Lozano, qué rostro

Qué caras y qué silencios tan elocuentes entre algunos militantes y simpatizantes del PSOE que aprecio sinceramente. No son nadie sus gerifaltes, y particularmente el elevado —cualquiera sabe aún por qué— a líder supremo, pegándose tiros en el pie. Ni el mismo (Felipe) Froilán (de Todos los Santos) superaría la autoagresión que supone el fichaje, procedente de la cuadra o quizá pocilga magenta, de esa enorme vividora del cuento que lleva por nombre Irene Lozano.

Anda que la doña, que iba de azote del bipartidismo cuando eso le rentaba, no las ha soltado gordas del partido fundado por el Pablo Iglesias auténtico. Y ahora que su chiringo —UPyD, cuatro siglas, cuatro trolas— está de liquidación por cese de negocio, cruza la acera a Ferraz para ir de número 4 en las listas por Madrí, Madrí, Madrí, pedazo de España en que nací. Sin devolver el acta de diputada ni el correspondiente estipendio. Y por lo que parece, en pack con la comandante Zaida, lo que acaba de demostrar que las desgracias y las injusticias, sin dejar de ser tales, pueden convertirse en momio.

Queda por discernir la vieja disyuntiva de mi profesor de latín: ¿Tiene más pecado el que peca por la paga o el que paga por pecar? Tanto da, supongo. Importa más, opino, lo que este episodio cutre salchichero nos cuenta sobre la política actual. La regeneración era eso, una mierda pinchada en un palo, o si quieren que se lo escriba en más fino, uno de esos trampantojos que tanto se llevan ahora. Bien es cierto que aquí sí tengo meridianamente claro que la culpa mayor no es de los burladores, sino de los que se dejan burlar sin mudar la color.

Alonso mueve y gana

Para qué disimular. Quien ejecutó a Arantza Quiroga con sus propias manos es quien se queda con su herencia. Habrá que reconocer a Alfonso Alonso que allá donde otros mandan a un sicario, él ha ido de frente y por derecho a partir las piernas y el alma de la rival que le incomodaba… y con la que guardaba viejas deudas. Se pregunta uno si no lo encargó porque no se fiaba, por dar gusto a su puntín sádico o, como hay motivos para sospechar, por lo uno, por lo otro, y además, porque su ego con elefantiasis le llevaba a reivindicar la fechoría.

El episodio, entre El Príncipe de Maquiavelo y House of Cards con toques de Los Soprano, nos ofrece el retrato fiel no solo del personaje, sino de lo que prima en su partido y, si tiramos por elevación, en la política toda, que como el vino de Asunción, no es vieja ni nueva, ni tiene color. Háganme el favor de no tragarse la bola de la acción inspirada en los principios. Esto no ha ido de la sensibilidad del PP próxima a las víctimas del terrorismo imponiéndose a la corriente más aperturista o razonable. Es circunstancial que el clan de Celedón defendiera lo que ha defendido esta vez. Mañana o pasado, si cambia el viento y la fuente del poder, pueden ver a los cuatro jinetes alaveses del apocalipsis —Alonso, Maroto, Oyarzábal, De Andrés— en la bandería opuesta.

Por lo demás, es el momento del pasen y vean. Amortizado el daño de la ponencia que pudo haber cambiado las cosas, a los que no gastamos carné con la doble P encarcelada en un círculo nos queda solazarnos con el espectáculo de un partido caminando —con pie firme, eso sí— hacia su total irrelevancia.

Quiroga: valió la pena

Rivales, enemigos… y compañeros de partido. Capri c’est fini, game over para Arantza Quiroga, enésima víctima de los cuchillos aleados en la propia forja y empuñados por las mismas manos que no hace tanto le regalaban —ella no podía saber que era a crédito— caricias, guiños dizque cómplices y otras cucamonas de aluvión. Demasiados Brutos como para reprocharles la deslealtad de uno en uno. Como espectador del psicodrama, confieso mi sorpresa ante la gelidez de algunas actitudes. ¿Era necesaria semejante crueldad con quien ya se debía de saber tocada y a punto de hundir? Porque… se sabía, ¿verdad? ¿O será, acaso, que aquel jueves de dolores, nadie salvo una que lleva ese nombre, marcó su teléfono para echarle una gota de árnica a la herida o, siquiera, para preguntarle cómo llevaba la digestión del sapo? Vi el otro día en un documental que el olor a escualo muerto ponía en fuga a manadas de tiburones. Pues tal cual, oigan.

Daría una peseta con la efigie de Franco joven por los pensamientos mejicanos de Antonio Basagoiti, cuyo dedo invistió a la ahora caída en desgracia. Y añado a la puja un duro como los de los tanguillos de Cádiz por las cavilaciones de la propia interesada, aunque puedo imaginarme que se parecen un potosí a la letra de Yira-Yira: Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor. Por si sirve de consuelo, y aun sabiendo que quizá un futuro giro de puerta haga innecesarias mis palabras, le diré que lo que ha provocado estas horas amargas merecía la pena. Me alegra oír de sus labios que una y mil veces volvería a hacerlo.

Día de la caspa

Nacionalistas, ya lo sabrán a estas alturas, son siempre los otros. Lo escribo, creo que por septuagésima vez en estas líneas, sin haberme recuperado aún de la hemorragia cañí del último 12 de octubre, día que para algunos nunca ha dejado de ser el de la raza. Y el de la caspa por toneladas. Qué manera, óiganme ustedes, de dar el cante con lo más rancio del repertorio de los tiempos de la sección de coros y danzas. ¿Exagero? Busquen por ahí —sin ir más lejos, en la página de Facebook de Euskadi Hoy de Onda Vasca— la portada que se cascó el domingo el diario monárquico por excelencia, el mismo, oh sí, que fletó el Dragon Rapide para que Paca la culona se llegara a la península a hacer una escabechina de rojo-separatistas.

Consistía la cosa en la reproducción de un sello de correos, naturalmente de España, con cincuenta mujeres (el toque machirulo, que no falte) ataviadas con el traje característico o así de las otras tantas provincias de la tierra de María, martillo de herejes, y me llevo una. Para redondear la bacanal de tipismo, se restauraban las demarcaciones y, por supuesto, la grafía de la enciclopedia Álvarez. O sea, que renacían como provincia Logroño, Santander, Oviedo y, cómo no, Navarra, con la nomenclatura fetén, igual que Álava, Vizcaya, Guipúzcoa o Lérida.

Fíjense qué tremendo autorretrato. De entre los miles de motivos completamente legítimos y respetables para sentirse y declararse orgullosos de España, se esgrimen, no ya los de trazo más grueso y los que inciden en una homogeneización burda, que también, sino además, aquellos que remiten sin disimulos a la dictadura franquista.

¿Qué tal ‘modular’ el PER?

Conforme a pronóstico, mi columna anterior me ha procurado media docena de pescozones procedentes del sur de la península, bien es cierto que algunos de ellos, ejecutados con cariño por manos amigas. Menté, casi literalmente, la bicha, el gran tabú sobre el que hay mandato de guardar silencio o, mucho peor, defenderlo contra toda evidencia. Hablo del Plan de Empleo Rural, por sus siglas, PER, que me reitero en calificar como escandaloso artefacto para la compra de sufragios.

Tiene su gracia que al referirse a la vergonzosa situación creada por esta suerte de sopa boba, se emplee la expresión voto cautivo, cuando los encadenados no son quienes la reciben, sino los políticos que, sabiendo que la cosa no tiene medio pase, no se atreven a tocarla. Al contrario, alguna formación que empezó protestando ha terminado entrando en la habitual subasta electoral que consiste en prometer que se reducirá el número de peonadas necesarias para cobrar lo que en no pocos casos es un chollo.

Sí, eso he escrito, chollo. Nada tendría que decir si se tratase de un mecanismo de redistribución que persiguiera de verdad reducir las desigualdades y acabar con la miseria. No pongo ninguna objeción a que las personas que lo necesiten reciban una renta —el sistema vasco es un buen modelo— que evitara su exclusión. Eso bien poco tiene que ver con un sistema que, lejos de luchar contra la injusticia, profundiza en ella al fomentar el subsidio eterno como modo de vida. No se me ocurre filosofía más reaccionaria que esta cacicada del siglo XXI. Pero como en gran medida subsiste gracias a ella, Susana Díaz no querrá modularla.

Dar y recibir

Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.

Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.

La decisión de Arantza

A la hora de enviar estas líneas a los diarios que las publican, Arantza Quiroga no ha dimitido. Desconozco, pues, la decisión final, así que puedo comerme con patatas lo que escriba, pero me consta que la idea le ha rondado por la cabeza. Y no como calentón ni para hacerse la despechada. Mucho menos para marcarse un órdago, pues de sobra sabe que se juega los cuartos con profesionales del navajeo político que no solo no cederían en su vil comportamiento, sino que lo recrudecerían hasta arrancarle la última tira de piel. La triple A —Alfonso Alonso Aranegui— no deja heridos, salvo para reconvertirlos en fieles lamepunteras.

Sí, eso es lo jodido de todo este vodevil para los que ni somos, ni hemos sido, ni seremos del PP. Aquí la normalización —o la paz, como nos gusta decir exagerando— no tiene ningún pito que tocar. Como tantas veces, solo ha servido de coartada. En este caso, para dirimir una riña de familia, o más exactamente, para satisfacer una vieja afrenta. Es verdad que la talibanada que juega al victimeo (no se confunda con las auténticas víctimas) ha montado la barrila de rigor por los términos de la ponencia que iban a presentar los populares vascos. Eso estaba, sin embargo, amortizado. Con más datos que ayer, puedo anotar que Génova no vivía en el limbo. Si algo caracteriza a Quiroga aparte de su candidez, es su lealtad. Jamás habría dado un paso que perjudicase a sus superiores jerárquicos, y menos, sin consultarlo.

Se vaya o se quede, le deseo lo mejor a quien, aunque tarde, ha dado un paso muy valiente. Lástima que esté rodeada de esos amigos que hacen innecesarios los enemigos.