentadora de noticieros televisivos convertida en reina por vía inguinal le hace cariñitos telefónicos a un compi yogui que está metido hasta las trancas en el pufo de la tarjetas black de Bankia. Un periódico digital —eldiario.es— se hace con los mensajes empalagosos de la mengana y de su real marido —que es más listo y no se compromete casi nada en sus escritos— y, como es lógico, los difunde. A pesar del silencio espeso de algunos de los más importantes medios de comunicación y de los representantes de tres de los cuatro principales partidos españoles, el asunto se convierte en un escándalo del carajo de la vela.

Y a partir de aquí, lo nuevo, que es que el gobierno en funciones toma cartas en el asunto. ¿Quizá para afear la conducta casquivana del Jefe del Estado y su señora? Pues no. Lo que ha hecho el ministro interino de Justicia es anunciar que se va abrir una investigación para determinar si la divulgación de los frotamientos verbales de la tal Ltzia (así firmaba) con su enmarronado partenaire de chakras constituye un delito de revelación de secretos. Como argumento, el licenciado Rafael Catalá esgrime su preocupación por el derecho a la intimidad y la protección de las comunicaciones. Otro del gabinete provisional que tal baila, el ostentador transitorio de la cartera de Interior, Jorge Fernández, se ha descolgado con la fresca que sigue: “Creo que es muy malo, afecte a quien afecte, que se revelen cosas que no deben ser conocidas”. Me dirán que menudo morro, pero vuelvo a exhortarles a sacar sus conclusiones. Es que si lo hago yo, me la cargo.

«Lo demás, merde»

No se sientan raros si a bote pronto no saben a qué diablos alude el encabezado de estas líneas. La clave está en una noticia que, por lo menos a la hora en que tecleo, ha sido convenientemente envuelta en sordina por dos razones. La primera —y supongo que accesoria—, porque se trata de una exclusiva de un medio concreto, eldiario.es, y este oficio mío es muy rácano a la hora de reconocer el mérito de una cabecera ajena. La segunda y definitiva causa del (bochornoso) silencio es que se trata de una información que retrata con precisión meridiana a los titulares de la Corona española. Ahí la prensa cortesana, que es tan abundante como en los tiempos del Borbón mayor, silba a la vía y habla del tiempo. O de las movidas internas de Podemos, que para el caso, pata.

Ocurre que la autora de esas palabras que les ponía como cebo es la antigua presentadora de telediario y hoy reina cañí, Letizia Ortiz Rocasolano. Antes de sorprenderles con el mensaje completo, les cuento que el destinatario es Javier López Madrid, un prenda que además de ser yerno del ministro franquista y constructor de postín, Juan Miguel Villar Mir, está implicado en varios marrones, entre ellos, el de las tarjetas black de Bankia. Fue precisamente tras descubrirse ese nauseabundo pastel, cuando la individua se dirigió a su amigo en estos términos: “Te escribí cuando salió el artículo de lo de las tarjetas en la mierda de LOC y ya sabes lo que pienso Javier. Sabemos quién eres, sabes quiénes somos. Nos conocemos, nos queremos, nos respetamos. Lo demás, merde. Un beso compi yogui (miss you!!!)”. Las conclusiones se las dejo a ustedes.

8 de marzo + 1

Hinco humildemente la rodilla para reconocer mi nuevo error. Vaya un columnero de las narices, clamando contra minucias como el silencio, el amparo y la justificación de centenares de agresiones sexuales por la progresía más fetén, cuando hay denuncias mil veces más urgentes. Verbigratia, acabar con el intolerable oprobio del cartel no inclusivo de las cortes españolas, que reza solamente “Congreso de los diputados”, como si dentro no sudaran también la gota gorda las diputadas.

Y miren que ni siquiera se me pedía que me pusiera reivindicativo, pues el espíritu de la jornada permitía también hacer la ola ante los inmensos logros cosechados por la causa de la igualdad. Alguno de alcance sideral, como los semáforos paritarios —¿O son paritorios?— de Valencia, donde el falocrático monigote habitual se alterna con la representación luminosa de una mujer. ¿Y cómo se sabe que es una mujer? Pues porque se ha vestido al icono con una falda. Comentaría que manda muchas pelotas la identificación de lo femenino con tal prenda, pero me voy a ahorrar las collejas de los —¡y las!— bienpensantes, que ya llevo unas cuantas estos días.

Así que, nada, celebro el triunfo y lo sitúo a la altura de la camiseta verde y rosa —juraría que otro topicazo, pero mis labios están sellados— con que el Betis homenajeó el domingo a las mujeres. Como quizá sepan, en la primera plantilla del club están Rubén Castro, presunto maltratador múltiple al que jalea parte de la hinchada, y Rafael Van der Vaart, que golpeó en público a su ex mujer hace tres años. Insignificancias; lo importante es, como siempre, el gesto para el selfie.

1.073 denuncias falsas

8 de marzo otra vez. Conforme a la costumbre, se imponen las maravillosas proclamas, los gestos, las promesas, las campañas, o lo que es lo mismo, y siento mucho decirlo, la casi nada.

Añadan a la vaciedad bienintencionada, si quieren, estas mismas líneas, que también forman parte de la rutina. Solo cambia que cada vuelta de calendario son hijas de una impotencia y un cabreo mayores. Ya no es únicamente la constatación de que la tan mentada educación-en-valores, lastimoso comodín o amuleto que sigue trufando las prédicas reglamentarias, no solo no ha frenado la peste, sino que nos ha provisto de camadas tan o más machistas que en los tiempos de la Enciclopedia Álvarez. A esa maldición que se corrige y se aumenta, sumo lo que llevamos visto desde la madrugada en que nació 2016.

Sí, les hablo de Colonia y de las otras ciudades europeas donde se produjeron en nochevieja centenares de agresiones sexuales coordinadas. Solo en la localidad alemana sumaron 1.073 denuncias. Las primeras reacciones de quienes habitualmente lideran la batalla por la igualdad fueron del silencio bochornoso a la minimización (“Se está haciendo demasiado escándalo por algo que no fue para tanto”), pasando por la contextualización vomitiva (“Es que les mandaban mensajes erróneos a esos hombres”). Dos meses largos después, desde el feminismo de discursos y formas más contundentes, se ha dado un ignominioso paso más: la negación pura y dura. La nueva teoría, que asombrosamente ha hecho fortuna en los sectores progresís de costumbre, es que estamos ante un colosal montaje para provocar el aumento de la xenofobia. Y colará.

Los que nos representan

Como hay una urgencia del copón, el Borbón titular recibe al voluntarioso gendarme del Congreso, López, mañana a la una de la tarde —menudo madrugón— para que le informe de lo que ya debería saber desde el viernes. La tontuna ceremonial es solo una más del millón y pico de tomaduras de tupé que llevamos desde el 20 de diciembre. Sí, en realidad, el vacile viene de mucho antes, pero empiezo la cuenta ahí para no encabronarles de más.

¿Qué ha pasado en estos ya dos meses y pico? Intuyo que la respuesta depende, entre otra docena de factores, de las tragaderas de cada cual o del lugar que se ocupe en la farsa. Buena parte de los que hozan sobre el escenario, esos a los que supuestamente pusimos ahí con nuestros votos, se lo están pasando en grande. Los veteranos, porque pasan un kilo de casi todo, y los nuevos, porque no se han visto (y varios no se verán) en otra igual.

Retrato perfecto del cóctel de jeta rancia y temprana fue la segunda votación que palmó Sánchez. El resultado, cantado de saque, fue lo de menos. Para los actuantes, con honrosas excepciones, se trataba de dar la nota. Un presidente en funciones con olor a cadaverina bañando de acidez cómica su rencor. Un narcisista que pasa de la cal viva al jijí-jajá-jojó sin transición y que, como cualquier maltratador, proclama que después de las hostias vienen los besos. El tipo ese que convierte el soberanismo catalán en caca, culo, pedo, pis, chupádmela, so fascistas. El del Ibex en plan matón cuando hablaba la portavoz de EH Bildu. Y todos los que me dejo, incluyendo —por alusiones, ya saben—, a uno que fue lehendakari. Joder qué tropa.

Cal viva y algo más

En el ratito de gloria que le tocó en la bufonada de investidura, la medianía que ejerce como portavoz del PSOE le echó un cuarto a espadas a su señorito Sánchez tirando del cuento de hadas de la Inmaculada Transición. Ya lo había hecho en la sesión matinal, con bastante mejor prosodia e idéntico abismal desconocimiento del asunto, el figurín Rivera, que cita tanto y tan mal a Suárez, que el Duque acabará resucitando para darle una manta de hostias.

Aparte de en la ya mentada ignorancia atrevidísima, el chisgarabís Hernando y el recadero del Ibex  coincidieron en retratar esos años como un nirvana donde todo fluía en insuperable armonía. Cuánta razón hay que darle una vez más a Gregorio Morán —que a diferencia del par de zascandiles con acta de diputado, sí vivió aquello y lo recuerda con dolorosa precisión—, cuando señala ese peculiar fenómeno del pasado que consiste en cambiar constantemente mientras el presente sigue inmutable. Con media hora que pasaran en la hemeroteca, los alegres juglares descubrirían que la crispación de hoy es una broma divertida en comparación con la sangre, la pólvora y la bilis que corrían por entonces.

O la cal viva, cuyo uso se extendería hasta unos lustros más tarde, como citó en la misma jornada y sin que nadie pueda acusarle de inventarse nada que no ocurriera el diputado Iglesias Turrión. Mucho más leído que el dueto del Pacto a la Naranja, el líder de Podemos se estrenó en el Congreso recordando los 40 años de la masacre de Gasteiz. Aunque al principio me pareció que se adornaba, viendo lo que vino después, el ejercicio de memoria resultó más que pertinente.