Catalunya, hora de los hechos

Qué entrañable, Mariano Rajoy en plan no saben ustedes con quién se están jugando los cuartos. Lástima que casi al final de su intervención de estadista del carajo de la vela soltara un pedazo “hemos trabajao” que en su patetismo movía más al descojono que al acojono. Toda la solemnidad, la gravedad, la pompa y el boato del momento, a tomar el fresco junto a la (nula) credibilidad. Es lo que tiene jugar a Winston Churchill cuando no se pasa de Juan Cuesta. Y luego, claro, que la función apenas olía a rollete electoralista de tres al cuarto cutremente pergeñado por el jefe de campaña gaviotil, el tal Moragas, un tipo que no ha empatado un puñetero partido en su vida y ahora se ve de hechicero de las urnas.

Punto, en todo caso, para Junts Pel Sí y la CUP, que con una simple declaración que no recoge sino lo prometido a sus votantes, han conseguido que el Tancredo monclovita semeje una hidra cabreada que amenaza, aunque no los mencione, con los tanques. Iba siendo hora de que la cuestión catalana —permítanme el nombre idiota, pero es que estoy espeso para buscar sinónimos— saliera del centrocuentismo amodorrado y se disputara con palabras, y si procede, hechos mayores.

Desde mi (confieso) cómoda posición de espectador, no acababa de entender que un asunto tan transcendental como la independencia se estuviera dilucidando con amagos y, como mucho, bravatas pirotécnicas. Si de verdad las dos partes van en serio, una en su voluntad de marcharse y la otra en la de impedirlo, ambas han de estar dispuestas a demostrarlo con actitudes mondas y lirondas. Y, por descontado, a afrontar todas las consecuencias.

La vida mata

A la Organización Mundial de la Salud, OMS por nombre de guerra, no le gusta el alarmismo, qué va. Por eso Osakidetza, Osasunbidea y otros sistemas públicos se comieron con patatas las chopecientas mil mascarillas y las ni se sabe cuántas vacunas que hubo que comprar a toda prisa cuando al chiringo de marras le dio por pregonar urbi et orbi que la gripe aviar diezmaría la población del planeta. Luego la catástrofe no llegó ni a una millonésima parte de lo anunciado. Y esa no fue la primera ocasión ni la última que el siniestro sindicato sanitario nos acojonaba con un apocalipsis que se quedaba en leyenda urbana. En todas y cada una de ellas, qué raro, el juicio final se aplazó tras la adquisición a escala global de este o aquel milagroso material dispensado por la industria farmacéutica.

¿Y esta vez? Pues confieso que se me escapa qué pretenden que nos agenciemos y de qué proveedor los ayatolás de la cosa que acaban de lanzar su fatua contra la carne en general y la chacinería en particular. Como sabrán, porque desde ayer no se habla de otra cosa en ascensores, barras de bar y telediarios, ya no es solo que las viandas señaladas nos suban el colesterol y nos dejen las arterias como los accesos a Bilbao en hora punta. Ahora, de propina, provocan cáncer en una escala que poco tiene que envidiar al tabaco, el amianto o el arsénico. Se pregunta uno, primero si esto lo han descubierto anteayer, que ya me extraña, y segundo, si el mejor modo de anunciarlo es soltarlo así, a las bravas. Por lo demás, quizá el hallazgo no sea para tanto. Recuerdo haberlo leído en la pintada de un baño: la vida mata.

Gasteiz, ¿y la investigación?

Gazteiz, un profesor al que se le atribuyen, según las versiones, entre cuatro y cinco episodios de abusos sexuales a criaturas de 3 a 5 años sigue dando clase 4 cursos después de que se presentara la primera denuncia. De ello nos enteramos —¡al mismo tiempo que las y los progenitores del resto de los alumnos que han mantenido o mantienen contacto diario con el individuo!— porque El Correo (al César lo que es del César) informó de que la niña de esa denuncia inicial se había vuelto a encontrar con su presunto agresor… ¡en el colegio al que huyó precisamente para no tener que cruzárselo! La indignación sulfurosa que despierta la noticia provoca que el Departamento de Educación del Gobierno vasco aparte de las aulas al docente en cuestión.

Se diría que es el final menos malo de esta sucesión de despropósitos. No pierdan de vista, sin embargo, que por infinito asco que nos dé, en el momento procesal actual, el maestro es técnicamente i-no-cen-te. Es decir, que si tuviera posibles para contratar a uno de esos picapleitos sin alma, podría sacar los higadillos a la institución que lo ha suspendido. Ocurre, y para mi es una brutal perversión, que Educación, que es poder ejecutivo, ha tenido que adoptar una medida que le corresponde a las instancias judiciales. O nos engañan con lo del Estado de Derecho, o son sus señorías togadas las que deben determinar la inocencia o la culpabilidad tras un proceso que parte de una investigación de los hechos. Ahí le hemos dado. A día de hoy, la fiscalía, entorpecida su labor parece ser que por jueces (requete)garantistas, no tiene lo suficiente contra el tipo.

‘Sexichou’ en vivo

Ya saben lo del Efecto Streisand: algo que estaba destinado a tener una difusión limitada acaba conociéndose a troche y moche por el intermedio de quien se siente ofendido y se lía a darle tres cuartos al pregonero. Pues ha vuelto a pasar, en esta ocasión, en Berango, donde un garito montó lo que en mis tiempos los paisanos de ojos desorbitados llamaban sexichou en vivo. El profundo argumento del artefacto alegrabajos iba, al parecer, de un maromo neumático a base de esteroides que dominaba a cinco mujeres. Por lo menos, así se da a entender en el patético cartel anunciador, que presenta al gachó recauchutado rodeado por las (sigamos con la terminología viejuna) gachises, en actitud sumisa, si bien no dan la impresión de estar pasándolo muy mal. El detalle de las estrellitas toscamente pintarrajeadas allá donde se supone que van los pezones redondea una pieza que mueve más a la risa o la compasión que al recalentamiento inguinal.

Esto, claro, siempre y cuando no se disponga de esos ojos robocopianos de curilla preconciliar o dama del Ejército de Salvación que encuentran pecado allá donde se posen. Entonces sí, la menor chorrada se convierte en escandaloso e intolerable acto para la lapidación. Incluso, cuando hay consentimiento expreso de adultos o, como es el caso, se podría dar (y de hecho, se da) a la inversa, o sea, con una dominatrix atizando candela a cuatro mancebos. Una actriz que participa voluntariamente en estos espectáculos me decía que está harta de ser tratada como menor de edad por las mismas personas que denuncian que a las mujeres se les impide tener voluntad propia. Piénsenlo.

Albert Iglesias

La primera vez que lo hice, a la altura del martes, iba de guasa, pero en este punto y hora lo hago completamente en serio: propongo que Albert Rivera y Pablo Iglesias —tanto monta, monta tanto—  compartan precampaña, campaña, y si procede, después de votar, se casen por lo civil. O por lo militar, que tanto les gusta a ambos. Al modo de las giras de Serrat y Sabina, dije yo. Mejor en plan Pimpinela, me corrigió con mucho tino un tuitero de colmillo retorcido.

Aunque ni de lejos soy el fan número uno de Jordi Évole, me quito el cráneo ante su hallazgo del pasado domingo. No ya por el audiención que se cascó —mejorando lo presente en estas tierras de por aquí arriba, siempre lo subrayaré—, sino por su repercusión posterior, que todavía no ha cesado, como prueban estas mismas líneas. Pero más incluso que por eso, por haber conseguido el retrato más fiel de la cacareada nueva política, y sobre todo, de sus creyentes y practicantes, cuyo sentido crítico es tan profundo que les dicen a la cara que el invento consiste en una charla de barra de bar, y ni se huelen que les están llamando imbéciles.

Anoten la secuencia desde que todo esto explotó. Surge un fenómeno morado, luego uno naranja creado por ingeniería inversa, y cuando parecía que ambos entraban en horas bajas, el productor —La Sexta, o sea, Atresmedia, o sea, Planeta— les hace coprotagonizar la secuela. Una idea brillante, porque estando frente a frente, en lugar de las diferencias, lo que se aprecian son las mil coincidencias, y como resumen, que son tal para cual y cual para tal. Eso sí, para jugarse el tercer y cuarto puesto, no jodamos.

Albert y Pablo, desconcierto

Qué enternecedor a la par que revelador: en esa papillita televisiva hecha al gusto de la retroprogresía hispana pero que arrasa en Euskadi más que en ningún otro sitio salen Zipi Rivera y Zape Iglesias echando la tradicional meadita sobre el Concierto vasco. Me imagino que, de rebote, también sobre el Convenio navarro, pero como no se menciona específicamente —así me dicen mis informantes; yo ni jarto me trago esa pelea amañada y edulcorada con sorbitol—, cabe pensar que la pareja yeyé y el que preguntaba no tienen ni pajolera idea de la existencia de tal cosa. En consonancia, tampoco nos asombremos, de los conocimientos que manifiestan sobre lo otro. Se ve en los entrecomillados que ambos tocan partituras ajenas.

El figurín de moda, al que hay que reconocerle que la esencia de su chiringuito siempre ha sido el centralismo cañí, ejecuta la que le hayan soplado alguno de los economistas de cabecera del Ibex 35. A programa pasado, dijo el lunes que hay que subir el cupo un 25 o 30 por ciento. Y por qué uno doscientos, no te jode. Por su parte, el intelectual (cada vez más) orgánico, fiel a su estilo, se apuntó a la tesis más en boga, esa de aluvión que sostiene, sin saber de qué narices se está hablando, que “hay que revisarlo”.

Pues, ¿saben lo que les digo? Que me alegro. Porque así quedan las cosas más claras si cabe, pero también porque esto nos da esperanzas para salir de la modorra plácida en la que nos movemos de un tiempo acá. Les daré pelos y señales en otra columna, pero les avanzo que nada nos haría mayor favor que vinieran en serio a por el Concierto y el Convenio. Ya me entienden.

Está y estuvo

20 de octubre, y sereno. Cuatro años, no sé si ya o todavía, porque hay veces que tengo la impresión de que han llovido mares y otras, sin embargo, me da por pensar que fue ayer mismo cuando el asfalto se teñía de sangre cada dos por tres y nos tocaba asistir al ceremonial rancio de la condena en do mayor y/o el cobarde silencio en fa sostenido. Fíjense, yo sí me acuerdo de eso. No en una nebulosa como si hubiera sido un mal sueño o hubiera ocurrido muy lejos. Fue aquí, se lo juro, y hay miles de personas que pueden dar dolorosísima fe de ello. Muchas otras, tampoco lo pasen por alto, ni siquiera están para contarlo. Las quitaron de en medio y desde entonces, de tanto en tanto se las remata con balas de olvido, con cuchilladas de omisión, con bombas, incluso, de desprecio. Qué puñetera vergüenza debería darnos que solo estemos dispuestos a reconocer u honrar aquellos muertos a los que podamos encajar un posesivo en primera del singular o del plural.

Y eso es lo menos malo. Me hace más daño aun comprobar que según el calendario se aleja de aquel 20 de octubre de 2011, se van difuminando lo que hoy ya sabemos que fueron disimulos iniciales. Al tic justificario le sucedió el tic glorificador. ¿Soy el único que ha visto a recién conversos adalides de la paz bailando el agua a tipos y tipas con veinte fiambres a sus espaldas? Pero claro, como en casi todo, estamos instalados en la coartada fácil, ya saben, el Estado que no se mueve. Me dirán, quizá, que me paso de cenizo, que es reciente una carta que sostiene que matar está mal. Ya, pero no hay manera de que nos digan eso mismo en pasado: estuvo.