Colau y la normalidad

Ada Colau reconoce que ha fracasado en su intento de evitar la huelga del metro de Barcelona. No solo eso. Por alguna razón que me abstendré de interpretar, hace públicos los sueldos de los trabajadores. 33.000 euros es la media, de la que tampoco diré ni pío. En la previa, la alcaldesa había solicitado la desconvocatoria del paro que, según su muy docto entender —algo sabe de reivindicaciones y protestas—, es una medida desproporcionada.

¿Y qué hacemos ahora con ella? ¿La arrumbamos de fascista explotadora de la clase obrera o nos liamos a zurriagazos con los señoritos operarios del suburbano que exigen por encima de sus posibilidades? Con lo fácil que sería, ¿verdad?, si el munícipe que pone pie en pared perteneciera a la casta fachuna de rigor. Ahí no cabría la menor duda de que la culpa correspondería en exclusiva a la perversa autoridad, brazo ejecutor del insaciable capital en su sádica carrera precarizadora y laminadora de derechos básicos. O así.

Quizá la enseñanza de todo esto sea, sin embargo, que no hay que venirse muy arriba con el lenguaje panfletero. Ocurre en más de un conflicto (y en más de diez) que las demandas, por justas que sean o lo parezcan, no se pueden satisfacer al cien por ciento. Si tras un número razonable de intentos se sigue en las mismas, suele proceder levantarse de la mesa y reconocer el fracaso, lo cual nos devuelve al principio de estas líneas, pues eso es exactamente lo que ha tenido que hacer, muy a su pesar, Ada Colau. Política real se llama el invento. Aunque descubrirlo y asumirlo supone perder barniz lírico, también es un síntoma de madurez y normalidad.

Brexit

De entrada, Brexit me suena, supongo que por proximidad fonética, a brasa. También a complejo vitamíco para vigoréxicos, producto de limpieza para devolver el brillo a las vitrocerámicas castigadas o chicle de a doblón el paquete. Eso, en cuanto al nombre. Si voy por la coreografía que he visto en este par de días de cumbre de barandas que se hacen selfies comiendo pizza, la cosa se me queda en un Gran Hermano VIP, una Isla de los famosos o un Bruselas Shore cualquiera.

Dirán que menuda profundidad de argumentación, y me harán reconocer que, efectivamente, ninguna. Si en otras ocasiones escribo en el filo de la navaja, en esta lo hago desde el más grosero desconocimiento de lo que implica o deja de implicar que (la) Gran Bretaña abandone la Unión Europea, que es lo que se supone que han conseguido evitar los superhéroes de barrio alto, incluido el que lleva un congo de semanas en funciones.

Desde mi osada ignorancia recién confesada, empiezo preguntando si eso es verdad. De entrada, el referéndum se va a celebrar, y ya hemos visto a media docena de ministros de Cameron —que solo llevó tres camisas a la cumbre, por cierto— torciendo el morro y diciendo que menuda mierda había aceptado su jefe. Al otro lado, sin embargo, contemplamos a Juncker y Tusk (excuso anotar sus cargos) dando a entender que habían cedido un riñón y medio hígado, pero que había merecido la pena. Y ahí llega mi (repito) indocumentada duda, y no me la mezclen con ya saben ustedes qué: cuál es el motivo de tanta insistencia en mantener en el club a quien, aparte de estar como si no estuviera, no parece muy interesado en seguir.

Más sobre el cartel

Pues nada, oigan, que circulen que ya no hay más que ver en el abracadabrante episodio del cartel censurado de la Emakumeen Bira. Cambiado el pecaminoso afiche por otro (sosete de narices) al gusto de la Liga de la Moral, la Decencia y las Buenas Costumbres, el nuevo edicto manda hacer borrón y cuenta, aquí paz, y después gloria.

Jugándome el coscorrón reprobatorio del Don Remigio paternalista o la Doña Remigia Ojitoalparche de turno, antes de cumplir con la norma y aceptar tragar el sapo, me permitiré anotar las enseñanzas de esta jeremiada en fa sostenido. La primera es el inmenso pan como unas hostias que se le ha rendido a la causa de la igualdad. En lo sucesivo, la machirulada más caspurienta exhibirá este absurdo lance como prueba de sus testiculares y nauseabundos estereotipos. Qué profundamente revelador, por cierto, verlos a todos retuiteando a todo trapo las consideraciones (cargadas de razón) de su hasta anteayer bestia negra, Blanca Estrella Ruiz. Así se garrapatea la Historia, o la histeria, no sé bien.

Otra lección va sobre lo fácil que les resulta a los campeones de la santurronidad hacer un colosal daño y acto seguido, llamarse andanas. Después de haber jodido pero bien a la organización, y conseguida a tirones de piel la enmienda exigida, llegan las palmaditas en el lomo, algo así como “Es buena gente, pero a veces se les va la olla”.

Y aunque hay muchos más aprendizajes, señalo a modo de cierre cómo las muchísimas mujeres —yo diría que mayoría— que no han comulgado con la versión reglamentaria han recibido de la otra parte, la igualitaria, trato de equivocados seres inferiores.

Conversos acelerados

Espectáculo bien poco edificante. Una manga de garrulos, policías municipales de profesión, le montan un tiberio a su responsable político porque les ha quitado el juguetito que sirve para dar hostias a mansalva y sin necesidad de justificación, oséase, las Unidades de Antidisturbios. Es el clásico “Te vas a cagar, civil mingafría” que hemos visto tantas veces —y algunas, muy cerca—, en versión corregida y aumentada. Unas capuchitas por aquí, unas rojigualdas por allá, algún brazo viril que se pone tieso con la Viagra de la épica, el consabido guantazo al móvil de una periodista acompañado de un exabrupto machirulo, y lindezas como “puto gordo” o “rojo de mierda” proferidas al destinatario de la gresca, Javier Barbero, a la sazón, concejal de Seguridad de la (noble) Villa de Madrid. Como atinadamente apuntó el atribulado edil, la escena se corresponde en forma y fondo con cualquier acto de extorsión fascista. Y sí, puede estar gastada la palabra, pero aquí no cabe otra, así que la silabeo: fas-cis-ta.

Ahora bien, anotado lo anterior, creo que sin dejar lugar a la menor sospecha de tibieza, también les cuento que no pude evitar descuajeringarme de la risa al contemplar cómo llegaba al rescate del munícipe en apuros… ¡su coche oficial! No me digan que ahí no hay una paradoja, una parajoda, una moraleja, una moralina, o como poco, materia para una chirigota, dos milongas y tres ditirambos. Item más, cuando una vez a salvo pero aún con las rodillas temblonas, el gachó se ciscaba en las muelas de la Policía Nacional por no haber entrado a saco contra la pitufada levantisca. Carajo con los conversos.

Pablo siempre gana

Salvo en los nutridos y crecientemente poderosos clubs de fans de Iglesias Turrión, hay cierto consenso en que la encorbatada última propuesta del ayatolá morado a Pedro Sánchez es la clásica de El Padrino, aunque formulada exactamente al revés. “Tengo una oferta que solo podrás rechazar”, vendría a ser el enunciado adaptado, y a la vista de la enganchada en bucle en que han entrado los negociadores de las formaciones que habrían de componer el (presunto) gobierno de progreso, tiene bastante pinta de que la cosa va por ahí. Bien es cierto que, conociendo media gota los usos y costumbres del gurú, no me quedaría en esa única interpretación.

Quiero decir —y creo que ahí está la clave— que ahora mismo a Iglesias le importa un pito lo que ocurra porque prácticamente todas las opciones le son favorables. Si Sánchez traga, aunque sea la mitad, y él arrampla con la vicepresidencia, la jefatura del CNI que mentó con ojos de lujuria indecible —joder, con el Carrero Blanco de Vallecas—, y la mayoría de los ministerios macizos que exige, jugada maestra. Si el líder nominal del PSOE no tiene más remedio que mandarlo al guano y hay que volver a llamar a las urnas, mejor todavía. Correría a montar la escenita del “Yo puse todo de mi parte, ya lo habéis visto, snif”, y acto seguido, con el auxilio de una claque en la que a los forofos de aluvión se han unido los que hacen cálculos del cacho que les va a caer, se dirigiría con paso firme a consumar el ansiado sorpasso sobre el PSOE. O directamente, a ganar las elecciones, hipótesis que, viendo al PP nadando en mierda, ya no parece en absoluto descabellada.

¿Están fingiendo?

Les confieso mi perplejidad y mi despiste. Al preguntar a personas que están bastante cerca de las negociaciones para la investidura del próximo inquilino de Moncloa si creen que habrá nuevas elecciones, me contestan invariablemente que no. Lo hacen, además, con gran contundencia y dándome a entender que todo está mucho más maduro de lo que vamos viendo en esa rueda de prensa si solución de continuidad en que se ha convertido últimamente la política española. Si es así, pido un Oscar colectivo para los actores de esta farsa porque se están empleando a fondo para que parezca exactamente lo contrario.

Y ahí tienen como ejemplo inmediato —por lo menos, a la hora que escribo; seguro que en los próximos cinco minutos hay cambios— las comparecencias sucesivas del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y del portavoz parlamentario del PSOE, Antonio Hernando. El “Pablo, no sabes ni dónde estás” que le escupió el segundo al primero tenía toda la pinta de genuino hartazgo ante la suficiencia que, una vez más, acababa de mostrar el líder morado. Del mismo modo, la intervención completa del aludido, ofuscado en el reparto de sillones y mostrando incluso un manual de instrucciones sobre cada ministerio, daba la impresión de ser un intento descarado de conseguir que los socialistas se encabronasen y le mandaran a hacer gárgaras. La inclusión del referéndum en Catalunya como condición impepinable apuntaría también por ahí.

Pero vayan ustedes a saber. A lo mejor es verdad que solo estamos asistiendo a una representación guionizada y, como en una mala teleserie, todo se soluciona en el último minuto.

Los ojos que miran

Miro y remiro el cartel condenado de la Emakumeen Bira y no salgo de mi asombro. Miento. En realidad, me ha sorprendido lo justo el pifostio de diseño que ha acabado, según la costumbre, con la retirada de una imagen “no adecuada”. Si se cuentan entre quienes no lo han visto, traten de imaginarlo a partir de esa expresión. ¿Qué será “no adecuado” en el anuncio de una prueba deportiva en la que participan solamente mujeres? Pues lamento decepcionarles. Todo lo que aparece en el póster es una instantánea de la parte trasera de la cabeza de una ciclista —una trenza que sale del casco— y, en primer y supuestamente escandaloso plano, la corredora del Rabobank, Katarzyna Niewiadoma, ganadora de la edición del año pasado, lanzando un beso. Pueden comprobarlo, pero les juro que va con un maillot holgado y con la cremallera hasta arriba. ¿Qué tiene de particular, entonces, ese beso?

Me temo que ahí le hemos dado, porque a este servidor, y creo no ser el único, no le parece que tenga absolutamente nada de tórrido, lascivo o lujurioso. Es, sin más, un piquito al aire, un gesto simpático que no tiene nada que ver con que quien lo haga sea hombre o mujer… salvo que la interpretación en clave húmeda esté en los ojos que miran. Les ocurre mucho a los curitas de carótida inflamada: el pecado está en sus calenturientas cabezas. Es curioso el parecido de estas actitudes con las de las ligas de la moral de tijera y rotulador en ristre.

Por lo demás, es para llorar mil ríos que, como acaba de pasar, la pericia en la caza de micromachismos se corresponda con una ceguera estruendosa (¡y voluntaria!) ante los inmensos.