Qué entrañable, Mariano Rajoy en plan no saben ustedes con quién se están jugando los cuartos. Lástima que casi al final de su intervención de estadista del carajo de la vela soltara un pedazo “hemos trabajao” que en su patetismo movía más al descojono que al acojono. Toda la solemnidad, la gravedad, la pompa y el boato del momento, a tomar el fresco junto a la (nula) credibilidad. Es lo que tiene jugar a Winston Churchill cuando no se pasa de Juan Cuesta. Y luego, claro, que la función apenas olía a rollete electoralista de tres al cuarto cutremente pergeñado por el jefe de campaña gaviotil, el tal Moragas, un tipo que no ha empatado un puñetero partido en su vida y ahora se ve de hechicero de las urnas.
Punto, en todo caso, para Junts Pel Sí y la CUP, que con una simple declaración que no recoge sino lo prometido a sus votantes, han conseguido que el Tancredo monclovita semeje una hidra cabreada que amenaza, aunque no los mencione, con los tanques. Iba siendo hora de que la cuestión catalana —permítanme el nombre idiota, pero es que estoy espeso para buscar sinónimos— saliera del centrocuentismo amodorrado y se disputara con palabras, y si procede, hechos mayores.
Desde mi (confieso) cómoda posición de espectador, no acababa de entender que un asunto tan transcendental como la independencia se estuviera dilucidando con amagos y, como mucho, bravatas pirotécnicas. Si de verdad las dos partes van en serio, una en su voluntad de marcharse y la otra en la de impedirlo, ambas han de estar dispuestas a demostrarlo con actitudes mondas y lirondas. Y, por descontado, a afrontar todas las consecuencias.