Un bebé en las Cortes

Sí, otra columna sobre el churumbel de la diputada Bescansa. Ovación y vuelta al ruedo para el mago de la propaganda podemita —probablemente, Iglesias Turrión en persona— que atinó con el modo de agenciarse el protagonismo de la jornada de apertura de la nueva temporada del pardillo en la Carrera de San Jerónimo. Nadie se llame a engaño. No hubo nada casual ni espontáneo. El catecismo morado, compendio de todas las demagogias que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo, contiene el mapa detallado de los resortes que hay que tocar para obtener la máxima eficacia comunicativa. Y si es necesario utilizar como reclamo una criatura, se utiliza sin el menor reparo.

El triunfo de la estrategia es seguro. No solo por las tiernas imágenes que se consiguen de saque. La parte mollar viene con el debate trapacero que se organiza inmediatamente. Que si igualdad, que si conciliación, que si naturalidad. Cualquiera que entre en ese jardín, como servidor ahora mismo, es susceptible de ser despellejado por las milicias progresís enarbolando argumentos irrefutables. Lástima que uno esté ya muy mayor para comprar esas motos trucadas.

Si algo hizo la escañista Bescansa fue demostrar un desprecio sideral por el trabajo —sí, es un trabajo— de representar a la ciudadanía. Le puede echar toda la música de violín que quiera, que con un bebé en brazos es imposible desempeñar la tarea que le han encomendado las urnas. ¿Acaso si fuera albañil se subiría al andamio con el niño? No, y menos, disponiendo, como ocurre en las Cortes españolas, de un servicio de guardería que ya quisieran las y los currelas de a pie.

Doctrina Borbón

Me pongo la venda antes de tener la herida. Hay muy pocos motivos para pensar que el juicio del Caso Noós nos vaya a proporcionar una satisfacción mayor que ver a Cristina de Borbón sentada en el banquillo. Si cierran los ojos y acude a ustedes la imagen de la mengana entre descompuesta y con cara de sota de copas, tal vez convengan que no es escaso castigo. Insisto, para lo que cabe esperar de un Estado panderetero cuya jefatura la ostenta un tipo que por más Zotal que se eche encima, jamás se quitará el pelo de la dehesa franquista; nadie olvide que fue el bajito de Ferrol quien nombró digitalmente al campechano padre del que hoy luce la corona y de la señora enmarronada. “Pero luego se ratificó por la ciudadanía en el referéndum constitucional”, me apostillaba en Twitter, tirando de repertorio, un amable purista. Pulpo, animal de compañía, fue mi respuesta.

Limitemos daños, pues, ante la más que posible librada de la individua a través de un cachivache jurídico que, como apuntan legos e iniciados, llevará su propio nombre. Ni Botín, ni Atutxa. Los manuales de Derecho tienen sitio reservado a la Doctrina Cristina (o Borbón, si quiere evitarse la cacofónica rima), cuya traducción al lenguaje coloquial vendrá a decir que la Justicia no hace distinciones, los cojones treinta y tres. Quizá les parezca un tanto procaz, pero no es muy diferente en esencia del regüeldo que soltó en sede judicial una abogada del Estado —o sea, con nómina a nuestra cuenta— llamada Dolores Ripoll. Sin sonrojarse, afirmó que lo de “Hacienda somos todos” solo es un reclamo publicitario. “Putos pringaos”, le faltó añadir.

¿Qué hay que celebrar?

Milagros de este procés aficionado a la ruleta rusa y a darle todo el rato tres cuartos al pregonero: de un minuto para otro pasas de corrupto indecente, recortador de derechos y cáncer para la causa a puñetero amo de la barraca. Y todo, por haber dado un paso al lado, estomagante eufemismo que en realidad quiere decir hacer exactamente lo que ni 48 horas antes habías asegurado que jamás harías. Hasta la incoherencia es digna de vítores, manda narices. Pero así parece que se está escribiendo lo que estaba destinado a ser una obra cumbre del género épico y cada día se parece más a un sketch involuntario de Faemino y Cansado.

Me dirán, remitiéndose a los hechos recientes, que a pesar de todo, la nave va. Ha sobrevivido a la enésima extremaunción, y vuelve a provocar cagüentales incendiarios y amenazas con el apocalipsis en la bandería unionista. Bien quisiera compartir el entusiasmo, pero si les soy franco, lo único que tengo para celebrar es que estoy viviendo el episodio como espectador a más de 600 kilómetros. Aquella envidia inicial se tornó en una suerte de escepticismo que al trote de los meses y de los incumplimientos de la cacareada hoja de ruta ha dejado lugar a la decepción.

Cierto, qué poco fuste, qué pobre ardor soberanista el mío, pero argumento en mi defensa que, por muy cedida que tenga la glotis, hay ruedas de molino que no me pasan. Que una cosa es hacerse media docena de trampichuelas al solitario, y otra, aceptar sin asomo de sonrojo que Artur Mas salga proclamando que el apaño con la CUP ha sido la corrección de lo que habían dispuesto las urnas. Joder con el derecho a decidir.

El destape… otra vez

¡Anda! Pues igual va a ser verdad lo de la segunda (o nueva, según gustos terminológicos) transición. Como ocurrió en aquella, triunfa el destape. En su versión más cutre y caspurienta, además, la que lleva de serie un mar de babas de salidillos vergonzantes. Sí, y la que resulta impepinablemente eficaz, como demuestran los aumentos consecutivos de audiencia televisiva de las campanadas presentadas por ese trozo de carne apellidado Pedroche.

Lo que nos vamos a descongojar cuando la sujeta, que presume de actuar en uso de su libertad individual y sin que nadie se lo mande —faltaría más—, venga a convencernos de que ella es más que un cuerpo bonito. Un argumento tan original como su propio atuendo de las nocheviejas de autos. Ocurre que otra vez nos falla la memoria histórica, en este caso, la de baja intensidad. Esas transparencias con brillantitos estratégicamente situados son las mismas con las que pregonaban su mercancía hace casi cuarenta años María José Cantudo, Victoria Vera, Bárbara Rey o, entre otras, Ágata Lys, que por cierto, estudió Filosofía y Letras en Valladolid.

No, miren, ya me conocen. Yo no voy a salir con el heteropatriarcado, el imperativo del empoderamiento o demás quincallería verbal retroprogre. Tampoco, como hacen desde enfrente los ensotanados que se ponen verracos por lo bajini, con la milonga de la sociedad enferma y la pérdida de valores. Por descontado, no me haré el escandalizado, porque no veo materia. Me limito a constatar unos hechos que se repiten en bucle cansinamente y a anotar al margen una frase que oigo mucho: en España se vota como se ve la televisión.

Baltasar embetunado

¡Extra, extra! ¡En la cabalgata de los reyes magos de Iruña Baltasar seguirá siendo un señor blanco —o quizá sonrosado— con la cara embetunada! “¡Y no se olvide de los labios pintados de carmín!”, me apunta al oído, siempre atento a los detalles, el alcalde Asiron, que no gana para bullas tan al gusto de los herederos de Garcilaso y otros santos mártires desplazados de la poltrona. Qué caray, de esos, y de unos cuantos más como el que suscribe y algunos de los que leen, que nos apuntamos a opinar de lo que caiga.

¿De verdad hay materia? Fuentes dignas de todo crédito —por lo menos, para este forastero que teclea desde el lugar en que Euskal Herria (casi) empieza a ser Cantabria— me aseguran que, en realidad, todo es una pura cuestión de ego. En concreto, del ser humano que encarna a su imaginaria majestad, que hasta en San Fermín va a los toros ataviado de tal. No crean que es el único caso; ya conozco yo otra media docena de tipos que llorarían mares si en sus poblachos correspondientes no les dejaran salir emperifollados en los desfiles de fantasía del 5 de enero.

Cabe, si nos apetece, convertir la vaina en tremebunda afrenta a la multiculturalidad, ese invento tan profundamente paternalista y, por lo mismo, racista. Pero metidos a progresistas fetén, no hay que detenerse ahí. La enmienda debería ser a la totalidad. En este edén de tolerancia religiosa, no habría por qué tragar la imposición, sufragada en parte con pasta pública, de una tradición netamente cristiana. Por no hablar, claro, de la apología de las monarquías despóticas que implica. Y si nos ponemos, hasta de la promoción magufa.

La humillación de Pedro

¿Cómo puede aspirar a ser presidente del gobierno un individuo al que en su partido se le discute públicamente su capacidad para ser secretario general? Triste sino, el de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, chuleado de la manera más ruin por los mismos que lo subieron al machito casi literalmente por su cara bonita. Cierto, y también porque sus hechos anteriores —dos trienios de culiparlante en el ayuntamiento de Madrí y otros tantos en el Congreso— lo convertían en la nulidad perfecta para mangonear desde la sombra.

Fausto de andar por casa, Sánchez alquiló su alma a la diablesa Díaz para ganar a Eduardo Madina en aquellas primarias que parecieron la hostia de democráticas y resultaron un remedo de las elecciones que ponían y quitaban a Cánovas o Sagasta. Y ahora está pagando a la cacique de la Bética y la Penibética el préstamo de apoyos a base de humillación sin fin y ninguneo inmisericorde.

Daba lástima verlo, con todo su buen porte de galán de serie B, sudando tinta china y trabucándose al leer un papel por el que en realidad hablaban sus señoritos del comité federal. Qué escasamente convincente, amén de ramplona y de pésima estofa, la utilización de ETA como comodín y excusa de mal pagador. Toda la puñetera campaña dando la brasa con las soluciones políticas a la cuestión catalana, y cuando Pablo Iglesias le pone una a huevo —un referéndum en el que probablemente ganaría el no a la independencia—, el líder nominal del PSOE se rila y demuestra que no pinta una higa. Claro que su culpa y su oprobio son también los de sus compañeros que callan y otorgan, entre otros sitios, desde Bilbao o Iruña.

Del miedo a la pena

De lo sublime a lo patético hay un cuarto de paso. Lo tremendo es tener que explicarlo, especialmente cuando han pasado más de 24 horas del estrambote de la CUP en Sabadell y ha habido tiempo para bajarse del cerrilismo inicial. Que está muy bien la simpatía y el corazoncito de cada cual (o querer resarcirse vicariamente de la leche de hace una semana), pero basta echar una ojeada enfrente para caerse del guindo. ¿A nadie le resultan indicativas las caras de relax y choteo estratosférico de los representantes más caspurientos del llamado unionismo español? Tanto amagar con el 155 de la Constitución, los tanques y la excomunión, para que ahora les arregle el desaguisado una asamblea convocada para poder desdecirse de una promesa electoral.

Uy, sí, ya sé, la democracia funcionando a pleno pulmón, un ejemplo de transparencia del recopón, y a ti te encontré en la calle. Allá quien se lo trague. En el mejor de los casos, el infierno empedrado de las mejores intenciones, la buena acción que no se salva del castigo o, sin más, un recital de bisoñez de aquí a Lima. Pero como resumen y corolario, una estocada mortal al tan mentado procés.

Y lo peor, cambiando lo épico por lo grotesco, la herida en noble y brava lid por el tiro froilanero en el pie. Ese inmenso cínico que fue Josep Tarradellas decía que en política se puede hacer todo menos el ridículo. Mala cosa, en efecto, pasar de dar miedo a dar pena. Aunque también cabe —nos conocemos a los clásicos— enfadarse, no respirar y empuñar la garrota contra quien blande el espejo. A 600 kilómetros, qué ganas de embarcarse en una aventura igual, ¿a que sí?