Jo-der…

Lo mejor de los ególatras es que llevan la matrícula bien a la vista. Se gustan tanto, que en lugar de ocultar sus tropelías, las exhiben con orgullo y satisfacción. Suerte tienen algunos de estos narcisos XXL, eso también es verdad, de contar con legiones de borregos acríticos que al contemplar sus vilezas, aplauden con las orejas y prorrumpen en síbwanas o sísepuedes, que para el caso, pata. Es para no comprender nada —o quizá para exactamente lo contrario, para comprenderlo todo— que ante una de las mayores ruindades políticas que se recuerdan por estos pagos, y miren que está alto el listón, la respuesta fuera un ovación.

Hablo, cómo no, de la propuesta al modo corleonesco del macho alfa —lo de líder se le queda enano— de Podemos. O sea, de Pillemos, que es un nombre ya definitivamente más adecuado para una formación que empieza a negociar asignándose cargos. El gobierno de la gente, pero yo, vicepresidente. Y seis de los míos, ministros de, ojo al dato, Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa y Plurinacionalidad y otras hierbas. Le dejan al PSOE, aparte de una retahíla de insultos y la humillación oceánica de anunciarlo a sus espaldas, Parques y Jardines.

Joder con el que no iba entrar en un gobierno que no presidiera. Joder con el que tiene dicho mil veces que jamás pactaría con los “cómplices de los recortes”. Joder, en definitiva —y le robo el concepto a Niko Moreno—, con la ViceCasta. Pero joder también, y mucho, con los que después de ver que todo consiste en trincar cacho siguen tragando. Y joder con Sánchez, que en vez de ponerse como una hidra, sonríe con arrobo.

Rajoy da pena

Gol en la Nova Creu Alta: un imitador de Carles Puigdemont de una radio catalana atraviesa todos los (supuestos) filtros telefónicos de Moncloa y se la cuela hasta el corvejón a Mariano Rajoy. La gran sorpresa para este que escribe es que cuando esperaba reír a mandíbula batiente, terminé de escuchar la broma sin saber dónde meterme, en medio de un indescriptible estallido de vergüenza ajena y, para resumir, con una sensación de pena infinita. Sí, ya sé que los más duros del lugar me van a decir que ante el responsable último de toneladas de dolor no hay que tener la menor compasión. Diré en mi defensa que lo que describo no es a favor del objeto de la guasa, sino todo lo contrario. No creo que haya nada más demoledor para alguien que ir por el mundo inspirando lástima.

En ese estadío me temo que se encuentra ahora el otrora señor del rodillo, con Gardel poniéndole la banda sonora: cuesta abajo en la rodada. Su situación es tan triste que le confiesa sin rubor al falso Puigdemont que tiene la agenda “muy despejada”. ¡En unas semanas que deberían ser frenéticas para quien se supone que está en el trance de ser conminado a formar gobierno! Quizá lo será hoy mismo, pero nadie nos va a quitar la sospecha de que ocurrirá a la fuerza. Ni media hora antes de hacerse pública la chufla de que fue objeto, no había esquina opinativa en la que no se le diera por definitivamente amortizado, en esta ocasión, a los acordes de Yira Yira, con otros —Sánchez o Soraya, según— probándose en sus mismas narices la ropa que va a dejar. Y, con todo, añadiría que no se confíen. No sería la primera vez que resucita.

Grupos, según

Qué escándalo, aquí se juega. Aplicado discípulo del Capitán Renault —Casablanca, ya saben— nos ha salido Patxi López, mostrando una sorpresa de cartón piedra ante la negativa de la mayoría de la Mesa del Congreso a permitir que Izquierda Unida, Esquerra Republicana y EH Bildu formen grupo parlamentario. Dice el coleccionista de cargos que no entiende la postura de sus compañeros de sanedrín, es decir, PP y Ciudadanos, casualmente los mismos a los que debe su presidencia del hemiciclo. ¿Acaso creía que lo habían colocado por su don de gentes, su planta inmejorable y los quince idiomas que domina? Callen, que ahora que lo pienso, no es del todo improbable que tenga esa convicción; se dice, se cuenta y se rumorea que sigue pensando que fue lehendakari porque existe la creencia general de que es la reencarnación portugaluja de Winston Churchill.

Pullas reverdecidas aparte, manda quintales de pelendengues la decisión de impedir el grupo tripartito bajo el forzado argumento de que es “un fraude de ley que solo busca obtener subvenciones”. El que tiene el rostro de definirlo así es el recientemente ungido como Secretario de la Mesa, Ignacio Prendes, vividor profesional de la política, que ha cambiado de siglas como de gayumbos, olisqueando siempre la sinecura. Si sabrá de sus mentados fraudes de ley el tipo, que en la cámara asturiana cobraba por ser de un partido cuando ya pertenecía a otro.

Por lo demás, ya hace mucho que huele —y no bien, precisamente— el maleable reglamento del Congreso español que concede o deniega la misma solicitud según quiénes la presenten y al arbitrio de la mayoría de turno.

Derechos y privilegios

A 150 kilómetros, sigo con pasmo infinito el novelón del convenio-chollo de la Sanidad Pública navarra con la universidad privada y su clínica adosada. Con la Obra de san Josemaría hemos topado. O en palabras mil por mil pertinentes del portavoz de Geroa Bai, Koldo Martínez, con la médula de la Navarra católica, foral y española. Lo brutalmente revelador es que tal médula sea apenas un billetero. Por más que se engole la voz y se inflame la carótida, todo acaba siendo cuestión de pasta y, como síntesis, de unos sentimientos de superioridad e invulnerabilidad arraigados en el tiempo y amparados… hasta ahora (¡ay!) por los sucesivos gobiernos, santificado sea el quesito ya rancio de Miguel de Corella.

Humanamente, se comprende el cabreo de los trabajadores y las trabajadoras de la Universidad y la Clínica. No debe de ser fácil distinguir un privilegio de un derecho, sobre todo, cuando el momio viene de largo y a nadie se le ha ocurrido discutirlo. 30 años pagando la misma cuota que cualquier hijo de vecino y disfrutando de un servicio exclusivo porque la diferencia la apoquinaba el erario común. Ahí la igualdad ni está ni se la espera. Claro que lo más lisérgico, rozando lo insultante, es tener que lidiar con cuentas de la vieja que pretenden demostrar que la bicoca descarga la sanidad pública y, por tanto, los verdaderamente beneficiados son los pringadetes que la utilizan porque no les queda más remedio. Hace falta un enorme desparpajo para defender ese planteamiento. Por fortuna —y no hay mejor moraleja—, como otras que han ido cayendo desde junio, esta gran injusticia forma parte del pasado.

El juego de la violación

Silencio, se viola. Absténganse de incomodar, moralistas de tres al cuarto, tocanarices con escrúpulos y demás melindrosos. ¿No ven que se trata de un simple juego? En concreto, el de la violación, o en lengua vernácula, Taharrush gameâ. Verán qué divertido. Se localiza una mujer en medio de una multitud, preferentemente de noche, aunque tampoco es imprescindible. Pueden ser dos, tres, incluso cuatro. Total, siempre habrá superioridad numérica por la parte agresora, que se dispondrá en tres círculos alrededor de la presa o las presas. En el primero, los violadores; en el segundo, los mirones y jaleadores; en el tercero, los guardamokordos, que expulsan a hostias a cualquiera que intente interponerse. Para la siguiente víctima, se cambian las posiciones.

Y así, hasta que el cuerpo aguante, que la madrugada es joven y la impunidad, prácticamente absoluta. Bueno, mejor que eso: una parte considerable de aquellos ¡y aquellas! que en otras circunstancias sacan la pancarta más gorda a paseo se transmutan en imitadores del tristemente célebre juez de la minifalda. La culpa es de ellas, que van pidiendo guerra, proclaman unos (¡y unas!). Son denuncias falsas, porfían otros (¡y otras!). Hay que saber mantener un brazo de distancia, aporta la audaz alcaldesa de uno de los lugares donde ha ocurrido la infamia. Y como resumen y corolario de esta nauseabunda complicidad, los (¡y las!) adalides del discurso de género más contundente se ponen como hidras para dejar claro que lo grave no son los abusos sexuales, sino el malintencionado tratamiento mediático. Ni se imaginan cuánto me gustaría estar exagerando.

Durán abandona

La vida no es igual fuera del Palace. Cautivo, desarmado y sucesivamente humillado en las últimas contiendas electorales, Josep Antoni Durán i Lleida echa rodilla a tierra. 29 años después de vivir a cuerpo de sí mismo —ya quisieran algunos reyes— se baja del machito. Casualidad, que lo haga en el preciso instante en que no queda nada por roer del hueso. Habrá que reconocer, con todo, la habilidad para sacar petróleo de algo que no tenía más valor que su nombre. Como aquellos burgueses que se asociaban por vía inguinal con la aristocracia venida a menos para adornarse con un título, la nueva rica Convergència compró en su día la franquicia Unió para darse un barniz de democracia cristiana histórica con toque antifranquista. No salieron mal los adquiridos: siendo cinco o seis, como finalmente ha quedado demostrado, pillaron canonjías a tutiplén… hasta que se rompió el amor —o sea, el interés— de tanto usarlo.  Luego, lo uno llevó a lo otro. El fin de la alianza fue (o lo será, tanto da) el del partido fundado, casi nada, hace 84 años.

Escribo en caliente, así que desconozco las reacciones a la tocata y fuga. Sospecho que habrá alguna que otra encendida loa, como corresponde a un difunto, aunque solo sea político. Siento no poder sumarme. Creo, de hecho, que el mejor retrato del individuo está en una anécdota apócrifa que comparto con ustedes. Se cuenta que allá por los primeros 70, un grupo de catalanistas habían quedado para una reunión en una plaza. Solo faltaba nuestro hombre, que finalmente apareció saliendo de una iglesia. Al verlo, Miquel Roca sentenció: “Ahí viene Durán de engañar a Dios”.

¿Quién nos representa?

La que faltaba para las seis pesetas. Como andábamos cortos de membrilladas de jardín de infancia —casi en sentido literal—, aparece Celia Villalobos, la del caldo de hueso de vaca loca, en muy atinada imitación de esa vieja facha del video viral de Youtube, farfullando que espera que el diputado de Podemos con rastas no le contagie piojos. Pontifica, supongo, desde la autoridad que confiere ser un puñetero parásito que lleva chupando de la piragua ni se sabe cuántos trienios. Roza lo esotérico que semejante individua aún despierte cierta simpatía por su campechano comportamiento y por su condición profesional de presunto verso suelto.

Ahí tienen a la doña, repitiendo como vicepresidenta del Congreso, esta vez a la vera de Patxi López, el recordman galáctico de pillar cacho sin ganar elecciones y siempre, vaya tela, con el apoyo entusiasta del PP. Y cuidado con lamentarse, que la una y el otro nos representan. Es más, también lo hace, así se encabronen un mundo, el jeta segoviano llamado Pedro Gómez de la Serna. Como los otros 349 culiparlantes, recibió los votos suficientes para conseguir su acta. Lo anoto porque empieza a triunfar un birlibirloque según el cual solo un número selecto de los moradores de las Cortes encarnan la soberanía popular fetén, mientras que el resto son una panda de chorizos que están ahí porque el populacho torpe no sabe ni meter una papeleta en una urna. Es para llorar los siete mares o para descoyuntarse de la risa, según, que en nombre de la democracia se proclame la superioridad de la minoría sobre la mayoría. Aunque es peor no poder siquiera opinar al respecto.